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sábado, 23 de agosto de 2008

De Exposiciones por el Museo del Prado

Antonello de Messina: Retrato de un hombre.


Desde que se inauguró la ampliación del Museo del Prado, he leído con atención casi todas las críticas que he podido acerca del mismo. Se dividen en dos: las hagiográficas hacia Moneo, o las que glosan la tipología del edificio, y su concepto, pero apenas van más allá. Adolecen, todas ella, de una cosa: casi ninguna de las que he leído hablan directa o exactamente del edificio, pasan por él casi de puntillas. Así, Calvo Serraller dedicó una página entera de El País a admirarse de un edificio concebido para no tener personalidad propia, como ideal de una forma de entender la arquitectura al servicio de una idea y no de sí misma. Precioso artículo, y magnífica argumentación, que sin embargo nada decía de la edificación en sí. A partir de ahí, me he ido encontrando ese tipo de cosas: el edificio que no intenta ser un hito en sí mismo sino nimbar a la institución que alberga (lo contrario, parecen decir, que la excelente ampliación del Reina Sofía). Por otro lado, artículos que dicen que Moneo es dios, y en su grandeza ha hecho una maravilla más, pero a la que dedican, realmente, muy poco tiempo y espacio. ¿Por qué? No voy a ser yo el que resuelva el enigma. Tampoco voy a hablar demasiado del edificio, que uno no sabe lo que va a depararle el futuro ni qué ojos ávidos leen este blog. Lo único que quiero decir es que casi todo lo que esperaba del edificio, al que conocía en proyecto y en obra, se ha cumplido. Y más allá. Voy a añadir, nada más, que la mano de obra ha sido espantosa, y los acabados por tanto se han resentido. Eso puede verlo cualquiera: un vistazo a las juntas, a los churretes de silicona, al corte de las placas metálicas, y me entenderéis.


Cy Twombly: Lepanto (detalle). Vale, tenía que poner un ejemplo para que me entendiérais.



Pero esta entrada era para glosar las exposiciones temporales que actualmente pueden verse en esa ampliación. Empezaré por la peor, sin duda alguna, a la que voy a dedicar muy poco espacio. Se trata de Lepanto, de Cy Twombly, pintor americano que empezó a ser conocido en los 50, en pleno apogeo del Expresionismo Abstracto, y que nació en Lexington, Virginia, en 1928. Su estilo es peculiar, con una manera de entender el espacio y la forma tremendamente personal. Si bien ha tenido obras que me han interesado, esta exposición no es una de ellas. Se supone que es una lectura diferente, desdibujada, más allá de lo que significó la propia batalla de Lepanto, como mito y como hecho, para nuestro país. Una visión incluso irónica. Vale, puede ser, pero finalmente, en realidad, no es sino la repetición sin consecuencias ni solución de continuidad de dos ideas pictóricas: barcazas apenas dibujadas con grandes trazos en negro, ora más cerca, ora más lejos; o manchas de color, rojas y amarillas, que se enfocan y desenfocan, se derriten y se hunden… Lo mismo cuadro a cuadro, idea a idea. El intento del folleto explicativo por introducir esta exposición como un nuevo eslabón en la fabulosa secuencia de la “tradición veneciana” (sic) me parece presuntuoso, extremo, hablar por hablar, y justificación de lo injustificable. La exposición es mala, no hay que darle más vueltas, y la propuesta de Twombly carece de interés, por lo repetitiva y por lo ocasional, insubstancial y oportunista. La presencia como prólogo a la muestra del retrato del Bufón conocido como Don Juan de Austria, de Velázquez, es rizar el rizo del dislate, y buscar una ligazón forzada donde no la hay. No creo que nadie, leyendo este blog, pueda acusarme de anticontemporanista, porque esa es mi formación, y ese mi perfil.



Callot: El sitio de Breda (detalle).



La segunda muestra es muy pequeña, y está dedicada a las Representaciones de Batallas de Jacques Callot y de Pieter Snayers. Callot (1592-1635) es uno de los creadores de todo un género, la pintura de batallas. Normalmente, sus obras responden a una misma composición: un primer plano que nos muestra a la soldadesca y su vida cotidiana, una ascensión paisajística, y por encima, coronándolo todo, una visión de las zonas en conflicto y de las maniobras de las partes que luchan en el mismo. Así, se convierten en propaganda, pero también en difusión de las artes militares y de las técnicas logísticas. Artísticamente son más flojas, aunque su dificultad técnica es manifiesta. Una de las piezas más importantes de Callot es su Sitio de Breda, que consta de seis partes.



Pieter Snayers: El Sitio de Gravelinas.



Pieter Snayers es uno de sus seguidores, y trabaja en la Flandes española. Con un esquema compositivo similar, aunque en mi opinión un poco más de calidad artística, nos legó importantes escenas de batallas, como el Sitio de Gravelinas. Es una exposición muy coqueta, y francamente bonita, pero exigua, apenas una sala con un puñado de cuadros de gran tamaño. Es un complemento, se supone de la anterior (¿o viceversa?).



Jan Van Eyck: Retrato de su esposa.



