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jueves, 20 de junio de 2019

Andrè Schuen: volver a creer en el canto.



No quiero dejarme cosas en el tintero, pero tampoco me voy a detener en tecnicismos que ni domino ni son la clave de lo que quiero contar: para más información, busca en google y tendrás todo lo que quieras. Yo quiero contar lo que sentí y lo que me emociona de este cantante italiano que últimamente escucho a todas horas. 

Antes de comenzar a contar por qué estoy tan fascinado con Andrè Schuen, hasta el punto de que creo que es el cantante que más me ha impresionado en 20 años, una pequeña explicación inicial sobre aquel tipo de canto con el que me siento más cómodo. Si doy un repaso a mis cantantes favoritos, con Montserrat Caballé a la cabeza, Joan Sutherland, Renata Tebaldi, Nicolai Ghiaurov, Kirsten Flagstad, Birgitt Nilsson… Todos tienen algo en común. Lo primero: la voz es bella, pero no es suficiente. A ello hay que añadirle que son excepcionales músicos, tienen técnicas depuradas hasta el dominio y control más absoluto de su instrumentos, y se preocupan muy especialmente por la emisión, la proyección y la calidad del sonido. Aunque hacen circo, a veces, por lo que sea, es cierto que suelen ceñirse a la partitura y dejan poco margen a la inventiva. No es que una cantante como Callas no me guste, sino que prefiero un sonido más puro y otra concepción interpretativa. Renata Tebaldi era tan buena actriz como una alcachofa, pero ¡amigo mío! se sentaba en su butaquita, comenzaba a cantar el “Vissi d’arte” y hasta el más escéptico salía encandilado. O llegaba Montserrat Caballé con sus 150 kilos y se hacía la “Salomé” de Strauss completa, y ni dios ahogaba una risita por lo extraño de que una niña de 15 años estuviera siendo interpretada por una señora mayor de ese peso. Es la fuerza de la música. Ojo, que ser buenos actores no está reñido con lo que cuento. Si además lo son, bienvenidos. Tebaldi y Sutherland no lo eran, a Caballé no le hacía la más mínima falta, Nilsson era espectacular, Ghiaruv era una presencia escénica imponente.

Andrè Schuen es exactamente ese tipo de cantante. Un gran músico, que se formó desde pequeño en casa porque toda su familia es de músicos (incluso tienen un grupo muy conocido en el Tirol y centroeuropa), y se ha criado actuando con ellos, haciendo canciones folclóricas y otros repertorios con mucha seriedad. El muchacho empezó como violonchelista, pero cuando llegó al conservatorio de Hamburgo lo escucharon cantar y la cosa derivó, para el bien de todos. Su dominio técnico, siendo tan joven, es muy bueno. Esa técnica, que le permite trabajar con solvencia las partituras, se conjuga con una voz baritonal de verdad. Eso es muy raro hoy en día. Las cuerdas se han movido tanto que hay sopranos cortas cantando de mezzo como Joyce DiDonato, mezzos altas haciendo de sopranos, Plácido Domingo destrozando los papeles baritonales de Verdi… Cuesta encontrar un barítono con el tono oscuro, broncíneo y profundo que uno espera. Y este muchacho lo tiene con 35 años. Fue lo primero que me admiró cuando lo fui a escuchar, sin conocerlo de nada, en el Teatro de la Zarzuela. La verdad es que llegué pensando “un guaperas seguro que sin volumen, que tiene que dar zapatazos para subir o bajar en el pentagrama”. Empezó a cantar, y teoría a la porra. La voz es de barítono, cuando baja en el pentagrama lo hace sin dificultad, y sube todo lo que tiene que subir. La emisión es inmaculada, y la proyección clara y potente. Me sorprendieron sus fortes, temibles, pero también su capacidad de apianar. Creo que llega con facilidad a los pianísimos que hicieron famoso a Miguel Fleta. Así, su canto no es bronco, es matizado, bello, y sus interpretaciones muy cuidadas. Al ser italiano del Tirol, tiene la suerte de dominar varios idiomas, y es capaz de pasar del alemán al italiano sin que haya acentos descuidados, igual que canta en idioma ladino. No me pareció que hubiera una gran agilidad, y aunque hace algunos papeles de Donizzetti, lo suple con técnica y respiración, que es igual a lo que hacía Caballé, que nunca fue una soprano de agilidad y sin embargo salía airosa de donde quería. Pues el muchacho igual, le cuesta, pero sale adelante sin pestañear. La afinación no es un problema, en todo lo que le he escuchado le he sentido solo un pequeño titubeo de la afinación en una pieza. En resumen: belleza de sonido, emisión, técnica y respeto a la música, junto una notable capacidad interpretativa que no es la obsesión primera con la que esconder defectos vocales. 



