He ido a ver en Madrid esta exposición "estrella", una de esas muestras "de alquiler" que van recorriendo Europa y cuyo fin es ser contempladas por decenas de miles de personas. Nada que objetar, ojo. Este sistema de "Exposiciones en Franquicia", como yo las denomino, hace mucho por el desarrollo y la expansión de la cultura, aunque podemos encontrar de todo. Desde la exposición de los instrumentos de tortura, hasta la de Bodies, tan espantosa que he estado un mes dudando si ilustrárosla en el blog o no (ha ganado el no). Es un nuevo negocio, un nuevo sistema de cultura, a veces es más blanco e inocente (este es más o menos el caso) a veces es más despreciable. Pero por principio, no tengo nada en contra.
¿De qué trata? El arqueólogo submarino Franck Goddio lleva una década dedicado a recuperar objetos de la cultura egipcia (y de paso de otras culturas) en la bahía este de Alejandría y en la de Abukir. Su principal fuente de trabajo son barcos hundidos (los pecios como ahora sabemos que se denominan) y las ruínas de algunas ciudades o zonas urbanas desaparecidas por una ola de terremotos que al parecer acaeció, siglo arriba siglo abajo, en la frontera de nuestra Era.
La exposición está bien, quien quiera verla no saldrá defraudado, pero yo salí algo desencantado y con mucho agobio. ¿Por qué? Para empezar, había demasiada gente, y la mayor parte de las 500 piezas expuestas son muy pequeñas. A mí la aglomeración de personas en una exposición o museo me agobia, y me impide la más mínima concentración.
En segundo lugar, otra cuestión más personal que otra cosa, la mayor parte de las piezas debidas a la cultura egipcia datan del periodo Ptolemáico, es decir, un mundo de fusión entre lo griego, lo romano y lo egipcio. Realmente, no es el que más me interesa de la historia de Egipto, yo soy de los Ramsés, los Tutmosis, y toda la parentela; es decir, de los Imperios Antiguo y Medio principalmente. Es la cultura egipcia que más me llama la atención, aquí la presencia de los cánones griegos es demasiado latente.Además, hay demasiadas piezas. No necesito una vitrina con 8 cuencos exactamente iguales, con uno sólo me basta, y así suma y sigue, especialmente con las monedad y las piezas de joyería. Sé que si vas a cobrar 11 euros por la entrada, tienes que hacer una exposición al peso, pero no hace falta, y la museología contemporánea tiende a lo contrario: exposiciones pequeñas, que se puedan disfrutar, bien organizadas. Las que ya he comentado en el Prado sobre el retrato renacentista y sobre todo la dedicada a Joan Miró en el Thyssen son un clarísimo ejemplo.
Por último, la exposición, que insisto merece la pena, no acaba de tener una buena organización. Lo lógico, dada la procedencia de las piezas, es que el tema fuera, en sí misma, la arqueología submarina. Daría mucho juego, se aprendería mucho, y además se podrían ilustrar elementos de la historia egipcia. Pero los organizadores prefieren que sea al revés: la historia y cultura egipcias como hilos narrativos y para ilustrar algunas anotaciones sobre arqueología submarina. Entonces pasa que no tienen suficientes obras para ejemplificar todos los temas que eligen, y se queda corta, teniendo en cuenta además que no se puede hablar, aunque ellos lo hacen, de la cultura egipcia cuando sólo tienes piezas de un periodo muy concreto y algún ejemplillo, por lo demás menor, de otras etapas. Es algo así como si hubieran ido reuniendo las piezas en lotes, y a partir de sus sumilitudes crear los conjuntos expositivos, cuando la cosa debería ser al revés: primero hago el ideograma de la muestra, y luego añado las piezas que lo ejemplifiquen. Hacia el final de la exposición, un mercadillo de piezas bizantinas, árabes, etc.; con las que no saben qué hacer, y uno no entiende que pintan allí, y el área final simplemente de grandes piedras que nos sobran.
Por cierto que tengo algo que decir del lugar, el Matadero de Legazpi. Si bien la recuperación de entornos arquitectónicos me parece en general muy buena y beneficiosa, algunos elementos conceptuales, muy muy modernos (o como diría Forges, modelnos, y sé que me entendéis), molestan al espectador y no dicen ni aportan nada. Así que los graffitis que podemos ver en las paredes interiores, anodinos por su reiteración, inaguantables por su suciedad, vacuos por su falta de significado, deberían de desaparecer. No todo en el arte es bueno, y eso también se aplica a los graffitis, estos son espantosos y no tienen el más mínimo valor, ni siquiera testimonial. Sólo las ínfulas de los que gestionan el entorno les han dado protagonismo, pero sospecho que el sustrato intelectual que da base a esa concepción es miserable y mediocre.
