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viernes, 28 de agosto de 2009

Más de libros y más Nothomb: Diario de Golondrina

Tres ideas previas: La primera, empieza a molestarme que Amélie Nothomb salga retratada en las portadas de sus novelas, al menos en las ediciones españolas. Demasiado petulante, incluso para ella. La segunda: una novela es una novela cuando tiene una estructura. Estas 105 páginas, 100 en realidad, son un cuento, aunque Anagrama se empeñe en decir que no y en publicarlas con la letra más grande posible sin que parezca un libro infantil. La tercera: Todos sabemos que Nothomb tiene una gran cultura filosófica y literaria, o al menos a los que no la tenemos tan amplia, nos la cuela. Pero no hay que demostrarlo tanto ni tan reiteradamente, o se puede hacer de otras formas. No todos los personajes pueden mezclar a Rousseau con los presocráticos en una misma reflexión acerca de lo culinario. Un mensaka reconvertido en asesino, tampoco.
Dicho lo cual: gran entrega de Amélie Nothomb. Un joven, del que no conocemos su nombre pero que se autodenominará consecutivamente Urbano e Inocencio, decide tras un desengaño amoroso, deshacerse de toda su dimensión sentimental y emocional, que recupera poco a poco gracias a la música, primero, a los asesinatos, después, y al asumir finalmente el tremendo error de conocer íntimamente a una de sus ejecutadas, rompiendo una regla de oro de todo asesino a sueldo. La historia está servida. Trepidante y rápida, sin dejarte respirar ni un sólo momento, se enmarca esta obra en la serie de la masacre tan propia de Nothomb, donde la constante sórdida, la hemoglobina, los comportamientos psicopáticos, el amor y la muerte, la alienación, son el pan nuestro de cada día. Junto con Higiene del asesino y Cosmética del enemigo, plantea la realidad más oscura y denigrante del ser humano, aunque trate de vendérsenos como liberadora.

El problema aparece cuando el lector ávido de Nothomb no puede dejar de establecer vasos comunicantes entre esta serie narrativa y las novelas biográficas que la autora ha desarrollado: Metafísica de los tubos, Estupor y temblores, Sabotaje Amoroso, Ni de Eva ni de Adán... ¿Por qué lo digo? Porque este hombre, que cuenta su historia en primera persona, no acaba de parecer creíble y, sobre todo, no deja de recordarnos a alguien. Nó sólo porque a Nothomb le cuesta meterse en la piel de un hombre -está bien acompañada, hay muchos autores que resultan artificiosos al tratar de ahondar en la psique de un personaje de sexo contrario- sino porque a medida que avanzamos, las reflexiones, las referencias, las ideas, las citas, por muy extremas, por muy denostables que no parezcan, no dejan de esconder la realidad de que estamos leyendo a Amélie Nothomb tratando de disfrazarse de hombre, y además de asesino. Pero es ella. Cada página rebosa, evoca, supura y es Amélie Nothomb. Por mucho que lo intenta, oímos las ruedas girar, y la autora aparece por encima de todas las palabras. Y vuelve a aparecer en la segunda gran protagonista, Golondrina, de la que tampoco conocemos su nombre real y es así bautizada por su asesino. El diario de la jovencita de 18 años es lo que uno esperaría del diario íntimo de una adolescentemente madura -y entiéndase la ironía de esta expresión- y desapegada Amélie Nothomb. Un diario estilizado y magnética, construído con un fin epatante pese a su intimidad, una gran mentira autística.

Pero es un buen libro, que engancha y sacude, por su premura y su descorazonador final, por su paciente desequilibrio y su frontera psicopática. Los seguidores de Nothomb, y quien nunca la ha leído, se sentirán contentos, y disfrutarán con esta historia en el borde del abismo. Pero, aviso a navegantes, si Nothomb sigue por este camino, corre el riesgo de caer en la redundancia y cansarnos. Aunque en Diario de Golondrina se atisba una literatura que va a madurar, que renuncia a ciertos artificios, y que se desarrollará más plenamente en Ni de Eva ni de Adán. Espero con muchas ganas una nueva entrega de Amélie Nothomb, para ver si ese camino hacia la madurez como autora se convierte en una realidad, aunque sospecho que Nothomb tiene cientos de manuscritos en la carpeta que va sacando poco a poco, con lo cual es difícil establecer una cronología de los hechos. Mientras, como soy seguidor fiel, en la recámara tengo Ácido Sulfúrico y Diccionario de nombres propios.

