sábado, 31 de enero de 2009
Ser amigos, tener amigos
miércoles, 28 de enero de 2009
Ben Heppner en el Real: Maravilloso tenor.
Valerie Gergiev en el Teatro Real
Fue irregular por los solistas, que también lo eran del Teatro Mariinsky, y que no estuvieron del todo a la altura de las circunstancias. El tenor Aleksandr Timchenko, que interpretó a Edipo, merecía que le arrancaran los ojos, como a su personaje, y de rebote dos o tres cuerdas vocales. Yocasta, Olga Savova, no iba mucho mejor. Cantando en latín son infumables, todos, con unas “eses” y una pronunciación en general muy poco trabajada. No acabo de entender por qué la narración se optó por hacerla en el ruso original, dado que ni es en poesía ni tiene mayor importancia salvo la dramática, y desde luego, escucharla en ruso y con una entonación monocorde no ayuda a aumentar la tensión del público. Claro, en el Teatro Mariinsky, cuyo escenario vemos en esta foto, se notará menos, pero en Madrid se nota mucho...
lunes, 12 de enero de 2009
Esto no va a volver a repetirse, así que disfrutemos y escuchemos...
Estas señoras sabían cantar como nadie, no puede negarse. Tampoco las que vienen ahora, las olímpicas, las reinas, las que han sido, por mucho, consideradas grandes entre las grandes, primme donne assolutte... Empieza Maria Callas, quizás la soprano más importante (que no por ello la mejor) del siglo XX. Tuvo suerte, y una vida desgraciada, terrible... Sigue la maravillosa Joan Sutherland, con esa voz tan característica, que nos enamoró a todos, que se pasó cincuenta años cantando en italiano y no aprendió una palabra de ese idioma, a la que cuesta a veces entender, pero que respira música por todos sus poros... Luego, Leyla Gencer, una soprano excepcional con mala suerte... ¿por qué lo digo? Porque por carecer de la presencia mediática de otras, y aunque hoy los aficionados la veneran como la veneraron en los 60, las casas discográficas la aparcaron inexplicablemente. Una de las más grandes cantantes de la historia, pero primero la arrasó el vendaval Callas, luego, cuando se recuperaba, apareció la curiosidad Sutherland... y para cuando por fin podía hacerse un lugar como absoluta dominadora en los roles de Donizetti y Bellini, surge aplastante Montserrat Caballé... Leyla Gencer quedó arrinconada para los medios de comunicación, y fue una enorme injusticia. Termina este vídeo la que es posiblemente la soprano más arriesgada, técnicamente más brillante y musicalmente más versatil del siglo XX, Montserrat Caballé, atención a su vídeo... Son La Divina, La Stupenda, La Sultana y La Superba... todas englobadas como "Grandes del Belcanto", aunque el vídeo de Gencer sea Aida, que nada tiene que ver con el belcanto pero... Algo así, cuatro (¿3?) mujeres de este calibre no volverán a aparecer jamás en la historia de la ópera.
En el vídeo 3, con el rótulo de "Escuela Italiana" tenemos a dos grandes entre las grandes, Renata Scotto, a quien no ayudaba su fibrilante agudo (atención a este dúo con Bergonzi), y Mirella Freni, quizás la Mimí ideal, siempre maravillosa en todo. Crecieron a la sombra de Caballé, y sin embargo supieron hacerse un sitio... Luego, como "Escuela Alemana", comienza Elisabeth Schwarkopf... ella y Victoria de los Ángeles, lo diré siempre, son perfectas, no ha habido cantantes más impecables en la historia de la lírica. Absolutamente entregadas, no eran sopranos de grandes algaradas, agudos o demostraciones de fuerza, simplemente cantaban con sensibilidad y una fuerte carga intelectual lo que estaba ante sus manos... Termina el video Birgitt Nilsson... desgraciadamente con un corte de Turandot cuando su verdadera creación es Isolda pero... ¿Alguien ha escuchado alguna vez una voz más poderosa y electrizante?
Comienza el vídeo 4 con dos sopranos de la "Escuela norteamericana" que, desde sus diferentes perspectivas, constituyen un capítulo propio en la historia del canto. La primera, Beberly Sills, para quien, junto a Roberta Peters, también olvidada en estos vídeos, se impuso el adjetivo de "divette"... Luego, la verdiana por excelencia, Leontyne Price, en vivo y en directo, ahí queda eso... Siguen dos cantantes que el autor considera híbridas, es decir a caballo entre soprano y mezzo... Grace Bumbry, qué feita ella pero qué pedazo de cantante, y que demuestra que está a caballo entre las dos cuerdas aunque ese final del aria le queda algo feo; luego viene y Shirley Verret, posiblemente la única y verdadera actriz cantante que ha existido... Lo siento por María Callas... pero es verdad.
