Es
curioso que me inviten a presentar un libro que se titula “Yo estoy
loco”. Sobre todo cuando quién lo hace es una persona de la
aparente salud mental de Vicente Torres. Y digo aparente, y digo
bien. Nos engaña, Vicente. Nos da a entender con sus escritos y con
sus actos, que es una persona coherente y equilibrada, pero créanme
si les digo que es falso. Podemos afirmar que Vicente está loco,
aunque solo sea por atreverse a publicar una novela recurriendo
incluso al micromecenazgo, sin distribuidor que coloque su libro en
los grandes puntos de venta. Una novela, ni más ni menos, ni un
libro de autoayuda ni la biografía casposa de una petarda
televisiva, que eso al parecer, si que vende. Por si esto no fuera
suficiente para demostrar su locura escoge para presentar su libro en
Madrid a una persona más o menos anónima que nunca ha presentado ni
la hoja parroquial. Tendrían que haber sido testigos de la
conversación, reflexiva, argumentada y propia de dos intelectuales
en la que se gestó este acto de hoy. Como curiosamente la tenía
guardada, maravilla de la técnica, la voy a reproducir. Un día
cualquiera por la tarde. Inicia el diálogo por whassap Vicente
Torres.
- Hola, Eugenio. ¿Me presentas el libro en Madrid?
- ¡Por supuesto! Será un honor.
- Creo que será el 13 de abril en el Centro de Arte Moderno.
- Vale, me hace mucha ilusión, pero debería leer el libro antes, ¿no crees? (CARITA SONRIENTE).
- Bueno, es que aún está en la imprenta, en cuanto salga te lo mando. Será para Semana Santa.
- ¡Ok Vicente! Pues allí estaremos el 13 de abril. Te paso mi dirección por email para que me mandes el libro.
Total:
dos botarates y un destino. Vicente por confiar en mí, que ya nos
dirá por qué, y yo por aceptarlo sin dudar un momento. ¡Qué
quieren que les diga! En mi vida he presentado un libro, no creo que
nadie me lo vuelva a pedir, y hay que aprovechar el momento.
En
fin, hasta aquí hablar del presentador, que los protagonistas hoy
son Vicente y su libro, aunque yo no sería yo si no me tomara mi
plus de gloria de tanto en tanto.
“Yo
estoy loco” es la historia intensa, contada muy brevemente, de un
muchacho, un hombre joven, muy cuerdo, que ni siquiera tiene nombre.
Si le preguntan a Vicente por qué, les va a responder que es un
recurso literario, que lo han hecho otros autores, y escurrirá el
bulto para no mojarse y para que lo decidamos nosotros. A mí me lo
ha hecho. Sin embargo, este recurso tiene una carga simbólica que me
resulta apabullante. Las mujeres romanas no tenían nombre, no sé si
lo saben. Cuando una mujer romana nacía, era registrada por el
apellido, con una lacónica cita “Ha nacido una Julia” o “Ha
nacido una nueva Flavia”. El nombre era el apelativo por el que se
la conocía familiar y socialmente, pero carecían de identidad
oficial. Con ello, el Imperio Romano dejaba clara, con toda la fuerza
de su burocracia, la posición exacta que una mujer ocupaba dentro de
su sociedad: ninguno, ya que no tenían derecho ni a existir con su
propio nombre, no tenían identidad más allá de su familia.
Pues
eso es exactamente lo que sucede con el protagonista de esta novela.
Pocos personajes literarios reivindican con tanta persistencia su yo,
su derecho a tener una identidad personal más allá de las difíciles
circunstancias de su vida. Y sin embargo, no tiene derecho a un
nombre, no tiene derecho a definir esa identidad singular. Carece de
un yo, de una existencia propia. Nos vemos obligados a llamarlo “el
protagonista”, “el chico”, o “el cubano”.
Ese
cubano perplejo por sufrir la sucesión de discriminaciones que lo
azotan. No solo su creador le ha arrebatado la singularidad de un
nombre, sino que es homosexual, es inmigrante, es cubano disidente,
es un hombre capacitado en un entorno mediocre, sufre una disfunción
mental. Es ingenuo y es honesto. Y es muchas más cosas. No creo que
tenga que detallar el efecto discriminatorio que cada una de esas
cualidades personales significan. Como ciudadanos y lectores tenemos
que darlo por hecho, y a través de párrafos ágiles y bien
estructurados Vicente lo desgrana sin compasión. Somos una sociedad
de etiquetas, y nuestro protagonista tiene tantas, que termina
desbordado. Hasta tres veces da con sus huesos en un hospital
psiquiátrico. La locura, la enfermedad mental, no es más que la
forma de etiquetar al desetiquetado.
