No suelo mojarme demasiado en cuestiones políticas en este blog, pero este tema me subleva desde el sábado, y quiero compartir mis reflexiones. Son las mismas que me hice tanto cuando leí en El Mundo la afirmación de Rosa Díez "dimitir sería lo más fácil, igual que habría sido fácil abandonar la lucha contra ETA". Robert Graves en "Yo Claudio" y "Claudio el Dios y su esposa Mesalina" dibuja un emperador inexistente que se declaraba republicano y defendía que el poder ha de basarse en la voluntad del pueblo. No le gusta el sistema imperial creado por su abuelo, Augusto. El problema es que cuando la Guardia Pretoriana lo erige como emperador, pese a que el Senado ha proclamado la República, se ve obligado a aceptar el puesto porque es o la corona o su cuello. No tiene ningún problema en abandonar sus principios y elegir la vida. Nadie muere por cuestiones ontológicas, ya lo formuló Albert Camus en "El mito de Sísifo" de un modo tremendamente irónico y basándose en Galileo.
Pero pasado el tiempo, el republicano Claudio, que sigue definiéndose como demócrata, o todo lo demócrata que puede ser un Romano del S. I, empieza a encontrar excusas para no abandonar el poder. Podría hacerlo sin problemas: ha afianzado su trono y le sería posible una transición republicana. Mirando los planos de varios proyectos de ingeniería para la mejora de Roma, piensa "¡qué razón tenía Augusto! ¡hay tanto por hacer!"... Es cierto, Augusto no dejaba de decir, y así nos ha llegado por diversas fuentes, que el poder le pesaba mucho pero tenía obligaciones que cumplir por el bien de Roma que le impedían retirarse, como era su deseo.
En ese momento, Claudio deviene por fin en verdadero emperador, y a la vez en hipócrita. Robert Graves le quita, de un plumazo, la dignidad intelectual que le había otorgado hasta ese momento, lo humaniza en la mezquindad, y lo castiga más tarde con el comportamiento de su esposa, Mesalina. Claudio es un dictador más, encandilado por el poder y escondido bajo la mentira, tal vez autística, de que "tiene mucho por hacer y si no lo hace los ciudadanos saldrán perdiendo". Así han actuado todos los dictadores del S. XX, y algunos políticos como Churchill, Rooselvet, De Gaulle u otros que, desde la legalidad demócrata, han luchado por eternizarse en el poder. Estoy convencido de que era intención de Robert Graves incidir en esta cualidad de Claudio, y establecer un claro paralelismo con el momento político en el que escribió su obra.
Rosa Díez no abandonó la lucha contra ETA porque era su deber. Era lo que le exigía el mandato popular, pero pudo haberlo dejado, y nadie le habría reprochado nada. No es tampoco un comportamiento excepcional: muchos lucharon contra ETA y no abandonaron. No vio crecer a sus hijos y ahora, por esa aventura política que es UPyD, sacrifica ver crecer a sus nietos. Lo mismo que muchos de sus colegas, por no decir casi todos. Incluso dice que sus hijos se lo han pedido. Pero ella se debe a una idea, se debe a una vocación, a una misión, y por eso no abandona, no puede abandonar.
Me parece una declaración miserable, por lo que pretende.
Lo siento, de todo corazón, a quien pueda ofenderse, pero con esa declaración Rosa Díez ha perdido, para mí, todo respeto intelectual e ideológico. Desde mi punto de vista son mezquinos el argumento, la narración de su sacrificio y la doliente actitud. Es utilizarlo en voz alta para derivar la responsabilidad de lo que sucede en su partido hacia las voces que la están criticando. Es tratar de singularizar lo que han vivido, sufrido y sentido cientos de servidores públicos españoles en los últimos 50 años, que son los años de ETA. Me parece deplorable, y una cortina de humo que no puedo aceptar como ciudadano y como votante. No necesito políticos que me digan lo mucho que sacrifican su vida personal por mí, ni por una idea, ni por un proyecto. Acaso olvidamos, y esta es una vieja reflexión del Dr. Carlos Rodríguez Braun, que Hitler, Mussolini, o el Che, sacrificaron su vida personal por un proyecto, e incluso perdieron la vida por el mismo. Eso no es un valor en sí mismo. Que el auditorio al que se dirigía Rosa Díez se emocionara con esas palabras dice mucho, para mí, de donde está el error. "El Estado Soy Yo", dijo Luis XIV, y vaya si lo era. UPyD soy yo, parece repetir Rosa Díez... Sólo falta la música de Webber y aquella vieja canción, "No llores por mí, Argentina", que no es más que un canto a la hipocresía con mayúsculas...
BLANCO VIERNES, ¿TE VIERNES?
Hace 14 horas
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