Me dice Quino que me deje de tanta música y de tanto cine y haga más reseñas de libros. A veces creo que mis amigos me tienen en demasiada estima intelectual, porque yo, que soy más bien burro, no doy para tanto. Pero allá vamos. Acabo de terminar de leer Contra Natura, de Álvaro Pombo, y es uno de los libros que más extrañeza me ha causado de cuántos he leído últimamente. Me han pasado varias cosas leyéndolo que me han resultado muy interesantes pos mis propias reacciones. El libro me planteaba un problema desde el principio, al que no pude sustraerme en ningún momento. Tengo miedo de ser demasiado prolijo, y trataré de ser todo lo breve que pueda. El problema es Álvaro Pombo. No pienso decir que no es un buen escritor ni nada parecido, es un intelectual poderoso y contundente, y ya quisiera yo tener siquiera un cuarto de sus conocimientos. Pero me resulta un problema porque no me gusta su manera de escribir. Para empezar, tengo dudas sobre su uso de la gramática y sintaxis castellana, que retuerce y estira hasta llegar a límites que, si bien siempre están dentro de la corrección lingüística, lo cierto es que hace engorrosa la lectura. Podría poner miles de ejemplo, pero hay uno que me causó especial impacto, la frase “¿En que ha, durante toda la tarde, Juanjo pensado bastante?”. Es una construcción correcta pero, a todas luces, recargada, pensada, un ejercicio de escritor, pero cuando un libro de 560 páginas es un continuo de este tipo de oraciones, que si andas despistado tienes que leer dos o tres veces, al final resulta tremendamente cansado. Pasa continuamente. El segundo problema que tengo con la narrativa de Pombo está en los diálogos, pues su intento de personalizar a cada personaje hace que al final, realmente, todos hablen igual, sea cual sea su momento, su lugar, su edad, todos terminan hablando un estilizado lenguaje que trata de imitar lo coloquial, a veces, pero no es coloquial, sólo una imitación. La planitud de las palabras de los distintos protagonistas me resulta exasperante a veces. De igual forma, el exceso de intelectualización de la mayor parte de las conversaciones, estilización de nuevo al fin, desapega al lector de lo que lee. Por cierto que el lector es invocado continuamente, costumbre esta que nunca me ha gustado en ningún literato. Por último, guiones, paréntesis, yuxtapuestas, coordinadas inmensas, subordinadas, todo en medio de un auténtico ejercicio de estilo, como en muchas ocasiones ocurre con García Márquez, pero lo que en el colombiano resulta sencillo, dulce, amable, en Pombo pone nervioso. No creo que en ese sentido tenga mucho más que argumentar. El otro problema, no narrativo, viene dado por el exceso de citas y referencias filosóficas. Eso hace de esta historia, que tendría un gran valor para los jóvenes, algo muy complicado, para auténticos iniciados o más allá. No puedo negar que a veces me perdía, entre citas, filósofos, escritores, ideas prestadas, referencias continuas a otros autores. El filósofo que es Pombo no puede evadirse de su propia intelectualidad. ¿Petulante? ¿Vanidosa? No lo sé, pero en momentos no deja de resultar pedante. En medio de una escena tensa que debe desarrollarse y tener aire y ritmo, un engorroso párrafo que mezcla a Sartre con los tomistas lo echa todo por tierra.
Por último, la historia es demasiado previsible, y eso deja a los personajes convertidos en estereotipos que todos conocemos, al menos todos los que desarrollamos sentimientos que se relacionan y expresan en la novela. Desde la página 30 sabía más o menos como iban a terminar 3 de los 4 personajes principales, y así acabó, y si no sabía cómo acabaría el 4º es porque no había aparecido aún. Y, suma y sigue, la aparición del personaje de Emilia, circunstancial, hacia el último tramo de la historia, abotarga más su lectura por esa manía de Pombo de presentar a todos y cada uno de los actores de la historia. Emilia podría haber sido más anónima, no necesitaba tantas explicaciones, y su labor en la historia habría sido la misma. En fin, que son 560 páginas que uno sospecha podrían haberse desarrollado en mucho menos, y Pombo ha perdido una oportunidad única que desarrollar su historia y su tesis de una manera más sencilla que la hubiera convertido en piedra de toque indispensable para muchas personas que, a causa de los problemas que antes he expresado, no podrán nunca leerlo.
