Según blogger, nos han visitado todas estas personas

sábado, 26 de julio de 2014

El maestro de canto. Carlo Bergonzi, in memoriam.

La primera vez que escuché a Carlo Bergonzi fue en la mítica grabación de "La Traviata" para la RCA en la que compartía cartel con Montserrat Caballé. La registraron alrededor de 1968, y en ese momento, aunque parezca mentira, era de las primeras grabaciones integrales de ese título verdiano. También fue la primera ópera que escuché completa, y la primera que me compré en CD (unos años después). Yo debía estar en 2º o 3º de BUP, y no era ni mucho menos un melómano. Ni siquiera sabía demasiado de ópera, pero me estaba adentrando en ese género, de la mano Montserrat.
 
Por supuesto tampoco tenía ni idea de quién era Carlo Bergonzi. Mis conocimientos acerca de cantantes de ópera se limitaban a Plácido Domingo, José Carreras, Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza, Alfredo Kraus, Maria Callas, Renata Tebaldi, Joan Sutherland, Birgit Nilsson  y Luciano Pavarotti.  No sabía de nadie más, y a estos los conocía o por los medios de comunicación o porque en mi afán por saberlo todo de Montserrat Caballé leía artículos en los que aparecían. También por conciertos o representaciones a los que me llevaron a rastras en mi infancia y adolescencia. No sabía de muchos más. Pocos años después mis horizontes eran más amplios. La pasión sustituyó a la curiosidad, la ópera se convirtió en la música que más me interesaba, y aprendí, estudié, comprendí y asimilé. El horizonte de cantantes que me interesaban y gustaban creció, también mi capacidad crítica. Mi gusto se asentó y se fijó. Empecé a disfrutar de la ópera desde el conocimiento. El arte se puede disfrutar de cualquier manera, siendo un auténtico analfabeto y no conociendo ni sabiendo nada sobre lo que se observa, lee o escucha; pero también desde el conocimiento que da el estudio y el análisis. Antes hubiera dicho que son dos formas "igualmente válidas y placenteras". Hoy no lo tengo tan claro, con los años me radicalizo. Creo que saber de arte permite disfrutar más. Lo que se hace más difícil es satisfacer tu criterio, que se torna más exigente o, dicho de otro modo, se eleva. 
Vuelvo a Carlo Bergonzi. Lo escuché sin saber nada de él, ni de canto, y me impresionó. Yo elegí esa grabación de "La Traviata" por Montserrat Caballé, evidentemente, el tenor me resultaba accesorio. Sin embargo sentí algunas cosas que eran nuevas para mí: una voz hermosa, dulce, que paladeaba cada palabra y, sobre todo, que empastaba perfectamente con la soprano. Empecé a investigar quién era ese cantante, busqué fotos, su historia... No era tan fácil, a mis 17 o 18 años no existía  internet. Así que buscar información sobre un tenor significaba irte a una biblioteca y bucear en enciclopedias musicales, revistas... En fin que fue un proceso lento, que sin embargo hoy anhelo.
Descubrí, por ejemplo, que se le consideraba el mejor cantante verdiano del siglo XX. También que había una dicho que afirmaba que no se podía apreciar la ópera hasta que se escuchaba a Bergonzi cantando en italiano y a Kraus en francés.  Leí una entrevista con el gran tenor Richard Tucker en la que acusaba a Bergonzi de tacaño, pesetero y aburrido, con una frase que casi recuerdo literalmente "Bergonzi sale, canta, y regresa corriendo a su casa con la maleta llena de dinero". Conocí que también se semejaba a Kraus por su seriedad y su especial dedicación a la técnica del canto; algo que, créeme, no era muy habitual en otros tenores de su época o inmediatamente anteriores (del Mónaco, Corelli, Di Stefano... tenían tanta idea de música como de física cuántica, aunque, ojo, eran grandes cantantes). Supongo que cuando tu voz no es especialmente grande, ni ancha, ni poderosa, tienes que aprender a usarla si quieres convertirte en estrella. Bergonzi, como Kraus, era un gran cantante sin una gran voz. Aquí entra mi propio criterio personal: siempre he preferido las voces académicas, estudiadas, de técnica solvente. Me da igual si el cantante tiene tal océano vocal que es capaz de despeinar a un espectador que se siente en lo alto del quinto piso del teatro. Si no veo técnica, ni siento musicalidad, me deja bastante frío. En definitiva, me gustan los cantantes que son, además, grandes músicos. Disfruto mucho más con ellos que con cualquier otro. Es, hoy en día, toda una declaración de principios. Me importa tres rábanos que Birgit Nilsson no tenga italianidad o carezca de los elementos básicos que debería tener una soprano para cantar Verdi porque, amigo mío, ¿te has detenido a pensar en lo bien que está cantada su "Aida", pese a todo? En la disputa entre Renata Tebaldi y Maria  Callas, para mí siempre ganará Tebaldi. No es cosa de belleza, cuidado: John Vickers poseía una voz que podía denominarse como fea, pero es un gran cantante. ¡Cómo disfruto escuchándolo!
  
