Según blogger, nos han visitado todas estas personas

sábado, 3 de octubre de 2009

Henry James: La maestría de los clásicos

O nos pasamos el día leyendo las más rabiosas novedades, y olvidamos así a autores de siempre que nos hacen falta, o hacemos lo contrario, y se nos escapa la actualidad literaria. Hablo en primera persona del plural, pero en realidad es una reflexión en voz alta que me hago a mí mismo.Henry James era una de mis asignaturas pendientes, y por suerte este verano la he aprobado, y con nota. De Nothomb a James, sólo algunas incursiones en otros escritores, pocas, y al final mucha satisfacción. No voy a haceros ahora una biografía ni un estudio de Henry James, porque para eso hay miles de páginas en internet o en enciclopedias, y en todo caso lo único que haría serían corta y pegas. Pero sí quiero reseñar el placer que varios libros de Henry James me han causado en estos meses de verano. Ya he hablado de alguno de ellos, voy ahora con el resto. Como decía, salvo algún cuento suelto en antologías literarias, no me había enfrentado nunca a Henry James, y eso a año y poco de cumplir cuarenta, como diríamos hoy en día, ya me vale. Así que este verano, y del tirón, me hice con algunos de sus libros, otro me lo recomendó Quino, y me puse más o menos al día. Y digo más o menos porque James es tan prolífico que parece imposible abarcarlo todo.El primero, tras los cuentos fantásticos que ya reseñé en este blog, fue Otra vuelta de tuerca, un clásico en toda la extensión de la palabra que llevaba años queriendo devorar. No sólo conocía la película protagonizada por Deborah Kerr en los cincuenta, que lleva por título Suspense, y que está basada en este libro, sino también alguna otra versión, como otra española, en la que el personaje de la institutriz se convierte en un preceptor, Pedro María Sánchez, y la relación entre este y el niño protagonista contiene tintes evidentemente homosexuales. No es el caso de la novela de James. ¿Qué fue lo que más me sorprendió? En primer lugar, lo corta que es, y lo poco, o lo casi nada, que Henry James se ocupa de grandes descripciones. Bien al contrario, las escenas más tensas se desarrollan en pocas páginas, apenas se presentan y se dibujan, pero la atmósfera, puesta en boca de la protagonista, está tan claramente definida, y las sensaciones que pasan por la cabeza del personaje son tan claras, que el ambiente turbio y mágico que el escritor recrea queda perfectamente claro al lector. Tortuosa a veces, impactante, siempre con el alma en vilo, nos encontramos con la sensación contínua de qué va a pasar ahora. Henry James es uno de los mejores hacedores de atmósferas que yo he tenido el placer de leer, y con una cortedad de medios expresivos consigue más que cualquier otro embebido en largas descripciones. También me sorprendió el final: la institutriz sin duda queda malparada, una niña huye de su lado, el niño protagonista tiene un momento trágico, y todo queda ahí, flotando, dejándonos claro qué es lo importante del asunto. De la institutriz ya sabemos que tuvo una vida serena y murió anciana, así que el bache que supone la historia de este libro afectó a su vida profesional en un grado más o menos controlable, pero lo importante estaba en su honda impresión emocional.El mundo del más allá, el mundo del más acá, mezclados en una historia de momentos extaviados y de situaciones extravagantes: dos niños abandonados al mundo por un padrino que decide hacerse cargo de ellos pero no dedicarles nada más que dinero, exiliándolos al olvido porque no desea tener mayor contacto con ellos que le separe de sus obligaciones. Dos mujeres diferentes en clase, edad, condición, que se ven hermanadas rápidamente en el horror y una situación que las sobrepasa. Dos niños inquietantes, querubines y acaso demonios, y un largo paseo de fantasmas de pasado violento. En algunos momentos venía a mi memoria Cumbres borrascosas, de Emily Brönte, porque había elementos en las dos historias que se me antojaban paralelos. Y esa angustia, no liberada, esa historia que mezcla inocencia con mal, seres ocultos y perversos con la candidez de la infancia, va atrapándonos y nos vemos envueltos en sus oníricos pasajes. ¿Queremos ver algo más? Sin duda lo hay, y la rígida moral, las formas, de la sociedad victoriana, una inamovible realidad en medio de los cambios propios del final del siglo XIX, aparecen también ahí, dándonos un ejemplo de realidades pasadas. Henry James consigue, además, hacerse cronista de una época. El bien, el mal, la eterna dualidad del hombre, la corrupción de la inocencia, el paso a la vida adulta extorsionado por la oscuridad, la impotencia del hombre frente a los hechos supraterrenales, que siempre parecen vencer, el cuento de hadas de James llevado a una expresión tan suprema como no diletante.
