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domingo, 9 de agosto de 2009

De libros: Contra Natura de Álvaro Pombo

Me dice Quino que me deje de tanta música y de tanto cine y haga más reseñas de libros. A veces creo que mis amigos me tienen en demasiada estima intelectual, porque yo, que soy más bien burro, no doy para tanto. Pero allá vamos. Acabo de terminar de leer Contra Natura, de Álvaro Pombo, y es uno de los libros que más extrañeza me ha causado de cuántos he leído últimamente. Me han pasado varias cosas leyéndolo que me han resultado muy interesantes pos mis propias reacciones. El libro me planteaba un problema desde el principio, al que no pude sustraerme en ningún momento. Tengo miedo de ser demasiado prolijo, y trataré de ser todo lo breve que pueda. El problema es Álvaro Pombo. No pienso decir que no es un buen escritor ni nada parecido, es un intelectual poderoso y contundente, y ya quisiera yo tener siquiera un cuarto de sus conocimientos. Pero me resulta un problema porque no me gusta su manera de escribir. Para empezar, tengo dudas sobre su uso de la gramática y sintaxis castellana, que retuerce y estira hasta llegar a límites que, si bien siempre están dentro de la corrección lingüística, lo cierto es que hace engorrosa la lectura. Podría poner miles de ejemplo, pero hay uno que me causó especial impacto, la frase “¿En que ha, durante toda la tarde, Juanjo pensado bastante?”. Es una construcción correcta pero, a todas luces, recargada, pensada, un ejercicio de escritor, pero cuando un libro de 560 páginas es un continuo de este tipo de oraciones, que si andas despistado tienes que leer dos o tres veces, al final resulta tremendamente cansado. Pasa continuamente. El segundo problema que tengo con la narrativa de Pombo está en los diálogos, pues su intento de personalizar a cada personaje hace que al final, realmente, todos hablen igual, sea cual sea su momento, su lugar, su edad, todos terminan hablando un estilizado lenguaje que trata de imitar lo coloquial, a veces, pero no es coloquial, sólo una imitación. La planitud de las palabras de los distintos protagonistas me resulta exasperante a veces. De igual forma, el exceso de intelectualización de la mayor parte de las conversaciones, estilización de nuevo al fin, desapega al lector de lo que lee. Por cierto que el lector es invocado continuamente, costumbre esta que nunca me ha gustado en ningún literato. Por último, guiones, paréntesis, yuxtapuestas, coordinadas inmensas, subordinadas, todo en medio de un auténtico ejercicio de estilo, como en muchas ocasiones ocurre con García Márquez, pero lo que en el colombiano resulta sencillo, dulce, amable, en Pombo pone nervioso. No creo que en ese sentido tenga mucho más que argumentar. El otro problema, no narrativo, viene dado por el exceso de citas y referencias filosóficas. Eso hace de esta historia, que tendría un gran valor para los jóvenes, algo muy complicado, para auténticos iniciados o más allá. No puedo negar que a veces me perdía, entre citas, filósofos, escritores, ideas prestadas, referencias continuas a otros autores. El filósofo que es Pombo no puede evadirse de su propia intelectualidad. ¿Petulante? ¿Vanidosa? No lo sé, pero en momentos no deja de resultar pedante. En medio de una escena tensa que debe desarrollarse y tener aire y ritmo, un engorroso párrafo que mezcla a Sartre con los tomistas lo echa todo por tierra.
Por último, la historia es demasiado previsible, y eso deja a los personajes convertidos en estereotipos que todos conocemos, al menos todos los que desarrollamos sentimientos que se relacionan y expresan en la novela. Desde la página 30 sabía más o menos como iban a terminar 3 de los 4 personajes principales, y así acabó, y si no sabía cómo acabaría el 4º es porque no había aparecido aún. Y, suma y sigue, la aparición del personaje de Emilia, circunstancial, hacia el último tramo de la historia, abotarga más su lectura por esa manía de Pombo de presentar a todos y cada uno de los actores de la historia. Emilia podría haber sido más anónima, no necesitaba tantas explicaciones, y su labor en la historia habría sido la misma. En fin, que son 560 páginas que uno sospecha podrían haberse desarrollado en mucho menos, y Pombo ha perdido una oportunidad única que desarrollar su historia y su tesis de una manera más sencilla que la hubiera convertido en piedra de toque indispensable para muchas personas que, a causa de los problemas que antes he expresado, no podrán nunca leerlo.
