He dejado para el final la que me parece una de las mejores exposiciones que se ha organizado en Madrid en el presente año, teniendo en cuenta tanto la presencia en el Reina Sofía de los fondos del Museo Picasso de París como las que el Museo Thyssen dedicó a Modigliani, y tantas otras (por ejemplo la muestra sobre el mundo etrusco que se presentó en el Museo Arqueológico Nacional). Sobre el Museo del Prado opino poco porque, en general, me parece que tras el –para mí- bluff que resultó el año pasado la exposición de Tintoretto, en general las muestras que ha organizado desde entonces me han parecido temáticamente aburridas y monótonas, quizás alguien debería hacer algo con la política expositiva de nuestra primera pinacoteca, y ahí lo dejo.
La Exposición que tanto me ha impresionado, aunque todo hay que decirlo, yo iba preparado para que me impresionara, es la que el Museo Thyssen está presentando dedicada a Joan Miró, con el título de Tierra. Digo que iba yo preparado para que me impresionara porque no en vano es Miró uno de los pintores que más me gusta e interesa del panorama artístico contemporáneo, dejando atrás a los dos nombres con los que siempre se asocia dentro del arte español (Picasso y Dalí), y realmente muy por encima de todos los demás.
¿Por qué Tierra? Tomo prestadas (no suelo hacerlo, pero es que está francamente bien explicado) unas palabras del folleto de la exposición: ”Tierra”, para Miró, quiere decir su tierra, Cataluña; pero es también una clave que le permite acceder a ciertos valores y cualidades propios de las culturas rurales, como la fertilidad, la sexualidad, la fábula o la desmesura. Tiene que ver, por otra parte, con la búsqueda de lo ancestral y lo primitivo. En términos de lenguaje pictórico, lo terrestre se manifiesta como una desconfianza por la forma y una propensión a experimentar con la materia. Lo firmo todo salvo la primera idea, que si bien no es incorrecta, me parece que tendría que matizarse. Y si no, mírese la exposición, véase, es bien cierto, la fuerte presencia de lo catalán y de Cataluña, pero también muy de cerca la presencia de lo español. Quizás habría que decir algo al respecto, pero no soy yo, ni mucho menos, un especialista.
La exposición cuenta con 70 obras repartidas en siete grandes bloques, todos ellos introducidos por una frase del propio autor. El primer bloque se titula Mont Roig, y hace referencia a la Masía que los Miró tenían en esa localidad de Tarragona. Es un Miró que pinta entre 1918 y 1919 paisajes minuciosos, en los que lo rural tiene una sobreexposición que casi llega a la exaltación gloriosa, y que dejan bien claro que estamos ante un pintor que busca su propio lenguaje artístico, su propio interés estético (ahí está la sombra de las vanguardias y del cubismo todavía levemente entendidos) pero que también está enraizado en la tradición pictórica precedente (los paisajes animados). Están ya algunas de las obsesiones que Miró desplegará a lo largo de su carrera, como los elementos simbólicos de la fertilidad, que lo son, al fin y al cabo, de una feroz sexualidad. Personalmente, me gustó mucho Huerto con asno ¡Qué semillas se engendraban ya en Miró!
La segunda etapa que la exposición propone para la carrera de Miró se desarrolla a partir de 1920, y se titula Trasparencias Animadas. Tras su contacto con los círculos de vanguardia de París, muy especialmente con los dadaístas, los surrealistas y tras descubrir a Klee, esta época empieza a significar la generación del discurso estético que Miró no abandonará nunca. Se acaba la figuración concreta, a favor de otra, más expresiva y abstracta, sin dejar de ser figuración. Sin abandonar sus ideas principales, su idea de tierra, de elementos básicos, sus ideas reconocibles, su pintura comienza a desmaterializarse, a volverse transparente. Un prometedor caballo blanco anima el lienzo Tierra Labrada, uno de los que más me impresionó por el desfile de ideas, personajes, y el fuerte movimiento. De ese período me impresionó también, muchísimo, por lo macizo de la imagen y el fuerte ruralismo, el cuadro La masovera, de un sombrío tono oscuro.