Tras este repaso por una de sus grandes novelas, pasé a otra, más corta, de tema menos fantástico: la relación del creador con el arte. Se trata de La lección del maestro, al parecer considerada una de sus mejores novelas. Aquí la historia, y el paisaje, es diferente. Un joven escritor se encuentra con uno de los grandes autores de su tiempo, que además de ser el espejo en el que se mira es también un referente contínuo acerca de los logros sociales de la literatura. En un ambiente de clases elevadas, de círculos intelectuales, y de una Inglaterra exclusiva que ya no existe, ambos creadores comparten una inquietanto conversación, en la que el mayor reconoce estar agotado como creador y considerarse un farsante porque pese a lo que pueda parecer a sucumbido a lo mundano y abandonado la soledad, el egoismo, el sacerdocio que significa consagrar la vida a la literatura. El joven, sin negar ni afirmar porque es cierto que ha reconocido ese agotamiento en su admirado mentor, recibe entonces una serie de lecciones que pasan, entre otras cosas, por consagrarse al trabajo, olvidar las futilidades, y por supuesto renunciar al amor. Entre ellos hay una jovencita por la que ambos se sienten definitivamente atraídos, y que se convierte en la clave de todo el asunto. Finalmente, hondamente impresionado, el joven autor se marcha de Inglaterra y comienza un largo viaje tanto físico como espiritual, abominando de parte de su obra, estableciendo los cimientos de su carrera, y creándose a sí mismo. A su regreso, un cúmulo de situaciones que culmina en una situación que lo deja perplejo, da lugar a la verdadera lección del maestro, con su miseria y con su grandeza, y que anuda, además, las pasiones de lo real y lo cotidiano al discurso, ahora más gastado, del espíritu creativo. Estamos, por tanto, ante una novela que trata de ser un tratado acerca del compromiso del artista con el arte, que pone en guardia frente a los elementos que separen al autor de su sagrado camino, que pueden ser discutibles desde nuestro actual punto de vista, pero que fueron una realidad en el pensamiento de su época. Pero James no lo deja aquí: la divergencia entre el discurso intelectual del autor maduro y sus actos mundanos es tan grande, que con verdadera maestría presenta tesis y antítesis, y nos deja colgada una pregunta: ¿Debe el arte convertirse en un catalizador de normas de conducta para el artista, o todo eso no son más que majaderías? En una época tan marcada por los manifiestos artísticos y el fervor creativo, James no deja títere con cabeza. Sólo una cosa parece quedar clara: el individualismo y la libertad de acción deben de ser los únicos condicionantes en la labor del artista. Desde el punto de vista formal, lo mismo que en la anterior, y que parece ser el leit motiv de James: parquedad de recursos, rapidez narrativa, no extenderse más allá de lo meramente necesario. Pero eso sólo lo pueden hacer los buenos maestros.Los mismos recursos, salvo que en este caso narrada en primera persona como también lo está la primera novela reseñada, aparecen en La figura de la alfombra, que bien podría subtitularse retrato de una obsesión. Está editada por una pequeña editorial, Impedimenta, que hace un buen producto pero que aparece manchado por un error garrafal que yo no había visto antes: al final de uno de los capítulos, se repiten enteras dos páginas de un capítulo anterior, gazapo propio del corta y pega que debió ser subsanado previo a la impresión, y que un buen corrector habría tenido que detectar. Y si no se detecta, como tuvo que saltar sin duda alguna nada más ponerlo a la