La primera vez que escuché a Carlo Bergonzi fue en la mítica
grabación de "La Traviata" para la RCA en la que compartía cartel con
Montserrat Caballé. La registraron alrededor de 1968, y en ese momento, aunque
parezca mentira, era de las primeras grabaciones integrales de ese título
verdiano. También fue la primera ópera que escuché completa, y la primera que
me compré en CD (unos años después). Yo debía estar en 2º o 3º de BUP, y no era
ni mucho menos un melómano. Ni siquiera sabía demasiado de ópera, pero me
estaba adentrando en ese género, de la mano Montserrat.
Por supuesto tampoco tenía ni idea de quién era Carlo Bergonzi.
Mis conocimientos acerca de cantantes de ópera se limitaban a Plácido Domingo,
José Carreras, Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza, Alfredo Kraus, Maria
Callas, Renata Tebaldi, Joan Sutherland, Birgit Nilsson
y Luciano Pavarotti. No sabía de
nadie más, y a estos los conocía o por los medios de comunicación o porque en mi
afán por saberlo todo de Montserrat Caballé leía artículos en los que aparecían. También por conciertos o representaciones a los que me llevaron a rastras en mi infancia y adolescencia. No sabía de muchos más. Pocos años después mis horizontes eran más
amplios. La pasión sustituyó a la curiosidad, la ópera se convirtió en la
música que más me interesaba, y aprendí, estudié, comprendí y asimilé. El
horizonte de cantantes que me interesaban y gustaban creció, también mi
capacidad crítica. Mi gusto se asentó y se fijó. Empecé a disfrutar de la ópera
desde el conocimiento. El arte se puede disfrutar de cualquier manera, siendo
un auténtico analfabeto y no conociendo ni sabiendo nada sobre lo que se
observa, lee o escucha; pero también desde el conocimiento que da el estudio y
el análisis. Antes hubiera dicho que son dos formas "igualmente válidas y
placenteras". Hoy no lo tengo tan claro, con los años me radicalizo. Creo
que saber de arte permite disfrutar más. Lo que se hace más difícil es
satisfacer tu criterio, que se torna más exigente o, dicho de otro modo, se
eleva.
Vuelvo a Carlo Bergonzi. Lo escuché sin saber nada de él, ni de canto, y me
impresionó. Yo elegí esa grabación de "La Traviata" por Montserrat
Caballé, evidentemente, el tenor me resultaba accesorio. Sin embargo sentí
algunas cosas que eran nuevas para mí: una voz hermosa, dulce, que paladeaba
cada palabra y, sobre todo, que empastaba perfectamente con la soprano. Empecé
a investigar quién era ese cantante, busqué fotos, su historia... No era tan
fácil, a mis 17 o 18 años no existía internet. Así que buscar información sobre un
tenor significaba irte a una biblioteca y bucear en enciclopedias musicales,
revistas... En fin que fue un proceso lento, que sin embargo hoy
anhelo.
Descubrí, por ejemplo, que se le consideraba el mejor cantante
verdiano del siglo XX. También que había una dicho que afirmaba que no se podía
apreciar la ópera hasta que se escuchaba a Bergonzi cantando en italiano y a
Kraus en francés. Leí una entrevista con
el gran tenor Richard Tucker en la que acusaba a Bergonzi de tacaño, pesetero y
aburrido, con una frase que casi recuerdo literalmente "Bergonzi sale,
canta, y regresa corriendo a su casa con la maleta llena de dinero". Conocí
que también se semejaba a Kraus por su seriedad y su especial
dedicación a la técnica del canto; algo que, créeme, no era muy habitual en
otros tenores de su época o inmediatamente anteriores (del Mónaco, Corelli, Di Stefano... tenían
tanta idea de música como de física cuántica, aunque, ojo, eran grandes
cantantes). Supongo que cuando tu voz no es especialmente grande, ni ancha, ni
poderosa, tienes que aprender a usarla si quieres convertirte en estrella.
Bergonzi, como Kraus, era un gran cantante sin una gran voz. Aquí entra mi
propio criterio personal: siempre he preferido las voces académicas,
estudiadas, de técnica solvente. Me da igual si el cantante tiene tal océano
vocal que es capaz de despeinar a un espectador que se siente en lo alto del
quinto piso del teatro. Si no veo técnica, ni siento musicalidad, me deja
bastante frío. En definitiva, me gustan los cantantes que son, además, grandes
músicos. Disfruto mucho más con ellos que con cualquier otro. Es, hoy en día,
toda una declaración de principios. Me importa tres rábanos que Birgit Nilsson
no tenga italianidad o carezca de los elementos básicos que debería tener una
soprano para cantar Verdi porque, amigo mío, ¿te has detenido a pensar en
lo bien que está cantada su "Aida", pese a todo? En la disputa entre Renata Tebaldi y Maria Callas, para mí siempre ganará Tebaldi. No es cosa de belleza, cuidado: John Vickers poseía una voz que podía denominarse como fea, pero es un gran cantante. ¡Cómo disfruto escuchándolo!
El gusto musical, especialmente el operístico, está lleno de tics, de esnobismo y de estereotipos, y tiene también un fuerte componente emocional. Cuando un cantante te ha hecho vibrar y lo relacionas con una experiencia superior, tiendes a ponderarlo siempre por delante de otros, y encuentras en sus actuaciones los argumentos necesarios para ello. Lo mismo con los cantantes que detestas por la razón que sea. Ya no suelo meterme en discusiones sobre cantantes, porque lo he comprendido. Tampoco creo a ninguna persona que me afirme estar por encima de la "contaminación emocional". Es mentira. Nadie se deshace de ella jamás.
