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sábado, 1 de febrero de 2020

De libros: "Lima Freak" de Juan Manuel Robles.

El libro que nos ocupa es uno más de la colección de literatura peruana que, más o menos al azar, compré en mi último viaje al que se está convirtiendo en mi segundo país. Lima Freak: Vidas insólitas en una ciudad perturbada, es una colección de crónicas que en su momento publicó en prensa el periodista y escritor limeño Juan Manuel Robles, y que fueron editadas como libro originalmente en 2007. En 2019 la Editorial Seix Barral, parte de Planeta, decide reeditar la obra, con prólogo de Juan Pablo Meneses y nota previa del propio autor. 
Portada de la edición de 2019. Magnífica. 
La semana pasada comenté un libro, Matacabros, cuya reedición más de 10 años después de su salida original, le hacía poco favor al autor, Sergio Galarza, porque la obra, bien escrita y notable para un autor novel en los 90, sin embargo no aportaba ya nada, y se había quedado anticuada, aparte de falta de estilo. Sin embargo, Lima Freak no solo no acusa el paso del tiempo, sino que incluso mejora. Desde mi punto de vista, debido a dos cosas. En primer lugar, a que Juan Manuel Robles no era un escritor novel ni una promesa de las letras peruanas cuando publicó cada una de las crónicas y más cuando las recopiló. Sabe escribir muy bien, domina el estilo y el género, y es francamente un escritor con un gran talento. Además lo sabe, pertenece a una generación de escritores de todo el mundo, como Laurent Binet Sacha Batthyany que escriben casi con insolencia porque saben que lo hacen estupendamente. En segundo lugar, porque las crónicas nunca pasan de moda. La crónica periodística, la crónica histórica, siempre permanecen. Hoy leeríamos con fruición una crónica de época de, por ejemplo, las Guerras Napoleónicas, o de la II Guerra Mundial. La crónica es un texto periodístico que no necesita la inmediatez, sino que huye de ella. Reposada, pensada, concluyente, aparece cuando el problema se resuelve, el protagonista está consagrado y tiene poco que esconder, la verdad es conocida por todos. La crónica, mordaz, pujante, analiza, presenta y otorga una vigencia que la urgencia de una noticia no tienen. 

Las crónicas que recopila Lima Freak, en 2019, son historias de un pasado que perdura, y que forma parte de la historia reciente de una sociedad tan cambiante y dislocada como la limeña. Algunos de los protagonistas han muerto: Genaro Delgado Parker y Augusto Polo Campos. Sofía Mulanovich ya no es la flamante campeona mundial de surf, sino que ha engrosado su palmarés, se ha alejado y ha vuelto. Rafael Osterling ya no es un treintañero que sale a ligar por las noches, sino que pasa los 50 y está en la cúspide de la gastronomía peruana como un dios diletante. Laura Bozzo es una caricatura de sí misma, y Cromwell Gálvez ha salido de la cárcel y no sé si vuelto a entrar otra vez. Lo sabemos. Pero las crónicas con las que Juan Manuel Robles los presenta nos atrapan, aunque sepamos que pasó después, porque describen con precisión filológica un momento, un lugar, y una realidad clave en todos y cada uno de ellos. Nos enseñan a entender Perú, que no a comprenderlo, y nos abre el apetito de saber más. 
Portada original de 2007. La actual es mejor. 
La crónica, escribe el propio Robles en su nota preliminar, está casi muerta en la prensa mundial. Internet, las redes, la nueva forma de consumir noticias y actualidad, la han ido dejando olvidada. Sin embargo son fundamentales, y obras de maestría. Quién sabe si, en algún momento, estos tiempos de locura y vértigo vuelven a dar paso a la necesidad de comprender, más que de saber o conocer. Ahí renacerá la crónica, y con ellas el periodismo con mayúsculas. 

Juan Manuel Robles domina el género, compone sus historias con una estructura clara, que repite con éxito, y no pasa desapercibido. Es curioso que hay lugares comunes en todas ellas: los paisajes cenitales, por ejemplo, pero lo notamos porque aparecen varias juntas, si las leyéramos de tanto en tanto en prensa pasarían desapercibidos. Y tienen un leve esbozo de machismo, otro de homofobia, y un tanto de chovinismo. Pero todo ello intentando no ser ninguna de esas cosas. Bien es verdad que en códigos peruanos, por ejemplo, ser levemente homófobo es ser gayfriendly. Y lo gracioso del toque chovinista es que lo es luchando por hacer lo contrario: romper con una de las asfixias más desesperantes de la cultura peruana, como es el nacionalismo ensordecedor. A mí es un autor que me ha gustado mucho, y me da rabia no haberlo conocido antes. Así que me he lanzado a buscar otras de sus obras, como las más recientes Nuevos juguetes de la Guerra Fría (Seix Barral, 2015) y No somos cazafantasmas (Seix Barral 2019). Te invito a seguirlo y a leerlo, es un autor excepcional. Por cierto que la portada me ha parecido genial, y fue el 60% de mi interés inicial por comprarlo, cuando desconocía todo de la obra y del escritor. 



domingo, 26 de enero de 2020

De libros. Sergio Galarza: Matacabros.

"Matacabros" es una colección de cuentos escritos por el autor peruano Sergio Galarza y publicados originalmente en 1996 en la Editorial Asma. 16 años después, la interesantísima Editorial limeña Estruendomudo los reedita, al parecer con ciertos retoques estilísticos por parte del autor. Galarza es un escritor que goza de cierto prestigio y que en 2018 publicó una novela en Alfaguara, donde, por otro lado, publican muchos autores peruanos consagrados. 



Aquí es donde, a mí, me surge el conflicto. Hace mucho tiempo, pues debía correr el año 1994, tuve la suerte de pasar una jornada con, entre otros, Francisco Brines. La historia es sencilla: yo era secretario de un curso de Historia del Arte en la Universidad de La Laguna, donde participaban grandes profesores y catedráticos, entre ellos el recordado Dr. D. Alfonso Pérez Sánchez. Coincidió que Francisco Brines estaba en Tenerife para un recital o acto poético que no logro recordar. Gran amigo de Pérez Sánchez, éste se puso en contacto con él, y conseguimos que nos acompañara a un viaje a La Gomera que servía de colofón al ciclo de conferencias. No puedo negar que para mí fue una experiencia increíble. Apenas recién licenciado compartía horas con algunos de los más míticos historiadores del Arte españoles (Pérez Sánchez, Borrás, Navascués, Yarza...) y encima tenía la oportunidad de conocer a uno de los grandes poetas españoles contemporáneos. Pero vamos al lío. Justo el día de la excursión a La Gomera, ABC publicó que se habían editado una pequeña colección de poemas de juventud de García Lorca. Francisco Brines reaccionó con cierto pesar: esos poemas no debían publicarse para el gran público porque no aportaban nada. De hecho recitó en voz alta alguno de ellos y, efectivamente, eran notables, cargados de talento, pero eran obra de un aficionado que aún no había conseguido un estilo propio. Es más, continuó Brines, si el propio Lorca no los había editado en vida, ¿para qué servía editarlos ahora? En su opinión, ese tipo de ediciones debían ser pequeñas y restringidas al ámbito académico, pero no al público en general, porque podían dar una visión falsa de un grandísimo poeta a los no versados. Guardé esa idea, esa enseñanza, durante años.

