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lunes, 23 de octubre de 2023

De libros: "Mi abuelo me habría pegado un tiro", de Jennifer Teege y Nikola Sellmair.

                


    Eres una niña mulata en Alemania. Tu madre te da en adopción porque eres una niña no deseada, fruto de una relación con un hombre nigeriano. La recuerdas porque estuviste en contacto con ella y con tu abuela hasta los siete años. Luego tus padres adoptivos decidieron que lo mejor era romper el vínculo con tu familia biológica. Tienes encuentros fugaces, años después. Recuerdas muy especialmente a tu abuela, tu abuelita. Tu madre te resulta no solo más lejana, sino que te causa más temor dado que nunca te trato con cariño. 
     Creces con la sensación de haber sido abandonada y con una autoexigencia atroz frente a tus padres adoptivos, que te adoran. Pero necesitas destacar, ser la número uno; es la manera en la que crees que puedes competir con tus hermanos, hijos biológicos de tus adoptantes. Pero realmente para tus padres esa competencia no existe. Te quieren tanto como a sus hijos naturales, solo que tú no lo ves. 

        Pasan los años. Te marchas gracias a un programa de estudios a Tel Aviv, donde realizas la mayor parte de tus estudios universitarios y forjas amistades con dos mujeres cuyos abuelos sufrieron el Holocausto en Alemania. Adoras Israel y te empapas de su cultura. 

       Un buen día, ya de regreso en Alemania, casada, con hijos, estás haciendo una consulta en una biblioteca y cae en tus manos un libro cuya protagonista es tu madre. La reconoces enseguida. Comienzas a leer el libro con ansiedad y descubres lo inimaginable: tu madre es hija de Amon Göth, el terrible criminal nazi representado, estereotipadamente, por Ralph Fiennes en “La Lista de Schlinder”. Tu “querida abuelita” fue la amante del asesino, que no sólo sabía perfectamente lo que sucedía en el campo de trabajo a pocos metros de su casa, sino que fue testigo mudo, y responsable por indolencia, de muchos actos criminales.

      De eso trata “Mi abuelo me habría pegado un tiro”, buen libro de Jennifer Teege y Nikola Sellmair, que abre nuestros ojos a una realidad del Holocausto a veces olvidada: cómo se enfrentaron los alemanes a la memoria del horror. Aparte de lo extravagante de la historia, una mujer negra alemana, amante de la cultura judía y con profundas raíces emocionales en Israel, es nieta de uno de los grandes asesinos del Tercer Reich, al que además el cine se ha encargado de popularizar como ejemplo del horror; lo cierto es que es muy interesante conocer la respuesta de todo un colectivo a unos hechos innegablemente atroces.

    Nunca me había acercado al Holocausto desde este punto de vista, y sin embargo en sensacional para entender muchas cosas de la historia contemporánea europea. Teege narra su historia, sus emociones, y pone el acento en cómo asimilar que eres heredera directa de uno de los peores criminales del nazismo. Incluso puedes encontrar en youtube su patética y ridícula ejecución en la horca, porque el verdugo calcula más la longitud de la cuerda y el asesino debe ser colgado hasta tres veces antes de morir. Nikola Sellmair, excelente periodista y cronista, repasa con datos y hechos contrastados su testimonio, pone los puntos sobre las íes, y nos acerca a una realidad sociológica interesantísima. La primera generación de posguerra, la que se tuvo que enfrentar a que sus padres habían sido criminales nazis, optó por el silencio, por la vergüenza. Cuando tuvieron que tratar abiertamente el tema, mostraron o el rechazo más absoluto, renegando de sus padres y mostrándose muy beligerantes con el Tercer Reich; o trataron de defender y minimizar la responsabilidad paterna ante los crímenes. Es una generación que vivió en la mayor amargura, y sorprendentemente muchos de esos hijos terminaron no solo con depresiones crónicas sino suicidándose al no soportar la carga moral que se impusieron. La segunda generación, los nietos, sufrió el impacto de los hechos pero pudieron superarlo gracias, entre otras cosas, a que toda la nación comenzó a tratar el tema. Las siguientes, los bisnietos e incluso los tataranietos, se acercan al tema con otra mirada, sin sentirse implicados moralmente, y son los que, finalmente, han podido reconciliar al país con su pasado. 