Entre 1924 y 1929 sitúan los organizadores de la muestra el siguiente periodo, al que titulan Paisajes del origen. Un Miró renovado, que destruye gran parte de su obra anterior, lector de Nietzsche y que quiere dotar a su trabajo de una nueva ética, de un discurso rompedor, simplifica aún más la forma, elige grandes fondos en tonos puros y monocromos, las composiciones son casi infantiles, primitivas, incluso africanas (no es extraño, por otra parte). Liebre, gallo, conejo y flor es un claro ejemplo, dentro de un grupo de siete paisajes que pintará en 1927 y se consideran el clímax del período. También en esta parte de la exposición hay al menos dos lienzos que yo no habría colocado jamás, pero si se echa un vistazo a quién es su propietario, se entiende por qué están. Es el precio que hay que pagar. Me parecen un error. Y no digo más, sólo doy pistas.
Entre 1929 y 1932 Joan Miró se convierte, según sus propias palabras, en un asesino de la pintura. En medio de una fuerte crisis creativa, deja de pintar e investiga en el collage, el dibujo, los montajes, la escultura… Soportes con tanto relieve, con una textura tan rugosa y sólida, que impide un buen desarrollo de la mano creadora, materiales extravagantes… Rupturas, incoherencias, hipérboles… El asesinato de las bellas artes, del buen gusto, de la dictadura del comprador. La creación se crispa, pero también se estiliza. Ahí siguen las enormes vaginas, los penes en erección siniestros, el sexo salvaje y desaforado, y sigue el dolor, la reflexión humanista, pero muy escondida, muy perdida, sin rumbo. Esta etapa se llama Polimorfismos.
Figuras Plutónicas nos da una visión del trabajo del artista entre 1932 1940. Años convulsos en los que Miró regresa a la pintura, con un discurso más claro, materiales diferentes, grandes fondos ocres en los que se introducen figuras muy sencillas. Son sus pinturas salvajes, en las que aparecen materiales como cartón, cobre, masonite, alquitrán, arena, y demás elementos que dificultan enormemente el trabajo de los restauradores y conservadores. Emocionalmente la renovación material viene de la mano de figuras que se ablandan, se retuercen, se deshumanizan. Dicen los encargados del catálogo que son como muertos en el Reino de Plutón. La humanidad se ha vuelto loca, hay guerra en España, se adivina la guerra mundial, los fascismos, el comunismo… Miró deshumaniza su arte, en un mundo deshumanizado. Dos ejemplos claros son Pintura y, sobre todo Dos Mujeres en el que la rabia de los personajes refleja la amargura de una época. Pero soy incapaz de encontrar la obra en Internet. Tampoco hay que desdeñar su Cabeza de Toro tan alejada de las tauromaquias épicas de otros autores. No he encontrado la que quería, pero esta, de 1970, vale también para expresar exactamente lo que quiero decir.
A partir de 1940 Joan Miró se reinstala en España y dispuesto a llegar al espíritu del los otros hombres, puso en duda el trabajo sobre caballete, y dirigió su atención hacia la cerámica, la escultura, y el arte popular. Conoce y comienza su fructífera relación artística con Josep Llorens Artigas, que lo pone en contacto con técnicas tradicionales, que emplearán para un arte nuevo, un arte de taller, que quisiera ser desconocido, anónimo, aunque no puede. Empleando materiales puros, como la piedra, el hueso, la madera, sin importarle los errores o los rotos, apoyándose incluso en ellos, el arte materializa una dialéctica entre lo formal, lo expositivo, lo emocional, lo sensorial y lo visual. Causalidad y casualidad en aras de un proyecto estético de gran envergadura. Mi obra favorita: El pájaro de plumaje rojizo anuncia la aparición de la mujer de belleza cegadora, pero no hay manera de encontrarla en Internet, así que la sustituyo por esta: Mujer.