La reedición, que me compré en un reciente viaje a Lima, de la primerísima colección de cuentos de Sergio Galarza me hizo recordar, cuando la leí, la anécdota de Francisco Brines. No aportan nada, y desmerecen al autor. Son la obrita de un aficionado, de un esforzado joven que tiene talento y sabe escribir, pero aún no tiene lenguaje. Son suyos porque los ha escrito él, pero realmente pertenecen a otras personas. Así que, una persona como yo, conocedora de la literatura, lector apasionado, y que con los años, además, se ha hecho con una pequeña colección de literatura peruana más allá de Vargas Llosa, Brice Echenique, Roncagliolo o Bayly, lee esta obra por primera vez, y no ve un autor. Es más, incluso puede no interesarle demasiado conocerlo. Yo soy otro tipo de persona, más obsesivo compulsivo, y ya antes de leer los cuentos sabía del escritor y de su historia, así como de sus posteriores triunfos. Aún no es una figura de las letras peruanas, pero podrá serlo, tarde o temprano. 


Reeditar para el gran público esta colección no le hace un favor. Porque dudo mucho que sea un hito cultural peruano que deba ser revisitado (como "Los inocentes", de Oswaldo Reynoso, por ejemplo). Así que no era una reedición conmemorativa ni necesaria. Y habían envejecido mal. 


Ojo, se leen con gusto, con ánimo, y cuando terminas una historia te sumerges en la otra con fruición. No aburre ni nada parecido. Es una obra para leer una tarde de sosiego. Retrata una juventud que se anhela, pero a la que no se pertenece, y están escritos, ya lo he dicho, con talento. Un buen sentido de la narrativa, el ritmo, y la estructura. Finales abiertos, finales imposibles, en historia que intentan ser de un crudo realismo pero están pobladas por personajes que, de principio a fin, son estereotipos. Desde los jefes de bandas que se pelean hasta sus últimas consecuencias (que me llevó a "Rebelde sin causa" automáticamente), hasta la maligna gringa que convirtió una pandilla de jóvenes adolescentes peruanos futboleros y con pocas expectativas en un remedo de grupo outsider limeño dominado por las drogas y el espíritu ¿punk? ¿hippie? Al final no me enteré muy bien. O el asesino de travestis que lo hace porque, al final lo intuimos, uno de ellos lo violó... o no. Estereotipo, estereotipo y estereotipo. Pero además que ya he leído en novelas peruanas antes. Tanto de los grandes autores reconocidos internacionalmente como de otros que quedaron para el consumo interior, no menos grandes por ello. 



A ver: están "Los Jefes" y "Los cachorros" de Vargas Llosa asomando por cada esquina. Una referencia que, cosas de la cultura peruana, no hace ninguno de los que glosa al autor y a su primerísima publicación, pero que es innegable. Posiblemente al propio Galarza no le haga gracia mi comparación. Y también está ahí Bayly, pues no hay que olvidar que su "No se lo digas a nadie" se publicó dos años antes que este libro, y cabe suponer que Galarza, como tantos jóvenes peruanos, la leyó apasionadamente. Y hace tiempo leí una novela de un gran periodista peruano del que no logro recordar el nombre, ni el título de su obra, y que presté y nunca volvió, por lo que no puedo consultarla y por mucho que lo intento en Google no doy con las palabras claves. Y en esa novela salen ya algunos de los personajes que aparecen en esta colección de cuentos, pero reales. También está Oswaldo Reynoso, claro. Y algo de cine. 

Intenta ser la novela de la descripción de una Lima en decadencia y los hijos desarmados de esa madrastra. Pero es que esa descripción de exactamente esa Lima ya estaba escrita. 

Por otro lado me sorprende que esta obrita se haya reeditado con prólogo del autor (¿en serio? ¿una obrita que no llega a las 100 páginas?), epílogo de un notable Jorge Eslava (y ni aún así llega a las 100 páginas); así como un elogioso comentario en la contraportada de Cronwell Jara, que al parecer es un extracto del prólogo a la primera edición, y un poco tramposo porque Galarza es discípulo de Jara, y alumno aventajado de su taller de escritura. Por último, lo que ya me dejó absolutamente desconcertado es que, en una edición que por abaratar costes se emplea un papel deplorable y una encuadernación pobre, no solo haya "camisa" o cubreportada, sino que se añada un anexo en papel satinado de buena calidad de fotos de distintos momentos de la vida del autor. Sobra totalmente, y desconozco la razón de incluirlas, no había visto algo así en mi vida. 

No pierdes nada leyéndola, pero no le hace un favor a su autor y su carrera posterior. Cuando sea un escritor de culto, y se estudie en las universidades, que talento y posibilidades hay, así como una carrera, quizás podría servir para estudiar unos orígenes, pero sacarla a la luz de nuevo no aporta, sino que resta. Y creo que Sergio Galarza es un gran escritor peruano, pero en "Matacabros" aún no lo era. 

sábado, 25 de enero de 2020

De libros. Danilo Kis: Enciclopedia de los muertos.

"Enciclopedia de los muertos" es una colección de cuentos de Danilo Kis (Subótica, Serbia, 1935 - París, Francia, 1989), publicada en 1983. Sin embargo, la primera edición española no llega hasta 2006 en Ediciones El Aleph. Dos años después, la Editorial Acantilado, cuyo esfuerzo por traducir y publicar autores del este de Europa poco o nada conocidos en nuestro país es monumental, encargó a Nevenka Vasiljevic una traducción que vio la luz en 2008 y fue reimpresa en 2013. Esta es la versión que nos ocupa. 



Danilo Kis es un autor de enorme talento y prestigio. Tiene una narrativa que a veces se emparenta con Borges. También un imaginario rico expresado con con parca y adusta severidad. Lo descubrí hace años con "Laud y cicatrices", gracias también a Acantilado, y me conquistó desde el principio.