El gusto musical, especialmente el operístico, está lleno de tics, de esnobismo y de estereotipos, y tiene también un fuerte componente emocional. Cuando un cantante te ha hecho vibrar y lo relacionas con una experiencia superior, tiendes a ponderarlo siempre por delante de otros, y encuentras en sus actuaciones los argumentos necesarios para ello. Lo mismo con los cantantes que detestas por la razón que sea. Ya no suelo meterme en discusiones sobre cantantes, porque lo he comprendido. Tampoco creo a ninguna persona que me afirme estar por encima de la "contaminación emocional". Es mentira. Nadie se deshace de ella jamás.
¿Esto es una entrada sobre Bergonzi o sobre mí? Pues las dos
cosas. Ni tengo ganas, ni me parece práctico, llenar este post de datos
discográficos y biográficos sobre Carlo Bergonzi. Eso lo puedes encontrar en
unas doce mil páginas webs. Prefiero contarte lo que Bergonzi significa para
mí. Y ya he dicho una gran parte, porque toda esa declaración de principios sobre
lo que me gusta o no de un cantante lo aprendí de Montserrat Caballé,
Carlo Bergonzi y Dietrich Ficher Dieskau. Luego se sumaron otros, como John
Vickers, Nicolai Ghiaurov, Kathleen Ferrier o Elisabeth Schwarkopf. Pero esos
tres cantantes fueron los primeros. Los tres con el mismo denominador
común: grandes músicos. Por ende, grandes cantantes.
Para mí Carlo Bergonzi es canto. Belleza en la voz, sin que sea su
principal característica (Carreras, por ejemplo, posee, para mí, la voz más
hermosa de tenor que conozco). Dominio del canto, de sus matices, de la
técnica. Una proyección que atraviesa el auditorio. Un preciosista fraseo en el
que cada palabra recibe una clara singularización relacionada con la música que
la sustenta y está perfectamente silabeada. La pronunciación académica de un
italiano solemne. Impecable conocimiento del estilo y sus exigencias. El valor
musical de la partitura, que es lo que da sentido al significado de las
palabras, al personaje que se interpreta. Hay cantantes que lo hacen de otra forma:
primero el drama, y de él nace el canto. Yo prefiero a los que hacen el viaje
al revés, porque nos recuerdan que la ópera no es una obra de teatro en la que
casualmente se canta. La palabra está sujeta a la música. La música pone en
relieve todas las características del significado de las palabras que el drama
necesita. También del carácter del personaje que se interpreta. Decía una gran
actriz shakespeariana, creo que Vanessa Redgrave, que no era capaz de entender
como Montserrat Caballé podía cantar en un concierto la gran escena de
Desdémona en "Otello" de Verdi dotándola de toda su fuerza dramática
e intensidad sin necesidad de interpretar la ópera desde el principio, porque
ella sería incapaz de hacerlo en un teatro.
No es que Montserrat sea mejor actriz shakespeariana, por supuesto, sino
que tiene un apoyo fundamental: la música, que da sentido a todo lo que expresa.
Aparte de, como no, la maestría, la genialidad y el oficio.
Carlo Bergonzi representa todo eso. No lo escuchas y dices
"qué gran voz" sino "qué gran cantante". Completo, casi
soberbio en su canto, merece el apodo que le dio el público: "El
Catedrático". Porque era eso, un maestro del canto, alguien capaz de
plantarse en escena, bajito, barrigón, con un pelo imposible, vestido con una
armadura que le sobraba por todos lados, y en el mismo momento en que cantaba
"Se quel guerrier io fossi..." hasta el final de la ópera se
convertía para el espectador, sin género de dudas, en el más joven, guapo y
musculoso capitán de los ejércitos del Faraón; como Montserrat Caballé fue, en
escena, una de las más creíbles "Salomé" de la historia de la música,
pese a sus más de cien kilos y a su incapacidad para bailar la danza de los
siete velos. Recuerdo una gala, creo que en honor del muy bruto director James
Levine en el Metropolitan Opera House de Nueva York, en el que Carlo Bergonzi, con muchos años, y más que
retirado, se atrevió con una serie de páginas de "Luisa Miller",
incluida el aria principal para tenor; e hizo palidecer a los demás participantes,
todos ellos jóvenes y maduros cantantes en activo.
He disfrutado siempre muchísimo con Carlo Bergonzi. Sus
grabaciones de "Don Carlo" y de "Rigoletto", acompañado de
Dietrich Fischer Dieskau, me resultan memorables, increíbles e inalcanzables;
como sus dúos con Montserrat en "La Traviata", "Aida", la
pésima "I masnadieri" y "Tosca". Ahora que hemos conocido
la noticia de su muerte, y para recordarlo como se merece, pienso escuchar el
cofre de Phillips que recopila todas las arias de
Verdi que grabó. Si tuviera que elegir un único tenor que salvar para la posteridad, en un improbable
escenario de pérdida total de la memoria humana; sería él, sin pensarlo dos veces. Ya no está entre nosotros, pero
por suerte siempre contaremos con su presencia sonora.
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