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domingo, 17 de abril de 2016

Presentación del libro "Yo estoy loco" de Vicente Torres, Araña editorial.

A petición, este es el discurso de presentación de la novela "Yo estoy loco", de Vicente Torres, el pasado 13 de abril en Madrid. La fotografía es de Hans Olo, http://hans-olo.net


Es curioso que me inviten a presentar un libro que se titula “Yo estoy loco”. Sobre todo cuando quién lo hace es una persona de la aparente salud mental de Vicente Torres. Y digo aparente, y digo bien. Nos engaña, Vicente. Nos da a entender con sus escritos y con sus actos, que es una persona coherente y equilibrada, pero créanme si les digo que es falso. Podemos afirmar que Vicente está loco, aunque solo sea por atreverse a publicar una novela recurriendo incluso al micromecenazgo, sin distribuidor que coloque su libro en los grandes puntos de venta. Una novela, ni más ni menos, ni un libro de autoayuda ni la biografía casposa de una petarda televisiva, que eso al parecer, si que vende. Por si esto no fuera suficiente para demostrar su locura escoge para presentar su libro en Madrid a una persona más o menos anónima que nunca ha presentado ni la hoja parroquial. Tendrían que haber sido testigos de la conversación, reflexiva, argumentada y propia de dos intelectuales en la que se gestó este acto de hoy. Como curiosamente la tenía guardada, maravilla de la técnica, la voy a reproducir. Un día cualquiera por la tarde. Inicia el diálogo por whassap Vicente Torres.

  • Hola, Eugenio. ¿Me presentas el libro en Madrid?
  • ¡Por supuesto! Será un honor.
  • Creo que será el 13 de abril en el Centro de Arte Moderno.
  • Vale, me hace mucha ilusión, pero debería leer el libro antes, ¿no crees? (CARITA SONRIENTE).
  • Bueno, es que aún está en la imprenta, en cuanto salga te lo mando. Será para Semana Santa.
  • ¡Ok Vicente! Pues allí estaremos el 13 de abril. Te paso mi dirección por email para que me mandes el libro.

Total: dos botarates y un destino. Vicente por confiar en mí, que ya nos dirá por qué, y yo por aceptarlo sin dudar un momento. ¡Qué quieren que les diga! En mi vida he presentado un libro, no creo que nadie me lo vuelva a pedir, y hay que aprovechar el momento.
En fin, hasta aquí hablar del presentador, que los protagonistas hoy son Vicente y su libro, aunque yo no sería yo si no me tomara mi plus de gloria de tanto en tanto.
“Yo estoy loco” es la historia intensa, contada muy brevemente, de un muchacho, un hombre joven, muy cuerdo, que ni siquiera tiene nombre. Si le preguntan a Vicente por qué, les va a responder que es un recurso literario, que lo han hecho otros autores, y escurrirá el bulto para no mojarse y para que lo decidamos nosotros. A mí me lo ha hecho. Sin embargo, este recurso tiene una carga simbólica que me resulta apabullante. Las mujeres romanas no tenían nombre, no sé si lo saben. Cuando una mujer romana nacía, era registrada por el apellido, con una lacónica cita “Ha nacido una Julia” o “Ha nacido una nueva Flavia”. El nombre era el apelativo por el que se la conocía familiar y socialmente, pero carecían de identidad oficial. Con ello, el Imperio Romano dejaba clara, con toda la fuerza de su burocracia, la posición exacta que una mujer ocupaba dentro de su sociedad: ninguno, ya que no tenían derecho ni a existir con su propio nombre, no tenían identidad más allá de su familia.
Pues eso es exactamente lo que sucede con el protagonista de esta novela. Pocos personajes literarios reivindican con tanta persistencia su yo, su derecho a tener una identidad personal más allá de las difíciles circunstancias de su vida. Y sin embargo, no tiene derecho a un nombre, no tiene derecho a definir esa identidad singular. Carece de un yo, de una existencia propia. Nos vemos obligados a llamarlo “el protagonista”, “el chico”, o “el cubano”.
