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viernes, 14 de junio de 2013

Flagstad, Varnay, Nilsson: Tres concepciones, una Brunhilde.

Flagstad Varnay Nilsson
Kirsten Flagstad, Astrid Varnay, Birgit Nilsson
Siempre pensé que para acercarme a Wagner necesitaba un esfuerzo intelectual de comprensión, análisis y estudio  que me daba un poco de pereza, lo reconozco. Pero bueno, todo llega en esta vida, y ese momento llegó hace un par de años. ¿Por qué Wagner supone ese esfuerzo? Porque hay que entender el proyecto intelectual que su música pretendía, renovador y reformista; hay que entender la propia estructura musical empleada, desde las orquestaciones, el famoso leit motiv, el uso de instrumentos de manera extravagante para la época (las trompas, por ejemplo); hay que entender el marco ideológico; y hay que estudiar los libretos en relación con todo eso. No significa que sin saber eso no se pueda apreciar o incluso adorar la música del teutón, pero con las alforjas bien llenas, el disfrute puede ser todavía mayor. ¿La ópera italiana es más sencilla? No exactamente, pero sí es más sincera, deviene en sí misma el cómo y el por qué. Wagner tiene un grado de confusión de ideas, y evito conscientemente usar el término complejidad, que lo hacen a veces menos evidente. Sobre todo en la Tetralogía
Richard Wagner
Este blog, desde siempre, es para explicar sensaciones y proponer ideas. No voy a ponerme aquí a analizar la obra de Wagner y a desentrañarla primero porque no tengo ni idea de cómo hacerlo, segundo porque me faltan conocimientos, tercero porque no es mi estilo y cuarto porque no puedo, y cuando no se puede no se puede. Además (quinto) si pudiera no querría hacerlo. Me he ido zambullendo en la Tetralogía, cada vez con más intensidad, hasta el punto de que me he llegado a escuchar varias versiones seguidas, e incluso las he comparado. No me da vergüenza decirlo: para ser un melómano, he escuchado más Wagner en mi año 42 que en toda mi vida.
Sellos conmemorativos de la Tetralogía, Uruguay.
Tampoco es que os vaya a contar y analizar versiones, porque están tan manidas que estaría asando la manteca: hay cientos de artículos sobre ellas y miles, en serio, entradas de blogs y foros al respecto. Ahí no pinto nada. Posiblemente tampoco en lo que quiero hacer, pero es algo que me apetece porque he reflexionado sobre ello y quiero ponerlo negro sobre blanco. Se trata de interpretaciones vocales, y muy especialmente de analizar las diferencias y confluencias de 3 sopranos referenciales en el papel de Brunhilde, posiblemente junto a Wotan la gran protagonista del Anillo del Nibelungo. La Walkiria amada, la más noble, la más valerosa, la más fastidiada por su propio destino. Masacrada sistemáticamente por cada hombre que se relaciona con ella de una u otra forma, es un personaje atractivísimo para un estudio feminista del trasunto wagneriano, aunque también algo estereotipado y de cartón piedra. Por cierto, gracias a mi amigo Hugo Álvarez descubro que la reciente versión del Anillo ejecutada en la Ópera de Copenhague desarrolla esta idea feminista con Brunhilde como protagonista.