¡Y
mira que le pasan cosas a nuestro cubano! Utilizando un término un
tanto castizo, es el pupas. El problema no es la ironía que yo le
ponga cuando lo describo, el problema no es la celeridad casi
frenética con la que Vicente Torres nos lo cuenta. El verdadero
problema es que todas esas cosas que le ocurren, una tras otra,
pueden pasar. A la vez o de manera intermitente, pero no es raro que
pueda sucederle a alguien. Si lo pensamos con detenimiento, es
terrible. Todos los homosexuales han vivido, alguna vez, la
discriminación, ya sea de baja o de alta intensidad. Todo depende de
hasta donde estás dispuesto a ofenderte o hasta donde quieres que te
afecte. También todos los inmigrantes. Aunque jamás sientan la
discriminación, sucede. Discriminación de baja intensidad como "a
lo mejor en tu país se hace así, pero aquí no" referido a la
estupidez más grande, como la forma de atarse los cordones de los
zapatos. Un inmigrante con estudios superiores tiene que enviar
muchos más curricula que un español para acceder a entrevistas de
trabajo, y no digamos para conseguir un puesto. Un fisioterapeuta
entrega su expediente, en el que consta que es Licenciado por la
Universidad Cayetano Heredia de Lima, y en un 80% de los casos ni
siquiera se le considera para el puesto, actúa el estereotipo
intelectual. Curiosamente, un fisioterapeuta español desearía tener
la formación de sus colegas peruanos. En los países europeos donde
la fisioterapia es algo, Holanda o Francia, sus fisioterapeutas van a
Perú a hacer prácticas. ¿Lo sabían? Seguro que no. Pues es así.
Nuestro protagonista sin nombre lo sufre. Es un ingeniero más que
capacitado, bien formado, y cuando consigue un trabajo en España no
le perdonan que no sea lo que se espera de él, un pobre panchito con
un título de vete a saber tú qué universidad. Y como destaca, como
es autosuficiente y resuelve los más difíciles asuntos, recibe el
rencor, el resquemor, y el desprecio de los mediocres. De los pelotas
que medran para ascender.
Sufre
nuestro protagonista otro de los sacrificios del emigrante: no saben
ustedes lo difícil que es abandonar conscientemente a los seres
queridos, y no estar incluso en el momento de su muerte. Es la mayor
de las renuncias. Nuestro protagonista sin nombre lo descubre muy
pronto.
Y
él transita por todo ello con honestidad. ¡Qué gran error! Mira
que la vida nos enseña una y otra vez que la honestidad no nos lleva
a ninguna parte mientras que su contraria llega incluso a Panamá y
más allá. Pues nuestro protagonista sin nombre decide ser honesto, lo que junto a su ingenuidad provocan un
incidente en un foro de internet. Debo decir que me vi reflejado en
esa historia por partida doble. Como he sido muy activo en las redes
sociales y en los foros, a veces he sido víctima de los ataques de
las hienas de la red, aquellos que usan el ordenador para hacer salir
la maldad que ni por asomo osarían tener en su vida “real”,
dicho esto con todas las comillas del mundo. Lo que pasa es que no
sería honesto si no les dijera que alguna vez fui atacante, sin
llegar a esa maldad, en esos foros, arropado por otros internautas
que perdían el sentido de la realidad, como yo, en determinados
momentos. Las relaciones por internet muestran a veces lo peor de
nosotros. No me gustó lo que sacaba de mí y por eso me retiré.
Además descubrí que le sucede a muchas personas sensatas, a muchos
de mis amigos que han sido víctimas y verdugos. Internet significó
una vuelta de tuerca en las relaciones sociales, que causa los
efectos que Vicente describe. A nuestro protagonista el ataque de las
hienas virtuales lo lleva por primera vez a un hospital psiquiátrico.
Perdonen
que me detenga pero no quiero seguir destripando el argumento de esta
novela de Vicente. Quiero hacer algunas consideraciones más sobre su
oficio de escritor. Les van a sorprender muchas cosas cuando lean la
historia. La primera, ya lo he dicho, lo reamente corta que es para
todo lo que pasa en ella y la cantidad de temas que se tratan. Para
lograrlo, Vicente se deshace de algunos recursos narrativos. Para
empezar, las descripciones. Apenas las hay, o son muy secundarias.