¿De qué trata? El arqueólogo submarino Franck Goddio lleva una década dedicado a recuperar objetos de la cultura egipcia (y de paso de otras culturas) en la bahía este de Alejandría y en la de Abukir. Su principal fuente de trabajo son barcos hundidos (los pecios como ahora sabemos que se denominan) y las ruínas de algunas ciudades o zonas urbanas desaparecidas por una ola de terremotos que al parecer acaeció, siglo arriba siglo abajo, en la frontera de nuestra Era.
La exposición está bien, quien quiera verla no saldrá defraudado, pero yo salí algo desencantado y con mucho agobio. ¿Por qué? Para empezar, había demasiada gente, y la mayor parte de las 500 piezas expuestas son muy pequeñas. A mí la aglomeración de personas en una exposición o museo me agobia, y me impide la más mínima concentración.
En segundo lugar, otra cuestión más personal que otra cosa, la mayor parte de las piezas debidas a la cultura egipcia datan del periodo Ptolemáico, es decir, un mundo de fusión entre lo griego, lo romano y lo egipcio. Realmente, no es el que más me interesa de la historia de Egipto, yo soy de los Ramsés, los Tutmosis, y toda la parentela; es decir, de los Imperios Antiguo y Medio principalmente. Es la cultura egipcia que más me llama la atención, aquí la presencia de los cánones griegos es demasiado latente.Además, hay demasiadas piezas. No necesito una vitrina con 8 cuencos exactamente iguales, con uno sólo me basta, y así suma y sigue, especialmente con las monedad y las piezas de joyería. Sé que si vas a cobrar 11 euros por la entrada, tienes que hacer una exposición al peso, pero no hace falta, y la museología contemporánea tiende a lo contrario: exposiciones pequeñas, que se puedan disfrutar, bien organizadas. Las que ya he comentado en el Prado sobre el retrato renacentista y sobre todo la dedicada a Joan Miró en el Thyssen son un clarísimo ejemplo.
Por último, la exposición, que insisto merece la pena, no acaba de tener una buena organización. Lo lógico, dada la procedencia de las piezas, es que el tema fuera, en sí misma, la arqueología submarina. Daría mucho juego, se aprendería mucho, y además se podrían ilustrar elementos de la historia egipcia. Pero los organizadores prefieren que sea al revés: la historia y cultura egipcias como hilos narrativos y para ilustrar algunas anotaciones sobre arqueología submarina. Entonces pasa que no tienen suficientes obras para ejemplificar todos los temas que eligen, y se queda corta, teniendo en cuenta además que no se puede hablar, aunque ellos lo hacen, de la cultura egipcia cuando sólo tienes piezas de un periodo muy concreto y algún ejemplillo, por lo demás menor, de otras etapas. Es algo así como si hubieran ido reuniendo las piezas en lotes, y a partir de sus sumilitudes crear los conjuntos expositivos, cuando la cosa debería ser al revés: primero hago el ideograma de la muestra, y luego añado las piezas que lo ejemplifiquen. Hacia el final de la exposición, un mercadillo de piezas bizantinas, árabes, etc.; con las que no saben qué hacer, y uno no entiende que pintan allí, y el área final simplemente de grandes piedras que nos sobran.
Por cierto que tengo algo que decir del lugar, el Matadero de Legazpi. Si bien la recuperación de entornos arquitectónicos me parece en general muy buena y beneficiosa, algunos elementos conceptuales, muy muy modernos (o como diría Forges, modelnos, y sé que me entendéis), molestan al espectador y no dicen ni aportan nada. Así que los graffitis que podemos ver en las paredes interiores, anodinos por su reiteración, inaguantables por su suciedad, vacuos por su falta de significado, deberían de desaparecer. No todo en el arte es bueno, y eso también se aplica a los graffitis, estos son espantosos y no tienen el más mínimo valor, ni siquiera testimonial. Sólo las ínfulas de los que gestionan el entorno les han dado protagonismo, pero sospecho que el sustrato intelectual que da base a esa concepción es miserable y mediocre.
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