jueves, 27 de agosto de 2009

Los mundos del Islam... Una fascinante exposición en el Caixaforum de Madrid

Sigue el Caixaforum de Madrid regalándonos magníficas exposiciones. En este caso, una que cierra en apenas dos semanas, el 6 de septiembre, titulada como esta entrada, Los mundos del islam. De trata de 180 obras que pronto estarán englobadas en el Aga Khan Museum de Toronto, y por supuesto forman parte de la colección privada del primero, gran mecenas de las artes y de la arquitectura. La muestra, a la que sólo puede criticársele cierta confusión para el espectador en cuanto a lo organizativo, ya que ha sido empleado un sistema que auna espacios geográficos y cronología, es de una gran belleza, dentro de un arte que siempre intentó llegar a lo sublime desde la sencillez de materiales, hilando hermosísimas formas geométricas rara vez acompañadas de alguna figuración; no obstante ésta está expresamente prohibida por el Corán. No soy yo, en absoluto, experto ni en Islam ni en su arte, pero la exposición me ha servido para corroborar la grandeza de una cultura que, de la mano de los extremismos, está ahora tan devaluada tanto en su concepción social, como ética, como intelectual.
Dejemos eso aparte, pues habría mucho que decir, y no soy yo un amante de la multiculturalidad ni de lo políticamente correcto, y no vamos a manchar estas impresiones con la subjetividad de un plantemiento ideológico que, no lo niego, en mi caso es muy Eurocentrista.
Resumir mil años de historia es difícil, y resumir tantos espacios geográficos, aún más. Pero lo exposición lo consigue. Desde un espectacular capitel del periodo Omeya de Al Andalus, que resumen en sí mismo lo que significa el concepto de compuesto, hasta dulcísimas y delicadas miniaturas y manuscritos como el del Hadit, proveniente de Irán, pasando por esmeradas filigranas, de una orfebrería imposible que sin bien yo no querría para mi casa es de una grandilocuencia y de una belleza en su complicación sugerente.
La muestra comienza en Al Andalus y el Magreb, para continuar por el Egipto Fatimí y la Anatolia Otomana. De ahí, sigue hacia Irán, con las dinastías safaví, zandí y qayarí, es decir, desde vidrios soplados de delicada factura hasta barbudos retratos de monarcas qayaríes. Todo termina en la India del Imperio Mogul, con una presencia de figuración y realismo que, nos explican las cartelas, proviene de la influencia europea. Una sala dedicada a las peregrinaciones, otra al Corán, culminán un recorrido que no deja indiferente: es un arte encargado de embellecer, de cultivar, de sublimar, y de conquistar. Hay muchos tipos de expresiones: desde hierro forjado a papel, pasando por cerámica, porcelana, de entre las que destacan las de influencia y factura china, así como telas, vigas, mensulas, puertas, arcos... No falta de nada, y permiten al espectador recuperar la elocuencia de un mundo tan cercano como lejano, y que convive con nosotros y acaso incluso nos atemoriza. Me gustó especialmente, y a mi acompañante también, un vaso y un plato blancos con una levísima decoración en negro, que me dicen que es Bauhaus y soy capaz de creérmelo. Inútil de mí, no anoté los datos identificativos, con lo cual no puedo ponerle nombre ni fecha, ni espacio.
Esta exposición paseará por España y por Europa en los próximos meses. No dejéis de verla, no habrá nada que no os guste. Se complementa, además, con un espléndido video dedicado a la arquitecura islámica.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Sigo con los libros: Los amigos de los amigos y otros relatos de Henry James

