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lunes, 19 de julio de 2010

La ciudad muerta, de Korngold, en el Teatro Real de Madrid.

Otra representación que vi en junio y de la que no había hecho comentario alguno en el blog por falta de tiempo. Se trata de La ciudad muerta, de Erich Korngold. Fue la representación que renovó mi incredulidad con respecto al público del Real. Me explico. Yo no soy nadie, absolutamente nadie, para juzgar cómo se comporta un público. No me creo ni mejor ni peor que nadie, pero cuando algo escapa a mis entendederas, tengo que decirlo. La noche fue triunfal, al público le encantó esta ópera, llegué a escuchar que era lo mejor del año en Madrid. Los braveos fueron generalizados y merecidos, pero a veces extravagantes, como mínimo. Un público que hundió las representaciones de Lulú al inicio de la temporada, sin embargo vibra hasta el paroxismo con esta ópera de Korngold. Y a mí me alucina. Lulú es una de las mejores óperas que yo he escuchado en mi vida, y la que se hizo en el Real de lo mejor que he tenido la oportunidad de ver en este Teatro. Y fue hundida sin piedad. La ciudad muerta sin embargo triunfa, y yo no entiendo por qué. Es una ópera musicalmente aburrida. Con momentos cursis, terriblemente cursis, otros muy poco interesantes, y sobre todo es una especia de clímax continuo, y eso no puede ser. Ninguna obra dramática puede ser eso, una representación, como una película, debe tener momentos culminantes y otros de perfil más bajo, graduar la intensidad, porque el exceso no cansa: hastía. Y La ciudad muerta es una sucesión de clímax hasta en los momentos menos adecuados. A mí este tipo de cosas me harta, como me hartó esa noche. El libretto es interesante, muy Henry James: esposa muerta que se aparece fantasmagóricamente, misteriosa mujer con enorme parecido físico, protagonista algo desequilibrado, presencia contínua de lo onírico... Fue lo que me salvó la noche. Me gustó el primer acto y algunos momentos del final, donde Mahler hacía acto de presencia, pero en general no lo pasé bien. La he escuchado, y ya está, no vuelvo a a poner esta ópera en mi agenda. ¿A nadie le parece que tiene partes que casi son calcos de Strauss, especialmente de Salomé? Cuando la misteriosa doble anuncia que va a bailar, ¿no es exactamente igual que cuando Salomé anuncia al Tetrarca que bailará para él? Si a algún director de escena con sentido del humor y la complicidad del director musical se le ocurre, en ese momento, empezar con la Danza de los Siete Velos, nadie hubiera dado un respingo en la butaca.En cuanto a la contemporaneidad de la partitura... Fue estrenada en 1920, así que échale hilo a la cometa, Turandot es más moderna. Como alguien me dijo, una obra que le gusta a aquellos amantes de Puccini que creen que con él se acabó la ópera tiene algo que me escama. Y cuando la vi y escuché, lo entendí. La dirección escénica, de Willy Decker, funcionó bien aunque no me entusiasmó, en algunos momentos me pareció un poco sucia y con demasiada gente en escena. De los cantantes, hay que reconocer que el dúo protagonista le tiene que echar muchas narices a una ópera como esta, porque cantan mucho y están mucho sobre el escenario. Manuela Uhl, como Marietta y Marie estuvo muy bien, como actriz excepcional, como cantante algún pero en la zona aguda, pero poco que decir, recibió una ovación más que merecida aunque a mí no fuera lo que más me gustó. Porque el tenor Klaus Florian Vogt estuvo sobresaliente, increíble, enorme... Un tenor que otras veces no me ha llenado tanto hace de este papel su piedra de toque. Cantó como los ángeles, lo tenía todo y no tuvo el más mínimo error, ni siquiera casual y perdonable. Una partitura que le exige todo, y él supo darlo. Por encima del pentagrama, por debajo, en la zona media, en forte, en piano... Supo y pudo rejuvenecer su voz para adecuarse al personaje y calzárselo como un guante. Me hizo vibrar y hacía mucho tiempo que no veía una entrega escénica como esa. Tan acostumbrado a los grandes héroes épicos, hacer a este hombrecillo, desequilibrado, perdido, que navega en el onirismo más inquietante, que tiembla y teme, que se deshace en escena, que se muestra vulnerable... Pocas veces, insisto, he visto algo así en escena. Para mí, lo mejor que ha pisado en Real este año en lo que a profesionalidad se refiere. La sorpresa, para mí, de la noche fue que, por primera vez en mi vida, he braveado, y digo braveado que no aplaudido, a la Orquesta del Real. Yo que he sido el más crítico, que he llegado a ridiculizarlos, el miércoles 30 de junio de 2010 los braveé hasta perder la garganta. ¿Por qué? Porque estuvieron al nivel de las más grandes orquestas, estuvieron impecables y brillantes, no hubo el más mínimo atisbo de problema. Una vez más, estuvo dirigida por un gran director que supo sacar lo máximo de ellos y evitó los excesos. Pinchas Steinberg consiguió darnos un sonido como hace años no se conseguía en este teatro, y nos demostró, sin género de dudas, que el director titular de la orquesta, López Cobos, es el problema. Sus coríferos siguen cacareando por internet y por extranet, y cuando llegue su sucesor, si llega a haberlo, lo masacrarán y gritarán que con López Cobos estábamos mejor pero será mentira.Ahora voy con el momento incredulidad con el público del Real. Que se bravee al coro, a la orquesta, a Manuela Uhl, a Klaus Florian Vogt; es normal, son los verdaderos protagonistas de la noche. Pero sale a saludar Nadine Weissmann, que hizo el papel de Brigitta, y el teatro se viene abajo. Vamos a ver, esta señora cantó unos 5 o 6 minutos del total de la representación, y desde luego no tuvo tiempo de demostrar buen hacer, porque tampoco es un personaje que haga nada. Tras ella, sale a saludar Lucas Meachem, que hizo de Frank y Fritz. Y otra vez el teatro se viene abajo con los braveos... Pues también es un personaje que no llega a más de 10 minutos de canto en total, y tampoco con grandes momentos. La pregunta es si no serán estos braveos un poco excesivos con unos cantantes que apenas son algo más que comprimarios, que no resultan ni cruciales ni importantes, que no pasaría nada si no salieran a escena y además que no tienen una partitura especialmente brillante... Creo que cuando llega el momento de aplaudir, el público, por lo común frío, del Real, se lanza a la piscina y se pasa, porque hay cosas que no es que puedan ser discutibles (a mí me gusta, o a mí no me gusta) sino que objetivamente no tienen sentido.

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