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miércoles, 29 de febrero de 2012

De libros: Lágrimas Socialdemócratas, de Santiago González

Me he leído de un tirón este fantástico libro del periodista Santiago González, a quien sigo no sólo en sus artículos habituales en prensa (El Mundo) sino también en sus intervenciones en Onda Cero, donde lleva la revista de prensa en el programa de Carlos Herrera entre las 07:40 y las 07:50 cada mañana; además de en su blog, que recomiendo encarecidamente. Me gusta mucho por su fina ironía, su asunción del pasado, su valentía escribiendo y sobre todo por la sorna filológica absolutamente inmisericorde con el que suele analizar y descomponer la realidad que aparece en los medios de comunicación.

En el libro Lágrimas socialdemócratas, Santiago González muestra una colección de realidades sucedidas durante las legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero, perfectamente clasificadas y ordenadas, dando lugar a una cosmovisión hilarante de muchos de los mensajes que en ese periodo los políticos de la izquierda hicieron llegar a la opinión pública. Las lágrimas de bondad ante una realidad que les resulta adversa, ellos, portadores de la verdad y el bien; las lágrimas para contemporizar o empatizar con la opinión pública; las lágrimas que reflejan la dureza de su día a día, la dureza de la asunción de responsabilidades. Es un libro en el que puedes reirte a carcajadas continuamente, aunque lo cierto es que si lo piensas bien, resulta terrorífico pensar la inanidad (si es que existe este palabro) y la falta de responsabilidad de quienes durante 8 años ocuparon los puestos más altos de la administración.

No creo que sea un juicio general al socialismo, ni siquiera al PSOE, que ha dado, y dará, grandes servicios a España, sino una imagen literaria perfecta y casi fotográfica de lo que fueron los años en los que la socialdemocracia, en España, estuvo liderada por Zapatero, que pasará a la historia como el hombre que hizo poco, o muy poco, cuando las cosas vinieron mal dadas; y al que le debemos lo peor de lo que a muchos niveles, no sólo el económico, estamos viviendo ahora mismo. Zapatero llegó al poder con una lágrima socialdemócrata maravillosa, la leyenda que dice que la mañana siguiente a ganar las elecciones miró a su mujer con los ojos húmedos de emoción para decirle "¿Tú sabes, Sonsoles, cuántos españoles podrían ser presidentes del gobierno?". Todo un paradigma. Un abuelo bueno, el asesinado (?) durante la guerra civil, y otro menos bueno por franquista, pero al que se describe, cuando no hay más remedio, como "cariñoso". Un abuelo bueno y muerto mucho antes de que Zapatero pudiera conocerlo pero que sirve al ex presidente para frenar el ímpetu dolorido de una víctima del terrorismo de ETA cortándole el discurso con el doliente comentario de "¿qué me vas a contar a mí? Si a nosotros nos mataron a un abuelo", dejando a su interlocutora pálida ante la salida extemporánea.
Lágrimas dolientes, casi de Evita: el dolor de las decisiones duras por el bien de todos, como el padre amoroso que queriendo a sus hijos más que nadie tiene que someterlos a la dura prueba de un azote. Santurronería buenista sin efectos prácticos. Manuel Molares do Val ha escrito en su blog: "[Santiago] González, que antes que periodista fue marino endurecido en temporales y navegaciones peligrosas, recuerda sus años de militancia comunista y cómos sus antiguos compañeros entraron en el PSOE para crear la religión de la bondad laica que compite con el cristianismo". Suscribo la frase de principio a fin, así como su análisis de la obra.

Merece mucho la pena, no es un libro revanchista ni demagogo, sino que analiza la falta de contenido de muchos discursos que tuvimos que escuchar, y acaso incluso llegamos a creer, en nuestro reciente pasado. Lo pueden y deben leer los votantes y simpatizantes del PSOE, y no se sentirán ni incómodos ni ofendidos, sino que les servirá para entender dónde están los errores del pasado que ahora los han llevado a la cuneta del poder. De todas las perlas, mi favorita, sin duda, es la que refleja a Bibiana Aido: Durante una entrevista, y justo antes de posar para una foto, uno de sus asesores entre furiosamente en el despacho para contarle que ha muerto otra mujer a manos de su pareja. La ministra, descompuesta, pregunta atropelladamente dónde, cuándo, qué edad tenía, a qué dedicaba el tiempo libre... algo que no se cree, por cierto, ni la periodista que lo relató. Cuando recaba los datos, vuelve a su asiento con cara abatida y, rota por su alta responsabilidad, espeta al fotógrafo: "Ahora no me pidas que sonría". Delicioso.