Esta entrada también va por Quino, y para resolver el viejo equívoco (Henry James, Henry Miller) que tuvimos hace unos años y que con una carcajada recordará ¡Cuánto cunde el verano para leer! Páginas y páginas pasan delante de nosotros entre el asueto y la tranquilidad, reflejo mismo de lo que significan las vacaciones. Acabo de terminar este libro de Henry James, editado por Siruela, magnífica empresa de publicaciones que sigue pensando que la calidad es mejor que la cantidad. Empiezo por unas palabras del propio James: "Cuando queremos asombrarnos, no hay para ello terreno mejor que el de lo maravilloso (...) El ideal de este género de cosas, obviamente, es el cuento de hadas puro y simple, el caso que se ha purgado en el crisol de todas sus bêtises sin dejar de conservar toda su gracia. Puede parecer extraño que, yendo en busca de lo entretenido, se intente esquivar el escollo de lo disparatado arrimándose a lo 'sobrenatural'; pero lo que a éste le entretiene es, aun poniéndose en lo mejor (...) lo que a aquél otro le sume en la desolación; y yo confieso sin reparo que de siempre la 'historia de fantasmas', como conveniencia la llamamos, ha sido para mí la forma más posible del cuento de hadas".
Con esa carta de presentación, Henry James nos descubre la clave de mucho de lo que hizo en su literatura. Y de paso nos ayuda a acercarnos a estos fabulosos cuentos, en su día distinguidos y seleccionados por Jorge Luis Borges. El librillo, de apenas 165 páginas incluída la introducción y el epílogo, es una delicia. Consta de 3 cuentos que podemos denominar de fantásticos y un cuarto que, sin realmente serlo, no deja de tener la estructura, y acaso la formulación, de aquellos, sin mediar hecho sobrenatural alguno. James es el rey de las atmósferas, de la introspección, del estudio psicológico, de la burla sutil a un mundo que se viene abajo, y de los finales tan abiertos como perfectos, inexplicados, trascendentes y que, como un calderón en una partitura, alargan inexplicablemente el placer del lector, que podría, sin embargo, sentirse anonadado ante puntos finales tan poco concluyentes.
El primero de los cuentos, La vida privada, presenta a un grupo de VIPs, cuando los VIPs eran VIPs de verdad, juntos en un hospedaje estival en Los Alpes. Allí, un personaje desdoblado en dos yoes opuestos y complementarios, y un hombre que en realidad no es más que su mitad, centran las intenciones y los hechos vividos por los protagonistas, en la que no podemos dejar de ver un elemento satírico hacia aquellos hombres de mundo que se sostienen sobre la nada y un ligero tufillo a naftalina. Redunda la idea en el segundo, Owen Wingrave, nombre de un joven y valiente aspirante a la carrera militar que decide abandonar su destino por rechazo completo a la cultura, y la política, de la guerra. Sigue el fuerte rechazo que causa a su familia y a los de su clase, hasta convertir al que debería ser su principal oponente, su formador en la carrera militar, en el único de sus aliados ante la presión de su familia. Aparece una de las frases más ingenuamente geniales y disparatadas, pese a su lucidez, que yo he leído en tiempos, al poner James en boca del joven Wingrave la manera definitiva de acabar con las guerras: Eso es el problema de los que mandan, de los gobiernos y de los consejos de ministros. Ellos encontrarían una segunda alternativa [a las guerras] en cada caso particular, si se les diera a entender que de no encontrarla acabarían en la horca... y cortados en cuatro. Que lo hagan delito capital; íbamos a ver si no se les aguzaba el ingenio a los ministros. Sencillo y sensible, tímido incluso, clamor pacifista que venía precedido de otro, más vigoroso aún, que da al cuento un sentido aún superior al entretenimiento de las historias de fantasmas: [Wingrave] Habla de la 'misera insondable' de las guerras, y pregunta por qué las naciones no despedazan a los gobiernos, a los gobernantes que las sostienen. ¿Hay una manera más lúcida de lo que muchos han llamado alienación? La tercera historia, Los amigos de los amigos, es un canto a una historia de amor tan imposible como absurda, de dos seres que en la vida no lograron encontrarse, aún anhelando hacerlo, dos almas gemelas que no consiguen, hasta que uno de ellos cruza el umbral de la muerte, conocerse de verdad. La más poética, melancólica y hermosa de las tres historias fantásticas. Por último, el cuarto cuento, que sin bien no es de este género no desentona en absoluto presentado con los tres anteriores, se titula La humillación de Northmore, y en palabras de Borges es el mejor de los cuentos de James. Yo no llego a tanto, pues no conozco la totalidad de la obra de Henry James, pero es cierto que es de una suma brillantez. Una vez más, James quiere causar un leve escozor en el áspero mundo de la alta sociedad victoriana, animándose a mostrar algunas de sus mayores miserias. Una lenta y procelosa venganza que se dibuja, finalmente, ajena a los esfuerzos de su protagonista. Un excelente juego de contención y de inmediatez, una soberbia muestra de creación de las más perfectas imágenes y atmósferas, en un escaso puñado de páginas.
Un libro más que recomendable, y que nos recuerda que siempre hay tiempo para mirar atrás en la literatura, y no quedarnos sólo con lo inmediato ni lo reciente. Los clásicos nunca desesperan, ni desaniman, ni dejan mal sabor de boca. Sólo le voy a poner un pero: el epílogo, que revisa un texto escrito en su día por James para explicar su cariño al género fantástico, que por engorroso y a veces atildado deja un poco frío a quien lo lee. Obviable, desde mi punto de vista.

