El Museo del Prado nos sorprende estos días con dos propuestas interesantes, y al menos una de ellas imprescindible. No son magnas exposiciones, sino dos ideas mucho más pequeñas pero que aumentan la calidad de nuestra primera pinacoteca.

La exposición La bella durmiente está compuesta tan sólo por 10 cuadros y 6 dibujos, francamente una minucia que apenas ocupa una pequeña sala, pero permite ver en España una serie de obras de la Hermandad de Pintores Prerrafaelitas, muy poco presentes o difundidos en nuestro país. Además, al menos la calidad de una de estas piezas es excepcional, y merece la pena ir de visita al Prado sólo a ver ese cuadro. No es el prerrafaelismo uno de mis movimientos, lo reconozco, y contemplar esta exposición no me ha hecho cambiar demasiado mi opinión. aunque me gusta su preciosismo, y sobre todo su luz, me molesta un poco su tendencia a la frialdad, el exceso de simbolismo, y su irregularidad. Quiero decir que no todos los que formaron el grupo son realmente pintores relevantes, y esta exposición lo demuestra.

La génesis de la muestra está en el Museo de Arte de Ponce, fundado en Puerto Rico por Luis A. Ferré, y que intenta acercar a la isla caribeña las joyas de la pintura europea. Cedida la colección prerrafaelita al Prado, ¿qué nos vamos a encontrar? Para empezar, los principales nombres del grupo: Millais, Rossetti, Seddon, Holman Hunt, y otros, como Burne-Jones, cuya obra El Sueño del rey Arturo en Avalon para por ser uno de los principales de la muestra, y sin embargo a mí no me acabó de convencer, ni por la temática ni, sobre todo, por el acabado, que me parece a ratos infantil, a ratos artificioso. El mismo autor firma la serie sobre La Bella durmiente, que me pareció algo más llena de encanto.

Encantador también el Retrato de Gladys Holman Hunt, realizado por su padre hacia 1893, donde el detallismo de la pincelada y la luz plena y casi dolorosa contraste con la frialdad del conjunto. Pero, para mí, el mejor cuadro de la muestra, que pasa por ser la joya del Museo de Arte de Ponce, y que me pareció soberbio, es Sol ardiente de junio, de Frederic Leighton. Si yo veía frialdad en general en el prerrafaelismo, aquí se convierte en una fuerte sensación de sensualidad y placer, en una simbólica obra envuelta de luz, color, vapor, y sensaciones. Una joven duerme, en una terraza, cubierta por una túnica de seda naranja, bajo una ligera techumbre que impide que un fuerte sol mediterráneo, que tiñe de dorado el mar que podemos observar en la lejanía, queme su delicada piel. Está durmiendo en una postura casi imposible, pero sin embargo parece relajada, feliz, voluptuosamente serena. A su lado, las adelfas, flores engañosas, nos remiten a la idea de la muerte, con la que tantas veces los prerrafaelistas identifican el acto de dormir. Como ya he dicho, la escena tiene una fuerte impronta sensual y erótica, y finalmente suyuga al espectador ante la belleza, objetivo inicial y final de esta pintura, de todo lo que aparece ante nuestros ojos. Sin duda, hay que enfrentarse a este cuadro.
La segunda propuesta del Museo del Prado es pedagógica y muy interesante. Se trata de traer, de tanto en tanto, obras invitadas, cedidas por otros museos, que permitan llenar un hueco, mejorar la explicación, o comparar obras de un periodo o un artista. En esta ocasión, para contraponer las dos obras del mismo autor que se exponen habitualmente en el Prado, y que pertenecen a otro sentido composicional y lumínico, el Museo del Louvre ha cedido la Magdalena Penitente de Georges de La Tour. Es emocionante poder ver esta obra en nuestra casa, y ha sido expuesta además con gran delicadeza. ¿Qué decir de esta obra? Una de las grandes muestras de la pintura universal, expuesta en el Museo del Prado por primera vez. La melancolía de esa mirada, la gentileza de la postura, la luminosidad que proviene de una triste lámpara de aceite: cumbre del tenebrismo, del ascetismo, de Trento, al fin. Realmente, es una oportunidad única, y una idea del Museo del Prado que esperemos que cunda, y podamos seguir disfrutando de obras que, de otra manera, tendríamos que ir a buscar más allá de nuestras fronteras. La lechera de Burdeos, de Goya, que está en Budapest, podría ser otra idea.






Lo importante de este libro es que se ha convertido en el modelo de cómo se hace una biografía documentada, consiguiendo Symons establecer una estructura sólida, intelectualmente poderosa y bien construída, mezclada junto con un sistema narrativo interesante y muy ameno. Realmente son dos libros en uno: de un lado, Symons investiga y documenta la historia del Barón, y lo consigue, cerrando perfectamente su biografía con fechas, datos, relaciones, comportamientos, etc. Pero también se empeña en hacernos el retrato psicológico de Rolfe, un hombre obsesivo, paranóico, que cree que todo el mundo lo persigue, que termina enemistado con todas y cada una de las personas que tratan de ayudarlo, que siempre se siente minusvalorado en su brillantez (del todo dudosa, pese a todo). Como he leído en una reseña por ahí: De este modo se puede decir que el libro tiene dos tramas. En la primera Symons cuenta cómo consigue desenterrar los secretos de la vida de Corvo, cómo va hallando los distintos documentos, como busca a amigos y colaboradores, su trato y complicidad con otros coleccionistas y estudiosos, etc.; para descubrirnos de esta manera, el secreto del género, por así decirlo, al negarse, siquiera por un momento, a fingir el acostumbrado alejamiento con respecto al biografiado. Por ello este libro, subtitulado «Un experimento biográfico» es también un notable autorretrato: el estudio de la obsesión y simpatía que despierta el personaje investigado en el biógrafo. La segunda trama, huelga decirlo, sigue la no menos apasionante vida del oscuro y enigmático barón.
Pero desde mi punto de vista Symons va más allá, porque tratando de no juzgar al personaje, apasionante, de vida tan extraña como terrible, termina dibujándolo ante nuestros ojos con compasión. Un ser tan absolutamente horrible como Rolfe es, finalmente, recuperado, e incluso reivindicado, por su calidad como escritor y por las razones que, pese a todo, pudo tener para su errático comportamiento. Rolfe vive mil aventuras, y de todas sale mal parado. También actúa como fotógrafo más o menos profesional, y de ahí los libros de jóvenes desnudos que han sido publicados recientemente. Mentiras, veleidades, miseria extrema, abjuraciones y momentos de gloria. Al final, lo detestamos, lo comprendemos, lo odiamos, lo perdonamos, y aparece incluso la lástima. Pero, cuidado, Rolfe es un ser negativo, odioso, de comportamiento inadecuado e incluso horrible, pero también un genio que hizo algunas de las más brillantes páginas de la literatura inglesa. La biografía que construye Symons apasiona porque entendemos su elección, por qué tras leer casualmente un libro de Rolfe se lanza a dedicarle varios años de su vida. Es impresionante por su contundencia, pero aún más por su inteligentisima forma narrativa y su calidad casi novelesca. Creo que nadie debería perderse este libro, editado por Libros del asteroide.