Nuestros protagonista, aparte de no tener nombre, no tiene cara, ni
cuerpo, ni sabemos si es rubio o moreno. Así sucede tanto con los
personajes como con los escenarios donde se mueven. Sólo hay uno,
Veremundo, el gran Veremundo, de quien tenemos más referencias
físicas. Ya sea por adjetivos ocasionales, ya sea por sus propios
actos, entendemos que Veremundo, el hombre bueno, era grande, fornido
e infundía respeto físico. Sus cualidades son tantas que el autor
se permite mimarlo. Sin descripciones, el lector activa su mente y
Vicente le introduce sus inquietudes. Para ello se deshace de otro
recurso literario. Una novela, en la que los personajes no paran de
decir lo que piensan de mil y una situaciones y temas diferentes, no
posee diálogos. Todas las conversaciones son narradas a través de
la voz del protagonista. Hay quien dice que el recurso del diálogo
es una trampa narrativa porque en realidad se convierte en un
ejercicio de estilo en el que el autor tiene que ponerse en la piel
de diversas personalidades y esconder sus propias ideas. Otros, sin
embargo, consideran que el diálogo es un recurso difícil, pues si
el escritor no sabe hacerlo, al final todos los personajes se
expresan exactamente igual, y eso los aplana. Vicente ni siquiera
entra en esa discusión, sus personajes dicen muchas cosas, pero lo
dicen a través de las reflexiones, las impresiones y los recuerdos
del protagonista sin nombre. Sabemos lo que éste entendió de lo que
le dijeron los demás, su querida amiga Celia, por ejemplo, o lo que
sintió cuando escuchaba las reflexiones del delicioso personaje que
es Romuá, que me gustaría que renaciera en otra novela o relato.
Surge así una suerte de narración en primera persona en la que el
prisma mental del protagonista nos sirve de filtro de la realidad.
Una circunloquio continuo que lo emparenta con Joyce, pero un Joyce
humilde y nada pretensioso, si obsesión por la inmortalidad, ni
experimentos lingüísticos, lo que se agradece. Tampoco nuestro
protagonista sin nombre es Leopold Bloom.
Esa
narración, rápida y siempre interior, es analítica. A veces parece
una autopsia. A nuestro protagonista sin nombre le suceden cosas, sí,
y sufre, claro, e incluso termina en un hospital psiquiátrico varias
veces, como ya les he dicho. Pero como nos lo está contando en un
hipotético “después” temporal, lo cierto es que lo hace con
desapasionamiento, como el entomólogo que clasifica insectos o como
el forense que pesa un cerebro y dice a la grabadora el resultado. Me
ha sorprendido y motivado mucho ese método narrativo en el que
pareciera que el protagonista nos contara la película que vio ayer.
A medida que avanzaba en la lectura recordaba al recientemente
fallecido Imre Kertesz, que era capaz de contar la historia de un
adolescente preso en un campo de exterminio nazi sin mostrar la más
mínima emoción. ¿Qué se consigue con ello? Captar aún más si
cabe el interés del lector, y sobre todo mostrarnos lo más
desalmado del comportamiento humano sin excusas ni distracciones.
Kertesz hace que el horror de los asesinos nazis nos cause aún más
pavor porque lo descarna. Vicente demuestra que el acoso moral y la
discriminación que sufre nuestro protagonista sin nombre es maldad,
por socialmente aceptada e históricamente forjada que esté. Nos
cuesta enfrentarnos a la maldad de los actos humanos. Quizás por eso
tiene que existir Veremundo, y por eso mismo no es casual sea el
único poseedor de una voz en un libro en el que tantos personajes se
expresan a traves de otro. Efectivamente, Veremundo habla, desde que
aparece en la historia hasta el final de la misma. Habla con su
acento andaluz, dice muchas cosas y tiene un modo curioso de hacerlo,
su propia sintaxis y su propia gramática. Es la bondad en medio de
tantas mezquindades, y también se lleva su cuota de pesadumbre. Por
eso brilla, por eso tiene identidad y voz propia. Pero, en este libro
de Vicente parece que siempre hay un pero, un personaje tan rotundo,
el único con voz real, muere muy pocas páginas después de
aparecer, cuando no hemos llegado ni a la mitad de la historia.