En el vídeo 5, terminan las híbridas con la irrepetible, irreductible, intransigente y espectacular Jessie Norman, la gran soprano americana, que tuvo un nivel de autoexigencia elevadísimo y siempre al primer nivel. Entonces empieza un grupo que yo no acabo de comprender, en cuanto a su clasificación, pues Stecca lo denomina "El comienzo de las voces suaves" o "blandas", como queramos traducir "morbida". Bueno, quizás se refiere a una grupo de soprano con un volumen no especialmente amplio, que se regodean más en otras líneas de canto. Claro que comienza el grupo con una soprano que a mí nunca me ha gustado, y que si pudiera decirlo diría que era una auténtica pedorra (ah! la maravilla de escribir para ti), y era Katia Ricciarelli, que creo que está aquí sólo por razones de chovinismo italiano (como otra más adelante). Le sigue, eso sí es una soprano, Margaret Price, que vaya que era feucha y gordota, pero qué línea de canto más maravillosa. Termina el grupo Kiri Te Kanawa, quizás la última gran diva de la ópera... Entonces comienza un grupo que Stecca denonima "La Estirpe de la coloratura", con la inagotable (y agotadora) Edita Gruberova... En fin, que a partir de este vídeo, la cosa decae... La gran generación de cantantes, quizás, acabó justo aquí.
EL vídeo 6 continúa con la estirpe de las coloraturas, y es de nuevo irregular. Empieza Lella Cuberli... un pelo amplificada en este corte, buena soprano, mal editada en disco, pero que no me llena. Luego un clamoroso, para mí, error de Stecca, que es Luciana Serra. Nunca soporté a esta soprano, y la tengo por ahí en un vídeo, con Alfredo Kraus, que si cuando terminan el dúo don Alfredo saca una pistola y la mata el teatro se habría venido abajo y no habría habido nadie que pusiera objeciones. Magnífica, años después, Reina de la Noche, sus agudos, demasiado punzantes, me resultan malos para el estómago... Luego, un salto generacional, aparece la gran Mariella Devia... Claro, cuando Stecca se mete en estas cosas, uno dice "pues vale, si está la Devia nos faltan..." pero nos metemos en un lío. Devia es la gran belcantista de la actualidad. Un dato, nadie cantó, desde que Montserrat Caballé lo hiciera allí por última vez, la Casta Diva de Norma en La Scala de Milán, hasta que Mariella Devia se atrevió... y había pasado más de una década, o dos... Continúa el grupo una de las escasas grandes sopranos de la actualidad, próxima a meterse un batacazo llamado La Traviata... Natalie Dessey, en una escena que le va como anillo al dedo. ¡Qué fabulosa cantante! Montserrat Caballé la adora. No sigas con La Traviata, Natalie, ¡por dios! que no te hace falta.
El vídeo 7 presenta el más raro de los grupos, pues da saltos en el tiempo. Creo que Stecca debió dejarlo en los finales de los 80. En fin, siguen las coloraturas. June Anderson, que se convirtió en estrella también sustituyendo en el último minuto a Montserrat Caballé en Nueva York, cuando esta tuvo los primeros síntomas de un cáncer cerebral. Era espléndida, pero no llegó a dos décadas de carrera al primer nivel. Continúa una soprano de carrera escasa e ingrata, pese a su bella voz, Cecilia Gasdia, que saltó al primer plano internacional, sobre todo, al ser la sustituta de Montserrat Caballé en la Scala de Milán cuando ésta tuvo que cancelar unas aciagas Anna Bolenna de Donizetti. Entra entonces Stecca en un procesolo grupo al que denomina "Dramáticas". Creo que por el afán de clasificar, la cosa ha quedado un poco rara. Son Elena Soliotis, Ghena Dimitrova y Eva Marton... Aguerridas mujeres de carreras basadas en papeles duros y poderosos.
