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sábado, 21 de febrero de 2009

Matthias Goerne en el Teatro de la Zarzuela

El XV Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela de Madrid continúa su andadura este año consolidándose como una de las citas más importantes de la música española. El nivel de calidad es excepcional, y las figuras invitadas no defraudan, es más, aseguran un gran futuro a estos ciclos. El lied, se ha dicho tantas veces que ya casi es un lugar común, un mito cultural, es el más difícil de los géneros musicales creados exclusivamente para la voz. En un corto espacio de tiempo, el cantante debe asegurar no sólo una impecable interpretación técnica, pues se espera de él el mayor nivel, sino una concreta lección dramática e interpretativa, en textos a veces más intensos, a veces más sutiles, que exigen un conocimiento del estilo y de la composición por encima de toda duda. En el lied no existen los errores, el más mínimo puede dar al traste con la leve atmósfera de concentración que el público necesita. Dentro de este género, Schubert es la cima, el más difícil, el más prolijo, y el más intelectual de todos. Será por eso que los grandes liederistas se cuentan con los dedos de las manos, y que no siempre los cantantes consagrados pudieron o supieron hacer nada notable con el lied.Matthias Goerne es uno de los más destacados cantantes de lied de estos momentos. Después de haber escuchado hace poco a Ian Bostridge, de quien ya he dicho es uno de los más interesantes artistas del panorama internacional, sería un error por mi parte decir que Goerne estuvo a su altura: es al revés, Bostridge logró en su comparecencia llegar a niveles de ejecución similares s los de este barítono, que sin embargo, desde mi punto de vista, logra ser incluso más impecable que el británico. Goerne es alemán, nacido en Weimar, y ha estudiado con los grandes del género: Beyer, Fischer Dieskau, Schwarkopf. Dotado de un inteligente sentido del estilo, desgrana sus interpretaciones con una tensión expresiva como no se ha escuchado en Madrid en mucho tiempo. Por supuesto, ha cantado por todo el mundo, con los mejores pianistas (Brendel, por ejemplo) y se ha cimentado un nombre que ya brilla con luz propia y se convierte, poco a poco, en referencial. En su carrera operística, que lleva con la misma fina inteligencia que demuestra en sus interpretaciones, destacan Mozart, Wagner y Berg. Por ahora, no le conozco incursiones en el repertorio italiano más habitual. Además, comparte sus compromisos como intérprete con la docencia, siendo hasta hace poco profesor de lied del al celebrada Schumann Hochschule de Düsseldorf.Con esa carta de presentación ante un público que ya lo conoce, actuó en Madrid el pasado 16 de febrero, y nos rendimos ante su trabajo. La voz es potente, poderosa incluso, que sabe matizarla hasta conseguir inflexiones de una bellísima emisión. La zona grave está ahí, y no le plantea dificultades, lo mismo que la aguda, a la que llega sin dificultades ni trampas, pasando de modo natural a las alturas del pentagrama manteniendo volumen y emisión intactos. Y la zona media, que diferencia a los grandes cantantes y que es el 80% de un lied, es excepcional. La técnica vocal parece depurada, sin dejar nada a la improvisación, y al menos esa noche no hubo dudas ni problemas en ninguno de los momentos del enjundioso programa. La voz llegaba clara, el fraseo que dota de significado a todo lo que se escucha, impecable, y Goerne no mostró ni cansancio ni perturbación alguna: es una auténtica máquina de cantar. La voz, sin embargo, no es especialmente hermosa, y creo que pertenece Matthias Goerne a ese Olimpo de cantantes que con disciplina, técnica, trabajo y dominio estilístico puede conseguir que nos olvidemos de que el sonido no es bello de manera natural. Está en buena compañía, sólo basta recordar al que ha sido uno de los más inteligentes y prolíficos cantantes del siglo XX, Jon Vickers, o incluso al maestro de maestros, Carlo Bergonzi, y entendemos exactamente lo que quiero decir. Cantar es algo que está por encima, incluso de la belleza de la voz. Por suerte, está grabando la integral de Schubert para Harmonia Mundi, habrá que estar pendiente, será una de las grandes grabaciones del siglo XXI.Estuvo el barítono acompañado por el pianista alemán nacido en Colonia Eric Schneider, que es uno de los mejores acompañantes que han pasado este años por Madrid, no se puede poner un pero a su ejecución y su talento, al servicio del cantante y de Schubert.El programa tuvo una primera parte dedicada a canciones de Schubert escritas en un amplio lapso de tiempo, entre 1814 y 1824, periodo que define la vida del autor, entre la juventud de estudiante y esa primera mitad de la década de los veinte en la que el compositor está sumido en una profunda melancolía y sensación de soledad. Salvo uno, de Hell, los textos son de su amigo Johann Mayhofer, y dan vueltas alrededor de la nostalgia, la muerte, la noche evocadora de tristezas, los rayos de esperanza, la sublimación del espíritu: el Romanticismo en estado puro (este de verdad, que luego por los foros lee uno cada cosa con el Romanticismo que pone los pelos de punta). Goerne paseaba por estas canciones creando un clima de melancolía y de tensión que nos embargó a todos, sólo roto por las toses de los miles de tísicos que esa noche poblaban el Teatro de la Zarzuela (¡qué plaga!). Me gustó especialmente el lied Secreto cuya primera estrofa dice Dime, ¿quién canciones te enseña/ tan amables y tiernas?/ Ellas provocan un cielo/ en la mísera Tierra.. Y el que cerró esta primera parte, Nocturno que habla de la muerte de un anciano con una dulzura y una serenidad de un potente valor lirico, me llevó al arrobo. Goerne, dulce, nostálgico, viril, melancólico, no caía jamás en el patetismo, y creo que dio en la diana del estilo y de la intención, con una lectura inteligentísima de los textos.La segunda parte fue para un puñado de composiciones de Schubert dedicadas a Goethe, primero la serie de Mignon, el suave lamento amoroso, y a partir de ahí el Canto del arpista y una conjunto de poemas contenidos, ligeramente lastimeros, y de una impresionante calidad literaria, como se espera de Goethe, y se traduce en su musicalización. El último lied de la serie Bienvenida y adiós resumió perfectamente el tema de la noche: el hombre ante la soledad, aún rodeado de amigos, la dicotomía entre la felicidad y la desolación. Goerne, impecable, les hizo una enorme justicia. Si tienen la oportunidad, no dejen de escuchar a este artista, quizás el mejor liederista del momento. Dos horas de sensaciones, de elevación, de equilibrio, y para cuando todo terminó un público entregado que, como yo, salían a la fría noche madrileña con la sensación de haber asistido a un banquete para los sentidos. Terminamos con un vídeo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La única vez que escuché a este señor en vivo (2003) me pareció un recital plano, frío y aburrido. Y fue una opinión generalizada...

Eugenio dijo...

Pues esta vez no, es más, la reacción del público fue triunfal... y su interpretación espectacular. De todos los adjetivos que se me ocurrirían, frío y aburrido serán los últimos.