Faltaba ver como se desenvolvía en un gran teatro con orquesta en foso, así que fui a escucharlo en “Capriccio” de Strauss en el Teatro Real, estaba sentado en la penúltima fila de paraiso (un piso 7º), y lo oía perfectamente; es más hubo cantantes a los que escuché menos. Fuera cual fuera el volumen o el lugar del pentagrama, llegaba perfectamente, sin problemas. La presencia escénica, es mocetón, imponente. Además es buen actor. 

Pero me falta tratar un punto que llama mucho la atención, porque aunque parezca mentira no hay mucho hoy en día entre los cantantes. Masculinidad. Andrè Schuen canta con una masculinidad y una virilidad que ha venido faltando mucho a los cantantes desde hace un tiempo. Languidez y cierto desfallecimiento interpretativo que aparecen en grandes cantantes. Aquí no sucede. Schuen hace un sello con esa virilidad que aporta el propio tono de su voz, y lo emplea de manera natural, porque cuando tiene que ser delicado y frágil lo es, incluso si ha de mostrar vulnerabilidad, pero no deja nunca ese sello viril. Cuando salí del primer concierto se lo comenté a mi querida amiga Ana García Urcola, pianista, doctora en música, excelente profesional y crítica en “Scherzo”, que se rió y me dijo que en la crítica que había escrito para esta revista sobre el último disco de Schuen, una serie de lieders de Schubert, ya lo había dicho claramente “Además, la robusta y hermosa voz de Schaun conquista de inmediato el oído. Esa sensación de fortaleza y de poderío podría entrar en colisión con la idea de fragilidad que asociamos indefectiblemente a la música del vienés. Sin embargo, nada más seductor que la virilidad (con perdón) cuando es capaz de mostrar vulnerabilidad, y así es la concepción de Schaun y Heide: muy terrenal, nada etérea, pero con profundos acentos de dolor y de lamento que provienen de una atenta lectura del texto poético y la prosodia musical”. Nos reímos por el paréntesis del “(con perdón)”. Yo no lo pongo. Andrè Schuen tiene un canto viril y poderoso que no desaparece cante lo que cante. En La Zarzuela lo escuchamos en el “Sueño de Amor” de Liszt, pieza en la que se puede caer en la cursilería y el amaneramiento vocal con facilidad, y sin embargo ahí estaba ese joven enamorado pero tajantemente hombre que nos dejó embelesados. Luego, en los “Sechs Monologe aus Jedermann” de Frank Martin, la sensación fue aumentando, hay cantante, hay inteligencia, hay voz, hay carrera. 

Como liederista, es posiblemente el mejor intérprete joven del momento. Tiene lo que hay que tener, sentido de la introspección, domina los estilos, y es capaz de solucionar cualquier partitura con solvencia y credibilidad. Se nota que hay mucho trabajo detrás, y un fuerte aprendizaje. En ese sentido, decir que entre los liederistas era casi un sello de calidad relacionarse, como fuera, con el grandísimo Diestrich Fischer Dieskau. Ser “hijo”, “nieto” o “bisnieto” musical de Fischer Dieskau jugaba a favor en el currículo. Schuen no lo tiene, ni aparece en sus textos promocionales. No es que no beba las fuentes de Fischer Dieskau, escuchar a los grandes es necesario para el aprendizaje, pero en la formación de Schuen están Olaf Bär (¿de ahí esa masculinidad introspectiva?) o Thomas Allen, y eso le imprime ese carácter diferenciado que se está dejando sentir en tantos teatros. El próximo concierto de Schuen en Madrid va a ser multitudinario y apoteósico, eso tenlo por seguro. 

Como un grupie me he comprado todos sus discos y los disfruto con fruición. Son tres, tampoco es mucho, aunque tiene alguno con su familia que no me interesan demasiado y una ópera completa en estreno que tampoco me llama la atención. Un disco de Schumann, Wolf y Martin. Otro de Schubert, ya citado, que se titula Wanderer, y en el que le acompaña, como en el anterior, el gran Daniel Heide, pianista excepcional. También ha grabado canciones de Beethoven francamente curiosas: una serie de canciones populares escocesas y otras irlandesas, que se coronó con un pequeño EP con cuatro canciones populares de Britten. En "Wanderer" hay piezas como “Fischers Liebesglück” que me parecen simplemente una obra maestra sin objeciones. Es un magistral cantante que además está haciendo su carrera despacio, sin haber todavía llamado la atención de los grandes sellos, lo que juega a su favor; paso a paso, y sin moverse de lo que puede y debe cantar. Creo que tiene intuición y está bien asesorado. Además sospecho que su propia crianza musical hace que no descarrile, ni quiera. Canta con humildad, y no tiene problema en pasar del Convent Garden a acompañar a sus hermanas tocando el violonchelo en una teatro de provincias. También es un cantante generoso, hasta 6 bises nos regaló en el Teatro de la Zarzuela, abrumado por los braveos de un público exigente. Yo desde una Caballé gloriosa que escuché hace más de 20 años en una de las grandes noches de su periodo final, y un Plácido Domingo excepcional en “La Valquiria” en el Liceu de Barcelona, no me había vuelto a poner en pie a aplaudir a ningún cantante, y los he escuchado grandes y espectaculares. Con Schuen lo hice porque me lo pidió el cuerpo.