Y para terminar, el vídeo 8. Como "La generación del lirismo" o de las líricas, como se quiera, identifica Stecca a Cheryll Studer y Rene Fleming. Ambas sopranos tienen un referente común, que es Montserrat Caballé, para la bueno y para lo malo. La primera, no era mala cantante, pero decidió que podía cantar lo mismo que Montserrat había cantado. Claro que Montserrat empezó con Mimì y acabó con Isolda, en un tramo de 40 años... Cheryll Studer decidió hacerlo en 7 años... Solución, se destrozó la voz... Luego, Rene Fleming, la mejor, posiblemente, soprano de la actualidad. Quién ponga en duda mi afirmación de su deuda con Caballé, de que es una soprano que ha seguido la línea marcada por la catalana, que se escuche esta grabación de la Louise de Charpentier, y luego la compare con las magníficas grabaciones de Montserrat... Ahí están las dos... Fleming nunca ha negado su deuda con Caballé, ni con Victoria de los Ángeles. Y termina el vídeo, y la serie, con 3 sopranos a quien Stecca denomina "Naturalistas", Raina Kabaibanska, siempre un poco salida de madre para mi gusto pero maravillosa en escena; y sendos brindis al sol: Daniela Dessi y Fiorenza Cedolins. Dos introducciones, para mí, debidas al chovinismo italiano. La Dessi, vale, de nivel pero irregular. Ahora bien, Fiorenza Cedolins... Para mí es un tormento. Renata Tebaldi dijo un día que para cierto repertorio (La Gioconda, por ejemplo) con gritar un poco y poner cara melodramática lo tenías solucionado. Cedolins se lo cree, pero lo aplica a todo lo que canta. Es insufrible, grita como una posesa, y desafina como tres... son dos cualidades que, para mí, la alejan totalmente de esta amplia selección. No debía estar aquí. Porque además, si llegamos a esta frontera de la actualidad, Stecca olvida a algunas (y no me refiero ni a Gheorgiu ni a Netrebko), como por ejemplo la llamada a convertirse en la gran soprano de su generación, del primer tercio de este siglo, Cristina Gallardo Domas.
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Así que para solucionar esa injusticia, aquí va mi querida y admirada Cristina Gallardo Domas, a quien me une un genuino afecto como espectador. Atención a esta Butterfly. por cierto, dirigía (¿?) Plácido Domingo...
Espero que lo hayais disfrutado mucho!
miércoles, 7 de enero de 2009
Recomendando lecturas: Retorno a Brideshead, la alegre decadencia del engaño.
Me pide un buen amigo que haga una crónica con mi opinión acerca de la novela Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, escritor británico que vive entre 1903 y 1966. Un pillo, Waugh, me la dio con queso, luego describiré por qué. Creo que a veces mis amigos ven en mí más aptitudes intelectuales que yo mismo, y estoy casi convencido de que ven más de las que hay, sólo así se entiende la amabilidad y persistencia de Quino en que haga esta reseña.
Bueno, soy de los pocos, poquísimos, que no vio nunca la serie de televisión basada –ahora sé que filológicamente– en esta novela. Tampoco leí el libro en su día, aunque me seducía la idea. Debí leerlo hace años, me hubiera gustado más, estoy casi seguro. Por supuesto que lo que escribo en este blog nunca es pontifical, bien al contrario sólo es mi opinión.
Una vez leí una definición de la voz de Montserrat Caballé que me gustó mucho: es una perla exquisita y perfecta deslizándose por un suave paño de fino terciopelo. Vale, esta novela es exactamente eso… con un pero… La perla está ajada y vieja, ha recibido golpes y se ha mellado, no llega a ser un aljofar, pero ya no es una esfera perfecta. El paño de terciopelo se ha apolillado, tiene claros y agujeros, no es de muy buena calidad, e incluso se ha resecado y podrido por parte. En esas condiciones, el discurrir de la perla es de todo menos placentero y continuo, más bien tortuoso e irregular, con interrupciones que hay que superar con brucos empujones…
Toda esta cursi boutade me sirve para decir que Retorno a Brideshead es una excelentísima historia, una historia magnífica, brillante, excepcional, en manos de un escritor de oficio. Waugh no es un escritor mediocre, pero tampoco es excepcional. Su carrera, como de tapetito –expresión que usaba Fernando Rey para hablar de la suya– lo parece demostrar. Famoso en su generación, hoy muchas de sus obras han caído en el olvido, incluso no se encuentran editadas, y sobrevive esta principalmente. Pero la potencia de la historia es tal que se sobrepone incluso a su propio escritor, y brilla por encima de éste. Uno se pregunta que habría sido de esta historia en manos de un maestro de la escritura. Logra superar al autor, ponerse por encima, y al final Waugh casi es el impedimento que te impide ver todos los matices o ir todo lo rápido que querrías.