La muerte desde muchas perspectivas es el hilo conductor de estos 9 cuentos, con un Post scriptum que no se sabe muy bien si es realidad o fantasía. Antiprofetas cuya muerte sirve para ridiculizar a los primeros apóstoles, prostitutas que movilizan a toda una ciudad en sus honras fúnebres; santones resucitados para volver a morir, inmediatamente; videncias siniestras, con el espejo que anuncia el asesinato cruel; el discípulo que traiciona y ensucia la memoria del maestro para que nadie descubra la verdad del fraude; la ejecución del hombre que sonríe feliz, convencido por la imagen de su madre de que no va a morir; el complot antisemita que difunde el bulo del complot sionista; la mujer que narra, de manera epistolar, el amor que nadie sabrá (y que recuerda la "Carta de una desconocida" de Sweig)... Esas son las historias. Muchas veces con unos finales abiertos, otras en las que se nos presentan todas las posibilidades. El protagonista muere, la madre piadosa lo ha convencido de que no morirá, o la madre fue engañada, o la madre está orgullosa de la ejecución. ¿Qué ha sucedido? ¿Acaso importa?

Y, como no, un cuento de gran entidad que da nombre a la colección: la historia de la existencia, en un lejano lugar del norte, de una Enciclopedia de los muertos, que narra la vida de todos los seres humanos, anónimos, que han poblado la tierra, y que el propio autor relaciona, en el post scriptum, con el inventario genealógico que los mormones tienen enterrado bajo unas montañas de Utah. Una hija lee ahí la historia completa de la vida de su padre muerto, descrita con frialdad hasta el último de sus detalles. 


Mi favorito es El libro de los reyes y de los tontos, porque es la historia alambicada de un libro que primero es una cosa, y se convierte en otra, sin que casi ninguno de los que lo tuvieron en las manos y lo manipularon supieran que era un engaño superior creado para motivar actos atroces en las Guerras Mundiales. El complot antisemita que denunció un falso complot judío. Un ejercicio de estilo en un autor con muchas referencias judías (su cultura) en su obra. 

No esperes un libro ligero, que leer en una tarde tranquila. Te va a obligar a pensar, a releer, a buscar claves, te hará enfadar y te obligará a respirar entre una historia y otra. Ese es Danilo Kis. Un estilo que culebrea, que cambia, que se nos presenta a veces oscuro, otras muy diáfano. Pero siempre enriquecido por un potente discurso intelectual en el que tantos detalles se nos escapan a los lectores de a pie. Lo recomiendo, aunque solo sea para obligarnos a pensar en el tabú de la muerte. 






domingo, 28 de julio de 2019

Exposición "Balenciaga y la pintura española" en el Museo Thyssen de Madrid.

La exposición "Balenciaga y la pintura española", del Museo Thyssen, me ha parecido un ejemplo más de una tendencia actual que no acabo de entender. Se trata de relacionar la obra de grandes zapateros, modistos, diseñadores de joyas, etc., con la de artistas o géneros de las, todavía hoy, consideradas socialmente como "Bellas Artes". Así, en la muy exitosa exposición dedicada a Manolo Blanik hace uno o dos años, el empeño de los comisarios era conseguir que este apareciera como "algo más" que un diseñador de zapatos, y así comienzan relacionándolo con Fidias, de cuyo estudio obtuvo Blanik su pasión por los pies - lo que analizado es de una basteza fetichista singular; para luego evidenciar que muchos de los motivos de sus zapatos se basaban en los de grandes pintores. Ahora, con Balenciaga, ocurre lo mismo. Se escogen algunos diseños, junto al rumor o certeza, no lo sé, de que el modisto había estudiado la pintura española, de todas las épocas, y que ahí había obtenido la inspiración para los mismos. Se exponen, entonces, una larga colección de trajes y complementos acompañados de los cuadros que les dieron origen. El Greco, Velázquez, Ribera, Zurbarán, Murillo, Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz, Goya, Madrazo, Maella, Zuloaga... En algunos casos, la inspiración es muy tenue, parece solo relacionada con los colores; en otros hay más evidencia, aunque en el caso más representativo, un retrato de Zuloaga de los años 10, parece más un plagio que una inspiración: el traje de la retratada y el diseñado por Balenciaga dos décadas o tres después son casi idénticos. El problema no es que yo pueda negar esa relación, que no lo hago, sino la sensación de que si quitas esos cuadros y pones otros, flamencos y holandeses, por ejemplo, el publico iba a apreciar las mismas conexiones. Por otro lado, y esto es lo mollar del asunto, es que parece que no se puede reivindicar a Blanik, o Balenciaga, o a los diseñadores de Bulgari, como artistas relevantes por sí mismos. Parece que  las entidades que organizan esas muestras sugieren que su labor creativa, en el campo de las que siempre se consideraron artes aplicadas, decorativas o suntuarias, va en menoscabo de su trascendencia. Así que hay que dar un paso. Si Balenciaga era un cultísimo erudito en pintura española, vale más que si es un mero diseñador de ropa. Curiosamente, lo que hacen es reducir por el procedimiento de tratar de amplificar. Una conclusión posible es: modistas, zapateros, joyeros, son una suerte de artesanos que solo se ven ennoblecidos cuando se ungen en el Arte en mayúsculas, que sigue siendo, parecen querernos decir, pintura, escultura y arquitectura. Sólo la siempre acertada Funcación Juan March, con su brillante exposición de la obra de William Morris y el Arts and Crafts, ha puesto en su justo lugar, como artistas relevantes, a estos diseñadores, sin necesidad de relacionarlos con nada que no fuera su propio proceso creativo. 
Un retrato de Zuloaga de los años 10 del S. XX y un traje diseñado por Balenciaga décadas después...
Desgraciadamente, pasó con Manolo Blanik, pasó con Bulgari, y pasa ahora con Balenciaga. Una exposición que mostrara su trabajo, su evolución, y su proceso creativo, se hurtan al espectador para glorificarlos por lo que me parece un camino equivocado. Creo que la una exposición sobre Balenciaga sin mostrar su proceso creativo, y su evolución artística, adolece de contenido. Ocurre, desgraciadamente en esta ocasión. Y como daño colateral se agotan temas, pues pasará mucho antes de que se dedique otra exposición sobre este modisto en Madrid, y la que se está desarrollando deja más sinsabores que aciertos. 

Espectacular retrato de Ana de Austria realizado por Sánchez Coello.
Otra cosa que me resultó chocante fue la auténtica avalancha de espectadores extasiados ante los trajes de Balenciaga, singularizados en sí mismos sin mayor explicación conceptual, y que apenas mostraban interés por pinturas superlativas, algunas de ellas venidas de lejos; y que eran meros decorados para trajes expuestos como esculturas de tela sin contexto. No creo que sea el camino de defender y difundir la labor de los grandes diseñadores, es más, considero que se consigue, a la larga, lo contrario.  

domingo, 14 de julio de 2019

De libros: "La poeta y el asesino", de Simon Worrall.



