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domingo, 7 de diciembre de 2008

Que 30 años no es nada...


Berlín es una ciudad maravillosa, pero hace mucho frío. Madrid estaba gris, lluviosa, perdida... Hace días que no veo el sol... Cuando pedí un café en el Starbucks, el dependiente que tuteaba a todos el mundo, incluso a hombres mayores que yo, me trató de usted. Llevo todo el día pensando ¿por qué?. ¿En qué momento me convertí en un señor mayor? ¿Realmente aparento tal seriedad? ¿me he equivocado en algo?. El gris me disipa, me entristece, y hace que todo de lo que disfruto pierda un poco de brillo, un poco de realidad, pues se engarza en una gota de melancolía (hay que ver qué jodidamente cursi me ha quedado este comentario). Debe ser eso, y nada más que eso. No estoy solo, vivo solo, disfruto de mi soledad... ¿Por qué demonios hoy no? ¡Qué día de mierda sin que exista una razón real para ello?
El miércoles hizo 30 años de la muerte de mi padre. Es curioso, aunque llevaba recordándolo toda la semana, lo cierto es que justo ese día no lo recordé hasta bien entrada la tarde. 30 años sin padre, es decir, casi toda mi vida. Mis hermanos ya han vivido más que lo que nuestro padre vivió. Yo llegaré a ese puerto dentro de 10 años. Ha sido una vida extraña. Apenas recuerdo a mi padre, su voz, algo, su presencia... Pero recuerdo sobre todo su olor, y hay cosas que me lo evocan a menudo. Era tan niño, y estuve tan arropado, que no fue en la niñez, ni en la adolescencia, cuando eché de menos su presencia, sino ahora. Desde que cumplí los 30 años añoro al padre que se fue, al que no tuve. Pero ¡ojo!, no al símbolo de algo, sino al de carne y hueso, a Ginés José, mi padre, nacido en 1929 en Mugardos, La Coruña, Galicia, España. ¿Cómo habría sido mi vida con él? ¿Qué le diría hoy si pudiera tenerlo delante?
30 años, toda mi vida, y es una semana gris, y hace frío, y ayer paseé solitario por las calles de Madrid, hoy acompañado pero sintiéndome singular y anónimo por las calles de Berlín, que está frío, que es maravilloso, pero no tiene aromas concretos. Acostumbrado ya a ser un descastado, no importará que lo diga: no hecho de menos, en concreto, a nadie de mi familia, a ninguno de los que tengo, a los existentes, corpóreos y reales. Hoy echo de menos a mi padre, que se murió una mañana de domingo de hace 30 años. Y, sólo hoy, me gustaría poder decírselo a alguien. A alguien que fuera sólo mío.
Mañana se me quitará, y posiblemente en unos días borraré esta entrada, jajaja, ya está bien de exhibiciones. Ahora Montserrat cantará algo, que falta nos hace. Mientras la Caballé cante, el mundo será un lugar mejor.

Joyce DiDonato en el Teatro Real de Madrid


El pasado miércoles 3 de diciembre, la mezzosoprano americana, nacida y criada en Kansas (no sé por qué el programa de mano ponía exactamente eso, ¿qué importará lo de criada en Kansas?) Joyce DiDonato dio un recital dedicado a Haendel. No a cualquier Haendel, sino a las llamadas "Arias de Furor" (al menos llamadas así por ella) que coincidían, curiosamente, con el último disco que ha grabado la divette (un paso por debajo de diva) y que firmó a quien quiso comprárselo al final del recital. No pasa nada, es lícito si el producto es bueno... ¿El producto es bueno? A ver cómo lo expreso. Yo lo pasé bien, y no fue un mal recital, pero fue frío en exceso. Para empezar, el público no está demasiado metido en este repertorio, al menos el público mayoritario, con lo que mucha gente se apeó de la representación y no asistió. Los entendidos no acabaron de disfrutarlo porque prefieren otro tipo de voces y de preparaciones... ¿Que nos pasa a los que algo sabemos pero estamos más versados en otros repertorios? Lo contaré más abajo, jejeje.