Ese cubano perplejo por sufrir la sucesión de discriminaciones que lo azotan. No solo su creador le ha arrebatado la singularidad de un nombre, sino que es homosexual, es inmigrante, es cubano disidente, es un hombre capacitado en un entorno mediocre, sufre una disfunción mental. Es ingenuo y es honesto. Y es muchas más cosas. No creo que tenga que detallar el efecto discriminatorio que cada una de esas cualidades personales significan. Como ciudadanos y lectores tenemos que darlo por hecho, y a través de párrafos ágiles y bien estructurados Vicente lo desgrana sin compasión. Somos una sociedad de etiquetas, y nuestro protagonista tiene tantas, que termina desbordado. Hasta tres veces da con sus huesos en un hospital psiquiátrico. La locura, la enfermedad mental, no es más que la forma de etiquetar al desetiquetado.
¡Y mira que le pasan cosas a nuestro cubano! Utilizando un término un tanto castizo, es el pupas. El problema no es la ironía que yo le ponga cuando lo describo, el problema no es la celeridad casi frenética con la que Vicente Torres nos lo cuenta. El verdadero problema es que todas esas cosas que le ocurren, una tras otra, pueden pasar. A la vez o de manera intermitente, pero no es raro que pueda sucederle a alguien. Si lo pensamos con detenimiento, es terrible. Todos los homosexuales han vivido, alguna vez, la discriminación, ya sea de baja o de alta intensidad. Todo depende de hasta donde estás dispuesto a ofenderte o hasta donde quieres que te afecte. También todos los inmigrantes. Aunque jamás sientan la discriminación, sucede. Discriminación de baja intensidad como "a lo mejor en tu país se hace así, pero aquí no" referido a la estupidez más grande, como la forma de atarse los cordones de los zapatos. Un inmigrante con estudios superiores tiene que enviar muchos más curricula que un español para acceder a entrevistas de trabajo, y no digamos para conseguir un puesto. Un fisioterapeuta entrega su expediente, en el que consta que es Licenciado por la Universidad Cayetano Heredia de Lima, y en un 80% de los casos ni siquiera se le considera para el puesto, actúa el estereotipo intelectual. Curiosamente, un fisioterapeuta español desearía tener la formación de sus colegas peruanos. En los países europeos donde la fisioterapia es algo, Holanda o Francia, sus fisioterapeutas van a Perú a hacer prácticas. ¿Lo sabían? Seguro que no. Pues es así. Nuestro protagonista sin nombre lo sufre. Es un ingeniero más que capacitado, bien formado, y cuando consigue un trabajo en España no le perdonan que no sea lo que se espera de él, un pobre panchito con un título de vete a saber tú qué universidad. Y como destaca, como es autosuficiente y resuelve los más difíciles asuntos, recibe el rencor, el resquemor, y el desprecio de los mediocres. De los pelotas que medran para ascender.
Sufre nuestro protagonista otro de los sacrificios del emigrante: no saben ustedes lo difícil que es abandonar conscientemente a los seres queridos, y no estar incluso en el momento de su muerte. Es la mayor de las renuncias. Nuestro protagonista sin nombre lo descubre muy pronto.
Y él transita por todo ello con honestidad. ¡Qué gran error! Mira que la vida nos enseña una y otra vez que la honestidad no nos lleva a ninguna parte mientras que su contraria llega incluso a Panamá y más allá. Pues nuestro protagonista sin nombre decide ser honesto, lo que junto a su ingenuidad provocan un incidente en un foro de internet. Debo decir que me vi reflejado en esa historia por partida doble. Como he sido muy activo en las redes sociales y en los foros, a veces he sido víctima de los ataques de las hienas de la red, aquellos que usan el ordenador para hacer salir la maldad que ni por asomo osarían tener en su vida “real”, dicho esto con todas las comillas del mundo. Lo que pasa es que no sería honesto si no les dijera que alguna vez fui atacante, sin llegar a esa maldad, en esos foros, arropado por otros internautas que perdían el sentido de la realidad, como yo, en determinados momentos. Las relaciones por internet muestran a veces lo peor de nosotros. No me gustó lo que sacaba de mí y por eso me retiré. Además descubrí que le sucede a muchas personas sensatas, a muchos de mis amigos que han sido víctimas y verdugos. Internet significó una vuelta de tuerca en las relaciones sociales, que causa los efectos que Vicente describe. A nuestro protagonista el ataque de las hienas virtuales lo lleva por primera vez a un hospital psiquiátrico.