La editorial "Impedimenta" presenta esta obra de 2002, que no ha tenido edición es España hasta 2019 (si hubo edición anterior en castellano, pero en Argentina), con traducción de Beatriz Anson. Se trata de uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo, y que narra en 348 páginas, del modo más apasionante, la historia de uno de los más grandes falsificadores que han existido: Mark Hofmann, dotado de una personalidad psicopática que lo convirtió, también, en asesino. Hofmann era un modesto anticuario de libros y monedas de Sant Lake City, miembro de la Iglesia Mormona, que en los años ochenta descubrió y vendió importantísimos textos originales mormónicos a su iglesia, pero también a una facción crítica de la misma. Todos esos textos tenían algo en común: ponían en duda los orígenes de la organización y pintaban a su fundador, John Smith, más cerca de ser un forajido borracho, mentiroso, depredador sexual y pendenciero que de un profeta. A parte de ello, a lo que dedicó gran parte de su vida, también vendió manuscritos originales de Daniel Boone, Mark Twain, Abraham Lincoln, Emily Dickinson, y un sinfín de autores y personalidades más. Se calcula que unos 127. También consiguió y trató de vender un ejemplar del primer texto impreso en Estados Unidos, "El Juramento del Ciudadano", de valor incalculable y que se creía perdido. 
Mark Hofmann durante el juicio.
La clave de todas estas piezas, que le consiguieron una indudable reputación, es que eran falsificaciones, salidas, todas, de sus manos. No quiero desvelar muchos elementos del libro, porque es una suerte de novela de misterio, pero un falsificador normalmente se especializa en uno, o a lo sumo, y muy raramente, dos autores. Se mimetiza con él y logra generar obras indistinguibles del original. Hofmann lo hizo con muchos, sin dificultades, copiando a la perfección su caligrafía y dominando hasta el último detalle de lo que rodea una falsificación: papel, tinta, efectos del tiempo, hongos, defectos y desperfectos. Antes de que lo desenmascararan, las obras de Hofmann pasaron incluso el filtro de los expertos del FBI o la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Sólo cuando se desveló su reputación, se empezaron a rechazar sus hallazgos. Por meses, la citada Biblioteca del Congreso no adquirió el "Juramento de los ciudadanos" por más de un millón de dólares. Y lo rechazó exclusivamente porque aparecieron dudas sobre Hofmann, no sobre la veracidad del documento. Habría sido un escándalo indudable.
Mark Hofmann y los principales dirigentes de la Iglesia Mormona.
El problema es que Mark Hofmann llevaba una vida muy por encima de sus posibilidades, y empezó a acumular una colección de primeras ediciones, especialmente de obras infantiles, que llegó a ser notable, pero que lo dejaron inmerso en un océano de deudas. Para pagarlas, generó un negocio piramidal alrededor de sus falsificaciones, pagaba una deuda generando otra, y cuando las dudas comenzaron a caer sobre él, y se cortó el crédito y los acreedores, algunos muy peligrosos, comenzaron a reclamar su dinero, trató de evadirse asesinando a dos personas y simulando un atentado contra sí mismo, diseñando un plan criminal que finalmente no funcionó. 
Mark Hofmann de joven y en fechas recientes.
Más de diez años después de que Hofmann fuera detenido y condenado, y se conociera el catálogo de obras que falsificó, la casa de subastas Sotheby's saca a la venta un original manuscrito de Emily Dickinson, posiblemente la mayor poeta de los Estados Unidos, generadora de un lenguaje propio y libre, que apenas había publicado durante su extraña y escurridiza vida. Poco después de la venta, Sotheby's, discretamente, tiene que devolver el dinero de los compradores por tratarse de una falsificación de Hofmann. 
Única imagen autentificada de Emily Dickinson, con 16 años, en un daguerrotipo.
Simon Worrall escribe este excepcional libro desgranando en sus 348 páginas un absoluto ejercicio de erudición. Cuando lo terminas, resulta que has recibido una información de gran calidad y profundidad sobre Mark Hofmann y sus razones para tratar de dinamitar el credo mormón desde dentro. Para entender eso, nos hacen una clara exposición de lo que es la Iglesia Mormona y cuáles fueron sus orígenes, así como su actual organización. De igual forma, para asimilar el talento brutal de Hofmann, Worrall nos introduce en el concepto de falsificación y su historia en Europa, Asia y América, así como en la fabricación del papel, las tintas y el proceso técnico y mecánico de la escritura. Cómo escribimos y por qué. También  del envejecimiento de un documento y sus patologías. Incluso nos informa con detalle sobre el mercado bibliófilo y documental, la moral flexible de las casas de subastas (al fin y al cabo Sotheby's vendió un documento del que tenía claros indicios de falsedad) y muchísimos aspectos técnicos y comerciales alrededor del tema. Como no, además, hace una biografía sustancial de Emily Dickinson y explica tanto su proceso creativo como los principios fundamentales de su literatura. Mark Hofmann intentó generar una relación paralela y moral con Dickinson. Al final del libro, Worrall expone su opinión acerca de la imposibilidad ese paralelismo. 
Daguerrotipo de reciente aparición que puede corresponder con Dickinson (a la izquierda).


Lo que hace muy grande esta obra es que ese nivel de erudición y la cantidad de temas que tiene que desarrollar para que entendamos la trascendencia de Hofmann, se expone con una total amenidad, aplicando severamente el principio de "más es menos"; o como ya indicó Italo Calvino que debía ser la literatura del S. XXI,  empleando el mínimo de palabras necesario para expresar la idea adecuadamente. Al final, asistimos al funcionamiento de una mente brillante y psicopática, estéril y destructiva, que queda perfectamente descrita y desgranada, sin que, sin embargo, Worrall nos sumerja en las raíces y estructura del concepto psiquiátrico de psicopatía. La estafa de Hofmann va de la mano de la estafa del credo mormón, de la estafa del mercado de subastas, de la estafa de las antigüedades; y, al final, de la estafa cultural de una civilización. Recomiendo intensamente la lectura de este libro. Te enganchará desde un primer momento y no podrás soltarlo hasta que lo termines. Lo tiene todo a la vez, una novela de misterio, un ensayo sesudo y un alegre divertimento. Es una auténtica obra maestra.