Tras un vistazo a las esculturas de los Leoni que pueden verse ya permanentemente en la Sala del Claustro (salvo Carlos V venciendo al furor, que se integró en la exposición estrella del momento en el Prado), me introduje en el verdadero motivo de mi visita, aparte de conocer el edificio: la exposición El Retrato del Renacimiento. Últimamente estoy volviendo a mis orígenes contemporáneos, por lo que debo reconocer que la exposición me daba algo de pereza. Asimismo, algunas cosas que no me estaban gustando de la política expositiva de Museo del Prado me hacían tener reticencias ante la exposición. Pero todas se disiparon enseguida. Sólo tengo una crítica, funcional, y otra conceptual. La primera la diré rápidamente: demasiada obra y poco espacio, yo habría optado por eliminar algunos ejemplos (que se podía) o por desechar el espanto de Lepanto y hacer la muestra algo más llevadera.



Antonio Moro: Retrato de Felipe II



La exposición es excepcional, y el Prado sale no sólo bien parado sino que puede vanagloriarse de darnos la posibilidad de ver una exposición de una notable calidad artística. Si la exposición del momento en Madrid sigue siendo la de Joan Miró en el Thyssen, esta no le va a la zaga. El prólogo: el retrato medieval. A partir de ahí, un estudio complejo y sagaz de un género que realmente renació y se reescribió en el siglo XV: el retrato. Hombre, muy exagerado, como he leído, sería decir que realmente en el XV nació el retrato como concepto artístico en pintura… No me atrevería yo a decir algo parecido con las siglos de arte antiguo que todos podemos tener en la mente.



Tiziano: Carlos V a caballo.



La muestra es muy seria en cuanto a sus conclusiones, y francamente interesante. De un lado, Flandes, de otro Italia, como las dos vertebradoras del género (Antonello de Messina, un híbrido de ambas, es uno de los primeros en aparecer, quizás yo habría expuesto otro de sus retratos).



Este es el retrato de Antonello de Messina que yo habría puesto, uno de los mejores, en mi opinión, de la historia.



Poco a poco, el retrato evoluciona, escoge su propia iconografía, sus propios derroteros. Elige sus fuentes, se democratiza (pues llega a todas las clases sociales, eso sí, con notables diferencias entre retratar a un Rey, a un noble, a un burgués o a un hombre de la calle).

Un conocidísimo retrato aúlico debido a uno de mis pintores favorito: Sánchez Coello.

Sobre todo, se convierte en psique reflejada y perseguida más allá de un físico minuciosamente elaborado. Establece unas claves de expresión, y evoluciona rápidamente, aumenta el tamaño, la importancia, desaparecen los fondos, regresan, se hacen oníricos (de ahí la presencia del Caballero de la Mano en el Pecho de El Greco.

El Greco: Caballero de la Mano en el pecho.

Un género redescubierto que se ve pronto invadido por decenas de tipologías. Una de las más sobresalientes, y que está presente también en la exposición, es el autorretrato, donde el pintor da rienda suelta a su oficio y a su vanidad. La exposición termina con el retrato de corte, que va poco a poco perfilándose, de modo que cuando vemos la secuela, un retrato de Rubens ya en pleno barroco, entendemos que la idea, la forma, ya está hecha, terminada, y difundida. Por cierto, que las piezas dedicadas a explicar la difusión de los modelos me parecieron excepcionales, y que la muestra se ocupara de ello fundamental.



Ghirlandaio: Anciano con su nieto, no sabía que era post mortem



Muy interesante el cuadro de un Niño mostrando un dibujo infantil pintado por Caroto, a quien no conocía. No es más que un bosquejo, pero es curioso y delicado.



Caroto: Niño mostrando un dibujo infantil.



Están todos los grandes: Moro, Tiziano, Ghirlandaio, Van Eyck, Lotto, El Greco, el ya referido Messina, mi admiradísimo Sánchez Coello, el colofón de Rubens… ¿Quién falta? Ahí está mi crítica conceptual. Falta Velázquez. Y dado que no hay argumento teórico posible, y la cronología no es una opción puesto que está Rubens; y tampoco es que el Prado ande falto de retratos de Velázquez, me lleva a pensar que ha sucedido una de estas tres cosas:


El Velázquez que falta lo pongo yo: El famoso retrato de las mariposas.


O es que a los organizadores ya les cansaba que todo lo que se haga en el Prado pase por exponer algo de Velázquez, hasta el punto de que Prado y Velázquez ya parecen sinónimos (y yo encantado, que conste); o que tras el Velázquez mitológico del año pasado nos espera otra exposición sobre Velázquez y el retrato o una continuación de esta con el Retrato Barroco; o que las obras de Velázquez llevan un año dando demasiadas vueltas por el edificio y por Europa y ya toca dejarlas tranquilas una temporada. En todo caso, sea cual sea la razón, el agujero dejado por Velázquez es insalvable incluso para una muestra de una calidad tan extraordinaria como esta. Hay que felicitar al Museo del Prado: el faro sigue dando luz.

Lorenzo Lotto: Retrato de mujer inspirado en Lucrecia.

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