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viernes, 5 de enero de 2018

De exposiciones: Giorgio de Chirico en Madrid.


El Caixaforum de Madrid presenta la que es sin duda una de las grandes exposiciones de la temporada en la capital: El mundo de Giorgio de Chirico. Y lo hace muy bien. Un espacio de exposición bien organizado, con guiños arquitectónicos a la obra de Chirico, como son los arcos de las plazas romanas; y una enorme cantidad de obras. Este es el único “pero” que le pongo: me parece que se exceden en el número de piezas, y que un 10% menos no habría menoscabado el mensaje. Pero son cuestiones personales, cada vez me gustan menos las exposiciones monumentales e inalcanzables. Tampoco esta pretende serlo, pero cuando con dos o tres obras ya dejas clara una idea, no entiendo la necesidad de poner doce. 


La exposición se articula en torno a 6 espacios: Retratos y autorretratos, Interiores metafísicos, Plazas de Italia y maniquíes, Historia y Naturaleza, Baños misteriosos y Mundo Clásico y gladiadores. No se puede negar que es completa y que con esos simples 6 títulos resumen la obra de un pintor que falleció con 90 años y que estuvo pintando incansablemente durante al menos 70 de los mismos. 
Retratos y autorretratos es posiblemente uno de los capítulos que mejor describe las habilidades técnicas del pintor. Cambia totalmente su paleta, su manera de entender la pintura, su imaginario personal, y se lanza al género desde el respeto a sus cánones, a su tradición, pero añadiendo un componente personal, que es la obsesión por mostrar la intimidad del personaje a través, las más veces, de un sentido irónico que refleja el gesto, la mirada, o la postura. El Chirico que en sus interiores metafísicos o sus maniquíes resulta frío, descarnado, se vuelve en el retrato íntimo y expresivo, usando una paleta de colores y un conjunto de recursos que sin embargo no están en el resto de su obra. Para eso sirven estas retrospectivas, para entender a un artista en la amplitud de su obra. Porque personalmente conocía poco a Chirico, apenas lo que aprendí de él en la carrera, y desde luego las imágenes que tenía de él eran las propias de su pintura metafísica. 


Y eso es lo que aparece en la sección Interiores metafísicos, que Chirico explotó en dos periodos de su carrera: en los años 10 y 20 del S. XX y en el final de su vida, desde 1969 en adelante. Los interiores metafísicos funcionan todos de la misma forma: una habitación con un punto de fuga muy acusado, en cuyo centro se distribuyen una serie de objetos sin relación aparente, algunos de los cuales no deberían estar allí: utensilios de pintor, como escuadras y cartabones, junto a templos romanos, una playa, un barco… Es una idea propia de la pintura de Chirico que repitió hasta el final de sus días: introducir el exterior en interior, y el interior en el exterior. Una ventana al fondo nos lleva a un paisaje diferente, de ciudad, de campo, que se contrapone al caótico interior y que recuerda el recurso del cuadro dentro del cuadro, a veces intencionado. No podemos olvidar que otras vanguardias se estaban desarrollando por Europa en esos momentos, en un mundo que se agitaba entre dos grandes traumas, que fueron las Guerras Mundiales. Frente a la rapidez y la máquina de los Futuristas aparecen las escenas subyugantes, misteriosas y “detenidas” de Chirico. Frente a las “naturalezas muertas” de la tradición italiana, española, e incluso de Cezanne, las “vidas silenciosas”, contraposición casi ideológica que se desarrolla plenamente en estos interiores. 



Así continua en Plazas de Italia y maniquíes, donde aparecen dos de sus símbolos más reconocibles. Esas perspectivas centralizadas donde arcos de medio punto limpios y esquemáticos nos llevan hacia un punto de fuga donde podemos encontrar una fuente, una torre, que recuerda siempre a la de Pisa, una escultura sin ojos… Todo nimbado por un maravilloso cielo que se degrada en verde hasta convertirse en amarillo en la línea de horizonte… Y en medio de esa nada, con un recurso que recuerda a Dalí, seres humanos diminutos que pasean y proyectan una larga sombra o un tren que cruza la línea de horizonte antes citada y del que mana una nube de vapor. Es la ciudad renacentista de Perugino y Rafael revisitada, deshumanizada, perturbadora, y a decir de Chirico, nietzschiana. Esa misma idea es la de los maniquíes, seres sin rostro, con muñones que recuerdan apliques metálicos como brazos, y que se prestan en los cuadros a ser trovadores, héroes mitológicos, seres vacíos de expresión y en la nada. Apuesta misma por la frontera entre la realidad y la irrealidad, entre la vida y la muerte, personajes sin sentimientos, deshumanizados, de espaldas, y finalmente, grotescos. Pienso, luego existo, dijo el filosofo. La existencia es anterior al pensamiento, respondió otro. Nietzsche desmenuza al ser humano, al yo. Chirico trata de darle una respuesta pictórica. Cuando contraponemos los maniquíes a los retratos, parecen dos pintores, dos discursos, diferentes. 


En los Baños misteriosos surge un hombre desnudo sumergido/incrustado en un parquet. En paisajes abiertos, donde incluso aparece agua “real”, azul y sin forma, los hombres desnudos se sumergen en el parquet siempre contenido en recipientes pequeños y cerrados, más cisternas que piscinas. A su alrededor, objetos típicos de playa: casetas, flotadores, juguetes, entre los cuales se sientan hombres pulcramente vestidos con traje. Una diálogo entre pasado y presente, entre mito y realidad. 


En plena Segunda Guerra Mundial, Chirico redescubre el Clasicismo bajo los prismas renacentista y barroco, con especial mención a Rubens. Colores hasta ahora vedados al autor, una luminosidad diferente, acogen reflexiones pictóricas basadas en mitos, donde una evolución de sus maniquíes se convierte en personaje reconocible, como por ejemplo Edipo, y se mueve en un espacio con referentes arquitectónicos clásicos y paisajes rocosos. A veces, reflejos arquitectónicos de civilizaciones perdidas aparecen en el regazo de los personajes, idea que derivará en los “arqueólogos”, personajes representados con una gran sensación de autoridad que portan en su interior esos pueblos perdidos y que han de rescatar para nosotros. 

Por último, el apartado de la exposición que personalmente más me interesó fue el del Mundo clásico y gladiadores. Según Chirico, los gladiadores eran un enigma. Verlos luchar denodadamente en escenas congeladas dentro de apartamentos burguesas se convierte en una imagen perturbadora. El Mundo clásico redescubierto a partir de escenas con caballos que trotan en playas plagadas de ruinas grecolatinas, evocaciones de Alejandro, de una tradición mediterránea que Chirico quiere recuperar para sus obsesiones. Esos paisajes, esos movimientos, esos hombres y esos caballos, significaron para mí, junto a los retratos, lo más interesante de la muestra.
Junto a los cuadros, diversas esculturas, muchas de las cuales son transposiciones en tres dimensiones de personajes pictóricos. Muy interesantes sobre todo las de bronce plateado, que aumenta la sensación de deshumanización e inexpresividad, y los arqueólogos monumentales, que recuerdan de lejos la escultura etrusca. 

El problema es que salí decepcionado. Recordaba a Chirico de otra forma, en las lecciones que me dieron mis viejos profesores de la universidad. Pensaba en un pintor que no me encontré. Formas repetidas hasta la saciedad, fruto de obsesiones artísticas e intelectuales pero también de la comercialización del arte que muchas veces provoca que si una idea funciona y se vende, se multiplica más allá de lo debido. Entendido el discurso intelectual más o menos rápidamente, la repetición de los mismos motivos agota al espectador más que lo agita. Al final de la exposición tuve la sensación de haber estado conociendo a un pintor repetitivo, constante, lleno de invariantes, que pintó lo mismo, la misma idea, durante 70 años. Tampoco me convenció desde el punto de vista técnico, pues salvo sus retratos su pintura me pareció limitada en recursos. Obviamente es lo que pretendía, porque alguien capaz de desarrollar su expresividad del modo que lo hace en los retratos no tiene por qué resultar tan naif en el resto de sus obras si no es por un acto consciente. En líneas generales, me pareció un discurso intenso y misterioso, pero basado en conceptos que se reiteran sin grandes evoluciones formales, ni intelectuales. Sin duda un gran pintor, pero no el que yo esperaba ni el que más me llena. El resumen final, el viejo y agotado caballo - collage que nos despide en la exposición, obra de 1975. La exposición termina el 18 de febrero y no debes perdértela. 

Caixaforum.
Paseo del Prado 36
28014, Madrid












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