Perdonen que me detenga pero no quiero seguir destripando el argumento de esta novela de Vicente. Quiero hacer algunas consideraciones más sobre su oficio de escritor. Les van a sorprender muchas cosas cuando lean la historia. La primera, ya lo he dicho, lo reamente corta que es para todo lo que pasa en ella y la cantidad de temas que se tratan. Para lograrlo, Vicente se deshace de algunos recursos narrativos. Para empezar, las descripciones. Apenas las hay, o son muy secundarias. Nuestros protagonista, aparte de no tener nombre, no tiene cara, ni cuerpo, ni sabemos si es rubio o moreno. Así sucede tanto con los personajes como con los escenarios donde se mueven. Sólo hay uno, Veremundo, el gran Veremundo, de quien tenemos más referencias físicas. Ya sea por adjetivos ocasionales, ya sea por sus propios actos, entendemos que Veremundo, el hombre bueno, era grande, fornido e infundía respeto físico. Sus cualidades son tantas que el autor se permite mimarlo. Sin descripciones, el lector activa su mente y Vicente le introduce sus inquietudes. Para ello se deshace de otro recurso literario. Una novela, en la que los personajes no paran de decir lo que piensan de mil y una situaciones y temas diferentes, no posee diálogos. Todas las conversaciones son narradas a través de la voz del protagonista. Hay quien dice que el recurso del diálogo es una trampa narrativa porque en realidad se convierte en un ejercicio de estilo en el que el autor tiene que ponerse en la piel de diversas personalidades y esconder sus propias ideas. Otros, sin embargo, consideran que el diálogo es un recurso difícil, pues si el escritor no sabe hacerlo, al final todos los personajes se expresan exactamente igual, y eso los aplana. Vicente ni siquiera entra en esa discusión, sus personajes dicen muchas cosas, pero lo dicen a través de las reflexiones, las impresiones y los recuerdos del protagonista sin nombre. Sabemos lo que éste entendió de lo que le dijeron los demás, su querida amiga Celia, por ejemplo, o lo que sintió cuando escuchaba las reflexiones del delicioso personaje que es Romuá, que me gustaría que renaciera en otra novela o relato. Surge así una suerte de narración en primera persona en la que el prisma mental del protagonista nos sirve de filtro de la realidad. Una circunloquio continuo que lo emparenta con Joyce, pero un Joyce humilde y nada pretensioso, si obsesión por la inmortalidad, ni experimentos lingüísticos, lo que se agradece. Tampoco nuestro protagonista sin nombre es Leopold Bloom.
Esa narración, rápida y siempre interior, es analítica. A veces parece una autopsia. A nuestro protagonista sin nombre le suceden cosas, sí, y sufre, claro, e incluso termina en un hospital psiquiátrico varias veces, como ya les he dicho. Pero como nos lo está contando en un hipotético “después” temporal, lo cierto es que lo hace con desapasionamiento, como el entomólogo que clasifica insectos o como el forense que pesa un cerebro y dice a la grabadora el resultado. Me ha sorprendido y motivado mucho ese método narrativo en el que pareciera que el protagonista nos contara la película que vio ayer. A medida que avanzaba en la lectura recordaba al recientemente fallecido Imre Kertesz, que era capaz de contar la historia de un adolescente preso en un campo de exterminio nazi sin mostrar la más mínima emoción. ¿Qué se consigue con ello? Captar aún más si cabe el interés del lector, y sobre todo mostrarnos lo más desalmado del comportamiento humano sin excusas ni distracciones. Kertesz hace que el horror de los asesinos nazis nos cause aún más pavor porque lo descarna. Vicente demuestra que el acoso moral y la discriminación que sufre nuestro protagonista sin nombre es maldad, por socialmente aceptada e históricamente forjada que esté. Nos cuesta enfrentarnos a la maldad de los actos humanos. Quizás por eso tiene que existir Veremundo, y por eso mismo no es casual sea el único poseedor de una voz en un libro en el que tantos personajes se expresan a traves de otro. Efectivamente, Veremundo habla, desde que aparece en la historia hasta el final de la misma. Habla con su acento andaluz, dice muchas cosas y tiene un modo curioso de hacerlo, su propia sintaxis y su propia gramática. Es la bondad en medio de tantas mezquindades, y también se lleva su cuota de pesadumbre. Por eso brilla, por eso tiene identidad y voz propia. Pero, en este libro de Vicente parece que siempre hay un pero, un personaje tan rotundo, el único con voz real, muere muy pocas páginas después de aparecer, cuando no hemos llegado ni a la mitad de la historia. Seguirá apareciendo, y comunicando en forma de recuerdo o ensoñación de otros. Así, el autor parece más despiadado de lo que pensábamos. Veremundo muere, y con él el cimiento rocoso de la historia. Es un auténtico héroe, así se comporta, con arrojo y principios. Si hacemos un esfuerzo con la memoria, y nos remontamos a todos los que lo han sido en la literatura, en la épica y en la epopeya, la mayor parte de los héroes terminan mal. Como el querido Veremundo.