Por último indicar que, como los grandes cantantes, como Kraus, cuando asume y comprende un personaje, es capaz de usar esa experiencia para el siguiente. Como también dijo mi amiga Ana, “nos ha cantado una napolitana de Tosti como debe cantarla quien primero ha hecho al Conde Almaviva (de Mozart)”. En un mundo operístico de poco razonamiento, poca maduración y mucha improvisación en lo que a nuevas voces se refiere (¿donde está Skohvus? ¿dónde está Cura? ¿dónde está Flórez?), Andrè Schuen va a hacer una carrera larga y exitosa. Espero el momento de que comience a cantar los grandes papeles baritonales de Verdi, porque ese Posa de “Don Carlo” va a ser referencial. 






jueves, 13 de junio de 2019

Mi presentación del libro "Susanita no perdió su ratón" de Julia Martínez en la editorial Libros Indie.



Discurso de presentación del libro de Julia Martínez Fernández "Susanita no perdió su ratón", editado por Libros Indie en Madrid el pasado mes de mayo. El acto de presentación, en "La Bicicleta Café" se desarrolló con mucho éxito el pasado 11 de junio de 2019.

Se indica qué fotos son propiedad de Julia Martínez y están publicadas en su instagram @jul_mtz. También puedes encontrarla en Twitter como @jul_mf , y en Facebook como Julia Martínez Fernández. Nos ha autorizado para la puiblicación en este blog.

Si quieres adquirir el libro puedes hacerlo a través de Libros Indie (https://librosindie.com/), ponerte en contacto con la autora a través de redes o puedes enviarme un comentario.

Este es el libro de una mujer agazapada. Se desarrolla en una pequeña terraza llena de cadáveres vegetales, con ella sentada en una silla minúscula ante una mesita aún más diminuta, si cabe. No es casual, es el escenario mínimo de una mujer que nunca quiere estar ni aparecer. Allí, un café humeante, uno, dos o tres cigarrillos compulsivos; unos vecinos que resultan historias fascinantes cuando no tienes que vivir con ellos, y un cáncer.


Porque el ratón de Susanita tiene cáncer. No una “penosa enfermedad”. Cáncer que tendrá que operarse, que implicará extirpaciones, y una angustiosa recuperación.

El cáncer y la muerte son dos temas tabú para nuestra sociedad. No nos gusta mirarlos ni reflejarnos en su espejo. Nos incomoda. A veces incluso lo sacralizamos y le damos un valor que no tiene. El cáncer no es más que una enfermedad. Difícil de tratar, genera ansiedad, miedo y rechazo. No sabemos cómo actuar cuando alguien nos cuenta que lo está padeciendo. Somos tan hipócritas con el asunto que no queremos hablar de él ni asumirlo, y damos respingos cuando alguien lo banaliza: un chiste, una ilustración o un comentario. A este respecto, aunque Julia es fotógrafa y es lógico que lo que ilustre este libro sean fotos, lo cierto es que en origen llevaba acompañando unas lindísimas ilustraciones, hechas al tiempo que se escribía el diario, algo naif, algo infantiles, que han desaparecido de la edición final pero espero se puedan recuperar en un futuro. Llevaban a la sonrisa y a la reflexión. Habrá quien piense que ilustrar como si fuera un libro infantil un diario de guerra contra el cáncer sea macabro. Pero se equivocan, sin paliativos. Ante el cáncer, ante la muerte, no somos más que niños pequeños, vulnerables y que balbucean; pero sin inocencia ni ingenuidad. Me gustan los dibujos que Julia diseñó junto a este diario porque acercaban una tierna sonrisa cabal a un periodo de intensa perturbación.

Porque cuando el cáncer, la muerte, toca a tu puerta, lo que sigue es un cataclismo de brutal perturbación. Esa mujer escondida en su rinconcito hace recuento cada día de lo sucedido y de lo que va a suceder, porque el resto de su tiempo le toca dejarse llevar y entrar en el torbellino que la agenda del cáncer impone.
Foto de Julia Martínez Fernández
Te sirves un café, te vas a un rincón, fumas, y organizas el día sin tiempo para nada más. De todo esto va la historia que nos cuenta Julia Martínez, agazapada en la terraza. Por eso yo he agradecido tanto este libro, porque espero que con su tímida poesía sirva para hacer reflexionar a alguien sobre la necesidad de un apoyo efectivo y profesional hacia los enfermos y sus familias, porque el post cáncer puede ser arrasador y el estrés muchas veces se cronifica.