Pero esta entrada de blog, que ya empieza a ser eterna (no es la síntesis una de mis virtudes) tampoco es para analizar personajes. Quiero contaros mis impresiones sobre tres grandes intérpretes del papel y explicaros por qué desde mi punto de vista siguen siendo las referenciales  en el mismo: Kirsten Flagstad, Astrid Varnay y Birgit Nilsson. A veces fastidia un poco que pese a los esfuerzos de muchísimos, y notabilísimos, intérpretes, haya unos pocos que se alzan con el podio de ser referentes. Ha habido grandes Brunhildes en los 70, en los 80, en los 90 e incluso ahora mismo. Sin embargo, estas tres olímpicas siguen estando a unos niveles por ahora igualados (Irene Teorin, por citar una de las más recientes) pero no superados. Es como si con sus tres visiones del personaje lo hubieran clavado, desde todos los puntos de vista, y aún hoy nadie hubiera sumado un centímetro a la imagen que nos dieron de la Walkiria. Es un poco extraño, porque la Nilsson hizo sus últimas grandes interpretaciones del rol en la primera mitad de los 70, es decir, hace 40 años. El hecho de que algo parecido suceda con muchos roles de la ópera italiana (Norma, sin ir más lejos, que no ha tenido una intérprete referencial desde que Caballé abandonó el rol en los 80) ¿podría llevarnos a colegir que la generaciones de cantantes de los 90 hasta la actualidad adolece de cierto nivel? Pues yo antes pensaba que eso era un cuento de “viejecitos” pero empiezo a pensar que si bien hoy hay grandes especialistas en diversos repertorios, faltan grandes figuras, y faltan grandes figuras porque se ha perdido algo en la enseñanza y tradición musical. Al final de lo que te cuento de cada cantante, un video para que puedas disfrutar con ellas.
Kirsten Flagstad empezó a cantar Brunhilde a finales de los años 20 del siglo XX.  Astrid Varnay a principios de los 40 y Birgit Nilsson a mediados de los 50. De las tres, a la hora de poder disfrutarlas, juega con ventaja Birgit Nilsson, por dos razones: el primero, práctico, el segundo morfológico. El práctico es que sus grabaciones son técnicamente impresionantes, muy especialmente el Anillo que bajo la batuta de Solti grabó para Decca en la primera mitad de los años 60. Monumental desde todos los puntos de vista, el de la ingeniería de sonido también. El morfológico es que no hay que tener una gran finura de oído para saber que es la que tenía el registro más amplio, desde los graves a los agudos, y la que poseía un mayor volumen. Sólo hay que comparar el tremendo agudo que corona el verso “in mächtigster Minne vermählt ihm zu sein!  a punto de terminar con la escena de la inmolación: lo emite, siempre, con una seguridad y una amplitud que casi parece chulería. Flagstad lo da sin problemas pero acusa la dificultad, a Varnay lo sufre. Por el contrario, es a Nilsson a la que más cuesta apianar, porque cuando se posee un océano vocal, domeñarlo y hacerlo un suave arroyo es un esfuerzo titánico.
Por ser la fonografía la única fuente con la que podemos apreciar su trabajo, la que más sale perdiendo es Kirsten Flagstad. Las tomas de sonido de sus años gloriosos son malas, monoaurales, estáticas, deforman enormemente la voz. Para cuando por fin se la graba con una mejora técnica considerable, a finales de los 40 y principios de los 50, su voz acusa la edad, y no nos llega con la plenitud que debería. Pero es una cantante notabilísima, un músico excepcional, todo lo hace con sinceridad y con una seriedad profesional fuera de toda duda. No obstante fue una soprano que logró unas cotas de éxito y popularidad más allá del círculo de operófilos, considerada la mejor de su época, y todo eso en unos tiempos donde no había mass media para consagrarse: fue la soprano más conocida y aplaudida del periodo inmediatamente anterior a Maria Callas. Por cómo y cuando se formo, es la soprano que más nos acerca a la manera en la que se interpretaba y entendía a Wagner en su primera tradición. La voz, si bien algo menos poderosa que la de Nilsson y con un registro menos seguro en los extremos, sin embargo posee una gran belleza. También sorprenden sus portamentos, muy especialmente hacia el final de su carrera, pues Flagstad no tiene dificultad en usarlos aún cuando están tan contraindicados para la ópera alemana. Eso hará que algunos tengas problemas al escucharla. Sin embargo, a día de hoy, sigue siendo la Isolda más completa que yo haya escuchado jamás. Desgraciadamente, como ya dije, la zona aguda le fallaba cuando las tomas de sonido comenzaron a ser mejores, y los trucos técnicos que se emplearon para suplirlos se notan. Pero hay que ser muy imbécil para estar escuchando una Brunhilde impecable o una Isolda exponencialmente superior y quejarse porque un determinado agudo tiene truco, un puñado de segundos irrisorios en horas de interpretación. Pues bien: hay imbéciles que todavía hoy se regodean en ello.  A Kirsten Flagstad esa realidad, muchas veces, le mortificaba.
