Otro libro que quiero reseñar, una buena novela, de la corriente o vertiente biográfica, de la belga Amélie Nothomb. Como dijo un crítico, en ella nadie quiere masacrar a nadie. Y así es. Una historia tierna, difícil, de contraposiciones entre oriente y occidente, la otra cara de la moneda de la fabulosa Estupor y Temblores: ahora conocemos cuál era la vida de Nothomb antes y durante su trabajo en la multinacional japonesa cuyo impacto le llevó a escribir aquella magnífica historia (hay que recordar que en Estupor y Temblores, la propia autora dice que tenía una vida muy satisfactoria al margen de la empresa, pero que no quería hablar de ella en esa obra, y se guardaba el secreto para más adelante). Aquí está: la joven belga regresa a Japón ávida de redescubrir y reencontrarse con el mundo de su infancia, con la tierra que tanto le apasiona, y allí vive un romance con Rinri, un joven y acaudalado japonés que la adora, y con el que, por una trampa del idioma unida al cansancio, está a punto de casarse (una anécdota, por cierto, que hará desternillarse de risa al lector). Escritora de la alienación, de lo diferente, del choque, Nothomb se nos muestra aquí con una fina ironía que nos hace reir en varias ocasiones, sin olvidar muchos de sus principios, pero más relajada y madura, capaz de expresar la totalidad de sus sentimientos, e incluso de hacernos comprender las vicisitudes del choque cultural entre dos modos de entender la vida tan diferentes. Analiza Nothomb lo que le rodea con certera visión, es capaz de mostrarnos realidades que de otros modos quedarían ocultas, muestra la grandeza del país del Sol Naciente con la misma mitomanía de otros antes que ella (Marguerite Yourcenar, por ejemplo) y sin embargo también es capaz de ponerlo todo a ras de tierra, de limpiar lo esencialmente estereotipado de la realidad. Adora Japón y los japoneses, y nos permite adorarlos, pero no pierde la objetividad de la investigadora ávida de otras culturas, e incluso nos permite reirnos de lo que nos parezca tonto o extraño sin sentirnos eurocentristas intolerantes. Ser capaz de hacernos entender eso, es importantísimo, y parte de su brillantez. Pero no se queda ahí. Amélie Nothomb, además, nos hace un recorrido por un mundo de sensaciones, de soledades, de interioridad, de íntima reflexión, de miedos, de silencios, de trampas, de acceso a la vida adulta, al fin y al cabo, que es universal. Una historia sensual, delicada, bella que bascula entre lo puntual o unidireccional -Japón, su cultura, su cotidianeidad, sus costumbres- hasta una cosmografía de la vida actual y las relaciones humanas en el cambio de siglo. La huída final, y su resolución, no deja de ser el cierre de un paréntesis en el que una persona que no es de ningún sitio acierta a ver, con lucidez, lo mejor y lo peor de todos los mundos. Los seguidores de Nothomb podemos estar contentos, es una pequeña gran obra, una joya, un paso adelante en una autora que empieza a buscar su sitio, no intenta epatarnos ni fascinarnos, y simplifica su narración consiguiendo incluso más resultados expresivos que en sus obras anteriores. No hay grandes imágenes ni enormes metáforas, todo es más comedido, y sin embargo el resultado se me antoja más perenne. Hay que leerlo. La cita, de este libro, es: Poco a poco, las llamadas de teléfono se espaciaron hasta cesar. Me ahorré este episodio, siniestro entre todos, bárbaro y falaz, llamado ruptura. Salvo en caso de crimen innoble, no entiendo que se rompa. Decirle a alguien que algo se ha terminado es feo y falso. Nunca se termina. Incluso cuando ya no piensas en alguien ¿cómo dudar de su presencia dentro de ti? Un ser que ha contado para ti, siempre cuenta.
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