venta, una fe de erratas no hubiera venido mal. Pero no es más que un detalle. Esta vez, James vuelve a filosofar sobre el hecho artístico, en una obra a caballo entre el realismo y lo fantástico por algunos de sus detalles. Pero esta vez no es sólo el autor frente a lo creativo, con la quimera de un secreto especial detrás de la obra de un notable escritor que se niega a explicar a los demás, sino que más bien pone en solfa cuál debe de ser la relación entre el lector y aquello que lee. El famoso escritor anuncia a uno de sus críticos que nadie ha descubierto el secreto de su proceso creativo, lo que lo hace sentirse superior a todos los que se enfrentan a su obra, despreciando las opiniones de todos porque no han sido capaces de darse cuenta de la verdad. Comienzan entonces dos procesos: el receptor de la confidencia se debate entre la posibilidad de que esto sea verdad o una mera majadería del autor, pero un segundo intelectual, más imbuido de la necesidad de dotar al arte de un componente casi místico, se lanza a descubrir este secreto, que al final logra desvelar. Pero todos los que son partícipes de esa realidad terminan muriendo, y al final el secreto queda en manos de una mujer que no lo revelará jamás. Al final, el secreto carece de todo sentido, no es sino una anécdota que conforma la obsesión del primero de los críticos, y que lo corroe durante años sin obtener respuesta. No es importante descubrirlo, sólo es importante que parezca que existe, y que algunos son capaces de desvelarlo... ¿Es ese un resumen de una declaración de intenciones?¿Debe el espectador desvelar verdades ocultas y consagrar su proceso lector a encontrarlas?¿O una vez escrita la obra deja de pertenecer a quien la escribe y todas las lecturas que de ella puedan encontrarse son válidas? Me parece recordar a Buñuel cuando afirmó que le importaba poco que su obra fuera entendida, le bastaba con que el espectador sintiera algo, y pudiera afirmar, aún sin comprender, me gusta o no me gusta. Lo que está claro es que a James sí le preocupa el hecho intelectual de la creación desde todas sus vertientes, y esta novela, que mantiene la tensión del espectador, angustiado por ese secreto que nunca se revela, y un estilo narrativo directo y rápido, se ve envuelto en una discusión en la que debe tomar parte, y de la que James deja algunas pistas para poder seguir. Una obra sorprendente, y que yo no dejaría de recomendar a todo el que quiera enriquecer su visión hacerca de este gran escritor americano, sin duda uno de esos autores imprescindibles en cualquier biblioteca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soberbio como siempre. La dicotomia que planteas es muy dificil de responder dada la finitud de nuestra existencia, es decir, que no tenemos tiempo para leer todo lo que nos gustaria y que hay que seleccionar aunque a veces nos equivoquemos con la selección. Me acuerde que llegue a Henry James de casualidad y lo primero que lei fue "Los papeles Aspern", otra obra maestra de James. Y desde ahi me enganche y procuro leer de el todo lo que cae en mis manos. Ademas siempre vuelvo a el porque es como encontrarse con un viejo amigo, hay confianza, familiaridad e historias sobreentendidas que posibilitan esa conexión que también describes entre autor-lector. Creo que James consideraba a sus lectores como seres inteligentes y dotados de capacidad crítica y comparto tu visión del sentido de la propiedad que tenía de sus obras y que al final cada lector tenia o tiene que sacar sus conclusiones. Algo parecido me pasa con Stephan Zweig, aunque creo que son mundos diferentes.
Quino.