Sirva el título de simple ironía para el que ha sido un magnífico concierto, dentro del XV Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela. La excepcional mezzosoprano rusa Olga Borodiná deleitó al público madrileño con un muy buen concierto, bastante pensado y equilibrado, en el que derrochó su talento y su voz con gallardía. Fue un éxito en general, a juzgar por los interminables aplausos (de ahí vendrá una solapada crítica que haré a la mezzosoprano). Éscuché por primera vez a Borodiná hace ya más de 15 años, en aquella memorable representación de Samson et Dalila, de Massenet, en la que cortó el pelo y dió la réplica a un impresionante Plácido Domingo, pero reconozco que poco después le perdí la pista. Ahora ha sido mi reencuentro, no lleno de sorpresas, entre las que destaca su rotunda fisonomía (toma eufemismo). Las voces del este son muy especiales, con un mordiente generoso, y un brillo magnético en los agudos. Posee, además Borodiná, un sobresaliente volumen, que hace que nos demos cuenta de cómo muchas de las voces que escuchamos hoy en día realmente poseen muy poco peso específico. Pero, hay que decir a los nostálgicos, en este caso el tamaño no importa, y si bien Borodiná estuvo magnífica, Bostridge es un genio pese a tener la mitad de su volumen vocal. Expresivamente es correcta, no sobrada, y aunque matiza y tiene una media voz y un piano más que dulce, lo cierto es que acusa, de tanto en tanto, cierta frialdad. Quizás su actual dieta vocal, consistente en la masacrante -y horrenda- Gioconda de Ponchielli, tenga algo que ver (de una vez, sopranos y mezzos del mundo, Gioconda le quitó diez años de carrera a Callas, acabó con Cerquetti, y no ayudó a Caballé... aprended y escarmentad en cabeza ajena).El programa que escogió no es de mis favoritos: Tchaikovschi y Rajmaninov. Son dos músicos que realmente no me apasionan, muy sobrados en emotividad, pero hay que reconocer que sus canciones, aunque muy dulces y efectistas, no se encuentran entre lo más antidiabético de su producción. Hombre, no fue un programa enjundioso desde el punto de vista de la dificultad, aunque facilón tampoco era; y al ser dos compositores tan desmedidamente emotivos, haciéndolo bien y tornando la voz con las inflexiones necesarias, realmente te permite ganarte al público sobradamente, como Borodinà hizo esta noche. Si además optas por las propinas (lo explicaré luego) por las que ella optó, pues es un éxito clamoroso casi asegurado. La primera parte, dedicada a Tchaikovski, constó de lo siguiente: . Nam zvjozdy krotkije sijali Op. 60, n.º 12, Net, tolko tot kto znal Op. 6, n.º 6, Otchevo Op. 6, n.º 5, To bylo ranneiou vesnoi Op. 38, n.º 2, Notchi bezoumnye Op. 60, n.º 6, Pervoe svidanie Op. 63, n.º 4, Kolybel"naya Op. 16, n.º 1, Serenada Op. 65, n.º 3, Zakatilos solntse Op. 73, n.º 4, Snova kak prezhde odin Op. 73, n.º 6S. Aquí hubo un problema: un miembro del público tuvo un enorme ataque de tos y tuvo que salir corriendo hacia el foyer a mitad de la cuarta canción. Así que se perdió parte de el programa, molestó mucho, hasta la cantante lo miró con furia, y se mantuvo fuera hasta que los aplausos le permitieron, ya recuperado, volver, aunque ya no pudo recuperar la intensidad ni la concentración en toda esa primera parte... Obvio decir que fui yo, primera vez en la vida que eso me ocurre, y no he pasado mayor vergüenza jamás, ni mayor ataque de paranoia. Algunas de las canciones las había escuchado uno ya en grandes voces como Nicolai Ghiaurov: Borodiná les hace justicia. Realmente, con un instrumento como el suyo, y una técnica tan personal y depurada, casi todo lo demás no importa. Hablando de técnica, me sorprendí al comprobar que cuando tiene que atacar un agudo en forte, Borodiná toma aire exclusivamente por la nariz, lo que parece incongruente dado que con ese acto la garganta se tensa, y cabría esperar que necesita tenerla relajada para poder llegar a esas alturas. Caballé, Kraus, Pavarotti, y otros muchos grandes sin ir más lejos preferían tomar aire por la boca, salvo que estuvieran en momentos de línea melódica reposada y poco comprometida. Creo que es la primera vez que escucho o veo hacer algo como lo que ha hecho hoy Borodiná (realmente sus inspiraciones nasales se escuchaban furiosamente), y si a ella le funciona, y son más de veinte años cantando y una voz que no muestra signos de cansancio, pues es que sin duda ha sabido encontrar una técnica muy adecuada a sus capacidades. Las grandes voces operísticas muchas veces no consiguen el suficiente nivel de intimismo y de interpretación cuando se pasan al lieder o a la canción en general, como en este caso las romanzas rusas. A Borodiná le pasa hasta cierto punto, y si bien salió airosa, y lo pasamos bien, uno echó de menos una prestación operística para alcanzar cierto clímax.
