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domingo, 4 de octubre de 2009

Henry Matisse en Madrid

A causa del mes tan absurdamente liado que he tenido, no he podido comentarte la maravillosa exposición que el Museo Thyssen-Bornemisza dedicó a Henry Matisse durante todo el largo y cálido verano. Desgraciadamente, cerró el 20 de septiembre, con lo cual llego tan tarde que no puedo animarte a ir a verla. Apenas diré unas ideas, porque reseñar una exposición que ya no está es trampa.Sin embargo merece un comentario. Henry Matisse es uno de los más grandes pintores del siglo XX, constante como pocos, y un exponente claro de figura artística relevante. La exposición se dedica fundamentalmente a su larguísima segunda etapa, entre 1917 y 1941, periodo convulso para el artífice en el que estableció las pautas de su lenguaje, dialogó con otros estilos y decidió cuál sería su camino, y se hundió varias veces en crisis creativas de las que salió reforzado.Matisse se esforzó por entender la pintura desde el punto de vista del espectador, lo que se denominó pintura de intimidad, regresando para ello a conceptos como volumen o espacio, que había abandonado en toda su primera época, y que además eran desdeñados por una buena parte de la pintura de su época. Henry Matisse se mantuvo siempre al margen, conocedor de lo que lo rodeaba, pero dispuesto a una fuerte singularidad que, sin embargo, lo relacionaba activamente con la tradición, encarnada esta por una cadena que terminaba en Cezanne y al que se anudó el resto de su vida (no obstante guardaba algunos de los cuadros del maestro en su casa, que una vez estudiados hasta la saciedad cedió a un museo, y que pudimos ver en esta exposición).Lo que más costaba entender en la muestra era donde quería llegar Matisse, era una de las frases que más repetíamos mi acompañante y yo, pues Matisse se desdibujaba, daba saltos, parecía un eterno investigador, y era difícil encontrar esa línea de comunicación que forma un discurso estético. Pero poco a poco, ayudados por las cartelas y las explicaciones, fuimos dando con ese discurso, y finalmente Matisse nos cautivó. La obsesión por mostrar, por la forma, porque el espectador entendiera y captara las ideas más allá de la forma, por expresar el máximo de contenido con el mínimo de líneas, bosquejar apenas aquello que sin embargo es clave en el cuadro, detener el tiempo, congelándolo en una realidad puntual para desde ahí abarcar un universo general... Las claves y las ideas principales se iban desgranando, y Matisse se abría a nuestros ojos como uno de los pintores claves del siglo, con un intenso discurso pictórico, eminentemente estético, poco interesado en elementos sociales u oníricos, lo que le valió el rechazo de sus contemporáneos y el desdén de la otra cara de la moneda, Picasso; dos pintores que sin embargo nunca pudieron desasirse el uno del otro.Me gustó especialmente su Odalisca de pie con brasero, una revisión de un evidente tema clásico encarnado por Ingres, por su claridad, su sencillez compositiva y su sensualidad, alejado totalmente del relamido neoclasicismo francés. También el peculiar uso de la luz y el juego de manchas con el que las más veces se conforma el conjunto. Sin duda, Matisse es uno de los grandes pintores a descubrir, y a recrear, si aún no lo has hecho. Es probable que esta exposición se repita en algún sitio, harás bien en ir a verla si tienes la ocasión.

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