Desde los años 50 al final de sus días Joan Miró se convierte en uno de los más cotizados artistas del planeta, y posiblemente en uno de los más importantes de la historia. Se traslada a vivir a Mallorca, donde Sert le ha diseñado un taller a su medida, y su obra se inunda de elementos universales: el paso del tiempo, la vida, la muerte; sin dejar atrás las ancestrales enseñanzas de la tierra, de la naturaleza. Un Miró a ratos destructivo y terrible, desasosegado, descarnado y desencantado, descreído y desposeído de esperanza. De esa destrucción sale creación, un universo personal que se hizo de todos, que se introdujo en el imaginario iconográfico del siglo XX y ya pertenece al repertorio visual de todos. Un Miró que, hasta el fin de sus días, investigó, innovó, renovó, dislocó y transgredió. Aquí está su famosa Mujer y pájaro, bueno, una de tantas, pues el tema se repitió mucho.
Joan Miró es, para mí, uno de los pintores no sólo más reconocibles, sino más emocionales. Su manera de pintar refleja, en cada momento, sus estados de ánimo. Lo que sucede a su alrededor, lo que le sucede a él, lo que sucede al mundo, tiene mucho que ver con los colores, las formas, las composiciones que salen de su paleta. Recuerdo que una de las experiencias estéticas y emocionales más fuertes de mi vida la tuve en la Fundación Miró, en Barcelona, contemplando un conjunto de cuadros del artista que me desasosegaron, y no era más que lo que el público llamaría “manchas de colores”… Tiempo después descubrí que esos cuadros fueron pintados mientras Joan Miró sufría una dolorosa pérdida personal. Esas manchas de colores eran su rabia, sus lágrimas, su amargura, e impresionaron totalmente a un, por entonces, jovencísimo espectador, pues no tenía yo más de 18 años. Desde entonces, mi pasión por este artista no ha ido más que en aumento. Sin Miró el arte hubiera avanzado más despacio. Es el cimiento del expresionismo abstracto, y su diálogo continuo con otros artistas, incluso con los que no lo reconocen, es crucial. Posiblemente es el creador más influyente del siglo XX, con el permiso de Picasso. Permítanme terminar con una obra que desde 1973 está en las calles de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, y forma parte de mi memoria vital, y de las huellas de mi retina. La Mujer Botella. Esta vez no hay vídeo.
La Exposición que tanto me ha impresionado, aunque todo hay que decirlo, yo iba preparado para que me impresionara, es la que el Museo Thyssen está presentando dedicada a Joan Miró, con el título de Tierra. Digo que iba yo preparado para que me impresionara porque no en vano es Miró uno de los pintores que más me gusta e interesa del panorama artístico contemporáneo, dejando atrás a los dos nombres con los que siempre se asocia dentro del arte español (Picasso y Dalí), y realmente muy por encima de todos los demás.
¿Por qué Tierra? Tomo prestadas (no suelo hacerlo, pero es que está francamente bien explicado) unas palabras del folleto de la exposición: ”Tierra”, para Miró, quiere decir su tierra, Cataluña; pero es también una clave que le permite acceder a ciertos valores y cualidades propios de las culturas rurales, como la fertilidad, la sexualidad, la fábula o la desmesura. Tiene que ver, por otra parte, con la búsqueda de lo ancestral y lo primitivo. En términos de lenguaje pictórico, lo terrestre se manifiesta como una desconfianza por la forma y una propensión a experimentar con la materia. Lo firmo todo salvo la primera idea, que si bien no es incorrecta, me parece que tendría que matizarse. Y si no, mírese la exposición, véase, es bien cierto, la fuerte presencia de lo catalán y de Cataluña, pero también muy de cerca la presencia de lo español. Quizás habría que decir algo al respecto, pero no soy yo, ni mucho menos, un especialista.
La exposición cuenta con 70 obras repartidas en siete grandes bloques, todos ellos introducidos por una frase del propio autor. El primer bloque se titula Mont Roig, y hace referencia a la Masía que los Miró tenían en esa localidad de Tarragona. Es un Miró que pinta entre 1918 y 1919 paisajes minuciosos, en los que lo rural tiene una sobreexposición que casi llega a la exaltación gloriosa, y que dejan bien claro que estamos ante un pintor que busca su propio lenguaje artístico, su propio interés estético (ahí está la sombra de las vanguardias y del cubismo todavía levemente entendidos) pero que también está enraizado en la tradición pictórica precedente (los paisajes animados). Están ya algunas de las obsesiones que Miró desplegará a lo largo de su carrera, como los elementos simbólicos de la fertilidad, que lo son, al fin y al cabo, de una feroz sexualidad. Personalmente, me gustó mucho Huerto con asno ¡Qué semillas se engendraban ya en Miró!