Pero estos son los contras, sin embargo, el libro logró interesarme, sobre todo a partir de la página 250, y desde luego las doscientas últimas las leí del tirón sin poder parar. ¿Por qué? Porque pese a ser estereotipados, Javier Salazar, Paco Allende, Ramón Durán y Juanjo Gargancho eran cuatro hombres con existencia entrelazada cuyo destino realmente, al final me atrapaba. Poco importaba que la evolución de Juanjo fuera artificiosa e irreal, que el Salazar de las primeras páginas y el que luego se nos presenta no nos parezca el mismo, o que <Ramón Durán sea demasiado bonito para ser cierto (Allende, alter ego de Pombo, es el más real y tangible de todos los personajes). Me importaba saber qué pasaría y como recibiría cada personaje su ración de justicia divina y poética (tampoco puede Pombo sustraerse a su educación nacional católica, y los personajes al final merecen castigo o redención, pero nunca son perdonados).
Lo malo del caso, terminado el libro, es que realmente me ha afectado, porque me he visto retratado, en diferentes momentos, en cada uno de los personajes principales. El insidioso y horrible Salazar tiene comportamientos –puntuales, todo hay que decirlo- que yo he tenido en alguna ocasión, es decir, yo he sido así, en algunos momentos, aunque no soy así. También hay algo del hedonismo interesado de Juanjo en escenas o tapices de mi pasado, partes de Allende, sobre todo ahora que camino hacia la madurez, y en mis 20 años había un rastro de Ramón Durán –sin su físico rutilante. Son, por tanto, estereotipaciones en las que muchos de muchos podemos vernos retratados. Cuatro homosexuales, cuatros historias que se encadenan, un final esperado pero casi imposible, un retrato de varias generaciones o, quizás a Pombo se le ha pasado por alto, cuatro modos de comportarse que muchos llevamos dentro. No me agrada reconocerme en comportamientos de Salazar o de Juanjo, pero ahí estoy. Más amable es Allende, al que todos querríamos parecernos, pero es demasiado perfecto para ser real. Todo eso me enganchó al libro y me hizo esperar el final con ansia, y no creas que no me causó algunos problemas al verme sinceramente retratado –insisto en que parcialmente retratado- en algunos comportamientos. Por supuesto que es gratificante leer historias que hablan de tu propia sensibilidad, que cuentan cosas que has vivido, y que expresan tus propias emociones, es lo que las mayorías no suelen entender de las necesidades expresivas y comunicativas de las minorías.
Curioso el sentido del tiempo, si creemos en la simbología de las cosas, que no es mi caso. Tengo ese libro en mi mesa de noche hace meses, puede que un año, y nunca me animaba a leerlo. Para mi sorpresa, decido leerlo cuando me traslado a vivir a Madrid, y resulta que la mayor parte de la historia se sucede en mi Madrid: el distrito de Argüelles – Moncloa. Los personajes comparten mis paisajes diarios, toman mis autobuses y mis metros, se mueven por mi calle y por las adyacentes, disfrutan del Templo de Debod como yo disfruto, con la impronta del Palacio Real al fondo. ¿A que es curioso? Es un libro con epílogo explicativo. Desconfío de los libros con explicación, epílogo o prólogo, sobre todo cuando quieren decirme qué significa lo que he leído. No es el caso de Marguerite Yourcenar, que en sus epílogos explica las fuentes y los documentos con los que ha elaborado la historia o elementos culturales que debemos conocer. No, Pombo nos explica de qué va la historia, aunque lo sepamos, aunque no, y aunque encontremos otras lecturas. No me gusta, me parece tramposo, y me parece insultante para el lector.
¿Lo recomiendo? No lo sé, pero me gustaría que otros lo leyeran y compartir nuestros comentarios. ¿Me ha gustado? Aún no lo sé. Una cita que me gustó mucho: cualquiera puede sentir o pensar que ama a cualquier otro, con independencia de lo que más tarde la realidad confirme o desconfirme… ¡Cuántas veces me ha pasado!

miércoles, 7 de enero de 2009

Recomendando lecturas: Retorno a Brideshead, la alegre decadencia del engaño.