Sin embargo, aunque sea una de esas apreciaciones a veces difíciles de explicar, la Brunhilde de Kirsten Flagstad, en los registros que he podido escuchar, establece un planteamiento muy interesante que quizás ha marcado una pauta en el resto de cantantes wagnerianas. La dualidad del personaje, de naturaleza divina y sentimientos humanos, se equilibra y balancea de una forma muy estudiada, muy medida, en todas sus interpretaciones. Flagstad se decanta por la divinidad. Su Brunhilde es un ser superior, un ser puro y por encima de los mortales, una divinidad, mantiene esa elegancia y esa presencia divina en todo momento, muy especialmente cuando comienza su duo con Sigmund. La diosa solemne se entrega a su cometido. Sin embargo, la naturaleza humana, y más aún en el imaginario del S. XIX, la naturaleza femenina, hace su aparición a medida que avanza ese mismo dúo, y se va resquebrajando hasta que notamos, percibimos, que va a imponerse y no seguirá las instrucciones de Wotan. La voz se abrillanta, el entusiasmo altera incluso la línea vocal, se llena de luz. Así se mantiene hasta que de nuevo se encuentra con Wotan, ya al final de la Walkiria, para sufrir su castigo. De nuevo aparece la divinidad, que se entrega a su destino con la dignidad de lo que es. Notamos exactamente la misma resolución del personaje cuando se encuentra con Siegfried, la lucha entre humanidad y divinidad, que la llevan incluso a la exasperación. Es increíble como las dos naturalezas quedan audiblemente diferenciadas sólo con matices vocales, la voz se aligera, se libera, fluye con nerviosismo cada vez que la Walkiria se enfrenta a los humanos sentimientos del amor, se oscurece y adquiere un tinte de infinita elegancia cuando se impone el ser inmortal. Incluso cuando clama venganza por la traición de su amado, es más divina que humana. Claramente significativo en toda la escena de la inmolación, esa barbaridad que Wagner impone a la soprano que, después de haber cantado todo, y a los más elevados extremos, tiene que correr un sprint final de 19 minutos por los que pasa por todos los momentos emocionales, sube a lo más alto del pentagrama, baja a la caverna con insoslayables graves, y necesita de un control de la respiración fuera de toda duda. Aquí es donde, desde mi punto de vista, Flagstad resuelve mejor incluso que sus afamadas colegas, y se lleva el triunfo. Aún hoy me parece la mejor inmolación de cuantas tenemos registro. Sus susurrantes “ruhe!, ruhe! ruhe!” ponen los pelos de punta. El paroxismo final, que muchas resuelven con cierta histeria, alcanza su clímax sin que Brunhilde pierda la cabeza. No es una mujer arengándose para ir al suicidio con dignidad y luchas así contra el miedo: es el ser divino que cumple su cometido, que entra en la muerte con los ojos abiertos, sin titubeos, consciente de lo que va a pasar, sin crispaciones. No es una reivindicación de sí misma, es una reivindicación de lo que significaba el Walhalla y los que allí moraban. De lo que significaba la naturaleza divina de Siegfriedo antes de ser sometido de forma natural y vencido por la naturaleza humana. El misticismo de Furtwangler dirigiendo la ayuda a expresar esa visión, pero la sequedad plúmbea de Leinsdorf no la acobarda, más bien parece que se entrega a la monumental necesidad de superar al maestro que dirige desde el foso. Birgit Nilsson aprende la lección, pues sus últimos compases como Brunhilde siguen este camino, es más, lo desarrollan de acuerdo con un mejor registro vocal.