domingo, 7 de julio de 2019

De libros: biografías de políticos. "Mi historia" de Michelle Obama


Me gusta mucho el género de la biografía, las memorias o la autobiografía. Políticos, artísticas, personas que han protagonizado momentos de la historia: todos los que puedan significar una enseñanza. Dentro de ellas, los presidentes de los Estados Unidos, como sus homólogos de Europa, suelen escribir memorias más o menos interesantes, pero que hay que leer. Normalmente, este tipo de personajes, que tienen su punto de vanidad e incluso su caudal de iluminación, están convencidos de que todos los hechos de su vida son relevantes y van a dejarnos boquiabiertos. Desde el primer azote de la abuela Mae hasta el día que se pusieron su primer reloj. El problema es que no suele ser para tanto, y las memorias se convierten en una enumeración prolija, y a veces aburridísima, de hechos poco atractivos. Recuerdo con horror las memorias de uno de los presidentes de los Estados Unidos que más me interesan, Bill Clinton, que tenía como mil páginas, y que tuve que abandonar como en la página 300 cuando el presidente aún contaba con unos 12 años. Era horrorosamente aburrida, describía con todo lujo de detalle el hecho vital más nimio y falto de cualquier singularidad. Otros personajes tratan de decir "qué normal soy" pero cuando lees esos párrafos en los que rezuma la "normalidad" te das cuenta de que son forzados,, por falsos. En ese sentido me gustaron mucho los libros de recuerdos de la actriz Katharine Hepburn, porque los escribió en plan "soy la hostia, siempre he sido la hostia, sabes que soy la hostia, y te voy a contar exactamente lo que me de la gana". Las memorias y biografías serias intentan huir del cotilleo común, lo que se agradece, aunque un poco tampoco viene mal. Y los grandes líderes políticos, supongo que en aras de mantener versiones oficiales o no levantar polémica, cuentan muy por encima los momentos clave de sus mandatos, de los que rara vez ahondan en su análisis. Hay una excepción, y he leído muchísimas memorias de expresidentes y líderes de todo tipo, y son las memorias de Harry S. Truman, porque están escritas con una enorme humildad. Ese hombre ante la decisión de lanzar la primera bomba atómica, o cuando se vio sentado en el despacho oval y no sabía muy bien de qué iba eso; el martirio de una administración que murió entre constantes escándalos de corrupción, siendo él, la clave de esa pirámide, un hombre honesto. Recomiendo leerlas, porque son francamente reveladoras. Las de Churchill, por contra, son un soberano coñazo de varios tomos camuflados y muy bien escritos, eso sí.


Así que, un poco predispuesto por la fuerte campaña mundial de publicidad, me apetecía mucho leer "Mi historia", de Michelle Obama. "Becoming", el título original inglés, se entiende un poco mejor, por lo que ella pretende con el libro. No hay un solo cotilleo, eso ya lo advierto de antemano, ni ningún hito del gobierno de su marido o momento histórico que ella se detenga a describir, salvo lo que significó el asesinato / ejecución de Osama Bin Laden, y aun así pasa de puntillas. La primera parte, infancia y adolescencia, es muy aburrida por lo que conté antes. Michelle Obama, que es una mujer influyente y poderosa, cree que numerosísimos hechos de su crianza son realmente inauditos y enriquecedores. Que si el primer concierto de piano, que si el primer día de escuela, que si no supo deletrear una palabra y exigió que le repitieran el examen (con 4 años)... En fin, el mensaje es: mujer, negra, de un barrio difícil, lo tiene mucho más complicado para salir adelante, y tiene que romper uno, dos, tres y hasta mil techos de cristal. El problema es que los explica muy bien en su propio prólogo, así que cuando machaconamente nos los "demuestra" una y otra vez llega un momento en que "chica-negra-que-lo-consigue-con-esfuerzo" te harta bastante. Lo mismo pasa con su primer periodo universitario, que detalla hasta la nausea, dando una trascendencia brutal al más simple de los gestos. Sin embargo, de los años de Harvard no cuenta absolutamente nada. Una mujer tan prolija en todo el libro, de Harvard no hace el más mínimo comentario, que sin embargo parecería muy interesante, a priori. Luego viene su desarrollo profesional, su noviazgo con Barack Obama, a quien admira, expone y defiende a lo largo de todo el libro; y los dos mandatos en la Casa Blanca. Es interesante que Michelle Obama intente dar a toda esa narración un sesgo de género, pero con verdadero conocimiento, lejos de cualquier frivolidad o arranque de cuarta, quinta o sexta ola (tengo un poco despistadas las olas feministas ya). Una mujer que sabe de lo que habla y expresa lo que significó quedar a espaldas del hombre con poder y relegada a una figura decorativa y madre que un día descubre la verdadera dimensión de su poder y lo utiliza. Todos los capítulos que reflejan su obsesión porque sus hijas fueran niñas "normales" y que se hicieran su propia cama resultan un tanto artificiales, por increíbles, y me vino a la cabeza cierto paralelismo que no voy a contar aquí por si acaso. Hay pasajes del libro que parecen poco creíbles, otros un tanto vengativos, pero se perdonan porque no son trascendentales. No es un gran libro de memorias pero deja perlas interesantes y creo que puede servir a muchos, especialmente mujeres y personas pertenecientes a minorías. Hay un momento en el prólogo que me encantó, porque va a ser el leitmotiv de la biografía: "Desde mi reticente incursión en la vida pública he sido aupada como la mujer más poderosa del mundo y también apeada a la categoría de 'mujer negra malhumorada'. A veces he sentido la tentación de preguntar a mis detractores qué parte de esa frase les molestaba más: ¿Malhumorada, negra o mujer?". Ahí está la clave, y Michelle Obama la desarrolla: mujer, ¿y qué?, negra, ¿y qué?, malhumorada, ¿y qué? Eso, que se convierte en una lectura feminista de un periodo histórico, bastante más humilde de lo que esperaba pese a la potencia intelectual del personaje, con una formación académica y laboral inmensa, resulta francamente de interés. Y luego otra dimensión de la biografía, que es el sentimiento acerca de su país, totalmente bipolar, y que asomará  entre las 100 últimas páginas. Algo que uno sospecha Michelle Obama quería hacer desde el principio pero decidió dosificar muy inteligentemente: "Pido un poco de paciencia, porque lo que sigue no será necesariamente más llevadero. Ojalá Estados Unidos fuese un lugar sencillo, con una historia sencilla; ojalá pudiese narrar mi parte en ella tan solo a través el cristal de lo que era ordenado y grato; ojalá no hubiese pasos atrás y cada pena, cuando llegase, al menos resultara ser, en última instancia, redentora. Pero Estados Unidos no es así, ni yo tampoco. Y no voy a intentar retorcer eso hasta darle una forma perfecta". Y ahí están los atentados, los tiroteos, los asesinatos sin sentido, las crisis sociales, una tras otra, desde la perspectiva de una primera dama que tuvo que asistir a demasiados entierros debidos a la violencia social en las calles del país, mientras los políticos de todo signo están más interesados por conseguir prebendas de la Asociación Nacional del Rifle que por limitar el uso de las armas. Lo mejor es que lo dice, tal cual, sin filtros, porque ahora, Michelle Obama, ha decidido defender lo que quiere sin que la responsabilidad de su marido implique prudencia. Va a decir lo que piensa y cómo lo piensa, y además deja claro que no tiene intención de entrar en política, pero sí seguir haciendo política. Creo que este libro es un prólogo a lo que está por venir, y desde ese punto de vista, sus reflexiones políticas, escondidas entre historias de mamá perfecta y puntillosa, pueden motivar, aún no estando de acuerdo, porque son genuinas. Realmente uno agradece su campaña a favor de la educación de las mujeres en todo el mundo, porque se antojan gestos más coherentes y válidos que gritar consignas en las calles contra machirulos una o dos veces al año. 

