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miércoles, 7 de enero de 2009

Recomendando lecturas: Retorno a Brideshead, la alegre decadencia del engaño.

Me pide un buen amigo que haga una crónica con mi opinión acerca de la novela Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, escritor británico que vive entre 1903 y 1966. Un pillo, Waugh, me la dio con queso, luego describiré por qué. Creo que a veces mis amigos ven en mí más aptitudes intelectuales que yo mismo, y estoy casi convencido de que ven más de las que hay, sólo así se entiende la amabilidad y persistencia de Quino en que haga esta reseña. Bueno, soy de los pocos, poquísimos, que no vio nunca la serie de televisión basada –ahora sé que filológicamente– en esta novela. Tampoco leí el libro en su día, aunque me seducía la idea. Debí leerlo hace años, me hubiera gustado más, estoy casi seguro. Por supuesto que lo que escribo en este blog nunca es pontifical, bien al contrario sólo es mi opinión. Una vez leí una definición de la voz de Montserrat Caballé que me gustó mucho: es una perla exquisita y perfecta deslizándose por un suave paño de fino terciopelo. Vale, esta novela es exactamente eso… con un pero… La perla está ajada y vieja, ha recibido golpes y se ha mellado, no llega a ser un aljofar, pero ya no es una esfera perfecta. El paño de terciopelo se ha apolillado, tiene claros y agujeros, no es de muy buena calidad, e incluso se ha resecado y podrido por parte. En esas condiciones, el discurrir de la perla es de todo menos placentero y continuo, más bien tortuoso e irregular, con interrupciones que hay que superar con brucos empujones… Toda esta cursi boutade me sirve para decir que Retorno a Brideshead es una excelentísima historia, una historia magnífica, brillante, excepcional, en manos de un escritor de oficio. Waugh no es un escritor mediocre, pero tampoco es excepcional. Su carrera, como de tapetito –expresión que usaba Fernando Rey para hablar de la suya– lo parece demostrar. Famoso en su generación, hoy muchas de sus obras han caído en el olvido, incluso no se encuentran editadas, y sobrevive esta principalmente. Pero la potencia de la historia es tal que se sobrepone incluso a su propio escritor, y brilla por encima de éste. Uno se pregunta que habría sido de esta historia en manos de un maestro de la escritura. Logra superar al autor, ponerse por encima, y al final Waugh casi es el impedimento que te impide ver todos los matices o ir todo lo rápido que querrías. Algunos ejemplos de cosas que echo en falta: los protagonistas pasan un verano en Venecia, el primero para Charles Ryder, y es despachado en dos páginas, sin casi alusión a la huella que ese escenario tendría que dejar en el alma del joven pintor. Lo mismo con París, con Tánger… Ryder pasa dos años perdido entre América del Sur y África y no hay ni una alusión a las impresiones que pueden generarse en cualquier espíritu. Más bien, Ryder parece pasar por todo ello con cierta limpieza, impoluto, a dos palmos del suelo… tremendamente británico. Waugh sólo tiene interés en dos elementos, y los explota machaconamente, haciendo que todo lo demás pase alrededor de los personajes como un vano escenario. En la serie de televisión, que estoy viendo en estos días y de la que ya hablaré –cuando cojo un tema lo agoto– esta lejanía hacia lo que no sea el objeto mismo de la historia se supera, y al fin vemos a un Ryder extasiado en San Marcos. El exceso de sofisticación es algo que también me carga, pero Waugh lo explica perfectamente en su prólogo, y hay que aceptárselo en tanto es un mito, un paraíso perdido más con un estilo arcadiano o edad de oro perdida que a lo miltoniano. Asume Waugh que es cargante, pero también que es exactamente así como lo quiere, y como lo asume el lector. Al final, parece un relato que le da la vuelta a Voltaire, como si fuera un calcetín, lo cual dice mucho del autor al que sin embargo no acabó de cuajarle la idea. La homosexualidad ¿latente? de los personajes principales es una de las razones del éxito actual de la novela y de que no haya sección gay de librería en el mundo, o librería gay en sí misma, que no la tenga en sus anaqueles. A mí me parece un poco excusa. Un guiño de Waugh, que intenta hacernos creer que Charles o Sebastian son íntimos amigos a la manera inglesa, arcadianos jóvenes en los que el profundo amor es simplemente espiritual, y que no hay nada físico entre ellos. Pareciera que sí, que se quiere dar a Sebastian