Al otorgarle el título de héroe, parece que se lo arrebatara al protagonista. Pues efectivamente, se lo arrebato. Y lo hago porque así lo han creado. No es un héroe. Le pasan muchas cosas, y tiene que salir de ellas, pero no lo hace como un héroe mítico. Lo hace con tesón, con esfuerzo, con unos principios que se tambalean. Incluso evoluciona y a través de su experiencia y de lo que le aportan los demás crece y supera las depresiones convertido en mejor persona. Posee poco de héroe, porque no tiene la más mínima intención de serlo. Está demasiado ocupado en sobrevivir para permitirse el lujo de sacrificarse por causa alguna. Lo describí antes irónicamente como el pupas. Y el pupas, por definición, no es un héroe. Los héroes son de una pieza, no son poliédricos ni multidimensionales. Los héroes no dudan. Nuestro pobre protagonista sin nombre duda, reflexiona, yerra, gira, cambia, se sublima y se transforma. Evoluciona. Los héroes no suelen hacerlo. Nuestro protagonista es tan héroe como cada uno de nosotros en el acto de existir.
Me contaba el otro día Vicente su preocupación por el personaje femenino principal de la novela, Celia. Me decía que no sabía si había logrado dibujarlo, hacer una mujer y meterse en su alma. Lo consigue sin problemas por el propio método narrativo que emplea. Ojo, que no le estoy quitando mérito, al contrario, es un método difícil porque hay que tener mucha seguridad para no resultar de cartón piedra, y Vicente sale victorioso. Al ser el protagonista el que nos cuenta sus impresiones acerca de los demás y de lo que estos dicen, lo cierto es que Celia es una mujer vista por los ojos de un hombre, de un hombre que además es homosexual. Posee una personalidad tamizada, o engalanada, por el filtro mental de otro. Da un poco igual, porque lo que Celia significa es el anclaje en la realidad, la conexión entre dos mundos. La delgada cuerda que ata a la tierra y salva al protagonista del desconcierto. No importa si es más o menos real, porque lo real es lo que ambos forjan, una relación a veces extravagante, que les impide perderse.
El último personaje al que quiero referirme es Romuá. ¡Qué delicia de tipo! Lo tiene todo para que lo detestemos. Viene y va, como una marea. Es el más facetado de los personajes, y da un poco de pena que aparezca poco o no tenga una gran escena de enfrentamiento con el protagonista. Un personaje tan detestable que el mejor castigo es que no se le permita erigirse en estrella, ni siquiera de un pequeño minuto. A mí me recordó en cada una de sus apariciones a uno de los protagonistas de la novela de Álvaro Pombo “Contra Natura”. El de Pombo termina mal, le lanzo la idea a Vicente por si decide retomar a Romuá en otra historia. Ejerce en mí la fascinación de los malos absolutos, como las pérfidas de las telenovelas. Hay otros malos en el libro, pero son todos tontos mediocres. No debemos olvidar que un buen malo sostiene por sí mismo cualquier argumento por largo que sea, mientras que los buenos encuentran más dificultades para hacerlo.