jueves, 20 de junio de 2019

Andrè Schuen: volver a creer en el canto.



No quiero dejarme cosas en el tintero, pero tampoco me voy a detener en tecnicismos que ni domino ni son la clave de lo que quiero contar: para más información, busca en google y tendrás todo lo que quieras. Yo quiero contar lo que sentí y lo que me emociona de este cantante italiano que últimamente escucho a todas horas. 

Antes de comenzar a contar por qué estoy tan fascinado con Andrè Schuen, hasta el punto de que creo que es el cantante que más me ha impresionado en 20 años, una pequeña explicación inicial sobre aquel tipo de canto con el que me siento más cómodo. Si doy un repaso a mis cantantes favoritos, con Montserrat Caballé a la cabeza, Joan Sutherland, Renata Tebaldi, Nicolai Ghiaurov, Kirsten Flagstad, Birgitt Nilsson… Todos tienen algo en común. Lo primero: la voz es bella, pero no es suficiente. A ello hay que añadirle que son excepcionales músicos, tienen técnicas depuradas hasta el dominio y control más absoluto de su instrumentos, y se preocupan muy especialmente por la emisión, la proyección y la calidad del sonido. Aunque hacen circo, a veces, por lo que sea, es cierto que suelen ceñirse a la partitura y dejan poco margen a la inventiva. No es que una cantante como Callas no me guste, sino que prefiero un sonido más puro y otra concepción interpretativa. Renata Tebaldi era tan buena actriz como una alcachofa, pero ¡amigo mío! se sentaba en su butaquita, comenzaba a cantar el “Vissi d’arte” y hasta el más escéptico salía encandilado. O llegaba Montserrat Caballé con sus 150 kilos y se hacía la “Salomé” de Strauss completa, y ni dios ahogaba una risita por lo extraño de que una niña de 15 años estuviera siendo interpretada por una señora mayor de ese peso. Es la fuerza de la música. Ojo, que ser buenos actores no está reñido con lo que cuento. Si además lo son, bienvenidos. Tebaldi y Sutherland no lo eran, a Caballé no le hacía la más mínima falta, Nilsson era espectacular, Ghiaruv era una presencia escénica imponente.

Andrè Schuen es exactamente ese tipo de cantante. Un gran músico, que se formó desde pequeño en casa porque toda su familia es de músicos (incluso tienen un grupo muy conocido en el Tirol y centroeuropa), y se ha criado actuando con ellos, haciendo canciones folclóricas y otros repertorios con mucha seriedad. El muchacho empezó como violonchelista, pero cuando llegó al conservatorio de Hamburgo lo escucharon cantar y la cosa derivó, para el bien de todos. Su dominio técnico, siendo tan joven, es muy bueno. Esa técnica, que le permite trabajar con solvencia las partituras, se conjuga con una voz baritonal de verdad. Eso es muy raro hoy en día. Las cuerdas se han movido tanto que hay sopranos cortas cantando de mezzo como Joyce DiDonato, mezzos altas haciendo de sopranos, Plácido Domingo destrozando los papeles baritonales de Verdi… Cuesta encontrar un barítono con el tono oscuro, broncíneo y profundo que uno espera. Y este muchacho lo tiene con 35 años. Fue lo primero que me admiró cuando lo fui a escuchar, sin conocerlo de nada, en el Teatro de la Zarzuela. La verdad es que llegué pensando “un guaperas seguro que sin volumen, que tiene que dar zapatazos para subir o bajar en el pentagrama”. Empezó a cantar, y teoría a la porra. La voz es de barítono, cuando baja en el pentagrama lo hace sin dificultad, y sube todo lo que tiene que subir. La emisión es inmaculada, y la proyección clara y potente. Me sorprendieron sus fortes, temibles, pero también su capacidad de apianar. Creo que llega con facilidad a los pianísimos que hicieron famoso a Miguel Fleta. Así, su canto no es bronco, es matizado, bello, y sus interpretaciones muy cuidadas. Al ser italiano del Tirol, tiene la suerte de dominar varios idiomas, y es capaz de pasar del alemán al italiano sin que haya acentos descuidados, igual que canta en idioma ladino. No me pareció que hubiera una gran agilidad, y aunque hace algunos papeles de Donizzetti, lo suple con técnica y respiración, que es igual a lo que hacía Caballé, que nunca fue una soprano de agilidad y sin embargo salía airosa de donde quería. Pues el muchacho igual, le cuesta, pero sale adelante sin pestañear. La afinación no es un problema, en todo lo que le he escuchado le he sentido solo un pequeño titubeo de la afinación en una pieza. En resumen: belleza de sonido, emisión, técnica y respeto a la música, junto una notable capacidad interpretativa que no es la obsesión primera con la que esconder defectos vocales. 



Faltaba ver como se desenvolvía en un gran teatro con orquesta en foso, así que fui a escucharlo en “Capriccio” de Strauss en el Teatro Real, estaba sentado en la penúltima fila de paraiso (un piso 7º), y lo oía perfectamente; es más hubo cantantes a los que escuché menos. Fuera cual fuera el volumen o el lugar del pentagrama, llegaba perfectamente, sin problemas. La presencia escénica, es mocetón, imponente. Además es buen actor. 