Por último, la historia es demasiado previsible, y eso deja a los personajes convertidos en estereotipos que todos conocemos, al menos todos los que desarrollamos sentimientos que se relacionan y expresan en la novela. Desde la página 30 sabía más o menos como iban a terminar 3 de los 4 personajes principales, y así acabó, y si no sabía cómo acabaría el 4º es porque no había aparecido aún. Y, suma y sigue, la aparición del personaje de Emilia, circunstancial, hacia el último tramo de la historia, abotarga más su lectura por esa manía de Pombo de presentar a todos y cada uno de los actores de la historia. Emilia podría haber sido más anónima, no necesitaba tantas explicaciones, y su labor en la historia habría sido la misma. En fin, que son 560 páginas que uno sospecha podrían haberse desarrollado en mucho menos, y Pombo ha perdido una oportunidad única que desarrollar su historia y su tesis de una manera más sencilla que la hubiera convertido en piedra de toque indispensable para muchas personas que, a causa de los problemas que antes he expresado, no podrán nunca leerlo.
Pero estos son los contras, sin embargo, el libro logró interesarme, sobre todo a partir de la página 250, y desde luego las doscientas últimas las leí del tirón sin poder parar. ¿Por qué? Porque pese a ser estereotipados, Javier Salazar, Paco Allende, Ramón Durán y Juanjo Gargancho eran cuatro hombres con existencia entrelazada cuyo destino realmente, al final me atrapaba. Poco importaba que la evolución de Juanjo fuera artificiosa e irreal, que el Salazar de las primeras páginas y el que luego se nos presenta no nos parezca el mismo, o que <Ramón Durán sea demasiado bonito para ser cierto (Allende, alter ego de Pombo, es el más real y tangible de todos los personajes). Me importaba saber qué pasaría y como recibiría cada personaje su ración de justicia divina y poética (tampoco puede Pombo sustraerse a su educación nacional católica, y los personajes al final merecen castigo o redención, pero nunca son perdonados).
Lo malo del caso, terminado el libro, es que realmente me ha afectado, porque me he visto retratado, en diferentes momentos, en cada uno de los personajes principales. El insidioso y horrible Salazar tiene comportamientos –puntuales, todo hay que decirlo- que yo he tenido en alguna ocasión, es decir, yo he sido así, en algunos momentos, aunque no soy así. También hay algo del hedonismo interesado de Juanjo en escenas o tapices de mi pasado, partes de Allende, sobre todo ahora que camino hacia la madurez, y en mis 20 años había un rastro de Ramón Durán –sin su físico rutilante. Son, por tanto, estereotipaciones en las que muchos de muchos podemos vernos retratados. Cuatro homosexuales, cuatros historias que se encadenan, un final esperado pero casi imposible, un retrato de varias generaciones o, quizás a Pombo se le ha pasado por alto, cuatro modos de comportarse que muchos llevamos dentro. No me agrada reconocerme en comportamientos de Salazar o de Juanjo, pero ahí estoy. Más amable es Allende, al que todos querríamos parecernos, pero es demasiado perfecto para ser real. Todo eso me enganchó al libro y me hizo esperar el final con ansia, y no creas que no me causó algunos problemas al verme sinceramente retratado –insisto en que parcialmente retratado- en algunos comportamientos. Por supuesto que es gratificante leer historias que hablan de tu propia sensibilidad, que cuentan cosas que has vivido, y que expresan tus propias emociones, es lo que las mayorías no suelen entender de las necesidades expresivas y comunicativas de las minorías.