     De todo esto trata el libro, que no es excepcional, ni una auténtica obra maestra, ni nada parecido. Bien al contrario, es una historia bien narrada, humilde y sin mayores pretensiones que servir de testimonio, pero con un final, desgraciadamente, demasiado edulcorado.

    “Mi abuelo me habría pegado un tiro”, de Teege y Sellmair, está editado en España por Nagrela Editores, Madrid, 2017. La traducción corre a cargo de Alberto Pérez Bondía. 

            

lunes, 5 de enero de 2009

Recomendando libros: Los hombres del Triángulo Rosa. Memoria de la barbarie

Hans Neumann es un escritor austriaco que firma bajo el pseudónimo de Heinz Heger. Es interesante lo de la nacionalidad porque los de La Casa del Libro no se han enterado y lo tiene clasificado como literatura francesa… En fin. Este escritor y documentalista conoció en los años sesenta a un homosexual que presenta con el sobrenombre de Joseph K. (un guiño a Kafka), y que vivió el horror de los campos de concentración nazi, del que Neumann escribe una biografía autorizada. Se titula Los hombres del triángulo rosa, Memorias de un homosexual en los campos de concentración nazi. El triángulo rosa es el distintivo que en la solapa y en una pernera del pantalón debían llevar los homosexuales en la Alemania de Hitler, así como en los territorios ocupados. Durante la barbarie que la Alemania Nacionalsocialista generó en Europa en los años 30 y 40, los homosexuales fueron, junto con los judíos y los gitanos, los que más sufrieron la descerebrada acción del terror. Sé que me van a entender, si leen esto como quiero expresarlo exactamente, si además añado que quizás los homosexuales fueron aún peor parados. ¿Por qué? Entre los propios detenidos en los campos, los homosexuales eran los parias, y todos, absolutamente todos, se sentían con derecho a maltratarlos y humillarlos. Encima, terminada la guerra, los pocos que habían sobrevivido no tuvieron derecho a reparación alguna, y ha sido exclusivamente desde la década de los 80 que se ha empezado, poco a poco, a recuperar su memoria, homenajearlos, y entregarles las pensiones que les correspondían. ¿Por qué? Porque eran homosexuales, un delito en Alemania y en la mayor parte de Europa cuando acabó la guerra. De alguna forma, se estaba diciendo que lo que se había hecho con los demás era horrible, pero que los homosexuales eran delincuentes comunes. Vale, de acuerdo, se había sido un poco duro con ellos, pero no se podía darles reparación alguna dado que su delito era real. ¿A que es repugnante? Por razones más o menos obvias, el tema me afecta y me interesa. Siempre he sentido un especial interés por el Holocausto, casi desde que siendo un niño mi madre me permitió ver la serie de televisión con ese nombre protagonizada, entre otros, por Vanesa Redgrave y Marisa Berenson. En cuanto a testimonios escritos que existen, este es de los pocos, junto con el libro de Pierre Seele titulado Yo, Pierre, Deportado Homosexual. El libro tiene algunas ventajas y muchas desventajas. La ventaja: es descarnado, y nos muestra el horror nazi en toda su extensión, acercándonos además a cómo es la vida cotidiana en un campo de concentración y cómo se organiza, lo cual lo convierte en un documento histórico excepcional. La desventaja, está narrado con demasiada frialdad, con demasiado desapasionamiento, con demasiada lejanía, y cuando trata de ser reivindicativo casi molesta, las reflexiones acerca de la inmoralidad del hecho resultan infantiles y fatuas. Cuando el protagonista reflexiona acerca de su situación, parece como si quisieran cargar las tintas sobre lo que no tiene ya tinta que cargar. Frases del tipo ¿Cómo me podían hacer eso por simplemente amar a una persona de mi mismo sexo? resulta tan vacía y lejana ante lo que se está contando, que a menudo sobran. El hecho del Holocausto, en sí, es tan terrible, el salvaje bestiario que representaron los alemanes que se dejaron seducir por el horror es tan despreciable, que nada de lo que se diga puede acentuar la onerosa sensación de asco que todo el proceso de los campos de concentración significa. Acrecienta el horror la sensación de desprecio que supone no haber reparado a estas víctimas durante más de cuarenta años. La mayor parte de los homosexuales que fueron recluidos en campos de concentración y sobrevivieron han fallecido sin ver reconocida en vida su calidad de víctimas. Hoy por fin se les reconoce. Hace poco se inauguró un monumento en su recuerdo en Berlín, donde ahora mismo sólo había una pequeña lápida en forma de triángulo rosa. Holanda acogía desde los 90 el que hasta ahora era el único existente. Sin embargo, lo recomiendo. En España está editado por Amaranto y viene avalado por el Ministerio de Cultura Austriaco. Termino con la foto de Erwin Schimitzek, preso gay en Auschwitz, muerto a los 23 años, para que le pongamos cara al horror. Hoy tendría aproximadamente 88 años. Se entiende que el triángulo rosa sea, ahora, el símbolo, en positivo, de la lucha del colectivo gay.