Algunos ejemplos de cosas que echo en falta: los protagonistas pasan un verano en Venecia, el primero para Charles Ryder, y es despachado en dos páginas, sin casi alusión a la huella que ese escenario tendría que dejar en el alma del joven pintor. Lo mismo con París, con Tánger… Ryder pasa dos años perdido entre América del Sur y África y no hay ni una alusión a las impresiones que pueden generarse en cualquier espíritu. Más bien, Ryder parece pasar por todo ello con cierta limpieza, impoluto, a dos palmos del suelo… tremendamente británico. Waugh sólo tiene interés en dos elementos, y los explota machaconamente, haciendo que todo lo demás pase alrededor de los personajes como un vano escenario. En la serie de televisión, que estoy viendo en estos días y de la que ya hablaré –cuando cojo un tema lo agoto– esta lejanía hacia lo que no sea el objeto mismo de la historia se supera, y al fin vemos a un Ryder extasiado en San Marcos.
El exceso de sofisticación es algo que también me carga, pero Waugh lo explica perfectamente en su prólogo, y hay que aceptárselo en tanto es un mito, un paraíso perdido más con un estilo arcadiano o edad de oro perdida que a lo miltoniano. Asume Waugh que es cargante, pero también que es exactamente así como lo quiere, y como lo asume el lector. Al final, parece un relato que le da la vuelta a Voltaire, como si fuera un calcetín, lo cual dice mucho del autor al que sin embargo no acabó de cuajarle la idea.
La homosexualidad ¿latente? de los personajes principales es una de las razones del éxito actual de la novela y de que no haya sección gay de librería en el mundo, o librería gay en sí misma, que no la tenga en sus anaqueles. A mí me parece un poco excusa. Un guiño de Waugh, que intenta hacernos creer que Charles o Sebastian son íntimos amigos a la manera inglesa, arcadianos jóvenes en los que el profundo amor es simplemente espiritual, y que no hay nada físico entre ellos. Pareciera que sí, que se quiere dar a Sebastian esta categoría homosexual, sobre todo en su relación con el bruto alemán Kurtz, pero el propio Waugh hace que Ryder diserte sobre eso, y llegue a la conclusión de que no hay nada de vicioso (sic) en ese comportamiento. Bueno, allí estuvo al quite Foster con Maurice para poner las cosas en su sitio: el coqueteo con la homosexualidad de los jóvenes cachorros británicos victorianos y post victorianos es un hecho, y por mucho que Waugh quiera enmascararlo de otra cosa, hoy, que nos gusta mucho más hacer outing y llamar a las cosas como hay que llamarlas, no cuela. A lo mejor es porque son tristes los tiempos que corren y no podemos admitir ese tipo de intensa relación sin pensar en la sexualidad, a lo mejor porque realmente todo es un eufemismo, y Charles y Sebastian serían tremendamente felices si se fueran a la cama.
Pero Waugh, viejo bribón, esconde el secreto hasta las últimas 30 páginas. Y por mucho que leí su biografía, donde estaba la clave, yo, que ando muy espeso, de ahí mi perplejidad porque Quino insista tanto en que comente esta novela, no caí hasta que lo tuve delante de mis narices. El hecho religioso esta onerosamente presente en toda la novela. Con esa flema británica protestante tan marcada, pues la actitud de Ryder, siempre crítica con el catolicismo, parecía ser la única razón de que ese tema estuviera ahí. Eso y que realmente nos creíamos que los vicios y problemas de la familia Flyte (los Brideshead, los Marchmain… ¡qué lío los apellidos ingleses y los títulos nobiliarios!) son indefectiblemente debidos a su catolicismo. Es en los últimos dos capítulos cuando descubrimos que realmente la religión es el tema del libro. El hecho religioso, las relaciones religiosas, y sobre todo la grandeza del catolicismo (algo menos intenso que Chauteaubriand, pero ahí está). El catolicismo será indulgente con los últimos años de Sebastian, al cuidado de unos frailes en Marruecos… El catolicismo es lo que romperá la unión entre Julia y Charles. El catolicismo da la paz a Lord Marchmain, que en un último acto de fe acepta la extremaunción. Charles se arrodilla finalmente para pedir que esa misma extremaunción, en la que no cree, no se convierta en un espectáculo vano e hipócrita. Es la vela encendida que informa de la presencia del santísimo en el sagrario, y lo glorifica, de la capilla de Brideshead lo que conforta, finalmente, a Charles, y lo que, en su vida acabada, parece darle una razón de vivir. Sí, en el último párrafo, Charles Ryder nos informa de que su pasado anticristiano, anticatólico, es ahora sólo un recuerdo, y que sólo en la fe ha encontrado una razón para existir, en su retorno a Brideshead… Al releer la biografía de Waugh, una vez más, me doy cuenta de que la clave estaba delante de mis narices y no había caído, porque había pasado por el dato casi tan de puntillas como quien redactó la breve semblanza: Evelyn Waugh se convirtió al catolicismo en 1930, y dedicó enormes esfuerzos en escribir la biografía del mártir jesuita Edmund Champion. Al final, todas las puyas, los ataques y las despectivas líneas dedicadas al catolicismo no eran más que el lustre con el que éste brillaría al final de la novela. La frase del primo Jasper "Cuidado con los anglocatólicos, son todos sodomitas con desagradable acento" se torna al final una divertida paradoja, que unifica los dos temas, el real y el sutil, de la novela: religión versus homosexualidad. No podía ser de otra manera. La pureza en los sentimientos de Sebastian hacia Charles, o de Charles hacia Sebastian, se convierte, entonces, en reivindicación fervorosa. A nosotros nos corresponde decidir con qué nos quedamos. Además, las ediciones españolas han obviado el subtitulo con que la novela se presentó en su primera edición inglesa: A sacred & profane Memories of Captain Charles Ryder.
