Antes de empezar una anécdota personal.
Yo era un jovencísimo historiador del arte de visita en Madrid en julio de 1993.
Decidí ir al Museo del Prado, que había recorrido entero por primera y única
vez en febrero de 1989. En esa primera visita, no había podido contemplar el Descendimiento, de Rogier van der
Weyden; y debo decir que tampoco podría haberle sacado demasiado partido:
apenas estaba empezando la carrera, no era más que un niño con interés en el
arte, e ínfulas, pero sin conocimiento ni sensibilidad. Aunque yo creía que de
ambos tenía a raudales. En la segunda visita me encontré de pronto, en una
sala, con ese maravilloso cuadro, y he de reconocer que fue un flechazo. Estuve
ante él más de 50 minutos, lo recuerdo bien, porque, licenciado y todo, historiador
en ciernes y todo, no recordaba haber pasado nunca más de 5 o 10 minutos ante
una obra de arte. La tabla estaba recién restaurada, y me subyugó. Todavía hoy
me apasiona.
Leí mucho, entonces, de van der Weyden, y
se convirtió en uno de mis pintores predilectos. Hoy estoy ya lejos de ser un
historiador del arte, lo dejé hace más de 10 años. Ahora soy un profesor de
secundaria, y mi labor es docente. Dejé de investigar, que no de aprender o
estudiar. Pero sigo guardando un cierto ojo clínico con van der Weyden:
reconozco sus cuadros en cuanto los veo, aún sin saber nada, ni leer las
cartelas. La primera vez que me di cuenta fue en el Museo Thyssen. Luego ha
pasado en más ocasiones. Es el único pintor que reconozco sin género de dudas.
Es curioso que me siga sucediendo años después de dejar de ser un historiador
del arte, y más aún cuando realmente a lo que dediqué toda mi vida como
investigador fue al patrimonio y a la arquitectura.
Espero siempre el momento en que, en el
temario de Historia del Arte de 2º de bachillerato, llegan los primitivos
flamencos, que en dicha programación apenas ocupa un pequeño espacio que yo
dilato todo lo posible. Y cuando aparece el Descendimiento
pienso "aquí empieza el temario de verdad", lo cual es una boutade. Intento
que mis alumnos lleguen a emocionarse con Rogier van der Weyden como me
emociono yo. A veces lo consigo. Tengo que pelear conmigo mismo para no
ponérselo sistemáticamente en los exámenes. Por eso, como comprenderás, descubrir que
el Prado le dedicaba una exposición fue realmente excitante para mí. Visitarla
ha sido arrasador. No he podido durante horas dejar de pensar en todo lo que he
visto. En la auténtica dimensión que Rogier van der Weyden tiene para la
pintura universal y en el puesto que debe ocupar. Muchísimo más importante de
lo que yo incluso sabía o pensaba.
La muestra nos daba la ocasión de ver los
tres grandes cuadros de Rogier van der Weyden juntos. Hay otros, claro, pero
sucede que de todo el catálogo atribuido con mejor o peor fortuna al genio de
Tournai, lo cierto es que sólo 3 tablas están perfectamente documentadas y
certificadas como suyas. Y las tres estaban en la exposición: el ya referido Descendimiento, obra maestra del Museo
del Prado, el Tríptico de Miraflores,
que vuelve a España, aunque sólo sea de visita; y el Calvario del Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Por primera
vez en una pinacoteca se reunían estas tres enormes piezas, que además
contaba con la presencia del Tríptico de los
siete sacramentos y la Virgen Durán, dos pinturas de enorme
valor. Igualmente un retrato de Isabel de
Portugal, una iluminación para un manuscrito, algunas obras de taller y un tapiz
posiblemente diseñado por él. Para ayudarnos a entender la labor
del flamenco como productor de repertorio, como artista fundamental, varias
obras de pintores notables que muestran la huella que dejó en el arte europeo,
como Juan de Flandes (el único cuya copia resiste la comparación con el
original), Egas Cueman o el Maestro de don Álvaro de Luna. Además dibujos y
bocetos de otros autores sobre la obra de van der Weyden. Y algunas esculturas.
Virgen Durán |
El Descendimiento. |
La segunda constante de Rogier van der
Weyden es que le interesa el realismo, pero la verosimilitud, o la veracidad,
le importan muy poco. Es un pintor que tuvo perfectamente claro que podía
representar la realidad con todo lujo de detalle, pero que no tenía por qué
hacerlo. Me recordó al Picasso que con 16 años ya podía pintar usando todos
los elementos propios de la historia de la pintura figurativa y se lanza a
buscar otros caminos porque en caso contrario... ¿hacer una y otra vez eso el resto de su vida? La realidad, y
su plasmación, no tiene secretos para Rogier van der Weyden desde muy temprana
edad. Su técnica es impecable. Y llegado ahí ¿ahora qué? Pues hacer de cada obra un avance personal y universal.