En la segunda parte, integramente dedicada a Rajmaninov, quizás ese clímax si devino de las propias romanzas. Se trató de la siguiente selección de las mismas: Utro Op, 4, n.º 2, Ditya, kak tsvetok ty prekrasna Op. 8, n.º 2, Son Op. 8, n.º 5, V moltchanyi notchi tainoi Op. 4, n.º3, Rechnaia lileya Op. 8 n.º 1, Zdes khorosho Op. 21, n.º 7, Ona kak polden" horosha Op. 14, n.º 9, Siren Op. 21, n.º 5, Ya zjdu tebya Op. 14, n.º 1 . Aquí las interpretaciones de Borodiná llegaron a lo excepcional, y yo estaba más relajado y, aunque con miedo a repetir el incidente de la tos, pude lograr mayor concentración y tranquilidad. La última romanza, que traducida al español significa ¡Te espero! fue emocionante hasta el arrobo. La brillante y vibrante zona grave de la que la cantante puede alardear jugó muchos puntos a favor del placer de escuchar estas interpretaciones.
Terminado con ovaciones el programa oficial, Borodiná regaló dos propinas, escasas, ambas de... ¡¡¡Manuel de Falla!!! Que tras un recital de romanzas rusas te rematen con esto, es como mínimo curioso, y aunque habría mucho que decir desde el punto de vista teórico sobre la idoneidad de la elección, realmente si no te metes en grandes disquisiciones intelectuales, el salto fue un tanto extravagante. La primera propina fue El paño moruno, donde descubrimos que, sin llegar a orientativo o dudoso, el español del que hizo gala Borodiná fue un tanto eslavo, oyéndose cosas como "uná mantxá lé caio ojojojó". El público agradeció el esfuerzo, y Borodiná regaló un segundo Falla, de nuevo las Siete Canciones Populares Españolas, en concreto Nana en la que el "lucerrito dela maiana" venció y convenció... El público obligó a Borodiná a salir al menos 3 veces más a saludar, pero se mantuvo la rusa inflexible en cuanto a cantar una sola nota más... Debió haberlo hecho, fue un error por su parte cuando estaba teniendo un éxito clamoroso y cuando con menos grandes cantantes del pasado como Berganza o Caballé se lanzaban con quince propinas para arrobo de su público. Lo que me recuerda que le echó narices Borodiná con semejantes propinas, correctas y basta, eso sí tengo que decirlo, a un público acostumbrado a las antes señaladas Caballé o Berganza, y sobre todo a Victoria de los Ángeles.
Quiero hacer una mención especial al pianista acompañante Dmitri Yefímov, uno de los que más me ha sorprendido y gustado en los últimos años: magnífico trabajo (a veces tan poco valorado), máxima compenetración con la cantante, apoyo constante y verdadero pergeñador de que todo saliera redondo, en calidad, cualidad e intensidad. Realmente bueno. En fin, una gran noche, pese a la tos, y pese al frío intenso de la noche madrileña. Vamos con un vídeo para recordar a la mezzosoprano, y si ella fue capaz de coronar un recital de repertorio ruso con Falla, yo por la misma regla de tres la pongo cantando una de mis arias favoritas, la muy cursi Mon coeur s'ouvre a ta voix de Samsom et Dalila, compuesta por Saint Saens.
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