El gusto musical, especialmente el operístico, está lleno de tics, de esnobismo y de estereotipos, y tiene también un fuerte componente emocional. Cuando un cantante te ha hecho vibrar y lo relacionas con una experiencia superior, tiendes a ponderarlo siempre por delante de otros, y encuentras en sus actuaciones los argumentos necesarios para ello. Lo mismo con los cantantes que detestas por la razón que sea. Ya no suelo meterme en discusiones sobre cantantes, porque lo he comprendido. Tampoco creo a ninguna persona que me afirme estar por encima de la "contaminación emocional". Es mentira. Nadie se deshace de ella jamás.
¿Esto es una entrada sobre Bergonzi o sobre mí? Pues las dos cosas. Ni tengo ganas, ni me parece práctico, llenar este post de datos discográficos y biográficos sobre Carlo Bergonzi. Eso lo puedes encontrar en unas doce mil páginas webs. Prefiero contarte lo que Bergonzi significa para mí. Y ya he dicho una gran parte, porque toda esa declaración de principios sobre lo que me gusta o no de un cantante lo aprendí de Montserrat Caballé, Carlo Bergonzi y Dietrich Ficher Dieskau. Luego se sumaron otros, como John Vickers, Nicolai Ghiaurov, Kathleen Ferrier o Elisabeth Schwarkopf. Pero esos tres cantantes fueron los primeros. Los tres con el mismo denominador común: grandes músicos. Por ende, grandes cantantes. 
Para mí Carlo Bergonzi es canto. Belleza en la voz, sin que sea su principal característica (Carreras, por ejemplo, posee, para mí, la voz más hermosa de tenor que conozco). Dominio del canto, de sus matices, de la técnica. Una proyección que atraviesa el auditorio. Un preciosista fraseo en el que cada palabra recibe una clara singularización relacionada con la música que la sustenta y está perfectamente silabeada. La pronunciación académica de un italiano solemne. Impecable conocimiento del estilo y sus exigencias. El valor musical de la partitura, que es lo que da sentido al significado de las palabras, al personaje que se interpreta. Hay cantantes que lo hacen de otra forma: primero el drama, y de él nace el canto. Yo prefiero a los que hacen el viaje al revés, porque nos recuerdan que la ópera no es una obra de teatro en la que casualmente se canta. La palabra está sujeta a la música. La música pone en relieve todas las características del significado de las palabras que el drama necesita. También del carácter del personaje que se interpreta. Decía una gran actriz shakespeariana, creo que Vanessa Redgrave, que no era capaz de entender como Montserrat Caballé podía cantar en un concierto la gran escena de Desdémona en "Otello" de Verdi dotándola de toda su fuerza dramática e intensidad sin necesidad de interpretar la ópera desde el principio, porque ella sería incapaz de hacerlo en un teatro.  No es que Montserrat sea mejor actriz shakespeariana, por supuesto, sino que tiene un apoyo fundamental: la música, que da sentido a todo lo que expresa. Aparte de, como no, la maestría, la genialidad y el oficio
Carlo Bergonzi representa todo eso. No lo escuchas y dices "qué gran voz" sino "qué gran cantante". Completo, casi soberbio en su canto, merece el apodo que le dio el público: "El Catedrático". Porque era eso, un maestro del canto, alguien capaz de plantarse en escena, bajito, barrigón, con un pelo imposible, vestido con una armadura que le sobraba por todos lados, y en el mismo momento en que cantaba "Se quel guerrier io fossi..." hasta el final de la ópera se convertía para el espectador, sin género de dudas, en el más joven, guapo y musculoso capitán de los ejércitos del Faraón; como Montserrat Caballé fue, en escena, una de las más creíbles "Salomé" de la historia de la música, pese a sus más de cien kilos y a su incapacidad para bailar la danza de los siete velos. Recuerdo una gala, creo que en honor del muy bruto director James Levine en el Metropolitan Opera House de Nueva York, en el que  Carlo Bergonzi, con muchos años, y más que retirado, se atrevió con una serie de páginas de "Luisa Miller", incluida el aria principal para tenor; e hizo palidecer a los demás participantes, todos ellos jóvenes y maduros cantantes en activo. 
He disfrutado siempre muchísimo con Carlo Bergonzi. Sus grabaciones de "Don Carlo" y de "Rigoletto", acompañado de Dietrich Fischer Dieskau, me resultan memorables, increíbles e inalcanzables; como sus dúos con Montserrat en "La Traviata", "Aida", la pésima "I masnadieri" y "Tosca". Ahora que hemos conocido la noticia de su muerte, y para recordarlo como se merece, pienso escuchar el cofre de Phillips que recopila todas las arias de Verdi que grabó. Si tuviera que elegir un único tenor que salvar para la posteridad, en un improbable escenario de pérdida total de la memoria humana; sería él, sin pensarlo dos veces. Ya no está entre nosotros, pero por suerte siempre contaremos con su presencia sonora. 

No hay comentarios: