La (para mí) recién descubierta Fundación ICO dedica una magnífica exposición al arquitecto francés Dominique Perrault, gran autor que se ha dibujado en los últimos años como uno de los grandes de la arquitectura internacional. La exposición no es ni exhaustiva ni agotadora, y se centra en los últimos diez años -si no me perdí nada- de la obra de Perrault. La sala principal muestra la obra en España del arquitecto, la segunda a su obra internacional. La exhibición comienza con un amplio texto de Perrault en el que deja clara su concepción de la arquitectura, y también de paisaje, de entorno, o de ciudad. Especialmente atractiva, en los tiempos que corren, es su reflexión acerca de la historia y que cito de memoria, viniendo a decir algo así como que no entiende por qué la arquitectura contemporánea, o más bien los arquitectos contemporáneos, han abandonado el concepto de historia en favor del de geografía, amputando así una parte fundamental no sólo al proceso creativo, sino también al concepto mismo de aruqitectura. No sólo es una declaración, también es un hecho en la obra de Perrault, donde la tradición histórica, con mayúsculas, y el hecho histórico del concepto ciudad están presente, en una dialéctica continua entre entorno, paisaje, realidad, pasado, presente, futuro y expresión.
Dominique Perrault no se queda sólo en eso, sino que además quiere construir una arquitectura que se convierte en hecho social, entendido este como lugar de intercambio entre seres humanos, y también una arquitectura de espacios íntimos, donde, como no podía ser menos, el edificio no se olvida de la definición más concisa y correcta de la arquitectura: la articulación del ser humano en el espacio.
Buscar constantes en Perrault es más sencillo de lo que a priori parece, o yo soy un chico muy listo... Evidentemente no es eso, al menos con el sentido irónico con que lo he escrito: las constantes están ahí, ya sea en arquitecturas enterradas, soterradas o realzadas.
Volúmenes puros en geometrías yuxtapuestas, colores diversos con especial mención de platas y dorados, e incluso tonos en principio "antiurbanos"; espacios diáfanos, presencias físicas serenas (el exponente es la Bibliteca Nacional de Francia, en París. Espacios de formas inmutables que, pese a la transparencia, implican intangibilidad y temporalidad. Por encima de todo, un redescubrimiento del metal, como sede, definición, cubrimiento, disfraz, cómo y por qué.
El Madrid Olímpico con su Centro de Tenis, el Tenerife moderno de la actuación en la Playa de las Teresitas, el Palacio de Congresos de León; sólo son algunas de las intervenciones de Perrault en España; que conviven y dialogan en esta exposición con el impresionante casco dorado del Teatro Mariinsky II de San Petersburgo, el impecable Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas en Luxemburgo, o la piscina olímpica y el velódromo de Berlín.
A modo de conclusión: ahce tiempo hablé con una buena amiga de su experiencia en la Biblioteca Nacional de Francia como usuaria -proyecto tan bello como disutible por diversas razones funcionales como que la luz del sol no es excesivamente buena para la conservación de los libros, especialmente los antiguos. Esta amiga me hacía una narración certera de lo que costaba acceder y salir del edificio, con ese espíritu de la grandeur francesa que al final se traduce en "has llegado aquí, vas a formar parte de una élite, pues para entrar vas a tener que sufrir".
Sin esas palabras, pero conociendo el edificio, la propia descripción que del mismo hace Perrault para la exposición redunda exactamente en esa misma idea. No es casual, por disparatada que parezca: como diría Obléliz, "están locos estos franceses". En fin, una exposición que hay que visitar.
Dominique Perrault no se queda sólo en eso, sino que además quiere construir una arquitectura que se convierte en hecho social, entendido este como lugar de intercambio entre seres humanos, y también una arquitectura de espacios íntimos, donde, como no podía ser menos, el edificio no se olvida de la definición más concisa y correcta de la arquitectura: la articulación del ser humano en el espacio.
Buscar constantes en Perrault es más sencillo de lo que a priori parece, o yo soy un chico muy listo... Evidentemente no es eso, al menos con el sentido irónico con que lo he escrito: las constantes están ahí, ya sea en arquitecturas enterradas, soterradas o realzadas.
Volúmenes puros en geometrías yuxtapuestas, colores diversos con especial mención de platas y dorados, e incluso tonos en principio "antiurbanos"; espacios diáfanos, presencias físicas serenas (el exponente es la Bibliteca Nacional de Francia, en París. Espacios de formas inmutables que, pese a la transparencia, implican intangibilidad y temporalidad. Por encima de todo, un redescubrimiento del metal, como sede, definición, cubrimiento, disfraz, cómo y por qué.
El Madrid Olímpico con su Centro de Tenis, el Tenerife moderno de la actuación en la Playa de las Teresitas, el Palacio de Congresos de León; sólo son algunas de las intervenciones de Perrault en España; que conviven y dialogan en esta exposición con el impresionante casco dorado del Teatro Mariinsky II de San Petersburgo, el impecable Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas en Luxemburgo, o la piscina olímpica y el velódromo de Berlín.
A modo de conclusión: ahce tiempo hablé con una buena amiga de su experiencia en la Biblioteca Nacional de Francia como usuaria -proyecto tan bello como disutible por diversas razones funcionales como que la luz del sol no es excesivamente buena para la conservación de los libros, especialmente los antiguos. Esta amiga me hacía una narración certera de lo que costaba acceder y salir del edificio, con ese espíritu de la grandeur francesa que al final se traduce en "has llegado aquí, vas a formar parte de una élite, pues para entrar vas a tener que sufrir".
Sin esas palabras, pero conociendo el edificio, la propia descripción que del mismo hace Perrault para la exposición redunda exactamente en esa misma idea. No es casual, por disparatada que parezca: como diría Obléliz, "están locos estos franceses". En fin, una exposición que hay que visitar.
Matthias Goerne es uno de los más destacados cantantes de lied de estos momentos. Después de haber escuchado hace poco a Ian Bostridge, de quien ya he dicho es uno de los más interesantes artistas del panorama internacional, sería un error por mi parte decir que Goerne estuvo a su altura: es al revés, Bostridge logró en su comparecencia llegar a niveles de ejecución similares s los de este barítono, que sin embargo, desde mi punto de vista, logra ser incluso más impecable que el británico. Goerne es alemán, nacido en Weimar, y ha estudiado con los grandes del género: Beyer, Fischer Dieskau, Schwarkopf. Dotado de un inteligente sentido del estilo, desgrana sus interpretaciones con una tensión expresiva como no se ha escuchado en Madrid en mucho tiempo. Por supuesto, ha cantado por todo el mundo, con los mejores pianistas (Brendel, por ejemplo) y se ha cimentado un nombre que ya brilla con luz propia y se convierte, poco a poco, en referencial. En su carrera operística, que lleva con la misma fina inteligencia que demuestra en sus interpretaciones, destacan Mozart, Wagner y Berg. Por ahora, no le conozco incursiones en el repertorio italiano más habitual. Además, comparte sus compromisos como intérprete con la docencia, siendo hasta hace poco profesor de lied del al celebrada Schumann Hochschule de Düsseldorf.
Con esa carta de presentación ante un público que ya lo conoce, actuó en Madrid el pasado 16 de febrero, y nos rendimos ante su trabajo. La voz es potente, poderosa incluso, que sabe matizarla hasta conseguir inflexiones de una bellísima emisión. La zona grave está ahí, y no le plantea dificultades, lo mismo que la aguda, a la que llega sin dificultades ni trampas, pasando de modo natural a las alturas del pentagrama manteniendo volumen y emisión intactos. Y la zona media, que diferencia a los grandes cantantes y que es el 80% de un lied, es excepcional. La técnica vocal parece depurada, sin dejar nada a la improvisación, y al menos esa noche no hubo dudas ni problemas en ninguno de los momentos del enjundioso programa. La voz llegaba clara, el fraseo que dota de significado a todo lo que se escucha, impecable, y Goerne no mostró ni cansancio ni perturbación alguna: es una auténtica máquina de cantar. La voz, sin embargo, no es especialmente hermosa, y creo que pertenece Matthias Goerne a ese Olimpo de cantantes que con disciplina, técnica, trabajo y dominio estilístico puede conseguir que nos olvidemos de que el sonido no es bello de manera natural. Está en buena compañía, sólo basta recordar al que ha sido uno de los más inteligentes y prolíficos cantantes del siglo XX, Jon Vickers, o incluso al maestro de maestros, Carlo Bergonzi, y entendemos exactamente lo que quiero decir. Cantar es algo que está por encima, incluso de la belleza de la voz. Por suerte, está grabando la integral de Schubert para Harmonia Mundi, habrá que estar pendiente, será una de las grandes grabaciones del siglo XXI.
Estuvo el barítono acompañado por el pianista alemán nacido en Colonia Eric Schneider, que es uno de los mejores acompañantes que han pasado este años por Madrid, no se puede poner un pero a su ejecución y su talento, al servicio del cantante y de Schubert.
El programa tuvo una primera parte dedicada a canciones de Schubert escritas en un amplio lapso de tiempo, entre 1814 y 1824, periodo que define la vida del autor, entre la juventud de estudiante y esa primera mitad de la década de los veinte en la que el compositor está sumido en una profunda melancolía y sensación de soledad. Salvo uno, de Hell, los textos son de su amigo Johann Mayhofer, y dan vueltas alrededor de la nostalgia, la muerte, la noche evocadora de tristezas, los rayos de esperanza, la sublimación del espíritu: el Romanticismo en estado puro (este de verdad, que luego por los foros lee uno cada cosa con el Romanticismo que pone los pelos de punta). Goerne paseaba por estas canciones creando un clima de melancolía y de tensión que nos embargó a todos, sólo roto por las toses de los miles de tísicos que esa noche poblaban el Teatro de la Zarzuela (¡qué plaga!). Me gustó especialmente el lied Secreto cuya primera estrofa dice Dime, ¿quién canciones te enseña/ tan amables y tiernas?/ Ellas provocan un cielo/ en la mísera Tierra.. Y el que cerró esta primera parte, Nocturno que habla de la muerte de un anciano con una dulzura y una serenidad de un potente valor lirico, me llevó al arrobo. Goerne, dulce, nostálgico, viril, melancólico, no caía jamás en el patetismo, y creo que dio en la diana del estilo y de la intención, con una lectura inteligentísima de los textos.
La segunda parte fue para un puñado de composiciones de Schubert dedicadas a Goethe, primero la serie de Mignon, el suave lamento amoroso, y a partir de ahí el Canto del arpista y una conjunto de poemas contenidos, ligeramente lastimeros, y de una impresionante calidad literaria, como se espera de Goethe, y se traduce en su musicalización. El último lied de la serie Bienvenida y adiós resumió perfectamente el tema de la noche: el hombre ante la soledad, aún rodeado de amigos, la dicotomía entre la felicidad y la desolación. Goerne, impecable, les hizo una enorme justicia. Si tienen la oportunidad, no dejen de escuchar a este artista, quizás el mejor liederista del momento. Dos horas de sensaciones, de elevación, de equilibrio, y para cuando todo terminó un público entregado que, como yo, salían a la fría noche madrileña con la sensación de haber asistido a un banquete para los sentidos. Terminamos con un vídeo.
Las escenas son duras, y la magnitud de lo que se narra, oneroso. El autor, Philippe Claudel, se mete en la piel del protagonista, que narra la acción en primera persona, y sabe detallarnos con certeza los rincones más espeluznantes de todo lo ocurrido. La miseria de un pueblo mezquino, donde la diferencia, el miedo, genera la espiral de horror que genera la totalidad de los hechos que se nos exponen. Personajes acabados, a veces siniestros, escondidos de su conciencia, extremos la mayor parte de las veces. Los hechos se dibujan poco a poco, como en un cuadro impresionista, y sólo cuando hemos terminado, alejándonos de la historia, rememorando lo leído, somos capaces de entrever la magnitud de todo lo que se nos ha mostrado. Encoje el corazón, arrasa, y desde luego no deja indiferente. Es absolutamente indispensable leerlo, pero prepárense, porque no se puede hacer en cualquier estado de ánimo. Está editado en España por Salamandra.
Una vez más ha hecho pagar, desoyendo el viejo mandato, a justos por pecadores, y además con plena conciencia, crueldad, exhaustividad y encarnizamiento. Ha sacado la pistola ante una bofetada y ha hecho uso de ella. Hoy por hoy, es un Estado incivilizado, un venado, una mala bestia, un matón y un chulo. Las consecuencias injustas de su reacción le han traído sin cuidado. Hace años, con motivo de la publicación de una de mis novelas en hebreo, vino un periodista a entrevistarme. Recuerdo que me preguntó: "Si se le concediera un día el Premio Jerusalén, ¿lo aceptaría? ¿Vendría a nuestro país a recogerlo?" Le contesté que sí, en el improbable caso, que no veía por qué no. Hoy mi respuesta habría sido otra: "No", le habría dicho. "Lo mismo que nunca he ido a Cuba, o que no iría a Irán, ni a Arabia Saudí, ni a Venezuela, o que no habría ido al Chile de Pinochet, tampoco iría a Israel. A un país, para ser civilizado y democrático, no le basta con celebrar elecciones libres. Esa condición se gana o se pierde día a día, en la manera de gobernar, y también en la de conducir una guerra. Israel hoy la ha perdido".