domingo, 9 de agosto de 2009

Más de libros: Ni de Eva ni de Adán de Amélie Nothomb

Otro libro que quiero reseñar, una buena novela, de la corriente o vertiente biográfica, de la belga Amélie Nothomb. Como dijo un crítico, en ella nadie quiere masacrar a nadie. Y así es. Una historia tierna, difícil, de contraposiciones entre oriente y occidente, la otra cara de la moneda de la fabulosa Estupor y Temblores: ahora conocemos cuál era la vida de Nothomb antes y durante su trabajo en la multinacional japonesa cuyo impacto le llevó a escribir aquella magnífica historia (hay que recordar que en Estupor y Temblores, la propia autora dice que tenía una vida muy satisfactoria al margen de la empresa, pero que no quería hablar de ella en esa obra, y se guardaba el secreto para más adelante). Aquí está: la joven belga regresa a Japón ávida de redescubrir y reencontrarse con el mundo de su infancia, con la tierra que tanto le apasiona, y allí vive un romance con Rinri, un joven y acaudalado japonés que la adora, y con el que, por una trampa del idioma unida al cansancio, está a punto de casarse (una anécdota, por cierto, que hará desternillarse de risa al lector). Escritora de la alienación, de lo diferente, del choque, Nothomb se nos muestra aquí con una fina ironía que nos hace reir en varias ocasiones, sin olvidar muchos de sus principios, pero más relajada y madura, capaz de expresar la totalidad de sus sentimientos, e incluso de hacernos comprender las vicisitudes del choque cultural entre dos modos de entender la vida tan diferentes. Analiza Nothomb lo que le rodea con certera visión, es capaz de mostrarnos realidades que de otros modos quedarían ocultas, muestra la grandeza del país del Sol Naciente con la misma mitomanía de otros antes que ella (Marguerite Yourcenar, por ejemplo) y sin embargo también es capaz de ponerlo todo a ras de tierra, de limpiar lo esencialmente estereotipado de la realidad. Adora Japón y los japoneses, y nos permite adorarlos, pero no pierde la objetividad de la investigadora ávida de otras culturas, e incluso nos permite reirnos de lo que nos parezca tonto o extraño sin sentirnos eurocentristas intolerantes. Ser capaz de hacernos entender eso, es importantísimo, y parte de su brillantez. Pero no se queda ahí. Amélie Nothomb, además, nos hace un recorrido por un mundo de sensaciones, de soledades, de interioridad, de íntima reflexión, de miedos, de silencios, de trampas, de acceso a la vida adulta, al fin y al cabo, que es universal. Una historia sensual, delicada, bella que bascula entre lo puntual o unidireccional -Japón, su cultura, su cotidianeidad, sus costumbres- hasta una cosmografía de la vida actual y las relaciones humanas en el cambio de siglo. La huída final, y su resolución, no deja de ser el cierre de un paréntesis en el que una persona que no es de ningún sitio acierta a ver, con lucidez, lo mejor y lo peor de todos los mundos. Los seguidores de Nothomb podemos estar contentos, es una pequeña gran obra, una joya, un paso adelante en una autora que empieza a buscar su sitio, no intenta epatarnos ni fascinarnos, y simplifica su narración consiguiendo incluso más resultados expresivos que en sus obras anteriores. No hay grandes imágenes ni enormes metáforas, todo es más comedido, y sin embargo el resultado se me antoja más perenne. Hay que leerlo. La cita, de este libro, es: Poco a poco, las llamadas de teléfono se espaciaron hasta cesar. Me ahorré este episodio, siniestro entre todos, bárbaro y falaz, llamado ruptura. Salvo en caso de crimen innoble, no entiendo que se rompa. Decirle a alguien que algo se ha terminado es feo y falso. Nunca se termina. Incluso cuando ya no piensas en alguien ¿cómo dudar de su presencia dentro de ti? Un ser que ha contado para ti, siempre cuenta.

