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lunes, 8 de marzo de 2021

De discos: Andrè Schuen y Daniel Heide presentan "Die Schöne Müllerin" de Schubert.

(Todas las fotos pertenecen al disco comentado y son propiedad de Deutsche Grammophon)



El 5 de marzo se publicó la esperada grabación del primer gran ciclo de lied de Schubert, "Die Schöne Mullerin", realizada por Andrè Schuen y Daniel Heide. Realmente ha cumplido, de sobra, con las expectativas. Pero eso lo sabe la DG Classics, porque con tantas grabaciones como existen de este ciclo, hacer una nueva solo está justificado si aporta algo. Vamos por partes, pero empiezo por la conclusión: estamos ante la interpretación del S. XXI, fiel a la tradición y a la vez innovadora, lejos, que ya tocaba, de Dietrich Fischer Dieskau, aunque igualmente respetuosa. Diferente, pensada, fiel y de referencia.
Lo primero de lo que quiero ocuparme es de la dicción y la vocalización, que son impecables. Las palabras suenan en su debido lugar, perfectamente pronunciadas, limpias y claras. Una vez leí que "Die Schöne Mullerin" es la música de la palabra, y con esta grabación se hace realidad. No es un tema menor cuando la palabra sale, de forma natural, clara y llena de contenido, inmersa en su significado.
 
Lo segundo es el piano. ¡Cómo suena! Pocas grabaciones de lied en las que el piano esté tan presente y alcance tanto protagonismo. Bien balanceado por los ingenieros de sonido, se hace parte clara de la interpretación. Los matices, tan importantes en el lied, se acrecientan. Suena ese arroyo que tanto está presente en esta obra. Suenan los pasos del cazador, pero también la melancolía, la tristeza, el camino schubertiano. Heide hace esta grabación muy consciente de lo que se trae entre manos, y busca su espacio, que es a la vez protagonista y acompañante. Pocas grabaciones he escuchado en la que el piano esté tan presente, con un sonido que envuelve, que arranca segundos al silencio, que se suspende a veces. Heide es un gran pianista, un gran músico, y un perfecto acompañante. Gran acierto de la DG contratar en exclusiva a ambos músicos.
La clave del éxito de Schuen está en su capacidad musical. No nos engañemos, no solo es un gran cantante con una buena voz, es un gran músico. Llega de rebote al canto: toda su familia es de músicos, él comienza como violoncelista, y trae un bagaje musical que no siempre es habitual en todos los intérpretes vocales. Schuen sabe de música y sabe lo que tiene que hacer. La voz es grande, no enorme, con una amplitud más que sobrada, y suena a barítono, que te preguntarás qué quiero decir con eso: pues que hoy en día hay mucho tenor corto, como mucha soprano sin agudos, presentándose como barítonos o mezzos cuando no lo son. Es una voz bien colocada, y con una técnica sobresaliente. He hablado mucho de él, y se está creciendo día a día.
Creo que es un cantante que tiene lo mejor de las leyendas del pasado y lo mejor de lo que se espera de un cantante actual. No nos engañemos, prima la música, prima el sonido. Creo que como cantante lo tiene claro. Y a partir de ese sonido, de esa emisión, de la partitura musical, construye la emoción, el personaje. No voy a negar que esos son los cantantes que a mí más me interesan, los que van de la música al personaje, y no al revés. Así que entronca en una gran tradición. Pero como cualquier cantante de hoy en día no se olvida de la parte actoral o emocional, pero de una forma muy equilibrada. El problema de un ciclo de lied es que ahora eres un alegre adolescente a quien el amor embriaga, tres minutos después un celoso atormentado, luego te inunda la primavera para acto seguido ver las nieves anunciarte una fría tumba. Conseguir el equilibrio es lo complicado. Puede hacer, por supuesto canciones que te lleguen o gusten más que otras, pero un buen intérprete debe intentar dejarlas todas en su justo lugar, y aplicarles exactamente la misma intensidad con la que ha creado un conjunto, y escogiendo muy bien dónde van a estar los clímax. Schuen lo consigue, aportando cada matiz, cada inflexión, cada sentimiento, a través de la música. A veces el sonido queda flotando en el aire, con un acabado muy elegante, se difumina y desaparece. Como yo he escuchado ya varias veces a Schuen en directo, sé que ese equilibrio, que en grabación podría parecer fácil, le ocurre también en directo.