Todos estos personajes, y los demás, hablan. Sobre todo hablan. A través de la voz de otro, de acuerdo. ¿Y de qué hablan? De todo. Es increíble el catálogo de temas que Vicente expone. Todos esbozados, ninguno concluido. Deja al lector esa tarea. Hay una continua referencia a la historia de España, como causa y motor de muchos de los hechos que suceden al protagonista. España como método analítico. Por supuesto la política, desde la discusión ideológica superior entre comunismo y democracia, hasta la política práctica de cada día. Terrorismo de ETA, represión, populismo, corrupción, Aldolfo Suárez... Pero hay más. Los personajes reflexionan sobre el aborto, la religión, el acoso moral, que se convierte en piedra angular de parte de la historia, las negligencias médicas, del trato a los que sufren disfunciones mentales... Hablan de las traiciones. Hablan de honradez. Hablan de arte y discuten la dialéctica entre forma, expresión y mercado. Siempre tiene tiempo, Vicente, para introducir una coletilla, una simple frase, en la que se presenta un tema nuevo, como el periodismo o la nostalgia. Porque sí, sin orden aparente, obligándonos a reflexionar y poniéndonos frente al espejo.
Lo difícil es decidir cuál es el objetivo, o qué es lo que Vicente Torres nos propone en su maraña perfectamente intrincada de temas, personajes, acciones, momentos y desconciertos. Pues seguramente son muchas cosas, y todas serán reales. Hoy, sobrepasado Hegel, sabemos que al final no importa demasiado la intención del artista al poner una obra frente al público. La novela tiene entidad propia e independiente, y surge de la relación íntima que va a establecer con el lector. Lo que yo sienta es igualmente válido con respecto a lo que sientan otros, y cualquier lectura enriquece y fomenta un debate esclarecedor.
Para mí, fíjense qué sencillo, las vertiginosas 141 páginas de esta novela tratan de manera principal acerca de las relaciones humanas en multitud de variantes. Las relaciones entre extranjeros y no extranjeros, con todos sus matices. Las relaciones laborales, entre iguales y en jerarquía vertical. Las relaciones grupales tradicionales y las virtuales. Las relaciones del ser y la entidad política. Las relaciones humanas, y la amistad, con sus principios inamovibles de honestidad y sinceridad. Por último, más delicado y sutil, la relación del individuo con su propia forja, con su personalidad y con su mente. El complicado marco de la madurez, cuando la vida va en serio y no hay demasiadas Ítacas a las que llegar. Somos lo que proyectamos, somos fruto de la dialéctica con los que nos rodean, presentamos tantas dimensiones como ámbitos de relación. Ser humano implica que esas relaciones sean difíciles y a veces den al traste con nuestra propia singularidad, obligándonos a un fortísimo ejercicio de superación continua y adaptación casi darwiniana al medio social que nos rodea.
No puedo terminar sin citar el leit motiv de esta novela, al que podríamos dedicar esta y tres presentaciones más. El protagonista innombrado de la historia recurre, una y otra vez, a la imagen de Don Quijote y Sancho Panza para ilustrar los hechos de su vida y los pensamientos a los que se enfrenta. No es casual, y mucho menos en un libro que se titula “Yo estoy Loco”. Un Quijote que reconociera su locura es un Quijote muerto. Para que Quijote pueda existir necesita de la locura y de un Sancho que lo baje a la tierra. Para que Sancho crezca y evolucione debe creer las locuras de Quijote. Esta novela está llena de Quijotes y de Sanchos. O mejor, de personajes que son ahora uno y ahora otro. Es otro de los secretos de esta caja de sorpresas, al que con total intención no quiero dedicar demasiado tiempo en estas palabras, porque es una de las preguntas que quiero que Vicente responda al inicio de su intervención. Vicente, apúntatela, y cuéntanos ¿por qué el Quijote tan machaconamente, por qué interesa tanto a tu análisis?
Con estos mimbres, el final de la historia puede ser tan terrible como nos imaginamos a medida que la lectura avanza. O quizás no. Dependerá de Vicente decidir si esta es la historia del optimismo que se deja desbordar por el pesimismo o del pesimismo plagado de esperanzas optimistas. Eso no se lo voy a desvelar ahora, prefiero que lean el libro, y sobre todo que lo compren para que Vicente pueda escribir muchos más y deleitarnos cada cierto tiempo con estas agradables convocatorias. Termino aquí agradeciendo a todos el que nos hayan acompañado y a Vicente el honor de permitirme presentar su magnífica novela, no sin antes lanzarle una pregunta más: Vicente, ya he dicho yo muchas cosas que me ha evocado tu historia, ahora te toca contarnos cuál era tu intención, por qué escribiste esta novela, y por qué quieres que la leamos.

Muchas gracias.



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