Me pide un buen amigo que haga una crónica con mi opinión acerca de la novela Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, escritor británico que vive entre 1903 y 1966. Un pillo, Waugh, me la dio con queso, luego describiré por qué. Creo que a veces mis amigos ven en mí más aptitudes intelectuales que yo mismo, y estoy casi convencido de que ven más de las que hay, sólo así se entiende la amabilidad y persistencia de Quino en que haga esta reseña. Bueno, soy de los pocos, poquísimos, que no vio nunca la serie de televisión basada –ahora sé que filológicamente– en esta novela. Tampoco leí el libro en su día, aunque me seducía la idea. Debí leerlo hace años, me hubiera gustado más, estoy casi seguro. Por supuesto que lo que escribo en este blog nunca es pontifical, bien al contrario sólo es mi opinión. Una vez leí una definición de la voz de Montserrat Caballé que me gustó mucho: es una perla exquisita y perfecta deslizándose por un suave paño de fino terciopelo. Vale, esta novela es exactamente eso… con un pero… La perla está ajada y vieja, ha recibido golpes y se ha mellado, no llega a ser un aljofar, pero ya no es una esfera perfecta. El paño de terciopelo se ha apolillado, tiene claros y agujeros, no es de muy buena calidad, e incluso se ha resecado y podrido por parte. En esas condiciones, el discurrir de la perla es de todo menos placentero y continuo, más bien tortuoso e irregular, con interrupciones que hay que superar con brucos empujones… Toda esta cursi boutade me sirve para decir que Retorno a Brideshead es una excelentísima historia, una historia magnífica, brillante, excepcional, en manos de un escritor de oficio. Waugh no es un escritor mediocre, pero tampoco es excepcional. Su carrera, como de tapetito –expresión que usaba Fernando Rey para hablar de la suya– lo parece demostrar. Famoso en su generación, hoy muchas de sus obras han caído en el olvido, incluso no se encuentran editadas, y sobrevive esta principalmente. Pero la potencia de la historia es tal que se sobrepone incluso a su propio escritor, y brilla por encima de éste. Uno se pregunta que habría sido de esta historia en manos de un maestro de la escritura. Logra superar al autor, ponerse por encima, y al final Waugh casi es el impedimento que te impide ver todos los matices o ir todo lo rápido que querrías. Algunos ejemplos de cosas que echo en falta: los protagonistas pasan un verano en Venecia, el primero para Charles Ryder, y es despachado en dos páginas, sin casi alusión a la huella que ese escenario tendría que dejar en el alma del joven pintor. Lo mismo con París, con Tánger… Ryder pasa dos años perdido entre América del Sur y África y no hay ni una alusión a las impresiones que pueden generarse en cualquier espíritu. Más bien, Ryder parece pasar por todo ello con cierta limpieza, impoluto, a dos palmos del suelo… tremendamente británico. Waugh sólo tiene interés en dos elementos, y los explota machaconamente, haciendo que todo lo demás pase alrededor de los personajes como un vano escenario. En la serie de televisión, que estoy viendo en estos días y de la que ya hablaré –cuando cojo un tema lo agoto– esta lejanía hacia lo que no sea el objeto mismo de la historia se supera, y al fin vemos a un Ryder extasiado en San Marcos. El exceso de sofisticación es algo que también me carga, pero Waugh lo explica perfectamente en su prólogo, y hay que aceptárselo en tanto es un mito, un paraíso perdido más con un estilo arcadiano o edad de oro perdida que a lo miltoniano. Asume Waugh que es cargante, pero también que es exactamente así como lo quiere, y como lo asume el lector. Al final, parece un relato que le da la vuelta a Voltaire, como si fuera un calcetín, lo cual dice mucho del autor al que sin embargo no acabó de cuajarle la idea. La homosexualidad ¿latente? de los personajes principales es una de las razones del éxito actual de la novela y de que no haya sección gay de librería en el mundo, o librería gay en sí misma, que no la tenga en sus anaqueles. A mí me parece un poco excusa. Un guiño de Waugh, que intenta hacernos creer que Charles o Sebastian son íntimos amigos a la manera inglesa, arcadianos jóvenes en los que el profundo amor es simplemente espiritual, y que no hay nada físico entre ellos. Pareciera que sí, que se quiere dar a Sebastian esta categoría homosexual, sobre todo en su relación con el bruto alemán Kurtz, pero el propio Waugh hace que Ryder diserte sobre eso, y llegue a la conclusión de que no hay nada de vicioso (sic) en ese comportamiento. Bueno, allí estuvo al quite Foster con Maurice para poner las cosas en su sitio: el coqueteo con la homosexualidad de los jóvenes cachorros británicos victorianos y post victorianos es un hecho, y por mucho que Waugh quiera enmascararlo de otra cosa, hoy, que nos gusta mucho más hacer outing y llamar a las cosas como hay que llamarlas, no cuela. A lo mejor es porque son tristes los tiempos que corren y no podemos admitir ese tipo de intensa relación sin pensar en la sexualidad, a lo mejor porque realmente todo es un eufemismo, y Charles y Sebastian serían tremendamente felices si se fueran a la cama. Pero Waugh, viejo bribón, esconde el secreto hasta las últimas 30 páginas. Y por mucho que leí su biografía, donde estaba la clave, yo, que ando muy espeso, de ahí mi perplejidad porque Quino insista tanto en que comente esta novela, no caí hasta que lo tuve delante de mis narices. El hecho religioso esta onerosamente presente en toda la novela. Con esa flema británica protestante tan marcada, pues la actitud de Ryder, siempre crítica con el catolicismo, parecía ser la única razón de que ese tema estuviera ahí. Eso y que realmente nos creíamos que los vicios y problemas de la familia Flyte (los Brideshead, los Marchmain… ¡qué lío los apellidos ingleses y los títulos nobiliarios!) son indefectiblemente debidos a su catolicismo. Es en los últimos dos capítulos cuando descubrimos que realmente la religión es el tema del libro. El hecho religioso, las relaciones religiosas, y sobre todo la grandeza del catolicismo (algo menos intenso que Chauteaubriand, pero ahí está). El catolicismo será indulgente con los últimos años de Sebastian, al cuidado de unos frailes en Marruecos… El catolicismo es lo que romperá la unión entre Julia y Charles. El catolicismo da la paz a Lord Marchmain, que en un último acto de fe acepta la extremaunción. Charles se arrodilla finalmente para pedir que esa misma extremaunción, en la que no cree, no se convierta en un espectáculo vano e hipócrita. Es la vela encendida que informa de la presencia del santísimo en el sagrario, y lo glorifica, de la capilla de Brideshead lo que conforta, finalmente, a Charles, y lo que, en su vida acabada, parece darle una razón de vivir. Sí, en el último párrafo, Charles Ryder nos informa de que su pasado anticristiano, anticatólico, es ahora sólo un recuerdo, y que sólo en la fe ha encontrado una razón para existir, en su retorno a Brideshead… Al releer la biografía de Waugh, una vez más, me doy cuenta de que la clave estaba delante de mis narices y no había caído, porque había pasado por el dato casi tan de puntillas como quien redactó la breve semblanza: Evelyn Waugh se convirtió al catolicismo en 1930, y dedicó enormes esfuerzos en escribir la biografía del mártir jesuita Edmund Champion. Al final, todas las puyas, los ataques y las despectivas líneas dedicadas al catolicismo no eran más que el lustre con el que éste brillaría al final de la novela. La frase del primo Jasper "Cuidado con los anglocatólicos, son todos sodomitas con desagradable acento" se torna al final una divertida paradoja, que unifica los dos temas, el real y el sutil, de la novela: religión versus homosexualidad. No podía ser de otra manera. La pureza en los sentimientos de Sebastian hacia Charles, o de Charles hacia Sebastian, se convierte, entonces, en reivindicación fervorosa. A nosotros nos corresponde decidir con qué nos quedamos. Además, las ediciones españolas han obviado el subtitulo con que la novela se presentó en su primera edición inglesa: A sacred & profane Memories of Captain Charles Ryder. Un apunte más, sobre la traducción de Caroline Phipps… No es mala, pero tampoco buena. Peca de erudita, con notas a pie de página que no sólo no ayudan sino que significan menosprecio del lector y su capacidad intelectual, y a veces cae en errores. Lo echaron a Mercurio no es lo mismo que Lo echaron de Mercurio. La edición, de Argos Vergara, es antigua, supongo que no existirá ya en las librerías, pero a veces tiene demasiados errores de impresión, eso que se llamaba duendes de las linotipias. Yo probaría con una buena edición actual y a ser posible, si existe, otra traducción. Ahora Quino que se moje.

lunes, 5 de enero de 2009

Recomendando libros: Los hombres del Triángulo Rosa. Memoria de la barbarie

Hans Neumann es un escritor austriaco que firma bajo el pseudónimo de Heinz Heger. Es interesante lo de la nacionalidad porque los de La Casa del Libro no se han enterado y lo tiene clasificado como literatura francesa… En fin. Este escritor y documentalista conoció en los años sesenta a un homosexual que presenta con el sobrenombre de Joseph K. (un guiño a Kafka), y que vivió el horror de los campos de concentración nazi, del que Neumann escribe una biografía autorizada. Se titula Los hombres del triángulo rosa, Memorias de un homosexual en los campos de concentración nazi. El triángulo rosa es el distintivo que en la solapa y en una pernera del pantalón debían llevar los homosexuales en la Alemania de Hitler, así como en los territorios ocupados. Durante la barbarie que la Alemania Nacionalsocialista generó en Europa en los años 30 y 40, los homosexuales fueron, junto con los judíos y los gitanos, los que más sufrieron la descerebrada acción del terror. Sé que me van a entender, si leen esto como quiero expresarlo exactamente, si además añado que quizás los homosexuales fueron aún peor parados. ¿Por qué? Entre los propios detenidos en los campos, los homosexuales eran los parias, y todos, absolutamente todos, se sentían con derecho a maltratarlos y humillarlos. Encima, terminada la guerra, los pocos que habían sobrevivido no tuvieron derecho a reparación alguna, y ha sido exclusivamente desde la década de los 80 que se ha empezado, poco a poco, a recuperar su memoria, homenajearlos, y entregarles las pensiones que les correspondían. ¿Por qué? Porque eran homosexuales, un delito en Alemania y en la mayor parte de Europa cuando acabó la guerra. De alguna forma, se estaba diciendo que lo que se había hecho con los demás era horrible, pero que los homosexuales eran delincuentes comunes. Vale, de acuerdo, se había sido un poco duro con ellos, pero no se podía darles reparación alguna dado que su delito era real. ¿A que es repugnante? Por razones más o menos obvias, el tema me afecta y me interesa. Siempre he sentido un especial interés por el Holocausto, casi desde que siendo un niño mi madre me permitió ver la serie de televisión con ese nombre protagonizada, entre otros, por Vanesa Redgrave y Marisa Berenson. En cuanto a testimonios escritos que existen, este es de los pocos, junto con el libro de Pierre Seele titulado Yo, Pierre, Deportado Homosexual. El libro tiene algunas ventajas y muchas desventajas. La ventaja: es descarnado, y nos muestra el horror nazi en toda su extensión, acercándonos además a cómo es la vida cotidiana en un campo de concentración y cómo se organiza, lo cual lo convierte en un documento histórico excepcional. La desventaja, está narrado con demasiada frialdad, con demasiado desapasionamiento, con demasiada lejanía, y cuando trata de ser reivindicativo casi molesta, las reflexiones acerca de la inmoralidad del hecho resultan infantiles y fatuas. Cuando el protagonista reflexiona acerca de su situación, parece como si quisieran cargar las tintas sobre lo que no tiene ya tinta que cargar. Frases del tipo ¿Cómo me podían hacer eso por simplemente amar a una persona de mi mismo sexo? resulta tan vacía y lejana ante lo que se está contando, que a menudo sobran. El hecho del Holocausto, en sí, es tan terrible, el salvaje bestiario que representaron los alemanes que se dejaron seducir por el horror es tan despreciable, que nada de lo que se diga puede acentuar la onerosa sensación de asco que todo el proceso de los campos de concentración significa. Acrecienta el horror la sensación de desprecio que supone no haber reparado a estas víctimas durante más de cuarenta años. La mayor parte de los homosexuales que fueron recluidos en campos de concentración y sobrevivieron han fallecido sin ver reconocida en vida su calidad de víctimas. Hoy por fin se les reconoce. Hace poco se inauguró un monumento en su recuerdo en Berlín, donde ahora mismo sólo había una pequeña lápida en forma de triángulo rosa. Holanda acogía desde los 90 el que hasta ahora era el único existente. Sin embargo, lo recomiendo. En España está editado por Amaranto y viene avalado por el Ministerio de Cultura Austriaco. Termino con la foto de Erwin Schimitzek, preso gay en Auschwitz, muerto a los 23 años, para que le pongamos cara al horror. Hoy tendría aproximadamente 88 años. Se entiende que el triángulo rosa sea, ahora, el símbolo, en positivo, de la lucha del colectivo gay.