Curioso el sentido del tiempo, si creemos en la simbología de las cosas, que no es mi caso. Tengo ese libro en mi mesa de noche hace meses, puede que un año, y nunca me animaba a leerlo. Para mi sorpresa, decido leerlo cuando me traslado a vivir a Madrid, y resulta que la mayor parte de la historia se sucede en mi Madrid: el distrito de Argüelles – Moncloa. Los personajes comparten mis paisajes diarios, toman mis autobuses y mis metros, se mueven por mi calle y por las adyacentes, disfrutan del Templo de Debod como yo disfruto, con la impronta del Palacio Real al fondo. ¿A que es curioso? Es un libro con epílogo explicativo. Desconfío de los libros con explicación, epílogo o prólogo, sobre todo cuando quieren decirme qué significa lo que he leído. No es el caso de Marguerite Yourcenar, que en sus epílogos explica las fuentes y los documentos con los que ha elaborado la historia o elementos culturales que debemos conocer. No, Pombo nos explica de qué va la historia, aunque lo sepamos, aunque no, y aunque encontremos otras lecturas. No me gusta, me parece tramposo, y me parece insultante para el lector.
¿Lo recomiendo? No lo sé, pero me gustaría que otros lo leyeran y compartir nuestros comentarios. ¿Me ha gustado? Aún no lo sé. Una cita que me gustó mucho: cualquiera puede sentir o pensar que ama a cualquier otro, con independencia de lo que más tarde la realidad confirme o desconfirme… ¡Cuántas veces me ha pasado!
Lo malo del caso, terminado el libro, es que realmente me ha afectado, porque me he visto retratado, en diferentes momentos, en cada uno de los personajes principales. El insidioso y horrible Salazar tiene comportamientos –puntuales, todo hay que decirlo- que yo he tenido en alguna ocasión, es decir, yo he sido así, en algunos momentos, aunque no soy así. También hay algo del hedonismo interesado de Juanjo en escenas o tapices de mi pasado, partes de Allende, sobre todo ahora que camino hacia la madurez, y en mis 20 años había un rastro de Ramón Durán –sin su físico rutilante. Son, por tanto, estereotipaciones en las que muchos de muchos podemos vernos retratados. Cuatro homosexuales, cuatros historias que se encadenan, un final esperado pero casi imposible, un retrato de varias generaciones o, quizás a Pombo se le ha pasado por alto, cuatro modos de comportarse que muchos llevamos dentro. No me agrada reconocerme en comportamientos de Salazar o de Juanjo, pero ahí estoy. Más amable es Allende, al que todos querríamos parecernos, pero es demasiado perfecto para ser real. Todo eso me enganchó al libro y me hizo esperar el final con ansia, y no creas que no me causó algunos problemas al verme sinceramente retratado –insisto en que parcialmente retratado- en algunos comportamientos. Por supuesto que es gratificante leer historias que hablan de tu propia sensibilidad, que cuentan cosas que has vivido, y que expresan tus propias emociones, es lo que las mayorías no suelen entender de las necesidades expresivas y comunicativas de las minorías.
Curioso el sentido del tiempo, si creemos en la simbología de las cosas, que no es mi caso. Tengo ese libro en mi mesa de noche hace meses, puede que un año, y nunca me animaba a leerlo. Para mi sorpresa, decido leerlo cuando me traslado a vivir a Madrid, y resulta que la mayor parte de la historia se sucede en mi Madrid: el distrito de Argüelles – Moncloa. Los personajes comparten mis paisajes diarios, toman mis autobuses y mis metros, se mueven por mi calle y por las adyacentes, disfrutan del Templo de Debod como yo disfruto, con la impronta del Palacio Real al fondo. ¿A que es curioso? Es un libro con epílogo explicativo. Desconfío de los libros con explicación, epílogo o prólogo, sobre todo cuando quieren decirme qué significa lo que he leído. No es el caso de Marguerite Yourcenar, que en sus epílogos explica las fuentes y los documentos con los que ha elaborado la historia o elementos culturales que debemos conocer. No, Pombo nos explica de qué va la historia, aunque lo sepamos, aunque no, y aunque encontremos otras lecturas. No me gusta, me parece tramposo, y me parece insultante para el lector.
¿Lo recomiendo? No lo sé, pero me gustaría que otros lo leyeran y compartir nuestros comentarios. ¿Me ha gustado? Aún no lo sé. Una cita que me gustó mucho: cualquiera puede sentir o pensar que ama a cualquier otro, con independencia de lo que más tarde la realidad confirme o desconfirme… ¡Cuántas veces me ha pasado!