Decía el otro día que cuando las primeras palabras que te vienen a la cabeza al escuchar a un cantante sean "masculinidad" o "virilidad" es que algo le pasa a los cantantes actuales. Lo que quería decir es que esa masculinidad de Schuen es una de las características de sus interpretaciones. Aquí no hay ambigüedad ni género fluido. Es un hombre que expresa una gama emocional siendo dulce, tierno, melancólico, incluso "vulnerable", sin abandonar la imagen romántica de la masculinidad. Y este ciclo tiene en el Romanticismo su cómo y su por qué. También es un Schubert que ha pasado por Mozart y Strauss, la formación vocal de Schuen siempre refleja un camino, una trayectoria y se siente.
Por último, algo que la espantosa portada y las fotos interiores no parecen reflejar (qué horrible diseño para un disco), es una grabación humilde, nada pretenciosa, sin exclamaciones de genio aisladas. Es una propuesta narrativa e interpretativa, de dos profesionales que saben lo que hacen, pero incluso guarda cierta timidez, cierto recogimiento. La foto con la que ilustro este post es una de las centrales del disco. Podría titularse "no es lo que parece, nosotros venimos a presentar un disco". Tal cual.
Es un gran disco de lied, merece enormemente la pena, y el 21 de marzo se presenta en concierto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en el que puede ser uno de los acontecimientos musicales de la temporada. Si lo escuchas disfrutarás, no te dejará indiferente, y estoy seguro de que te gustará. Pero es un disco de músicos haciendo música, no de estrellas haciendo música. Yo me entiendo.

jueves, 20 de junio de 2019

Andrè Schuen: volver a creer en el canto.



No quiero dejarme cosas en el tintero, pero tampoco me voy a detener en tecnicismos que ni domino ni son la clave de lo que quiero contar: para más información, busca en google y tendrás todo lo que quieras. Yo quiero contar lo que sentí y lo que me emociona de este cantante italiano que últimamente escucho a todas horas. 

Antes de comenzar a contar por qué estoy tan fascinado con Andrè Schuen, hasta el punto de que creo que es el cantante que más me ha impresionado en 20 años, una pequeña explicación inicial sobre aquel tipo de canto con el que me siento más cómodo. Si doy un repaso a mis cantantes favoritos, con Montserrat Caballé a la cabeza, Joan Sutherland, Renata Tebaldi, Nicolai Ghiaurov, Kirsten Flagstad, Birgitt Nilsson… Todos tienen algo en común. Lo primero: la voz es bella, pero no es suficiente. A ello hay que añadirle que son excepcionales músicos, tienen técnicas depuradas hasta el dominio y control más absoluto de su instrumentos, y se preocupan muy especialmente por la emisión, la proyección y la calidad del sonido. Aunque hacen circo, a veces, por lo que sea, es cierto que suelen ceñirse a la partitura y dejan poco margen a la inventiva. No es que una cantante como Callas no me guste, sino que prefiero un sonido más puro y otra concepción interpretativa. Renata Tebaldi era tan buena actriz como una alcachofa, pero ¡amigo mío! se sentaba en su butaquita, comenzaba a cantar el “Vissi d’arte” y hasta el más escéptico salía encandilado. O llegaba Montserrat Caballé con sus 150 kilos y se hacía la “Salomé” de Strauss completa, y ni dios ahogaba una risita por lo extraño de que una niña de 15 años estuviera siendo interpretada por una señora mayor de ese peso. Es la fuerza de la música. Ojo, que ser buenos actores no está reñido con lo que cuento. Si además lo son, bienvenidos. Tebaldi y Sutherland no lo eran, a Caballé no le hacía la más mínima falta, Nilsson era espectacular, Ghiaruv era una presencia escénica imponente.

