Este blog no suele detenerse a
trazar biografías o ensayos sesudos de las personas que glosa, sea cual sea el
sentido. Así que esta entrada tampoco va a ser una excepción. No voy a redactar
una biografía de Selma Lagerlöf, primera mujer en ganar el premio Nobel de literatura, porque es conocida y porque con buscarla en Wikipedia tienes de sobra, y nada puedo aportar yo. El cuento que leí
hace unos días por obra y gracia de Quino y David puede encontrarse en
castellano como “El carretero” o “El carretero de la muerte”, aunque al parecer
la traducción más correcta sería “La carreta de la muerte”. Una chorrada,
vamos. No es la primera obra que leía de Lagerlöf. Antes había ojeado algunos de sus cuentos y sobre
todo, de niño, “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, que he decidido
releer, y que demuestra lo mucho que se ha depauperado la vida cultural en
general, pues ese era un libro para niños hace cien años, así como hoy lo son
las insustanciales obras de “Barco de Vapor”. Pero reconozco que no he leído
las grandes novelas de la autora sueca, aunque después de este experimento con
mis amigos Quino y David he decidido leerlas en los próximos meses.
En concreto, en “El carretero de
la muerte” aparecen ya lo que, según me informo, son los principios de la
literatura de Lagerlöf, basada en el universo folklórico e intensamente mágico
en el que se crió, y que como literata la alejó tanto del realismo que recorría
la literatura europea de su época, pues fue contemporánea de Longfellow, Wilde,
Chejov, Jerome y tantos otros. Una noche de San Silvestre, Edith, una salutista
(“monja” del Ejército de Salvación) agoniza a causa de la tuberculosis que le
ha contagiado David Holm, encarnación misma del mal derivado del alcoholismo,
el rencor y la impudicia. Estoy empezando “La saga de Gosta Berling” y sospecho
que el alcoholismo es una de las claves de la obra de Lagerlöf. No quiero
contar la historia, porque es muy corta y la destrozaría, pero con ese comienzo
se desgrana un cuento en el que la fantasía, en forma del carro fantasmal que
acude a recoger el alma de los moribundos, se mezcla con una tensa consecución
de retratos psicológicos (¡qué momento cuando David Holm destroza el abrigo que
amorosamente la salutista ha estado remendándole durante toda la noche!) y de
escenas tensas y de atmósfera agobiante (como todo el moralizante final del
cuento).
Con su propia magia, Lagerlöf consigue una narración que recuerda, sin
complejos porque estoy seguro que estaba en la mente de Lagerlöf, el “Cuento de
Navidad” de Dickens sin absolutamente nada del humor o la dulzura del mismo (es
curioso pero tiene hasta una estructura formal parecida); pasando por la
literatura de Henry James y engastada en el asfixiante moralismo protestante
propio de la cultura nórdica europea. Al final es la historia de siempre, la
bondad venciendo a la maldad, pero en un entorno mucho más triste, y con una
conclusión deprimente, si la pensamos con detenimiento: ojo con la muerte, que
es especialista en desperdiciar vidas que se encuentran en su esplendor. Pero si bien la historia puede
resultar un poco ñoña, al fin y al cabo, lo cierto es que las atmósferas y los
personajes son tan interesantes y están tan conseguidos que engancha de
principio a fin. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan tenso y ansioso
leyendo una historia como a lo largo del paseo que David Holm hace hasta su
casa en la última escena del cuento, sintiendo casi el peso de cada escalón que
sube hasta lograr encontrarse ante la puerta. Merece la pena, y te recomiendo
su lectura.
No leí este cuento de casualidad,
sino porque Quino me hizo descubrir previamente una película sueca de 1921
titulada “La carreta fantasma” y que está basada, como no, es el cuento que
antes te he reseñado. Tampoco voy a hacer la ficha de la película, sólo decirte
que fue dirigida y guionizada por Victor Sjöström, que también interpreta el papel de David
Holm. Sjöström Fue un magnífico director cuya producción se desarrolla
principalmente durante la década de los 20 del siglo pasado entre Suecia y los
Estados Unidos (allí como Victor Seastrom). Es especialista en los efectos
fotográficos, de los que esta película es ejemplo.
La película me ha parecido
una pequeña joya, no sólo porque refleja muy bien el cuento, con las salvedades
y los cambios propios de la adaptación de una obra escrita a otra visual sin el
apoyo de sonido o diálogo alguno, sino que incluso enriquece algunos de los
argumentos secundarios de la historia de Lagerlöf. Por ejemplo, se recrea más
en la pasión de la salutista Edit por el malvado Holm, y como esa pasión la
empuja a causar un gran perjuicio y dolor a la esposa de éste, cuestión por la
que la más moralizante Lagerlöf pasa de puntillas. A cambio, la maldad de Holm
es más perversa en el cuento que en su reflejo cinematográfico, que parece
mostrar más conciencia y sombras de remordimiento con breves gestos
circunspectos cada vez que realiza una maldad.
La maravilla que consigue
Sjöström es convertir una pequeña obrita, un divertimento, un cuento
moralizante, en una gran película de sugerentes escenas donde además nos parece
encontrar, gracias David, el antecedente de algunas de las más terribles
escenas de Kubrick en “El resplandor”. Escenas que se detienen en el gesto, que
funden en negro en un rostro que lo expresa todo, silencios que sirven para
reflexionar y respirar después de escenas vibrantes, cambios radicales de ritmo
según estemos en el carro de la muerte o en la habitación de Edit, en la casa
de Holm o en el bar… El film lo tiene todo. Está al nivel de “Metrópolis” o “Nosferatu”.
Sjöström demuestra el potencial de la cinematografía sueca, que consiguió en el
periodo mudo su mayor esplendor.
No hay que olvidar que no sólo Sjöström
terminará en Hollywood, también otros nombres tan importantes para la historia
del cine como Ingrid Bergman o Greta Garbo surgieron de la cinematografía muda
escandinava. Sin embargo, Sjöström regresará a Suecia a principios de los años
30 y ya no dirigirá salvo en contadas ocasiones, dedicándose a la actuación.
¿Por qué abandonó Hollywood? Pues quizás porque, salvo “Viento”, las películas
que le ofrecían no tenían nada que ver con las que él quería contar, y de las
que “La carreta fantasma” es un claro ejemplo: personajes endurecidos, extremos
a veces tanto en su maldad como en su bondad, y atmósferas agobiantes en las
que el hombre ha de enfrentarse a la grandeza y la furia de la naturaleza, caso
de su más importante película americana, “Viento”, con Lilian Gish, actriz que
guarda un tremendo parecido con Hilda Borgström, que interpreta magistralmente
a la mujer de David Holm y que llegó a tener una notable carrera cinematográfica.
Un cuento que merece la pena y
una película imprescindible que nos recuerda que el cine mudo está lleno de
obras magistrales que obligan al espectador a agudizar sus capacidades
receptivas. Un periodo en el que las claves del lenguaje cinematográfico ya
habían nacido. No puedes perdértela, y aquí te la dejo completa:
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