Me he estrenado en el coquetísimo Teatro de Rojas de Toledo, un joyerito que me ha encantado, vamos, una bombonera. No tengo ni idea de cuántas plazas tiene, pero es el teatro más pequeño en el que yo he estado, y debe andar por el mismo tamaño que el de Ourense, que tanto me gustó hace un año cuando lo pude visitar.
Dentro del ciclo de teatro clásico, que presenta interesantísimas obras, la pieza escogida para comenzar ha sido Hamlet, de William Shakespeare. La compañía Centro de Nuevas Creaciones firma una producción dirigida por Juan Diego Botto, con Dramaturgia de Borja Ortíz de Gondra y el mismo Juan Diego Botto. Por la razón que sea, en lugar de usar una traducción crítica actual, que las hay y muy buenas, se decantan por la firmada en el siglo XVIII por Leandro Fernández de Moratín. Se nota, le falto cierta exactitud.
Trataré de ser muy breve. La puesta en escena me gustó, pero resultaba algo anticuada: toda la escena en gris con la sola presencia de dos tronos al fondo y un contínuo juego con una sábana de seda que se utiliza para varias cosas. Bueno, está visto, pudieron haber picado algo más alto. En algún momento los personajes aparecían desordenados, sin un sentido claro del espacio, pero fueron los menos. EL diseño de producción, basado en una extrapolación del drama al siglo XIX, ya la conocemos, es más, es burdamente parecida en lo que a vestuario se refiere a la presentada por Kenneth Branagh para el cine, pero sin aquella voluptuosidad visual.
Me hizo gracia el uso de un mismo actor para varios papeles, al más puro estilo del Siglo XVII.
Bueno, Juan Diego Botto. Este chico lleva años vendiéndose como eximio actor, y está muy lejos de ello. Su cadencia era monótona y espantosa, su proyección puros gritos descarnados, tiene un pequeñísimo repertorio de expresiones de las que abusa hasta la exasperación. No sabe recitar en verso, se pierde, la dicción es penosa, lucha contínuamente con su acento argentino y le sale algo parecido al gallego... Finalmente destacaba entre los demás no por lo que él querría, sino por estar absolutamente fuera de papel y de estilo. Su tono, a veces ridículo, hacía que el público rompiera a carcajadas en momentos muy dramáticos, como cuando rechaza a Ofelia con el conocido ¡Vete a un convento! (el público se rió a gusto). La escena en la que dialoga con el fantasma de su padre fue patética: el actor Jordi Dauder ha grabado la parte, sin necesidad de proyectar la voz. Frente a él, un Botto desgañitándose, a grito puro y casi doloroso, la entonación inexistente. Sus pausas carecen de sentido y no tienen nada que ver con lo que Shakespeare exige, eran a la buena de dios. Uno piensa ¿no tenía un director que lo centrara y frenara? No. Porque el director es él. A eso hay que sumarle una presencia escénica penosa al estar en un grado de delgadez que parece anorexia. Lo peor: olvidaba el texto una y otra vez, y se notaba, y el momento más poco disculpable, en medio del celebérrimo monólogo Ser o no Ser, cuyo resultado fue inenarrable, sin la más mínima emoción. Como dijo Dorothy Azner de Katharine Hepburn en una ocasión, Botto desplegó todo su repertorio de emociones, de la A a la B.
Shakespeare no merecía esto. Espero que si ya han presentado en Madrid, la crítica diga lo que este montaje se merece, aunque como muchos de los implicados, Botto por delante, forman parte del Equipo Médico Habitual (yo me entiendo) sospecho que leeremos grandes elogios. De hecho ya he repasado una en ABC del estreno en Almagro, y tiene la solvencia de cometer dos errores garrafales describiendo la obra y a los personajes... Así que como para creérsela entera... Al final 5 salidas a saludar (inmerecidas y artificiales) dos o tres miembros del público que se fueron durante la representación (yo no porque estaba con amigos y me daba algo de vergüenza dejarlos solos) y algún ocasional pateo, entre ovaciones intensas pero no excesivas.
Por cierto, Horacio es aquí negro... ¿Explicación? Correcto actor, sin embargo, quien lo encarnó, Emilio Buale.
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