Un apunte más, sobre la traducción de Caroline Phipps… No es mala, pero tampoco buena. Peca de erudita, con notas a pie de página que no sólo no ayudan sino que significan menosprecio del lector y su capacidad intelectual, y a veces cae en errores. Lo echaron a Mercurio no es lo mismo que Lo echaron de Mercurio. La edición, de Argos Vergara, es antigua, supongo que no existirá ya en las librerías, pero a veces tiene demasiados errores de impresión, eso que se llamaba duendes de las linotipias. Yo probaría con una buena edición actual y a ser posible, si existe, otra traducción. Ahora Quino que se moje.lunes, 5 de enero de 2009
Recomendando libros: Los hombres del Triángulo Rosa. Memoria de la barbarie
Durante la barbarie que la Alemania Nacionalsocialista generó en Europa en los años 30 y 40, los homosexuales fueron, junto con los judíos y los gitanos, los que más sufrieron la descerebrada acción del terror. Sé que me van a entender, si leen esto como quiero expresarlo exactamente, si además añado que quizás los homosexuales fueron aún peor parados. ¿Por qué? Entre los propios detenidos en los campos, los homosexuales eran los parias, y todos, absolutamente todos, se sentían con derecho a maltratarlos y humillarlos. Encima, terminada la guerra, los pocos que habían sobrevivido no tuvieron derecho a reparación alguna, y ha sido exclusivamente desde la década de los 80 que se ha empezado, poco a poco, a recuperar su memoria, homenajearlos, y entregarles las pensiones que les correspondían. ¿Por qué? Porque eran homosexuales, un delito en Alemania y en la mayor parte de Europa cuando acabó la guerra. De alguna forma, se estaba diciendo que lo que se había hecho con los demás era horrible, pero que los homosexuales eran delincuentes comunes. Vale, de acuerdo, se había sido un poco duro con ellos, pero no se podía darles reparación alguna dado que su delito era real. ¿A que es repugnante? Por razones más o menos obvias, el tema me afecta y me interesa. Siempre he sentido un especial interés por el Holocausto, casi desde que siendo un niño mi madre me permitió ver la serie de televisión con ese nombre protagonizada, entre otros, por Vanesa Redgrave y Marisa Berenson. En cuanto a testimonios escritos que existen, este es de los pocos, junto con el libro de Pierre Seele titulado Yo, Pierre, Deportado Homosexual.
El libro tiene algunas ventajas y muchas desventajas. La ventaja: es descarnado, y nos muestra el horror nazi en toda su extensión, acercándonos además a cómo es la vida cotidiana en un campo de concentración y cómo se organiza, lo cual lo convierte en un documento histórico excepcional. La desventaja, está narrado con demasiada frialdad, con demasiado desapasionamiento, con demasiada lejanía, y cuando trata de ser reivindicativo casi molesta, las reflexiones acerca de la inmoralidad del hecho resultan infantiles y fatuas. Cuando el protagonista reflexiona acerca de su situación, parece como si quisieran cargar las tintas sobre lo que no tiene ya tinta que cargar. Frases del tipo ¿Cómo me podían hacer eso por simplemente amar a una persona de mi mismo sexo? resulta tan vacía y lejana ante lo que se está contando, que a menudo sobran. El hecho del Holocausto, en sí, es tan terrible, el salvaje bestiario que representaron los alemanes que se dejaron seducir por el horror es tan despreciable, que nada de lo que se diga puede acentuar la onerosa sensación de asco que todo el proceso de los campos de concentración significa. Acrecienta el horror la sensación de desprecio que supone no haber reparado a estas víctimas durante más de cuarenta años.
La mayor parte de los homosexuales que fueron recluidos en campos de concentración y sobrevivieron han fallecido sin ver reconocida en vida su calidad de víctimas. Hoy por fin se les reconoce. Hace poco se inauguró un monumento en su recuerdo en Berlín, donde ahora mismo sólo había una pequeña lápida en forma de triángulo rosa.
Holanda acogía desde los 90 el que hasta ahora era el único existente.
Sin embargo, lo recomiendo. En España está editado por Amaranto y viene avalado por el Ministerio de Cultura Austriaco. Termino con la foto de Erwin Schimitzek, preso gay en Auschwitz, muerto a los 23 años, para que le pongamos cara al horror. Hoy tendría aproximadamente 88 años. Se entiende que el triángulo rosa sea, ahora, el símbolo, en positivo, de la lucha del colectivo gay.
domingo, 4 de enero de 2009
Estampas berlinesas... El Museo del Pueblo Judío.
Lo primero que sorprenderá del edificio es su planta, en forma de rayo, y su macizo alzado cubierto de zinc del que de vez en cuando surgen ventanas de diversas formas y tamaños que vienen a reflejar, en su irregularidad y asimetría, las heridas y bandazos que el pueblo judío ha vivido a lo largo de su historia. De esa combinación no surge un espacio interior, sino muchos, con diferentes luces, sonidos, formas… Un viaje que trata de ser tan iniciático, tan envolvente, como la colección que alberga. Otra de las cosas que sorprenderá es que el edificio no tiene acceso, es una caja hermética, secreta, una suerte de cáliz oculto, un nuevo símbolo… ¿De una cultura tan cercana y tan poco conocida? ¿De una sorpresa? ¿De una historia de dolor?
Es un edificio, ya he dicho, obsesivo y compulsivo, y con una tremenda carga semántica… ¿Qué edificio no es así en Berlín? Realmente la potencia de la nueva ciudad es, a veces, agobiante. Es un escenario telúrico en el que se representa un drama, uno con miles de matices, desde el más amable al más sanguinario. Es curioso, pensé que las salas dedicadas al Holocausto serían espectaculares y casi sangrantes, pero no, el edificio, en sí mismo, es un enorme vistazo al oneroso recuerdo, las salas dedicadas al mismo son mucho más discretas (agradablemente). La Topografía del Horror, en el mismo Berlín, es más impactante.
… Se echa de menos la existencia de una exposición dedicada a la reconciliación con los palestinos… El museo, en sí mismo, no me interesa demasiado, porque nunca me han gustado los museos etnográficos ni antropológicos, y este al fin y al cabo lo es. Pero es muy interesante su arquitectura, así como su jardín inclinado, creo que el Jardín de los Ausentes, un lugar donde no hay nada en vertical ni en horizontal, y por tanto –lo comprobé por mi mismo– es muy fácil caerse.
El patio del Holocausto es una gran sala fría y negra, con una ligera abertura en la parte superior, que se estrecha (la planta es triangular) hasta hacerse de una angostura impracticable. No pude sentirme demasiado impresionado, porque ese sitio necesita de soledad y silencio, y un grupo de turistas jovenzuelos, creo que americanos, nos lo impidieron, preguntándonos cosas como si en España había mujeres bonitas.
Pero sí me impactó, y casi es la razón de esta entrada, el Patio de los Desaparecidos (o de los Olvidados). Se trata de un patio cubierto de caras de acero con rictus de dolor. Para poder visitarlo, tienes que pisar esas cara, lo que ya de por sí es desagradable.
Pero además es que las mismas, al chocar, chirrían escandalosamente, y dada la naturaleza del espacio en que se encuentran, ese sonido halla rápidamente un fuerte eco. Al final, pareciera que esas caras te gritan de dolor y espanto mientras caminas sobre ellas.
Es una experiencia desazonadora, y uno de mis diálogos con un espacio artístico contemporáneo más intenso. Te dejo un vídeo que he publicado en youtube, pálido reflejo de lo que te quiero expresar.
Si pasas por Berlín, debes visitar este edificio…
