Tres ideas previas: La primera, empieza a molestarme que Amélie Nothomb salga retratada en las portadas de sus novelas, al menos en las ediciones españolas. Demasiado petulante, incluso para ella. La segunda: una novela es una novela cuando tiene una estructura. Estas 105 páginas, 100 en realidad, son un cuento, aunque Anagrama se empeñe en decir que no y en publicarlas con la letra más grande posible sin que parezca un libro infantil. La tercera: Todos sabemos que Nothomb tiene una gran cultura filosófica y literaria, o al menos a los que no la tenemos tan amplia, nos la cuela. Pero no hay que demostrarlo tanto ni tan reiteradamente, o se puede hacer de otras formas. No todos los personajes pueden mezclar a Rousseau con los presocráticos en una misma reflexión acerca de lo culinario. Un mensaka reconvertido en asesino, tampoco.
Dicho lo cual: gran entrega de Amélie Nothomb. Un joven, del que no conocemos su nombre pero que se autodenominará consecutivamente Urbano e Inocencio, decide tras un desengaño amoroso, deshacerse de toda su dimensión sentimental y emocional, que recupera poco a poco gracias a la música, primero, a los asesinatos, después, y al asumir finalmente el tremendo error de conocer íntimamente a una de sus ejecutadas, rompiendo una regla de oro de todo asesino a sueldo. La historia está servida. Trepidante y rápida, sin dejarte respirar ni un sólo momento, se enmarca esta obra en la serie de la masacre tan propia de Nothomb, donde la constante sórdida, la hemoglobina, los comportamientos psicopáticos, el amor y la muerte, la alienación, son el pan nuestro de cada día. Junto con Higiene del asesino y Cosmética del enemigo, plantea la realidad más oscura y denigrante del ser humano, aunque trate de vendérsenos como liberadora.
Dicho lo cual: gran entrega de Amélie Nothomb. Un joven, del que no conocemos su nombre pero que se autodenominará consecutivamente Urbano e Inocencio, decide tras un desengaño amoroso, deshacerse de toda su dimensión sentimental y emocional, que recupera poco a poco gracias a la música, primero, a los asesinatos, después, y al asumir finalmente el tremendo error de conocer íntimamente a una de sus ejecutadas, rompiendo una regla de oro de todo asesino a sueldo. La historia está servida. Trepidante y rápida, sin dejarte respirar ni un sólo momento, se enmarca esta obra en la serie de la masacre tan propia de Nothomb, donde la constante sórdida, la hemoglobina, los comportamientos psicopáticos, el amor y la muerte, la alienación, son el pan nuestro de cada día. Junto con Higiene del asesino y Cosmética del enemigo, plantea la realidad más oscura y denigrante del ser humano, aunque trate de vendérsenos como liberadora.
El problema aparece cuando el lector ávido de Nothomb no puede dejar de establecer vasos comunicantes entre esta serie narrativa y las novelas biográficas que la autora ha desarrollado: Metafísica de los tubos, Estupor y temblores, Sabotaje Amoroso, Ni de Eva ni de Adán... ¿Por qué lo digo? Porque este hombre, que cuenta su historia en primera persona, no acaba de parecer creíble y, sobre todo, no deja de recordarnos a alguien. Nó sólo porque a Nothomb le cuesta meterse en la piel de un hombre -está bien acompañada, hay muchos autores que resultan artificiosos al tratar de ahondar en la psique de un personaje de sexo contrario- sino porque a medida que avanzamos, las reflexiones, las referencias, las ideas, las citas, por muy extremas, por muy denostables que no parezcan, no dejan de esconder la realidad de que estamos leyendo a Amélie Nothomb tratando de disfrazarse de hombre, y además de asesino. Pero es ella. Cada página rebosa, evoca, supura y es Amélie Nothomb. Por mucho que lo intenta, oímos las ruedas girar, y la autora aparece por encima de todas las palabras. Y vuelve a aparecer en la segunda gran protagonista, Golondrina, de la que tampoco conocemos su nombre real y es así bautizada por su asesino. El diario de la jovencita de 18 años es lo que uno esperaría del diario íntimo de una adolescentemente madura -y entiéndase la ironía de esta expresión- y desapegada Amélie Nothomb. Un diario estilizado y magnética, construído con un fin epatante pese a su intimidad, una gran mentira autística.
Pero es un buen libro, que engancha y sacude, por su premura y su descorazonador final, por su paciente desequilibrio y su frontera psicopática. Los seguidores de Nothomb, y quien nunca la ha leído, se sentirán contentos, y disfrutarán con esta historia en el borde del abismo. Pero, aviso a navegantes, si Nothomb sigue por este camino, corre el riesgo de caer en la redundancia y cansarnos. Aunque en Diario de Golondrina se atisba una literatura que va a madurar, que renuncia a ciertos artificios, y que se desarrollará más plenamente en Ni de Eva ni de Adán. Espero con muchas ganas una nueva entrega de Amélie Nothomb, para ver si ese camino hacia la madurez como autora se convierte en una realidad, aunque sospecho que Nothomb tiene cientos de manuscritos en la carpeta que va sacando poco a poco, con lo cual es difícil establecer una cronología de los hechos. Mientras, como soy seguidor fiel, en la recámara tengo Ácido Sulfúrico y Diccionario de nombres propios.