Si usamos la interpretación de Flagstad como base del análisis, en el caso de Astrid Varnay es la mujer, la muchacha, la que vence en todo momento a la divinidad. Seguidora de Flagstad, quien la impulsó desde los más tempranos momentos de su carrera, también más joven, los registros que nos han llegado son de bastante buena calidad, aunque muchos monoaurales, y todos los que yo he escuchado debidos a tomas en directo, sin posibilidad de maquillaje en estudio. Astrid Varnay tiene una voz amplia, poderosa, segura, pero más ingrata que la de Flagstad y Nilsson desde el punto de vista fonográfico. Aunque sé que es un concepto muy discutible, es la menos bella de las tres voces. Cierta dureza en el registro agudo, tendencia a tonos algo metálicos, harán para los aficionados que, como yo, nunca pudimos verla en escena, que la impresión final no sea tan placentera como en el caso de las otras dos ilustres Brunhilde. Sí, hay momentos en los que la falta de belleza vocal puede distraernos. Pero sin embargo, es posiblemente la mejor actriz de las tres, la que tiene una mayor capacidad de expresar emociones, de poner la música al servicio del personaje y de dotarlo de más sentido escénico. La alocada chiquilla que entra en escena en su primer dúo con Wotan, da paso a una atribulada, desconcertada y desorientada mujer que no quiere cumplir el mandato del padre y sabemos desde el principio que no lo cumplirá. Notamos que se enamora de Sigmund, aunque sea de una manera mística, que salva a Sieglinde a regañadientes, y que como mujer se enfrenta a su padre y asume su castigo de nuevo como una niña asustada. Esa niña trasmuta de nuevo a mujer enamorada y reflexiva con Siegfried, a terrible despechada cuando descubre la traición; y vemos como marca la diferencia con su antecesora en la escena de la inmolación. Aquí, la mujer enamorada se impone en todo momento a la divinidad, la joven que se inmola por y para el amor, que se crispa pensando en lo que sucederá en cuanto cruce las llamas. 
Es una Brunhilde carnal, emotiva, sensorial, que no tiene tiempo para el misticismo. Un matiz de nuevo absolutamente personal: mientras Flagstad sabe en todo momento qué va a decir, pareciera que Varnay reflexiona sobre cada una de sus palabras, las buscara, incluso las perdiera. La más tensa y dramática de las Brunhilde que yo he escuchado, es una experiencia renovadora hacerlo, una lectura radicalmente opuesta, pensada, diferente, que cambia y se acrecienta a medida que pasan los años. Es la actriz, por excelencia, de las tres.
Si nos damos cuenta, aparte de la calidad interpretativa y de la rotundidad vocal, estas tres cantantes se hayan unidas por un denominador común más: son excelentes músicos. Han estudiado detenidamente la partitura y has anotado mentalmente los matices exactos que quieren darle. En el caso de Varnay, la presencia de Keilberth a la batuta en alguno de sus registros más importantes da seguridad a su actuación. Es imprescindible escucharla, yo no he escuchado una Brunhilde tan humanizada hasta la llegada de Irene Teorin hace muy escasas fechas en el feminista “Anillo” de la Ópera de Copenhage.

Entonces llegó Birgit Nilsson, y llegó Decca con su afán de grabar la Tetralogía con los mejores medios técnicos posibles, y un ambicioso Solti empeñado en grabar un monumento musical (es curioso como sus aportaciones en vivo no estuvieron a la altura del gran registro en estudio que hizo para Decca); y pusieron el panorama wagneriano en cotas difíciles de alcanzar. Desde el punto de vista vocal, Birgit Nilsson es objetivamente, y mira que no me gusta utilizar el termino objetivo en cuestiones musicales, la mejor de las tres. El registro es amplísimo, la técnica insuperable. No se resiste ni el escollo más difícil de la partitura, es más, aparecen definidos casi con facilidad. Birgit Nilsson posee un océano vocal, posiblemente la voz más grande de cuantas hayan existido en la historia de la fonografía. Es mi debilidad, por inadecuado que parezca un personaje, su forma de cantar, con un enorme sentido del gusto y de la elegancia, hace placentero escucharla. Incluso su denostada, por muchos, Aida, puede resultar poco convincente, pero nadie dirá que está mal cantada, porque no es cierto. Si analizamos la carrera de Nilsson, vemos que en sus papeles referenciales hay cosas en común: mujeres resueltas, con personalidad, duras. Incluso tiránicas en algunos momentos (Brunhilde, Turandot, Isolda, Elektra…). Con las tímidas señoritas le va algo peor, por supuesto. Lo suyo son las grandes heroínas, donde se impone. En Aida uno espera que empiece a arrear sopapos a Amneris, a Radamés y a Amonastro, y no acabamos de creer en su hesiante personalidad. En Tosca uno no deja de pensar que Scarpia no tiene nada que hacer a su lado. Su voz supera esos papeles. Arrebatadoramente simpática, tenía una capacidad de interacción con el público que le aseguraba el triunfo en  cada presentación escénica. 