Andrè Schuen es exactamente ese tipo de cantante. Un gran músico, que se formó desde pequeño en casa porque toda su familia es de músicos (incluso tienen un grupo muy conocido en el Tirol y centroeuropa), y se ha criado actuando con ellos, haciendo canciones folclóricas y otros repertorios con mucha seriedad. El muchacho empezó como violonchelista, pero cuando llegó al conservatorio de Hamburgo lo escucharon cantar y la cosa derivó, para el bien de todos. Su dominio técnico, siendo tan joven, es muy bueno. Esa técnica, que le permite trabajar con solvencia las partituras, se conjuga con una voz baritonal de verdad. Eso es muy raro hoy en día. Las cuerdas se han movido tanto que hay sopranos cortas cantando de mezzo como Joyce DiDonato, mezzos altas haciendo de sopranos, Plácido Domingo destrozando los papeles baritonales de Verdi… Cuesta encontrar un barítono con el tono oscuro, broncíneo y profundo que uno espera. Y este muchacho lo tiene con 35 años. Fue lo primero que me admiró cuando lo fui a escuchar, sin conocerlo de nada, en el Teatro de la Zarzuela. La verdad es que llegué pensando “un guaperas seguro que sin volumen, que tiene que dar zapatazos para subir o bajar en el pentagrama”. Empezó a cantar, y teoría a la porra. La voz es de barítono, cuando baja en el pentagrama lo hace sin dificultad, y sube todo lo que tiene que subir. La emisión es inmaculada, y la proyección clara y potente. Me sorprendieron sus fortes, temibles, pero también su capacidad de apianar. Creo que llega con facilidad a los pianísimos que hicieron famoso a Miguel Fleta. Así, su canto no es bronco, es matizado, bello, y sus interpretaciones muy cuidadas. Al ser italiano del Tirol, tiene la suerte de dominar varios idiomas, y es capaz de pasar del alemán al italiano sin que haya acentos descuidados, igual que canta en idioma ladino. No me pareció que hubiera una gran agilidad, y aunque hace algunos papeles de Donizzetti, lo suple con técnica y respiración, que es igual a lo que hacía Caballé, que nunca fue una soprano de agilidad y sin embargo salía airosa de donde quería. Pues el muchacho igual, le cuesta, pero sale adelante sin pestañear. La afinación no es un problema, en todo lo que le he escuchado le he sentido solo un pequeño titubeo de la afinación en una pieza. En resumen: belleza de sonido, emisión, técnica y respeto a la música, junto una notable capacidad interpretativa que no es la obsesión primera con la que esconder defectos vocales. 



Faltaba ver como se desenvolvía en un gran teatro con orquesta en foso, así que fui a escucharlo en “Capriccio” de Strauss en el Teatro Real, estaba sentado en la penúltima fila de paraiso (un piso 7º), y lo oía perfectamente; es más hubo cantantes a los que escuché menos. Fuera cual fuera el volumen o el lugar del pentagrama, llegaba perfectamente, sin problemas. La presencia escénica, es mocetón, imponente. Además es buen actor. 

Pero me falta tratar un punto que llama mucho la atención, porque aunque parezca mentira no hay mucho hoy en día entre los cantantes. Masculinidad. Andrè Schuen canta con una masculinidad y una virilidad que ha venido faltando mucho a los cantantes desde hace un tiempo. Languidez y cierto desfallecimiento interpretativo que aparecen en grandes cantantes. Aquí no sucede. Schuen hace un sello con esa virilidad que aporta el propio tono de su voz, y lo emplea de manera natural, porque cuando tiene que ser delicado y frágil lo es, incluso si ha de mostrar vulnerabilidad, pero no deja nunca ese sello viril. Cuando salí del primer concierto se lo comenté a mi querida amiga Ana García Urcola, pianista, doctora en música, excelente profesional y crítica en “Scherzo”, que se rió y me dijo que en la crítica que había escrito para esta revista sobre el último disco de Schuen, una serie de lieders de Schubert, ya lo había dicho claramente “Además, la robusta y hermosa voz de Schaun conquista de inmediato el oído. Esa sensación de fortaleza y de poderío podría entrar en colisión con la idea de fragilidad que asociamos indefectiblemente a la música del vienés. Sin embargo, nada más seductor que la virilidad (con perdón) cuando es capaz de mostrar vulnerabilidad, y así es la concepción de Schaun y Heide: muy terrenal, nada etérea, pero con profundos acentos de dolor y de lamento que provienen de una atenta lectura del texto poético y la prosodia musical”. Nos reímos por el paréntesis del “(con perdón)”. Yo no lo pongo. Andrè Schuen tiene un canto viril y poderoso que no desaparece cante lo que cante. En La Zarzuela lo escuchamos en el “Sueño de Amor” de Liszt, pieza en la que se puede caer en la cursilería y el amaneramiento vocal con facilidad, y sin embargo ahí estaba ese joven enamorado pero tajantemente hombre que nos dejó embelesados. Luego, en los “Sechs Monologe aus Jedermann” de Frank Martin, la sensación fue aumentando, hay cantante, hay inteligencia, hay voz, hay carrera. 

Como liederista, es posiblemente el mejor intérprete joven del momento. Tiene lo que hay que tener, sentido de la introspección, domina los estilos, y es capaz de solucionar cualquier partitura con solvencia y credibilidad. Se nota que hay mucho trabajo detrás, y un fuerte aprendizaje. En ese sentido, decir que entre los liederistas era casi un sello de calidad relacionarse, como fuera, con el grandísimo Diestrich Fischer Dieskau. Ser “hijo”, “nieto” o “bisnieto” musical de Fischer Dieskau jugaba a favor en el currículo. Schuen no lo tiene, ni aparece en sus textos promocionales. No es que no beba las fuentes de Fischer Dieskau, escuchar a los grandes es necesario para el aprendizaje, pero en la formación de Schuen están Olaf Bär (¿de ahí esa masculinidad introspectiva?) o Thomas Allen, y eso le imprime ese carácter diferenciado que se está dejando sentir en tantos teatros. El próximo concierto de Schuen en Madrid va a ser multitudinario y apoteósico, eso tenlo por seguro. 

Como un grupie me he comprado todos sus discos y los disfruto con fruición. Son tres, tampoco es mucho, aunque tiene alguno con su familia que no me interesan demasiado y una ópera completa en estreno que tampoco me llama la atención. Un disco de Schumann, Wolf y Martin. Otro de Schubert, ya citado, que se titula Wanderer, y en el que le acompaña, como en el anterior, el gran Daniel Heide, pianista excepcional. También ha grabado canciones de Beethoven francamente curiosas: una serie de canciones populares escocesas y otras irlandesas, que se coronó con un pequeño EP con cuatro canciones populares de Britten. En "Wanderer" hay piezas como “Fischers Liebesglück” que me parecen simplemente una obra maestra sin objeciones. Es un magistral cantante que además está haciendo su carrera despacio, sin haber todavía llamado la atención de los grandes sellos, lo que juega a su favor; paso a paso, y sin moverse de lo que puede y debe cantar. Creo que tiene intuición y está bien asesorado. Además sospecho que su propia crianza musical hace que no descarrile, ni quiera. Canta con humildad, y no tiene problema en pasar del Convent Garden a acompañar a sus hermanas tocando el violonchelo en una teatro de provincias. También es un cantante generoso, hasta 6 bises nos regaló en el Teatro de la Zarzuela, abrumado por los braveos de un público exigente. Yo desde una Caballé gloriosa que escuché hace más de 20 años en una de las grandes noches de su periodo final, y un Plácido Domingo excepcional en “La Valquiria” en el Liceu de Barcelona, no me había vuelto a poner en pie a aplaudir a ningún cantante, y los he escuchado grandes y espectaculares. Con Schuen lo hice porque me lo pidió el cuerpo.






Por último indicar que, como los grandes cantantes, como Kraus, cuando asume y comprende un personaje, es capaz de usar esa experiencia para el siguiente. Como también dijo mi amiga Ana, “nos ha cantado una napolitana de Tosti como debe cantarla quien primero ha hecho al Conde Almaviva (de Mozart)”. En un mundo operístico de poco razonamiento, poca maduración y mucha improvisación en lo que a nuevas voces se refiere (¿donde está Skohvus? ¿dónde está Cura? ¿dónde está Flórez?), Andrè Schuen va a hacer una carrera larga y exitosa. Espero el momento de que comience a cantar los grandes papeles baritonales de Verdi, porque ese Posa de “Don Carlo” va a ser referencial.