Seguirá apareciendo, y comunicando en forma de recuerdo o ensoñación
de otros. Así, el autor parece más despiadado de lo que pensábamos.
Veremundo muere, y con él el cimiento rocoso de la historia. Es un
auténtico héroe, así se comporta, con arrojo y principios. Si
hacemos un esfuerzo con la memoria, y nos remontamos a todos los que
lo han sido en la literatura, en la épica y en la epopeya, la mayor
parte de los héroes terminan mal. Como el querido Veremundo.
Al
otorgarle el título de héroe, parece que se lo arrebatara al
protagonista. Pues efectivamente, se lo arrebato. Y lo hago porque
así lo han creado. No es un héroe. Le pasan muchas cosas, y tiene
que salir de ellas, pero no lo hace como un héroe mítico. Lo hace
con tesón, con esfuerzo, con unos principios que se tambalean.
Incluso evoluciona y a través de su experiencia y de lo que le
aportan los demás crece y supera las depresiones convertido en mejor
persona. Posee poco de héroe, porque no tiene la más mínima
intención de serlo. Está demasiado ocupado en sobrevivir para
permitirse el lujo de sacrificarse por causa alguna. Lo describí
antes irónicamente como el pupas. Y el pupas, por definición, no es
un héroe. Los héroes son de una pieza, no son poliédricos ni
multidimensionales. Los héroes no dudan. Nuestro pobre protagonista
sin nombre duda, reflexiona, yerra, gira, cambia, se sublima y se
transforma. Evoluciona. Los héroes no suelen hacerlo. Nuestro
protagonista es tan héroe como cada uno de nosotros en el acto de
existir.
Me
contaba el otro día Vicente su preocupación por el personaje
femenino principal de la novela, Celia. Me decía que no sabía si
había logrado dibujarlo, hacer una mujer y meterse en su alma. Lo
consigue sin problemas por el propio método narrativo que emplea.
Ojo, que no le estoy quitando mérito, al contrario, es un método
difícil porque hay que tener mucha seguridad para no resultar de
cartón piedra, y Vicente sale victorioso. Al ser el protagonista el
que nos cuenta sus impresiones acerca de los demás y de lo que estos
dicen, lo cierto es que Celia es una mujer vista por los ojos de un
hombre, de un hombre que además es homosexual. Posee una
personalidad tamizada, o engalanada, por el filtro mental de otro. Da
un poco igual, porque lo que Celia significa es el anclaje en la
realidad, la conexión entre dos mundos. La delgada cuerda que ata a
la tierra y salva al protagonista del desconcierto. No importa si es
más o menos real, porque lo real es lo que ambos forjan, una
relación a veces extravagante, que les impide perderse.
El
último personaje al que quiero referirme es Romuá. ¡Qué delicia
de tipo! Lo tiene todo para que lo detestemos. Viene y va, como una
marea. Es el más facetado de los personajes, y da un poco de pena
que aparezca poco o no tenga una gran escena de enfrentamiento con el
protagonista. Un personaje tan detestable que el mejor castigo es que
no se le permita erigirse en estrella, ni siquiera de un pequeño
minuto. A mí me recordó en cada una de sus apariciones a uno de los
protagonistas de la novela de Álvaro Pombo “Contra Natura”. El
de Pombo termina mal, le lanzo la idea a Vicente por si decide
retomar a Romuá en otra historia. Ejerce en mí la fascinación de
los malos absolutos, como las pérfidas de las telenovelas. Hay otros
malos en el libro, pero son todos tontos mediocres. No debemos
olvidar que un buen malo sostiene por sí mismo cualquier argumento
por largo que sea, mientras que los buenos encuentran más
dificultades para hacerlo.
Todos
estos personajes, y los demás, hablan. Sobre todo hablan. A través
de la voz de otro, de acuerdo. ¿Y de qué hablan? De todo. Es
increíble el catálogo de temas que Vicente expone. Todos esbozados,
ninguno concluido. Deja al lector esa tarea. Hay una continua
referencia a la historia de España, como causa y motor de muchos de
los hechos que suceden al protagonista. España como método
analítico. Por supuesto la política, desde la discusión ideológica
superior entre comunismo y democracia, hasta la política práctica
de cada día. Terrorismo de ETA, represión, populismo, corrupción,
Aldolfo Suárez... Pero hay más. Los personajes reflexionan sobre el
aborto, la religión, el acoso moral, que se convierte en piedra
angular de parte de la historia, las negligencias médicas, del trato
a los que sufren disfunciones mentales... Hablan de las traiciones.
