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martes, 15 de agosto de 2017

Comparaciones odiosas.

Hace unos días estuve leyendo críticas de las funciones de "Aida" que se está representando en Viena, con dirección de Muti y con Ana Netrebko como protagonista. Me chirriaron por una cosa, y es porque al menos dos de ellas se empeñaban en comparar a la soprano con Maria Callas, Montserrat Caballé y ¡Birgit Nilsson! Y lo hacían, claro, para minusvaloración de la rusa. En plan "lo hace bien pero le falta la potencia de la Nilsson, el dramatismo de la Callas y la elegancia de Caballé".
Yo hace tiempo solía hacer lo mismo, pero yo no soy musicólogo o crítico de música. Y me di cuenta del error a medida que maduré intelectualmente.
Montserrat Caballé, Birgit Nilsson o Joan Sutherland son las voces de un siglo. Son genios de la música. Poseían un instrumento maravilloso y una técnica depurada; hacían música, y sabían lo que hacían, con unas dotes irrepetibles. Callas es la renovadora de la ópera, la cantante que por sí misma creó una nueva forma de entender el género y elevó a las divas a la categoría de estrellas. Callas y Caballé, además, traspasaron la audiencia habitual de este tipo de música y consiguieron darse a conocer al gran público, y convertirse en iconos.
Ni Ana Netrebko, ni nadie, puede enfrentarse a ninguna de ellas porque son mitos. Es una excepcional cantante, posiblemente la más grande, la reina de la actualidad. Con sus dotes, sus capacidades, y sobre todo con su momento histórico. Siempre saldrá malparada de la comparación contra leyendas y contra cantantes irrepetibles e irrebatibles.
Si hay que hacer comparaciones, hay que hacerlas limpias. Hay que hacerlas con cantantes de su generación y que compitan en igualdad de condiciones. Las últimas "Aida" que Caballé cantó en público fueron hace 40 años. Dudo mucho que los críticos que han reseñado la de Netrebko las hayan visto. Así que de Nilsson y de Callas ni hablamos, pues fueron aún mucho antes. Están haciendo competir a una debutante en el papel con grabaciones en estudio o en vivo envueltas en la niebla de la leyenda, contra las que la rusa poco puede hacer.
¿Es Netrebko referencial hoy en día? Sin duda. ¿Es una leyenda de la ópera? No lo sé, posiblemente no. Pero porque las leyendas no nacen cada año, ni siquiera hay una cada generación. En los 40, 50, 60 y 70 pulularon por los teatros de ópera del mundo cantantes que no se han repetido, tuvimos esa suerte. En el futuro las habrá, quizás las haya hoy mismo y a mí me cuesta reconocerlas.
Hay muchas cosas que han cambiado. El lobby de las discográficas, la presión de los directores de escena, los cánones físicos impuestos sobre los cánones vocales... Caballé, Callas, Nilsson, Sutherland, son leyendas de la ópera, pero posiblemente hoy, por gordas, por bajitas, por feuchas, no habrían llegado a donde llegaron. Eso también hay que recordarlo.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Autobiopsia, de Eduardo González Rodríguez.