Puede que en lo que son mis gustos más personales yo me decante por Kirsten Flagstad, pero Birgit Nilsson es, para mí, del puñado de olímpicas que dominaron la ópera en el S. XX (Flagstad, Schwarkopf, Callas, Tebaldi, Nilsson, Sutherland, Caballé). La prestación de Nilsson para Brunhilde lo tiene absolutamente todo: vocalmente impecable, la manera de analizar el personaje, también. Sería muy fácil decir que es una mezcla de Flagstad y Varnay, pero no van por ahí los tiros. Es una Brunhilde que duda, que no quiere ser manejada ni por Wotan, ni por Siegfried, que los mira de igual a igual, que prácticamente ordena, primero, a Sigmund que la acompañe, y luego lo asiste, también imperativamente, en su duelo con Hunding. Es la portadora de la virtud, y por eso no se achanta ante su padre, porque sabe que él ha traicionado ese mandato de honestidad. Se enfrenta a él sin pestañear, asumiendo su destino, casi lo trata con desdén. Perdió su admiración por él. Es una lectura muy rica, muy matizada, y muy bien cantada, lo cual convierte el acto de escucharla en algo intelectual y sensorial, es placentero. Cuando descubre la traición de Siegfried parece que lo esperara, le duele más como violación de los principios morales que deberían asistir a los héroes que como algo personal. Es una mujer por encima de las mujeres. Se reivindica a sí misma en toda la inmolación, llegando a momentos expresivos de una interiorización que elevan a quien lo escucha. Reflexiva y doliente, más adustamente trágica que dramática. 
Lo curioso es que uno la escucha en sus primeras interpretaciones, se entrega a la grabación de Decca, hasta a actuaciones postreras (Barcelona, finales de los 70), y la idea matriz siempre está ahí, y simplemente se desarrolla, crece, evoluciona. En los mismos niveles de calidad aún incluso cuando la voz comienza a flaquear. El propio control, o dificultad de control, de su océano vocal marca la diferencia en los matices. Es muy difícil para esta soprano recoger su torrente de sonido y cumplir con las pequeñas “p” que Wagner ha colocado en la partitura. Podría sonar a “pero”, y desde luego, si lo es, es el único. La Brunhilde de Nilsson evoluciona en madurez, en intensidad, crece como ser a medida que las experiencias humanas la enriquecen, sean estas positivas o negativas. Su inmolación a mí siempre me ha parecido un “ahí os quedáis, esta realidad no me merece”. Es la Brunhilde virtuosa. Ni inocente, ni divina. Virtuosa hasta el final, elevada a las más altas cotas del misticismo.

Tres interpretaciones tan brillantes como distintas, tan iguales como equilibradas; difícil decantarse por una, lo mejor quedarse con las tres. Desde luego, son el listón por el que medir a todas las demás. Y desde mi punto de vista refutan la idea de que en Wagner los personajes se empequeñecen por la música, por la grandiosidad de las historias, y permiten poca creatividad interpretativa. Bien al contrario, creo que la grandeza musical de Wagner es la que sirve de mejor vehículo a los grandes creadores de personajes.