Hablan de honradez. Hablan de arte y discuten la dialéctica entre
forma, expresión y mercado. Siempre tiene tiempo, Vicente, para
introducir una coletilla, una simple frase, en la que se presenta un
tema nuevo, como el periodismo o la nostalgia. Porque sí, sin orden
aparente, obligándonos a reflexionar y poniéndonos frente al
espejo.
Lo
difícil es decidir cuál es el objetivo, o qué es lo que Vicente
Torres nos propone en su maraña perfectamente intrincada de temas,
personajes, acciones, momentos y desconciertos. Pues seguramente son
muchas cosas, y todas serán reales. Hoy, sobrepasado Hegel, sabemos
que al final no importa demasiado la intención del artista al poner
una obra frente al público. La novela tiene entidad propia e
independiente, y surge de la relación íntima que va a establecer
con el lector. Lo que yo sienta es igualmente válido con respecto a
lo que sientan otros, y cualquier lectura enriquece y fomenta un
debate esclarecedor.
Para
mí, fíjense qué sencillo, las vertiginosas 141 páginas de esta
novela tratan de manera principal acerca de las relaciones humanas en
multitud de variantes. Las relaciones entre extranjeros y no
extranjeros, con todos sus matices. Las relaciones laborales, entre
iguales y en jerarquía vertical. Las relaciones grupales
tradicionales y las virtuales. Las relaciones del ser y la entidad
política. Las relaciones humanas, y la amistad, con sus principios
inamovibles de honestidad y sinceridad. Por último, más delicado y
sutil, la relación del individuo con su propia forja, con su
personalidad y con su mente. El complicado marco de la madurez,
cuando la vida va en serio y no hay demasiadas Ítacas a las que
llegar. Somos lo que proyectamos, somos fruto de la dialéctica con
los que nos rodean, presentamos tantas dimensiones como ámbitos de
relación. Ser humano implica que esas relaciones sean difíciles y a
veces den al traste con nuestra propia singularidad, obligándonos a
un fortísimo ejercicio de superación continua y adaptación casi
darwiniana al medio social que nos rodea.
No
puedo terminar sin citar el leit motiv de esta novela, al que
podríamos dedicar esta y tres presentaciones más. El protagonista
innombrado de la historia recurre, una y otra vez, a la imagen de Don
Quijote y Sancho Panza para ilustrar los hechos de su vida y los
pensamientos a los que se enfrenta. No es casual, y mucho menos en un
libro que se titula “Yo estoy Loco”. Un Quijote que reconociera
su locura es un Quijote muerto. Para que Quijote pueda existir
necesita de la locura y de un Sancho que lo baje a la tierra. Para
que Sancho crezca y evolucione debe creer las locuras de Quijote.
Esta novela está llena de Quijotes y de Sanchos. O mejor, de
personajes que son ahora uno y ahora otro. Es otro de los secretos de
esta caja de sorpresas, al que con total intención no quiero dedicar
demasiado tiempo en estas palabras, porque es una de las preguntas
que quiero que Vicente responda al inicio de su intervención.
Vicente, apúntatela, y cuéntanos ¿por qué el Quijote tan
machaconamente, por qué interesa tanto a tu análisis?
Con
estos mimbres, el final de la historia puede ser tan terrible como
nos imaginamos a medida que la lectura avanza. O quizás no.
Dependerá de Vicente decidir si esta es la historia del optimismo
que se deja desbordar por el pesimismo o del pesimismo plagado de
esperanzas optimistas. Eso no se lo voy a desvelar ahora, prefiero
que lean el libro, y sobre todo que lo compren para que Vicente pueda
escribir muchos más y deleitarnos cada cierto tiempo con estas
agradables convocatorias. Termino aquí agradeciendo a todos el que
nos hayan acompañado y a Vicente el honor de permitirme presentar su
magnífica novela, no sin antes lanzarle una pregunta más: Vicente,
ya he dicho yo muchas cosas que me ha evocado tu historia, ahora te
toca contarnos cuál era tu intención, por qué escribiste esta
novela, y por qué quieres que la leamos.
Muchas
gracias.
Y aquí en youtube
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