De libros: Contra Natura de Álvaro Pombo

Me dice Quino que me deje de tanta música y de tanto cine y haga más reseñas de libros. A veces creo que mis amigos me tienen en demasiada estima intelectual, porque yo, que soy más bien burro, no doy para tanto. Pero allá vamos. Acabo de terminar de leer Contra Natura, de Álvaro Pombo, y es uno de los libros que más extrañeza me ha causado de cuántos he leído últimamente. Me han pasado varias cosas leyéndolo que me han resultado muy interesantes pos mis propias reacciones. El libro me planteaba un problema desde el principio, al que no pude sustraerme en ningún momento. Tengo miedo de ser demasiado prolijo, y trataré de ser todo lo breve que pueda. El problema es Álvaro Pombo. No pienso decir que no es un buen escritor ni nada parecido, es un intelectual poderoso y contundente, y ya quisiera yo tener siquiera un cuarto de sus conocimientos. Pero me resulta un problema porque no me gusta su manera de escribir. Para empezar, tengo dudas sobre su uso de la gramática y sintaxis castellana, que retuerce y estira hasta llegar a límites que, si bien siempre están dentro de la corrección lingüística, lo cierto es que hace engorrosa la lectura. Podría poner miles de ejemplo, pero hay uno que me causó especial impacto, la frase “¿En que ha, durante toda la tarde, Juanjo pensado bastante?”. Es una construcción correcta pero, a todas luces, recargada, pensada, un ejercicio de escritor, pero cuando un libro de 560 páginas es un continuo de este tipo de oraciones, que si andas despistado tienes que leer dos o tres veces, al final resulta tremendamente cansado. Pasa continuamente. El segundo problema que tengo con la narrativa de Pombo está en los diálogos, pues su intento de personalizar a cada personaje hace que al final, realmente, todos hablen igual, sea cual sea su momento, su lugar, su edad, todos terminan hablando un estilizado lenguaje que trata de imitar lo coloquial, a veces, pero no es coloquial, sólo una imitación. La planitud de las palabras de los distintos protagonistas me resulta exasperante a veces. De igual forma, el exceso de intelectualización de la mayor parte de las conversaciones, estilización de nuevo al fin, desapega al lector de lo que lee. Por cierto que el lector es invocado continuamente, costumbre esta que nunca me ha gustado en ningún literato. Por último, guiones, paréntesis, yuxtapuestas, coordinadas inmensas, subordinadas, todo en medio de un auténtico ejercicio de estilo, como en muchas ocasiones ocurre con García Márquez, pero lo que en el colombiano resulta sencillo, dulce, amable, en Pombo pone nervioso. No creo que en ese sentido tenga mucho más que argumentar. El otro problema, no narrativo, viene dado por el exceso de citas y referencias filosóficas. Eso hace de esta historia, que tendría un gran valor para los jóvenes, algo muy complicado, para auténticos iniciados o más allá. No puedo negar que a veces me perdía, entre citas, filósofos, escritores, ideas prestadas, referencias continuas a otros autores. El filósofo que es Pombo no puede evadirse de su propia intelectualidad. ¿Petulante? ¿Vanidosa? No lo sé, pero en momentos no deja de resultar pedante. En medio de una escena tensa que debe desarrollarse y tener aire y ritmo, un engorroso párrafo que mezcla a Sartre con los tomistas lo echa todo por tierra.
Por último, la historia es demasiado previsible, y eso deja a los personajes convertidos en estereotipos que todos conocemos, al menos todos los que desarrollamos sentimientos que se relacionan y expresan en la novela. Desde la página 30 sabía más o menos como iban a terminar 3 de los 4 personajes principales, y así acabó, y si no sabía cómo acabaría el 4º es porque no había aparecido aún. Y, suma y sigue, la aparición del personaje de Emilia, circunstancial, hacia el último tramo de la historia, abotarga más su lectura por esa manía de Pombo de presentar a todos y cada uno de los actores de la historia. Emilia podría haber sido más anónima, no necesitaba tantas explicaciones, y su labor en la historia habría sido la misma. En fin, que son 560 páginas que uno sospecha podrían haberse desarrollado en mucho menos, y Pombo ha perdido una oportunidad única que desarrollar su historia y su tesis de una manera más sencilla que la hubiera convertido en piedra de toque indispensable para muchas personas que, a causa de los problemas que antes he expresado, no podrán nunca leerlo.
