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domingo, 11 de julio de 2010

Pagando atrasos (4): De libros. Abdelá Taia. Mi Marruecos.

España y Holanda en plena prórroga (¿acabará esto en penalties?) y yo quiero contarte que he descubierto a un interesantísimo autor marroquí, Abdelá Taia, que por suerte la antes citada editorial Cabaret Voltaire se está dedicando a traducir y publicar en nuestro país. Taia, nacido en 1973 en Salé, vive desde hace unos años en París, desde donde publica su obra, escrita en francés. Homosexual, culto, conocedor de la cultura occidental pero también un gran analista de la realidad marroquí, me parece uno de los mejores exponentes del diálogo cultural que se establece entre nuestro mundo y los países del Magreb. En Mi Marruecos se esfuerza por dar una imagen del Marruecos más genuino, casi rural, donde los ritos y constumbres, la vida cotidiana y los secretos misteriosos que suelen quedar ocultos al visitante se nos desgranan con una prosa limpia y madura. Pero si bien adolece de todo tipismo o pintoresquismo, mostrando escenas reales y realidades profundas y certeras, lo cierto es que huye de ahondar en las partes más negativas de su experiencia personal, como por ejemplo cuando vivió el rechazo por su sexualidad tanto por parte de la familia como por sus conciudadanos, pese a que los hombres de su barrio lo perseguían y presionaban sexualmente cuando se hartaban de buscar aventuras entre las mujeres. Rechazado por todos, incluso por su omnipresente madre, Taia decide formarse, hacer del conocimiento sus alas, y marchar a Francia. Allí, en la segunda parte de este libro, se encuentra en la bipolaridad: anhelando toda su vida conocer de primera mano la cultura que dominaba en el ámbito teórico, se encuentra con una desesperada nostalgia de su país. Es un símbolo de una situación por la que pasan millones de personas, hoy, en Europa. Me gusta Mi Marruecos porque recrea lo que para mí fue Marruecos, uno de los países a los que he estado vinculado en mi pasado y que me marcó profundamente por su imprecisión, su sutileza, su sinceridad doliente y sólida. Cuando Taia recupera las comidas, las situaciones, los rincones y el paisaje urbano de su niñez, me parece estar viendo por sus ojos lo que yo pude ver casi treinta años después de que él lo viviera. Dice mucho sobre lo poco que Marruecos ha cambiado, lo inmutable de su personalidad nacional.
Creo que Taia me va a dar muchas sorpresas en el futuro, y creo que es una manera desnuda y sincera de adentrarse en el conocimiento de una cultura diferente, pero también de conocer de primera mano el hecho sociográfico que la multiculturalidad va a significarnos. Huye Taia de mostrarnos todo en su crudeza, decide filtar mentalmente su vida y sus vivencias para que nos llegue lo más genuino, pero no lo más difícil de entender o de aceptar. Hace bien, pues además, de esa forma, resguarda su propia vida de cualquier espíritu revanchista. El libro termina con un interesante artículo, Encuentro con Abdelá Taia de Lydia Vázquez Jiménez, que también es la traductora; y que nos trata de desentrañar los secretos de un autor cuya carrera debemos seguir de ahora en adelante.

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