viernes, 24 de octubre de 2008

Dos arquitecturas alemanas 1949 - 1989. Excelente propuesta.

No me gusta hacer comentarios o reseñas de exposiciones o eventos que ya no pueden ir a ver los pocos amigos que se pasan por este blog, salvo en el caso de la ópera, donde por cuestiones de entradas ya suele estar todo el pescado vendido. Por falta de tiempo y exceso de trabajo no he podido contaros antes la magnífica exposición que pude ver en Madrid, concretamente en la Arquería de Nuevos Ministerios, titulada Dos Arquitecturas Alemanas: 1949 – 1989. Ha sido una de las grandes exposiciones del año en Madrid, lástima que aún la arquitectura no suela llamar a grandes cantidades de personas cuando se realizan estos eventos. Por ejemplo, se celebró la Semana de la Arquitectura, que incluía visitas a numerosos edificios y acceso a perspectivas urbanas de Madrid casi desconocidas, y no fue exactamente muy publicitado. Esta exposición se mantuvo pocos días, y terminó el 12 de octubre. Yo la pude contemplar la semana anterior, y salí muy contento. ¿Qué pudimos conocer? Cómo dos naciones que se erigían en “la verdadera Alemania” realizaron dos sistemas arquitectónicos diferenciados, debidos a un programa, en principio, y a unas tesis constructivas muy diferenciadas. La Alemania Federal, con más medios y posibilidades, iniciaba en 1949 un camino estético que la alejaba en todo lo posible de la tradición, que entendían contaminada por el nazismo del que era necesario distanciarse, como si eso le hubiera sucedido a otros o hubiera sido una mala gripe. Ese camino estético pasaba por echarse en manos de las tendencias americanas y norteuropeas, para muy poco después (apenas una década) conformar una corriente estética y un estilo contemporáneo independiente, una suerte de Escuela Alemana de Arquitectura. La Alemania del Este (me cuesta tanto poner eso de Democrática), sin embargo, decidía no romper con esa tradición –Stalin estaba ahí, y esa tradición en la que se había regodeado el nazismo era también la que a él le interesaba, dicho muy a la ligera, lo sé- sino valerse de ella, para conformar con mucha más dificultad una estética propia, pues la onerosa presencia de la estética soviética acompañó al país hasta el final. En ese camino, aciertos y desaciertos. La Alemania Federal parece ganar por goleada, pero cuando se trata de espacios públicos, funcionales o grandilocuentes, o por la arquitectura docente, la Alemania de Este, fiel a su programa de colectivización, triunfa claramente, o el excepcional ejemplo de la Sede de la Filarmónica. Dos estéticas contrapuestas, dos estilos nacionales que optaban por ser el más puro ejemplo de germanicidad, que se ven aquí, por fin, las caras, en una exposición clarificadora que ya se ha visto en otros lugares de España y creo seguirá paseando por nuestra geografía, si los organizadores no se terminan enfadando porque en la exposición de Madrid se rompieron de manera sangrante dos de los paneles, que de igual sangrante forma intentaron ser escondidos con cinta adhesiva oscura y cutredad. Por lo demás, muy bueno el diseño de la exposición, que si bien es demasiado grande (no puede ser menos) se distribuye por tipologías, en enormes paneles, y si quieres ver más al detalle unos planeros en los que toda una serie de imágenes, a las que tú accedes abriendo el mueble, están impresas sobre planchas metálicas (o sobre otro material perfectamente adherido al metal hasta parecer lo primero). Además excelentes maquetas que nos daban una clarísima muestra de lo que allí se cocía.

Ahora sería interesante que mis amigos del joven estudio Aroca & Baudet Arquitectos ilustraran esta entrada con un comentario.