Hace ya varios meses, Eduardo González Rodríguez, mi compañero de instituto y amigo recuperado, tantos años después, publicó su cómic “Autobiopsia”, una suerte de colección de historietas - como creo que a él le gusta llamarlas - que ilustran episodios de su vida; y del que puede ser, por lo visto por ahí, que haya segunda parte tarde o temprano. Espero que temprano. Un cómic cortito, apenas 32 páginas y un total de 8 historias ordenadas cronológicamente, más una como prólogo y otra como epílogo. Lo edita Santi Suárez y pertenece a la colección “Underground”.
Eduardo y yo pasamos juntos cuatro largos años de instituto, entre los 14 y los 18 años. No fuimos amigos íntimos, pero nos llevábamos muy bien, y podíamos parar juntos en los recreos, charlar bastante, y compartir tiempo en las excursiones o en las salidas esporádicas que hacíamos como “clase”. No recuerdo haber quedado con él para ir al cine o algo parecido. Éramos unos críos que nos comíamos el mundo y que luego nos llevamos todas las hostias posibles. Hay cosas del Eduardo que recuerdo que están presentes en este cómic. Aparte de su sensibilidad y cierta introspección (sin pasarse, tampoco era un futuro artista torturado ni nada parecido, era un tío divertido y jovial que dibujaba muy bien); a Eduardo le gustaban los temas de parapsicología o extraterrestres, que aparecen también en estas historietas. 
Terminamos el instituto, yo me fui a Geografía e Historia y a librar toda una serie de batallas personales, y él se fue a Bellas Artes y a librar las suyas. No nos volvimos a ver, y yo no tuve noticias suyas hasta 28 años después. Increíble. Viviendo los dos, al menos 19 de esos 28 años, en una isla, entre dos poblaciones que juntas no llegaban a 350.000 habitantes, no nos encontramos jamás. Ni un día en el bus, la guagua, ni en el cine, ni de discoteca… Nada de nada.  Bueno, no es del todo cierto porque yo leía sus viñetas de las series Becarios o En la venta de Floro, si no recuerdo mal en el periódico La Opinión, pero no sabía que eran suyas. Quizás, estúpido de mí, que las firmara Eduardo González debía haberme dicho algo, pero yo soy así. Nunca lo relacioné. Nos reencontramos virtualmente 28 años después, maravilla de las redes, y en carne y hueso un año más tarde. No éramos dos desconocidos, pero habían pasado esos 29 años. Me encontré con un hombre irónico, más introspectivo aún, divertido y que sabe divertirse, y con una sonrisa arrebatadora (no recordaba yo esa sonrisa).
Hasta aquí nuestra historia común, que se salda además con un maravilloso pato.
Llevo, creo, desde abril queriendo escribir esta reseña, y se me hacía un mundo. Lo mismo sucedió cuando leí el cómic. Cada una de esas 32 páginas se iba clavando en algún lugar dentro de mí, de modo que tardé en leerlo 3 meses. Porque tuve que parar y dejar un intervalo largo de tiempo antes de poder continuar su lectura. 
¿Qué es?¿Qué me pasó con este librito de historietas? Lo primero fue la dedicatoria. Eduardo me hizo un dibujo para dedicarme mi ejemplar que rememoraba una de las historias de su pasado y que era, además, uno de mis mayores terrores como adolescente: el rechazo social. ¿Lo eligió pensando en mí? Él dice que no, de hecho cuando nos vimos ni siquiera recordaba muy bien qué había dibujado en su dedicatoria en una tarde en la que había estado dibujando y firmando decenas de ejemplares. Pero claro, no sé si en el fondo miente, porque hace relativamente poco leí otra de sus historias, no incluida en este volumen pero que supongo verá la luz pronto, y me afectó bastante. Cuando se lo comenté, me dijo - lo tengo por escrito - que sabía que me iba a afectar especialmente a mí. Así que, finalmente, ese pequeño dibujante cabrón sabía cosas de mí 29 años después. Así que, finalmente, es posible que la dedicatoria, aunque lo niegue, fuera totalmente intencionada. 
A partir de esa entrada en el cómic, todo lo demás fue muy sencillo: un hombre de mi edad rememoraba cosas de su infancia, adolescencia y primera juventud, y mostraba un paralelismo inquietante, en los hechos y en los sentimientos, con lo que había sido mi vida. No es difícil, nacimos el mismo año, vivíamos en los mismos sitios, y compartimos recuerdos. 
Ahí esta la grandeza de esta colección de historietas: que araña el alma. A toda una generación, que se sentirá muy identificada, a mí en particular, porque removió cosas que no quería remover y que acaso tengo menos resueltas de lo que creía; y a todos los demás porque son de una cercanía aplastante. En la alegría, en la tristeza, en la ansiedad y en el miedo. Cercanas en todos los sentidos, y al mismo tiempo singulares y excepcionales. Dibujadas en un riguroso blanco y negro, sin contemplaciones, con un trazo seguro, rápido, geometrizado las más veces, nada relamido, parco y, en resumen, perfecto. Una explosión de talento contenido y que te susurra en los oídos y se pasea ante tus ojos lijándote las neuronas. 
Estoy intentando ser breve, porque sería incapaz de terminar si me lanzo a escribir todo lo que me pasa por la cabeza sobre Eduardo, su libro y nuestro reencuentro, que se enmarca además en un gran encuentro que ha sobrevolado el último año de mi vida. Terminaría escribiendo además sobre cosas que no tendrían mucho que ver.
Es una edición limitada, creo que apenas 200 ejemplares, esperemos que tenga reediciones y que continue aún más allá y pueda llegar a un gran público. Le voy a poner un pero, un único pero, a lo que me parece una pequeña obra de arte magistral (sabes que el arte me lo tomo muy en serio, no exagero, digo lo que pienso). El título. Autobiopsia. Es verdad que el análisis que Eduardo hace de su historia, de nuestras historias, es como el de un entomólogo describiendo un hormiguero. Pero hay un poso moribundo en ese título que creo que contradice lo mucho de vida que la obra ofrece. Ese título, unido a la perturbadora portada, predice algo que, felizmente, no fue, al menos para mí. Pese a lo mucho que me afectó leer, y releer, estas historietas. 

Eduardo es un artista de dilatada carrera, en la que ha cosechado numerosos éxitos y generado multitud de obra publicada. No me corresponde a mí glosarlo, pero he encontrado un artículo en internet que resume bastante lo que es y significa para la ilustración española, actualmente. http://www.grancanariacomicfest.com/?p=235


Además, está en wikipedia!