Tríptico de Miraflores |
La tercera constante evidente es su
obsesión por la geometría euclidiana y por la proporción. Sus obras son
compositivamente perfectas. Es más, en el Calvario
la cuadrícula que se forma con el telón rojo de fondo no es más que 8:5 el
número áureo. No hay más que ver, además, el Tríptico de los siete sacramentos y darse cuenta de la especial
atención a la perspectiva de cada una de las tablas y su relación entre sí.
Atentos porque es perceptiblemente distinta al resto de representaciones.
Tríptico de los Siete Sacramentos |
El Calvario |
Aunque hay más constantes, me detendré en una quinta: La simbología, inmensa y difícil, de su obra. Juega con el
espectador y lo obliga a un esfuerzo visual e intelectual, como en los marcos
del Tríptico de Miraflores, que
poseen un programa iconográfico que se lee en dirección contraria a las agujas
del reloj y desde el centro de la representación. Sus obras son complejas,
incluso las más evidentes como el Calvario. ¿Qué es ese telón rojo?¿Son personajes reales?¿Por qué los mantos de la Virgen y de San Juan son
blancos?¿Qué significa la grieta al pie de la cruz?¿Qué significan las lágrimas de Cristo?
En fin: ¿Qué me enseña, qué me cuenta,
qué hay ahí? La potencia simbólica es tan fuerte que uno acaba por entender
otras cosas, y por ejemplo El Bosco deja de ser extravagante.
Isabel de Portugal |
A partir de ahí surge todo su discurso
pictórico y estético. Y triunfa, vaya si lo hace. Un rastro legible y clarísimo
que sigue la estela de van der Weyden recorre toda Europa mucho antes de su fallecimiento.
Desde Flandes hasta la Península Ibérica, Francia, centroeuropa, hasta la
propia Italia. La sombra del pintor, como sucede con Van Eyck, invade el Viejo
Continente. Lo vamos a ver directa o indirectamente relacionado con multitud de obras y autores. Hasta en Durero. Todo ello convierte a Rogier van der
Weyden en uno de los padres de la pintura
como escribí más arriba. Porque generó repertorio visual y creó una iconografía
propia, como los crucificados de brazos muy extendidos, con poco ángulo con
respecto a la cruz, y de tronco ensanchado por el esfuerzo físico que supone
esa forma de martirio.
La exposición es todo eso, y más. Uno no
puede por menos que echar de menos una serie de gestos que habrían dado, si cabe,
más contenido. Hay unos cuantos cuadros que me hubiera gustado ver enfrentados
a Rogier van der Weyden, como la Anunciación
de Fra Angelico. O alguna obra de Van Eyck. También habría sido interesante que no
hubieran optado por la parquedad: frente al exceso de explicaciones de otras
muestras, los comisarios de ésta han decidido sólo bosquejar ideas y que el
espectador reflexione por sí mismo. Así, la relación de van der Weyden y la
escultura se afirma, pero no se desarrolla. Creo que deciden centrarse más en
el concepto mismo de realidad. Por otro lado, lo comprendo. Es una exposición
pequeña pero cada cuadro merece y necesita de un gran esfuerzo. Si la
exposición hubiera introducido más piezas, o más niveles de reflexión, verla
habría sido cosa de horas. Ya es muy intensa en sí misma como para complicarlo
más.
Por último, la muestra también sirve para
difundir una restauración, la del Calvario.
Se presenta con un video que describe el arduo oficio del restaurador, y que nos sirve para entender que una obra reintegrada lo más fielmente posible a
su estado original permite una lectura completa que de otra forma se
pierde. ¿Cuántos de nosotros no habíamos visto esa enorme tabla
en El Escorial con una inmensa grieta central, descoloramiento, manchas, pérdidas de pintura..? Con la
restauración, esta obra ha pasado de ser "un notable cuadro de Rogier van der Weyden" a una de las obras
maestras más complejas y geniales de la historia de la pintura. El taller de
restauración del Museo del Prado nos ha devuelto, así, la grandeza renovada del
que voy a calificar, posiblemente con mucha hipérbole, el primer pintor moderno
de la historia. Ex aqueo con Giotto, mi otro viejo amor de juventud.
1 comentario:
Canastos, Uge. Esta crónica llega más de tres semanas tarde. Si la llego a leer antes de visitar la exposición, la hubiese visto con otros ojos. Y la hubiera disfrutado muchísimo más.
Gracias por la entrada, profe. Un gusto leerla.
Cuidate.
Nacho.
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