esta categoría homosexual, sobre todo en su relación con el bruto alemán Kurtz, pero el propio Waugh hace que Ryder diserte sobre eso, y llegue a la conclusión de que no hay nada de vicioso (sic) en ese comportamiento. Bueno, allí estuvo al quite Foster con Maurice para poner las cosas en su sitio: el coqueteo con la homosexualidad de los jóvenes cachorros británicos victorianos y post victorianos es un hecho, y por mucho que Waugh quiera enmascararlo de otra cosa, hoy, que nos gusta mucho más hacer outing y llamar a las cosas como hay que llamarlas, no cuela. A lo mejor es porque son tristes los tiempos que corren y no podemos admitir ese tipo de intensa relación sin pensar en la sexualidad, a lo mejor porque realmente todo es un eufemismo, y Charles y Sebastian serían tremendamente felices si se fueran a la cama. Pero Waugh, viejo bribón, esconde el secreto hasta las últimas 30 páginas. Y por mucho que leí su biografía, donde estaba la clave, yo, que ando muy espeso, de ahí mi perplejidad porque Quino insista tanto en que comente esta novela, no caí hasta que lo tuve delante de mis narices. El hecho religioso esta onerosamente presente en toda la novela. Con esa flema británica protestante tan marcada, pues la actitud de Ryder, siempre crítica con el catolicismo, parecía ser la única razón de que ese tema estuviera ahí. Eso y que realmente nos creíamos que los vicios y problemas de la familia Flyte (los Brideshead, los Marchmain… ¡qué lío los apellidos ingleses y los títulos nobiliarios!) son indefectiblemente debidos a su catolicismo. Es en los últimos dos capítulos cuando descubrimos que realmente la religión es el tema del libro. El hecho religioso, las relaciones religiosas, y sobre todo la grandeza del catolicismo (algo menos intenso que Chauteaubriand, pero ahí está). El catolicismo será indulgente con los últimos años de Sebastian, al cuidado de unos frailes en Marruecos… El catolicismo es lo que romperá la unión entre Julia y Charles. El catolicismo da la paz a Lord Marchmain, que en un último acto de fe acepta la extremaunción. Charles se arrodilla finalmente para pedir que esa misma extremaunción, en la que no cree, no se convierta en un espectáculo vano e hipócrita. Es la vela encendida que informa de la presencia del santísimo en el sagrario, y lo glorifica, de la capilla de Brideshead lo que conforta, finalmente, a Charles, y lo que, en su vida acabada, parece darle una razón de vivir. Sí, en el último párrafo, Charles Ryder nos informa de que su pasado anticristiano, anticatólico, es ahora sólo un recuerdo, y que sólo en la fe ha encontrado una razón para existir, en su retorno a Brideshead… Al releer la biografía de Waugh, una vez más, me doy cuenta de que la clave estaba delante de mis narices y no había caído, porque había pasado por el dato casi tan de puntillas como quien redactó la breve semblanza: Evelyn Waugh se convirtió al catolicismo en 1930, y dedicó enormes esfuerzos en escribir la biografía del mártir jesuita Edmund Champion. Al final, todas las puyas, los ataques y las despectivas líneas dedicadas al catolicismo no eran más que el lustre con el que éste brillaría al final de la novela. La frase del primo Jasper "Cuidado con los anglocatólicos, son todos sodomitas con desagradable acento" se torna al final una divertida paradoja, que unifica los dos temas, el real y el sutil, de la novela: religión versus homosexualidad. No podía ser de otra manera. La pureza en los sentimientos de Sebastian hacia Charles, o de Charles hacia Sebastian, se convierte, entonces, en reivindicación fervorosa. A nosotros nos corresponde decidir con qué nos quedamos. Además, las ediciones españolas han obviado el subtitulo con que la novela se presentó en su primera edición inglesa: A sacred & profane Memories of Captain Charles Ryder. Un apunte más, sobre la traducción de Caroline Phipps… No es mala, pero tampoco buena. Peca de erudita, con notas a pie de página que no sólo no ayudan sino que significan menosprecio del lector y su capacidad intelectual, y a veces cae en errores. Lo echaron a Mercurio no es lo mismo que Lo echaron de Mercurio. La edición, de Argos Vergara, es antigua, supongo que no existirá ya en las librerías, pero a veces tiene demasiados errores de impresión, eso que se llamaba duendes de las linotipias. Yo probaría con una buena edición actual y a ser posible, si existe, otra traducción. Ahora Quino que se moje.

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