Además de frío por lo escogido del repertorio y la respuesta de los espectadores, fue frío porque el teatro estaba más o menos al 50%, cosa que la divette pudo comprobar, y nos pidió, en inglés, que fuéramos bajando por favor cerca de ella... cosa que los acomodadores se encargaron cumplidamente de impedir, aunque no a mí ni a los que estaban conmigo, dado que cuando trataron de evitar que nos cambiáramos de sitio, con nuestra mejor sonrisa dijimos que tururú, y que vinieran a desalojarnos con las fuerzas de orden público... creo que al final sopesaron el asunto (eternizar el concierto y no llegar a casa para cenar o dejar que cinco personas se cambiaran de sitio) y pudimos cambiarnos. No entiendo muchas cosas de la política de entradas y trato al espectador del Teatro Real, pero como no es lo que nos ocupa, lo dejaremos para otro día.

Por último, la mezzo, muy buena técnicamente con peros que luego diré, no acabó de meterse en lo que estaba haciendo. en absoluto estaba distraída, pero quizás esperaba uno algo más de entrega, sobre todo en la primera parte, que llegó a ser fría de solemnidad, y apagada en aplausos. Las arias de furor, dicho así con todo el tono coloquial del mundo, son aquellos pasajes de las óperas de Haendel, arias de capo por supuesto, en las que el personaje expresa ira, cólera, furia, enfado... Lo que hace que la pieza esté jalonada de maravillosas y dificilísimas coloraturas. Joyce DiDonato se vino de su Kansas natal con esas coloraturas bien aprendidas, y en ese sentido las resolvió mejor que Viviva Genaux, a quien sufrimos en "Il trionfo del tempo e il disenganno" semanas atrás y que sin embargo es requerida como eximia intérprete del estilo. DiDonato tiene una voz bonita, con una buena gama de colores que sabe usar con profusión en todo momento, una agilidad suficiente para no quedar atrás, y un volumen un poco mayor, y más agradecido, que los habituales de Haendel. Aún no domina el estilo, pero aún así es una cantante preciosista, preocupada por la emisión, lo que la emparenta con la Fleming, lo que la emparenta con la Caballé, lo que la emparenta con la Tebaldi, y suma y sigue (que la emparenta no significa que sea una seguidora ni quiero decir nada más que eso). ¿Dónde falla? Primero en la afinación. Empezó calando, y en general la afinación dubitativa fue la tónica general del concierto, aunque ella corregía continuamente y a veces ni se notaba, pero hay zonas del pentagrama que a la primera no le salen, y no le salen, y no le salen. El segundo error está en la intensidad dramática: o se pasa o le falta, pero no consigue, en los momentos más comprometidos, un lógico equilibrio. Su Scherza infida de la ópera de Haendel Ariodante estuvo bien cantada, llegó incluso a conmover al público en parte, pero resultó más cargada de patetismo que de el verdadero sentido dramático que necesita, y simplemente cumplió, pero no fue excepcional, lo que cabría esperar de quien se atreviera (esta aria es como para otros repertorios la entrada de la Casta Diva en la Norma de Bellini, o la haces para matarnos de placer a quienes te escuchamos, o no la hagas). La segunda parte del concierto, que empezó con esa Scherza Infida, mejoró en intensidad, pero fue al final, en las partes que interpretó de la ópera Hércules, cuando la mezzosoprano consiguió demostrar que podrá ser una gran estrella. Aún así, el clímax fue un poco forzado. Aplausos y vítores, y tres propinas de una cantante generosa y que se metió al público en el bolsillo más por su caracter que por su línea de canto. Por supuesto, cantó de regalo el Ombra mai fù, podíamos haber esperado más.

Muy bien la la orquesta, Les Talens Lyriques, aunque hubo un problema puntual de afinación, pero sonaron bien, conjuntados, y con un sonido muy bonito y ligero, sin asperezas. Esta vez (segunda que lo escucho), Christophe Rousset sí me gustó, estuvo correcto y muy solícito a las necesidades de la mezzosoprano. En fin, que esperamos que vuelva, que seguiremos su carrera, y que por ahora va por buen camino, aunque es una cantante que puede caer en la ñoñería al más genuino estilo María Bayo en cualquier momento. Esperemos que no lo haga. Un video para no perder las costumbres: