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viernes, 25 de diciembre de 2009

Cecilia Bartoli en el Teatro Real: Una lección de canto.

Hubo una generación de olímpicos en la ópera, que se inició hace muchas décadas y se cerró, unos dicen que en los 80, y otros son aún más pesimistas. Hoy, en el mundo del canto, hay grandes y maravillosos cantantes, pero ese círculo de gloriosos parecía acabado. Pero han aparecido nombres, cantantes, que tienen por derecho propio un lugar en ese Olimpo, por ser grandes cantantes, grandes músicos, y regalarnos tardes como la que hace unas pocas semanas pude vivir en Madrid. Juan Diego Flórez, Ian Bostridge, y Cecilia Bartoli, por sólo citar algunos. Les une la inteligencia al cantar, el hacer una carrera coherente y bien dirigida, y el placer por el canto bien hecho.Cecilia Bartoli es una grandísima cantante, y un músico excepcional. Hacía tiempo que yo no disfrutaba tanto en un teatro, y el muy frío público del Real jamás había reaccionado de una manera tan efervescente desde que yo lo visito asiduamente. Un repertorio ideal, una puesta en escena de locura, esta mezzo chiflada, porque está como una cabra, vino a divertirse y a divertirnos. Il giardino armonico, la orquesta que la acompañaba, era perfecta para la ocasión, pequeña, sin un exceso de volumen, tocando con gran virtuosismo, supo acompañar a Bartoli en su empeño de deleitarnos. El bailarín... perdón, director Giovanni Antonini estuvo a la altura de las circunstancias.Muchos dicen que a Cecilia Bartoli no se le oye. Tontos hay en todos lados. El problema es que un día se dice algo que puede no ser correcto, o ser causado por una circunstancia determinada, y eso rápidamente toma carta de naturaleza y a todos, sobre todo a los más bobos, les encanta repetirlo. Yo estaba sentado en el quinto piso del Real, tras de mí sólo había un pequeño puñado de filas, y a la mezzo se la escuchaba perfectamente (a esa altura incluso Birgit Nilsson podría tener problemas de volumen).La primera cualidad que se suele decir de Bartoli es su agilidad vertiginosa. La tiene, es capaz de dejar a Joan Sutherland en paños menores. Una coloratura limpia y rápida, tremebunda incluso. Muchas de las arias escogidas dieron buena cuenta de su capacidad. ¿Por qué? Porque se trataba de un recital dedicado a la escuela de los Castrati, que existían maryoritariamente por y para eso. Muchas de las piezas que escuchamos eran auténticos fuegos artificiales, a veces de gusto dudoso, pero que cobraban vida en la voz de Bartoli con excelencia. Trinos, escalas rápidas, adornos... Una coloratura excepcional que nos hacía vibrar en el asiento.Pero no todo era algo así. Dado que podía habernos dado un síncope a todos si el concierto no hubiera sido sino una solución sin fin de coloraturas, Bartoli supo incluir en el repertorio cantado piezas que le permitían hacernos llegar otras grandes cualidades de su voz: lamentos canoros tristes, de tempo infinitamente lento, con grandes estructuras de notas que parecían perderse en el tiempo, nos dejaron una verdadera huella emocional: no sólo es la cantante del artificio, Cecilia Bartoli sabe cantar y sabe expresar hasta el último matiz emocional incluso con estrofas tan sencillas e insulsas como Soy ese buen pastor que ama tanto a su rebaño que él mismo se ofrece para su salvación. Conozco a cada uno de mis queridos corderos y ellos reconocen a su cariñoso pastor; de la ópera de Antonio Caldara La morte d'Abel. Algo tan tonto, tan anodino, se convirtió en uno de los grandes momentos de la noche, pues Bartoli supo emitir con claridad el cómo y el por qué, desafiando a la naturaleza con un fiato inconmensurable y un fraseo inmaculado. En el recital un único momento con problemas de afinación, cuando se iba muy hacia arriba, que parece ser su talón de Aquiles, pero en general el tono también está perfectamente conseguido.Lo tiene todo: agilidad, inteligencia, fiato, fraseo, una emisión sobrenatural... Fue lo que más me sorprendió de la noche: cómo esa mujer, con su voz, pequeña de volumen, era capaz de mantener el mismo de forma constante, de manera que ya fuera en forte, en piano, en media voz, haciendo una coloratura infernal, con la pieza más circunspecta e intimista, el sonido te llegaba exactamente en el mismo grado de decibelios, sin intermitencias ni dudas, una emisión perfecta que permitía escucharla en todo momento y que se proyectaba igual en todo el amplio teatro, donde la voz corría perfectamente. Algo así, en los últimos tiempos, sólo lo he visto con Juan Diago Flórez, y aún él tiene una emisión más focalizada, de manera que cuando gira la cabeza o el cuerpo el hilo de sonido te llega con variaciones. Esto no le sucede a la Bartoli, y además esa noche no había ninguna técnica artificial apoyándola (si la hubiera habido, el sonido habría sido muy distinto). Con el repertorio adecuado, con la orquesta adecuada, Bartoli escala todos los impedimentos del espacio. Alfredo Kraus, doy fe, no tenía una voz más voluminosa, en absoluto. Que el sonido llegue de una forma tan limpia y clara, sin desfallecer, que no hubiera ni un momento en el que la emisión se rompiera, es algo que demuestra el gran talento, la gran calidad técnica de quien nos está cantando.¿Trampea? Sí. ¿A veces entuba? También. Incluso hubo un momento en el que me pareció que engolaba. Pero al final, el placer era tan grande, el cúmulo de sensaciones tan maravilloso, que la respuesta es ¿y qué demonios importa? ¿Acaso Plácido Domingo no trampea? ¿Acaso no entuba? ¿Acaso no baja tonos en todo lo que canta? A Bartoli, yo creo, la critican los tontos porque ni quiere cantar Puccini, ni falta que le hace, ni se lanza a un repertorio manido y aburrido, ni se rinde, ni deja de vender discos, ni dejan de aclamarla. Es una estrella, y nos lo demostró. Con los bises llegó Haendel, y aquí Bartoli quiso decirnos ¡Eh! que con la música de calidad demostrada también puedo, y vaya si pudo.El detalle de la noche, lo que demuestra lo chiflada que está y que ya ha decidido divertirse cada vez que sale a escena, estuvo en la vestimenta. Aparecio vestida de hombre, como hubiera ido un castrato de la época, y poco a poco se fue quitando, en cada salida de escena, una pieza del traje: el sombrero, la capa, la chaqueta, el chaleco... Pero las dos últimas arias eran para mezzo, personajes femeninos, con lo que hubo un cambio radical y apareció con un exhuberante vestido barroco. Y finalmente con un tocado de plumas que dividió en pedazos y lanzó al aire. El público se divirtió y braveo cada una de estas ocurrencias. ¡Ojo! ni siquiera eso era casual, porque parece que esas salidas a escena fuera de lugar, esas locuras con su traje, etc., era el comportamiento habitual de las estrellas del canto del periodo que Bartoli estaba consagrando. Claro que seguro que habrá quien no lo entienda. Cuando me fui del teatro, porque llegaba tarde a una cita, la cantante había tenido que salir a saludar ¡7 veces! y creo que aún hubo algunas más en mi ausencia.Hazme caso, si tienes la oportunidad, vete a escuchar a esta magnífica cantante. A la mierda las plañideras, los enterados (que no entendidos) y el bobo oficial. No se dan cuenta de lo que tienen delante y que además Cecilia Bartoli nos está regalando un repertorio inusual y bellísimo que de otra manera moriría entre el polvo de olvidadas bibliotecas. Un vídeo para no perder la costumbre:

5 comentarios:

Unknown dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con tus comentarios. Siempre he disfrutado muchísimo con los conciertos de Cecilia en el Teatro Real y nunca me ha parecido que el volumen sea especialmente pequeño a pesar de que siempre ando por el cuarto o quinto piso.
Es de agradecer que cantantes como la Bartoli planifiquen tan minuciosamente sus recitales, tengan siempre orquestas de primer orden acompañándoles y que además de todo esto nos diviertan y emocionen.
Espero que también estuvieras en el concierto de la gira de presentación del disco "Opera proibita". Cuando canta arias de Handel, Caldara o Scarlatti es cuando son más evidentes sus muchas virtudes.

Eugenio dijo...

Muchas gracias por tu comentario, José Antonio, tienes que venir más por aquí.

Miguel dijo...

Ni una sola pega se le pudo poner al concierto, siempre y cuando vayas a disfrutar de la música. Cecilia es un monstruo de la naturaleza aunque es evidente que su volumen de voz no es muy grande pero eso y su gran caja torácica le permiten administrar el aire de esa manera inverosímil. En cualquier caso me da lo mismo, canta con tanto gusto y tiene tanta sensibilidad que es imposible no rendirse a sus pies. Para mí también el momento más emocionante fue el aria del oratorio de Caldara, músico que requería una revisión urgente, todo lo que he podido escuchar de él (y no es mucho) me parece electrizante. Cecilia nos podía deleitar con un monográfico.
He echado en falta una entrada a Jenufa, Uge, ha sido un montaje fantástico y la Silja aunque ya no cante casi es un animal escénico que te deja anclado en la butaca

Eugenio dijo...

Gracias Miguel! Sí, tengo que escribir algo de Jenufa, aunque vi el primer reparto, pero la falta de tiempo en estos días de locos y ciertos problemas con Janajeck me lo hacen pensármelo mucho jeje. Posiblemente hoy caerá esa entrada.

Diego dijo...

Completemente de acuerdo contigo, Uge, tuve la suerte de verla en el Palau de Barcelona y me quedé fascinado, pero no solo por lo que tu has comentado sobre su técnica y repertorio, lo que mas me asombró fue su capacidad de comunicación con el público, como se dice vulgarmente, "se los metió en el bosillo" al momento de pisar el escenario...tiene una presencia muy poderosa y sabe utilizarla...con "Parto, ti lascio, o cara" vi màs de una lágrima entre los que me rodeaban.. y nuca olvidaré la exclamación de sorpresa unánime y espontànea cuando apareció en escena con ese magnífico traje hìbrido , ambivalente, mitad de hombre, mitad de mujer, realmente un acierto clamoroso...
Un saludo y enhorabuena por el blog.