Pero me falta tratar un punto que llama mucho la atención, porque aunque parezca mentira no hay mucho hoy en día entre los cantantes. Masculinidad. Andrè Schuen canta con una masculinidad y una virilidad que ha venido faltando mucho a los cantantes desde hace un tiempo. Languidez y cierto desfallecimiento interpretativo que aparecen en grandes cantantes. Aquí no sucede. Schuen hace un sello con esa virilidad que aporta el propio tono de su voz, y lo emplea de manera natural, porque cuando tiene que ser delicado y frágil lo es, incluso si ha de mostrar vulnerabilidad, pero no deja nunca ese sello viril. Cuando salí del primer concierto se lo comenté a mi querida amiga Ana García Urcola, pianista, doctora en música, excelente profesional y crítica en “Scherzo”, que se rió y me dijo que en la crítica que había escrito para esta revista sobre el último disco de Schuen, una serie de lieders de Schubert, ya lo había dicho claramente “Además, la robusta y hermosa voz de Schaun conquista de inmediato el oído. Esa sensación de fortaleza y de poderío podría entrar en colisión con la idea de fragilidad que asociamos indefectiblemente a la música del vienés. Sin embargo, nada más seductor que la virilidad (con perdón) cuando es capaz de mostrar vulnerabilidad, y así es la concepción de Schaun y Heide: muy terrenal, nada etérea, pero con profundos acentos de dolor y de lamento que provienen de una atenta lectura del texto poético y la prosodia musical”. Nos reímos por el paréntesis del “(con perdón)”. Yo no lo pongo. Andrè Schuen tiene un canto viril y poderoso que no desaparece cante lo que cante. En La Zarzuela lo escuchamos en el “Sueño de Amor” de Liszt, pieza en la que se puede caer en la cursilería y el amaneramiento vocal con facilidad, y sin embargo ahí estaba ese joven enamorado pero tajantemente hombre que nos dejó embelesados. Luego, en los “Sechs Monologe aus Jedermann” de Frank Martin, la sensación fue aumentando, hay cantante, hay inteligencia, hay voz, hay carrera. 

Como liederista, es posiblemente el mejor intérprete joven del momento. Tiene lo que hay que tener, sentido de la introspección, domina los estilos, y es capaz de solucionar cualquier partitura con solvencia y credibilidad. Se nota que hay mucho trabajo detrás, y un fuerte aprendizaje. En ese sentido, decir que entre los liederistas era casi un sello de calidad relacionarse, como fuera, con el grandísimo Diestrich Fischer Dieskau. Ser “hijo”, “nieto” o “bisnieto” musical de Fischer Dieskau jugaba a favor en el currículo. Schuen no lo tiene, ni aparece en sus textos promocionales. No es que no beba las fuentes de Fischer Dieskau, escuchar a los grandes es necesario para el aprendizaje, pero en la formación de Schuen están Olaf Bär (¿de ahí esa masculinidad introspectiva?) o Thomas Allen, y eso le imprime ese carácter diferenciado que se está dejando sentir en tantos teatros. El próximo concierto de Schuen en Madrid va a ser multitudinario y apoteósico, eso tenlo por seguro. 

Como un grupie me he comprado todos sus discos y los disfruto con fruición. Son tres, tampoco es mucho, aunque tiene alguno con su familia que no me interesan demasiado y una ópera completa en estreno que tampoco me llama la atención. Un disco de Schumann, Wolf y Martin. Otro de Schubert, ya citado, que se titula Wanderer, y en el que le acompaña, como en el anterior, el gran Daniel Heide, pianista excepcional. También ha grabado canciones de Beethoven francamente curiosas: una serie de canciones populares escocesas y otras irlandesas, que se coronó con un pequeño EP con cuatro canciones populares de Britten. En "Wanderer" hay piezas como “Fischers Liebesglück” que me parecen simplemente una obra maestra sin objeciones. Es un magistral cantante que además está haciendo su carrera despacio, sin haber todavía llamado la atención de los grandes sellos, lo que juega a su favor; paso a paso, y sin moverse de lo que puede y debe cantar. Creo que tiene intuición y está bien asesorado. Además sospecho que su propia crianza musical hace que no descarrile, ni quiera. Canta con humildad, y no tiene problema en pasar del Convent Garden a acompañar a sus hermanas tocando el violonchelo en una teatro de provincias. También es un cantante generoso, hasta 6 bises nos regaló en el Teatro de la Zarzuela, abrumado por los braveos de un público exigente. Yo desde una Caballé gloriosa que escuché hace más de 20 años en una de las grandes noches de su periodo final, y un Plácido Domingo excepcional en “La Valquiria” en el Liceu de Barcelona, no me había vuelto a poner en pie a aplaudir a ningún cantante, y los he escuchado grandes y espectaculares. Con Schuen lo hice porque me lo pidió el cuerpo.






Por último indicar que, como los grandes cantantes, como Kraus, cuando asume y comprende un personaje, es capaz de usar esa experiencia para el siguiente. Como también dijo mi amiga Ana, “nos ha cantado una napolitana de Tosti como debe cantarla quien primero ha hecho al Conde Almaviva (de Mozart)”. En un mundo operístico de poco razonamiento, poca maduración y mucha improvisación en lo que a nuevas voces se refiere (¿donde está Skohvus? ¿dónde está Cura? ¿dónde está Flórez?), Andrè Schuen va a hacer una carrera larga y exitosa. Espero el momento de que comience a cantar los grandes papeles baritonales de Verdi, porque ese Posa de “Don Carlo” va a ser referencial. 






jueves, 13 de junio de 2019

Mi presentación del libro "Susanita no perdió su ratón" de Julia Martínez en la editorial Libros Indie.



Discurso de presentación del libro de Julia Martínez Fernández "Susanita no perdió su ratón", editado por Libros Indie en Madrid el pasado mes de mayo. El acto de presentación, en "La Bicicleta Café" se desarrolló con mucho éxito el pasado 11 de junio de 2019.

Se indica qué fotos son propiedad de Julia Martínez y están publicadas en su instagram @jul_mtz. También puedes encontrarla en Twitter como @jul_mf , y en Facebook como Julia Martínez Fernández. Nos ha autorizado para la puiblicación en este blog.

Si quieres adquirir el libro puedes hacerlo a través de Libros Indie (https://librosindie.com/), ponerte en contacto con la autora a través de redes o puedes enviarme un comentario.

Este es el libro de una mujer agazapada. Se desarrolla en una pequeña terraza llena de cadáveres vegetales, con ella sentada en una silla minúscula ante una mesita aún más diminuta, si cabe. No es casual, es el escenario mínimo de una mujer que nunca quiere estar ni aparecer. Allí, un café humeante, uno, dos o tres cigarrillos compulsivos; unos vecinos que resultan historias fascinantes cuando no tienes que vivir con ellos, y un cáncer.


Porque el ratón de Susanita tiene cáncer. No una “penosa enfermedad”. Cáncer que tendrá que operarse, que implicará extirpaciones, y una angustiosa recuperación.