La segunda etapa que la exposición propone para la carrera de Miró se desarrolla a partir de 1920, y se titula Trasparencias Animadas. Tras su contacto con los círculos de vanguardia de París, muy especialmente con los dadaístas, los surrealistas y tras descubrir a Klee, esta época empieza a significar la generación del discurso estético que Miró no abandonará nunca. Se acaba la figuración concreta, a favor de otra, más expresiva y abstracta, sin dejar de ser figuración. Sin abandonar sus ideas principales, su idea de tierra, de elementos básicos, sus ideas reconocibles, su pintura comienza a desmaterializarse, a volverse transparente. Un prometedor caballo blanco anima el lienzo Tierra Labrada, uno de los que más me impresionó por el desfile de ideas, personajes, y el fuerte movimiento. De ese período me impresionó también, muchísimo, por lo macizo de la imagen y el fuerte ruralismo, el cuadro La masovera, de un sombrío tono oscuro.
Entre 1924 y 1929 sitúan los organizadores de la muestra el siguiente periodo, al que titulan Paisajes del origen. Un Miró renovado, que destruye gran parte de su obra anterior, lector de Nietzsche y que quiere dotar a su trabajo de una nueva ética, de un discurso rompedor, simplifica aún más la forma, elige grandes fondos en tonos puros y monocromos, las composiciones son casi infantiles, primitivas, incluso africanas (no es extraño, por otra parte). Liebre, gallo, conejo y flor es un claro ejemplo, dentro de un grupo de siete paisajes que pintará en 1927 y se consideran el clímax del período. También en esta parte de la exposición hay al menos dos lienzos que yo no habría colocado jamás, pero si se echa un vistazo a quién es su propietario, se entiende por qué están. Es el precio que hay que pagar. Me parecen un error. Y no digo más, sólo doy pistas.
Entre 1929 y 1932 Joan Miró se convierte, según sus propias palabras, en un asesino de la pintura. En medio de una fuerte crisis creativa, deja de pintar e investiga en el collage, el dibujo, los montajes, la escultura… Soportes con tanto relieve, con una textura tan rugosa y sólida, que impide un buen desarrollo de la mano creadora, materiales extravagantes… Rupturas, incoherencias, hipérboles… El asesinato de las bellas artes, del buen gusto, de la dictadura del comprador. La creación se crispa, pero también se estiliza. Ahí siguen las enormes vaginas, los penes en erección siniestros, el sexo salvaje y desaforado, y sigue el dolor, la reflexión humanista, pero muy escondida, muy perdida, sin rumbo. Esta etapa se llama Polimorfismos.
Figuras Plutónicas nos da una visión del trabajo del artista entre 1932 1940. Años convulsos en los que Miró regresa a la pintura, con un discurso más claro, materiales diferentes, grandes fondos ocres en los que se introducen figuras muy sencillas. Son sus pinturas salvajes, en las que aparecen materiales como cartón, cobre, masonite, alquitrán, arena, y demás elementos que dificultan enormemente el trabajo de los restauradores y conservadores. Emocionalmente la renovación material viene de la mano de figuras que se ablandan, se retuercen, se deshumanizan. Dicen los encargados del catálogo que son como muertos en el Reino de Plutón. La humanidad se ha vuelto loca, hay guerra en España, se adivina la guerra mundial, los fascismos, el comunismo… Miró deshumaniza su arte, en un mundo deshumanizado. Dos ejemplos claros son Pintura y, sobre todo Dos Mujeres en el que la rabia de los personajes refleja la amargura de una época. Pero soy incapaz de encontrar la obra en Internet. Tampoco hay que desdeñar su Cabeza de Toro tan alejada de las tauromaquias épicas de otros autores. No he encontrado la que quería, pero esta, de 1970, vale también para expresar exactamente lo que quiero decir.