Julia y su ratón llevaron en silencio el cáncer y no nos hicieron partícipes del mismo hasta que pasó, o casi. Por lo menos hasta que se atisbó el final. No solo fue un acto de calculada intimidad, que todos comprendemos. También fue una reacción común. Las familias que viven el cáncer rara vez lo visibilizan porque tienen miedo de la reacción de los otros, que la mayor parte de las veces son más agobiantes que la soledad. No sabemos reaccionar ante el cáncer, e incluso huimos de él. Te ahorras las caras, la forzada amabilidad y los silencios incómodos. Callas y actúas.
Por eso este libro es un diario de soledades. No nos engañemos. Por mucha compañía, mucho tuit solidario, pañuelo rosa o maratón de apoyo, lo cierto es que los enfermos de cáncer están bastante solos, y así han de pasar su enfermedad. Son prioritarios, y su ansiedad, su dolor y su pánico se sitúan por encima de todos los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los que los acompañan. Esos vivimos una doble soledad, porque nadie nos hace caso, nadie nos consulta ni nos pregunta cómo estamos. Ponemos a nuestro enfermo por delante de cualquier otra necesidad, y si te quejas o lo comentas parece que eres un desalmado. “Joder, su marido con cáncer y ella quejándose de lo mal que lo pasa”. Así que nos callamos y aguantamos. Meditamos, o no, en silencio. Lloramos, o no, cuando nadie nos ve. Somos el acompañante, el que coge de la mano, el que consuela, el que organiza todo para encajar la agenda del cáncer en la vida familiar; y muchas veces somos el sparring silencioso, porque nuestro enfermo dirige hacia nosotros su frustración y su miedo. Y tú te aguantas.

Por todo ello, esta es también una historia de amor, de lealtad y de amistad. De dos que caminan juntos por el puente que les ha tocado cruzar, dando traspiés, pero juntos y cogidos de la mano. La cita en el médico, las horas que pasan, la espera mientras están extirpando, la insensibilidad de los sanitarios, que necesitan insensibilizarse; el miedo, los gritos, la injusticia y la esperanza. Julia narra en este diario, en tan pocas páginas, todas las dimensiones posibles de un viaje, incierto, que hoy podemos celebrar porque casi ha llegado a su fin.

Ha escrito un libro que refleja su sentido del arte. Mínimo, sin elementos añadidos, sin rocallas. Simple y blanco, lírico y luminoso. Menos es más. Si ya está ahí, ¿para qué lo repites? Si una hoja seca expresa lo mismo que 20, ahórrate 19.
Foto de Julia Martínez Fernández
Pero Julia es una excepcional artista. Como fotógrafa tiene pocos rivales en su dominio profesional. Como artista de performance sabe dar siempre exactamente en el clavo y limpiar de chatarra ideas que se perderían de otra forma. Sabe poner límites, procesar, y cree poco en las musas y mucho en el trabajo.  Este libro es un ejemplo de ese menos es más con el que Julia practica su oficio. Intensos sentimientos, intenso relato, expresado aquí con austeridad de medios, como una gramática precisa. Simpleza y concreción para expresar un universo de sentimientos y sensaciones que a veces asfixian.
Foto de Julia Martínez Fernández
Ahí está Julia sola, escondida tras su mesa en la terraza. Observa y analiza. Como ha hecho siempre. Detrás de su guardapolvos negro, o de García Alix, o de algún cantante desolado, y últimamente a la espalda de Omar Jerez. Incluso hoy quiso esconderse detrás de mí. Pero hoy no puede. Es la única escritora del mundo enfadada por tener que presentar su libro. Ella habría preferido no estar aquí y ahora, cuando hable, va a pasar un mal rato. No es el foco, ni la notoriedad, lo que le interesa, es lo que le sobra. Pero ya va siendo hora de que salga a la luz. Este libro es el ejemplo talentoso de un gran espíritu artístico, de los mejores que pululan por Madrid. Un talento que llega a la excelencia, con un discurso coherente y rico en matices, poco condescendiente, nada abandonado al pensamiento único o a las tendencias. Quiero y espero que Julia se muestre ya delante de todos reafirmando una personalidad artística que necesitamos. Solo me resta darle las gracias por este regalo, animar a todos a leerlo porque sin duda les enriquecerá, y quiero terminar poniendo a Julia en un aprieto con una pregunta con cuya respuesta me gustaría que iniciara su intervención. Julia ¿para cuándo esa ansiada exposición individual de fotografía en una galería especializada?

Muchas gracias.