El cáncer y la muerte son dos temas tabú para nuestra sociedad. No nos gusta mirarlos ni reflejarnos en su espejo. Nos incomoda. A veces incluso lo sacralizamos y le damos un valor que no tiene. El cáncer no es más que una enfermedad. Difícil de tratar, genera ansiedad, miedo y rechazo. No sabemos cómo actuar cuando alguien nos cuenta que lo está padeciendo. Somos tan hipócritas con el asunto que no queremos hablar de él ni asumirlo, y damos respingos cuando alguien lo banaliza: un chiste, una ilustración o un comentario. A este respecto, aunque Julia es fotógrafa y es lógico que lo que ilustre este libro sean fotos, lo cierto es que en origen llevaba acompañando unas lindísimas ilustraciones, hechas al tiempo que se escribía el diario, algo naif, algo infantiles, que han desaparecido de la edición final pero espero se puedan recuperar en un futuro. Llevaban a la sonrisa y a la reflexión. Habrá quien piense que ilustrar como si fuera un libro infantil un diario de guerra contra el cáncer sea macabro. Pero se equivocan, sin paliativos. Ante el cáncer, ante la muerte, no somos más que niños pequeños, vulnerables y que balbucean; pero sin inocencia ni ingenuidad. Me gustan los dibujos que Julia diseñó junto a este diario porque acercaban una tierna sonrisa cabal a un periodo de intensa perturbación.

Porque cuando el cáncer, la muerte, toca a tu puerta, lo que sigue es un cataclismo de brutal perturbación. Esa mujer escondida en su rinconcito hace recuento cada día de lo sucedido y de lo que va a suceder, porque el resto de su tiempo le toca dejarse llevar y entrar en el torbellino que la agenda del cáncer impone.
Foto de Julia Martínez Fernández
Te sirves un café, te vas a un rincón, fumas, y organizas el día sin tiempo para nada más. De todo esto va la historia que nos cuenta Julia Martínez, agazapada en la terraza. Por eso yo he agradecido tanto este libro, porque espero que con su tímida poesía sirva para hacer reflexionar a alguien sobre la necesidad de un apoyo efectivo y profesional hacia los enfermos y sus familias, porque el post cáncer puede ser arrasador y el estrés muchas veces se cronifica.

Julia y su ratón llevaron en silencio el cáncer y no nos hicieron partícipes del mismo hasta que pasó, o casi. Por lo menos hasta que se atisbó el final. No solo fue un acto de calculada intimidad, que todos comprendemos. También fue una reacción común. Las familias que viven el cáncer rara vez lo visibilizan porque tienen miedo de la reacción de los otros, que la mayor parte de las veces son más agobiantes que la soledad. No sabemos reaccionar ante el cáncer, e incluso huimos de él. Te ahorras las caras, la forzada amabilidad y los silencios incómodos. Callas y actúas.
Por eso este libro es un diario de soledades. No nos engañemos. Por mucha compañía, mucho tuit solidario, pañuelo rosa o maratón de apoyo, lo cierto es que los enfermos de cáncer están bastante solos, y así han de pasar su enfermedad. Son prioritarios, y su ansiedad, su dolor y su pánico se sitúan por encima de todos los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los que los acompañan. Esos vivimos una doble soledad, porque nadie nos hace caso, nadie nos consulta ni nos pregunta cómo estamos. Ponemos a nuestro enfermo por delante de cualquier otra necesidad, y si te quejas o lo comentas parece que eres un desalmado. “Joder, su marido con cáncer y ella quejándose de lo mal que lo pasa”. Así que nos callamos y aguantamos. Meditamos, o no, en silencio. Lloramos, o no, cuando nadie nos ve. Somos el acompañante, el que coge de la mano, el que consuela, el que organiza todo para encajar la agenda del cáncer en la vida familiar; y muchas veces somos el sparring silencioso, porque nuestro enfermo dirige hacia nosotros su frustración y su miedo. Y tú te aguantas.

Por todo ello, esta es también una historia de amor, de lealtad y de amistad. De dos que caminan juntos por el puente que les ha tocado cruzar, dando traspiés, pero juntos y cogidos de la mano. La cita en el médico, las horas que pasan, la espera mientras están extirpando, la insensibilidad de los sanitarios, que necesitan insensibilizarse; el miedo, los gritos, la injusticia y la esperanza. Julia narra en este diario, en tan pocas páginas, todas las dimensiones posibles de un viaje, incierto, que hoy podemos celebrar porque casi ha llegado a su fin.

Ha escrito un libro que refleja su sentido del arte. Mínimo, sin elementos añadidos, sin rocallas. Simple y blanco, lírico y luminoso. Menos es más. Si ya está ahí, ¿para qué lo repites? Si una hoja seca expresa lo mismo que 20, ahórrate 19.
Foto de Julia Martínez Fernández
Pero Julia es una excepcional artista. Como fotógrafa tiene pocos rivales en su dominio profesional. Como artista de performance sabe dar siempre exactamente en el clavo y limpiar de chatarra ideas que se perderían de otra forma. Sabe poner límites, procesar, y cree poco en las musas y mucho en el trabajo.  Este libro es un ejemplo de ese menos es más con el que Julia practica su oficio. Intensos sentimientos, intenso relato, expresado aquí con austeridad de medios, como una gramática precisa. Simpleza y concreción para expresar un universo de sentimientos y sensaciones que a veces asfixian.
Foto de Julia Martínez Fernández
Ahí está Julia sola, escondida tras su mesa en la terraza. Observa y analiza. Como ha hecho siempre. Detrás de su guardapolvos negro, o de García Alix, o de algún cantante desolado, y últimamente a la espalda de Omar Jerez. Incluso hoy quiso esconderse detrás de mí. Pero hoy no puede. Es la única escritora del mundo enfadada por tener que presentar su libro. Ella habría preferido no estar aquí y ahora, cuando hable, va a pasar un mal rato. No es el foco, ni la notoriedad, lo que le interesa, es lo que le sobra. Pero ya va siendo hora de que salga a la luz. Este libro es el ejemplo talentoso de un gran espíritu artístico, de los mejores que pululan por Madrid. Un talento que llega a la excelencia, con un discurso coherente y rico en matices, poco condescendiente, nada abandonado al pensamiento único o a las tendencias. Quiero y espero que Julia se muestre ya delante de todos reafirmando una personalidad artística que necesitamos. Solo me resta darle las gracias por este regalo, animar a todos a leerlo porque sin duda les enriquecerá, y quiero terminar poniendo a Julia en un aprieto con una pregunta con cuya respuesta me gustaría que iniciara su intervención. Julia ¿para cuándo esa ansiada exposición individual de fotografía en una galería especializada?

Muchas gracias.