Pero estos son los contras, sin embargo, el libro logró interesarme, sobre todo a partir de la página 250, y desde luego las doscientas últimas las leí del tirón sin poder parar. ¿Por qué? Porque pese a ser estereotipados, Javier Salazar, Paco Allende, Ramón Durán y Juanjo Gargancho eran cuatro hombres con existencia entrelazada cuyo destino realmente, al final me atrapaba. Poco importaba que la evolución de Juanjo fuera artificiosa e irreal, que el Salazar de las primeras páginas y el que luego se nos presenta no nos parezca el mismo, o que <Ramón Durán sea demasiado bonito para ser cierto (Allende, alter ego de Pombo, es el más real y tangible de todos los personajes). Me importaba saber qué pasaría y como recibiría cada personaje su ración de justicia divina y poética (tampoco puede Pombo sustraerse a su educación nacional católica, y los personajes al final merecen castigo o redención, pero nunca son perdonados).
Lo malo del caso, terminado el libro, es que realmente me ha afectado, porque me he visto retratado, en diferentes momentos, en cada uno de los personajes principales. El insidioso y horrible Salazar tiene comportamientos –puntuales, todo hay que decirlo- que yo he tenido en alguna ocasión, es decir, yo he sido así, en algunos momentos, aunque no soy así. También hay algo del hedonismo interesado de Juanjo en escenas o tapices de mi pasado, partes de Allende, sobre todo ahora que camino hacia la madurez, y en mis 20 años había un rastro de Ramón Durán –sin su físico rutilante. Son, por tanto, estereotipaciones en las que muchos de muchos podemos vernos retratados. Cuatro homosexuales, cuatros historias que se encadenan, un final esperado pero casi imposible, un retrato de varias generaciones o, quizás a Pombo se le ha pasado por alto, cuatro modos de comportarse que muchos llevamos dentro. No me agrada reconocerme en comportamientos de Salazar o de Juanjo, pero ahí estoy. Más amable es Allende, al que todos querríamos parecernos, pero es demasiado perfecto para ser real. Todo eso me enganchó al libro y me hizo esperar el final con ansia, y no creas que no me causó algunos problemas al verme sinceramente retratado –insisto en que parcialmente retratado- en algunos comportamientos. Por supuesto que es gratificante leer historias que hablan de tu propia sensibilidad, que cuentan cosas que has vivido, y que expresan tus propias emociones, es lo que las mayorías no suelen entender de las necesidades expresivas y comunicativas de las minorías.
Curioso el sentido del tiempo, si creemos en la simbología de las cosas, que no es mi caso. Tengo ese libro en mi mesa de noche hace meses, puede que un año, y nunca me animaba a leerlo. Para mi sorpresa, decido leerlo cuando me traslado a vivir a Madrid, y resulta que la mayor parte de la historia se sucede en mi Madrid: el distrito de Argüelles – Moncloa. Los personajes comparten mis paisajes diarios, toman mis autobuses y mis metros, se mueven por mi calle y por las adyacentes, disfrutan del Templo de Debod como yo disfruto, con la impronta del Palacio Real al fondo. ¿A que es curioso? Es un libro con epílogo explicativo. Desconfío de los libros con explicación, epílogo o prólogo, sobre todo cuando quieren decirme qué significa lo que he leído. No es el caso de Marguerite Yourcenar, que en sus epílogos explica las fuentes y los documentos con los que ha elaborado la historia o elementos culturales que debemos conocer. No, Pombo nos explica de qué va la historia, aunque lo sepamos, aunque no, y aunque encontremos otras lecturas. No me gusta, me parece tramposo, y me parece insultante para el lector.
¿Lo recomiendo? No lo sé, pero me gustaría que otros lo leyeran y compartir nuestros comentarios. ¿Me ha gustado? Aún no lo sé. Una cita que me gustó mucho: cualquiera puede sentir o pensar que ama a cualquier otro, con independencia de lo que más tarde la realidad confirme o desconfirme… ¡Cuántas veces me ha pasado!