A partir de 1940 Joan Miró se reinstala en España y dispuesto a llegar al espíritu del los otros hombres, puso en duda el trabajo sobre caballete, y dirigió su atención hacia la cerámica, la escultura, y el arte popular. Conoce y comienza su fructífera relación artística con Josep Llorens Artigas, que lo pone en contacto con técnicas tradicionales, que emplearán para un arte nuevo, un arte de taller, que quisiera ser desconocido, anónimo, aunque no puede. Empleando materiales puros, como la piedra, el hueso, la madera, sin importarle los errores o los rotos, apoyándose incluso en ellos, el arte materializa una dialéctica entre lo formal, lo expositivo, lo emocional, lo sensorial y lo visual. Causalidad y casualidad en aras de un proyecto estético de gran envergadura. Mi obra favorita: El pájaro de plumaje rojizo anuncia la aparición de la mujer de belleza cegadora, pero no hay manera de encontrarla en Internet, así que la sustituyo por esta: Mujer.
Desde los años 50 al final de sus días Joan Miró se convierte en uno de los más cotizados artistas del planeta, y posiblemente en uno de los más importantes de la historia. Se traslada a vivir a Mallorca, donde Sert le ha diseñado un taller a su medida, y su obra se inunda de elementos universales: el paso del tiempo, la vida, la muerte; sin dejar atrás las ancestrales enseñanzas de la tierra, de la naturaleza. Un Miró a ratos destructivo y terrible, desasosegado, descarnado y desencantado, descreído y desposeído de esperanza. De esa destrucción sale creación, un universo personal que se hizo de todos, que se introdujo en el imaginario iconográfico del siglo XX y ya pertenece al repertorio visual de todos. Un Miró que, hasta el fin de sus días, investigó, innovó, renovó, dislocó y transgredió. Aquí está su famosa Mujer y pájaro, bueno, una de tantas, pues el tema se repitió mucho.
Joan Miró es, para mí, uno de los pintores no sólo más reconocibles, sino más emocionales. Su manera de pintar refleja, en cada momento, sus estados de ánimo. Lo que sucede a su alrededor, lo que le sucede a él, lo que sucede al mundo, tiene mucho que ver con los colores, las formas, las composiciones que salen de su paleta. Recuerdo que una de las experiencias estéticas y emocionales más fuertes de mi vida la tuve en la Fundación Miró, en Barcelona, contemplando un conjunto de cuadros del artista que me desasosegaron, y no era más que lo que el público llamaría “manchas de colores”… Tiempo después descubrí que esos cuadros fueron pintados mientras Joan Miró sufría una dolorosa pérdida personal. Esas manchas de colores eran su rabia, sus lágrimas, su amargura, e impresionaron totalmente a un, por entonces, jovencísimo espectador, pues no tenía yo más de 18 años. Desde entonces, mi pasión por este artista no ha ido más que en aumento. Sin Miró el arte hubiera avanzado más despacio. Es el cimiento del expresionismo abstracto, y su diálogo continuo con otros artistas, incluso con los que no lo reconocen, es crucial. Posiblemente es el creador más influyente del siglo XX, con el permiso de Picasso. Permítanme terminar con una obra que desde 1973 está en las calles de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, y forma parte de mi memoria vital, y de las huellas de mi retina. La Mujer Botella. Esta vez no hay vídeo.
2 comentarios:
Te sigue gustando la pintura y la escultura fea. Como no tienes ni idea de pintura se te perdona. Ya lo arreglaremos en un duelo. Por cietrto, soy Julio, ALCAIDE. He leído que ya no participas en La Tertulia. Yo no lo hago porque mis dos hijos me quitan todo el tiempo, pero no sé cuál es tu motivo. ¿Has tenido hijos? ¿Con el Trevi?. Anda, cuéntame algo a mi email, que tienes varios. Un abrazo muy fuerte.
¡Serás cabronazo! jajajajaj Lo cierto es que tanto en la exposición como escribiendo esto me acordaba mucho de ti. Te prometo que entre esta tarde y mañana te cae un email mío. Gracias por entrar!
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