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jueves, 11 de enero de 2018

De exposiciones: Manolo Blahník en Madrid: una oportunidad perdida.



   He subtitulado esta entrada “una oportunidad perdida”, porque es lo que realmente sentí al salir de la exposición “Manolo Blahník. El Arte del Zapato” que, patrocinada por Vogue, se ha dedicado al este famosísimo creador en el Museo Nacional de Artes Decorativas. Si alguien se pregunta por qué, la respuesta es fácil: la muestra es aburrida. Tanto, que una exposición pequeña que hay en la segunda planta del Museo, dedicada a los hitos del diseño finlandés en el S. XX, fue una especie de oasis, muchísimo más interesante, que los millones de zapatos que estaban apilados en vitrinas en las salas dedicadas a Blahnik. Vale, puede que no fueran millones, pero así lo parecía. 



Vogue decidió hacer esta exposición para reivindicarse y reivindicar a un diseñador de moda como artista completo y genial al que elevar a los altares. No sabía muy bien uno si estaba ante Manolo Blahník o Kandinsky. Pero lo hizo con un discurso rancio y un diseño expositivo sin aparente finalidad. Miento, con una finalidad: ponderar las fuentes creativas de las que, se supone, mana la obra de Blahník e identificar el proceso por el cual diseña sus colecciones como un discurso intelectual sesudo y prolijo. Partimos, dicen los comisarios de la muestra en uno de sus textos, de que el diseñador se apasionó por el pie y sus proporciones estudiando la escultura de Fidias y Praxíteles. Bueno, puede ser eso o puede ser cualquier otra cosa, el papel lo aguanta todo. Con esa premisa, nos dibuja a un Manolo Blahník que estudia edificios para obtener las curvas de sus zapatos, pintores para el diseño del color, o escultores para la estructura formal. Picasso, Mondrian, Moneo, Borromini… nombres rimbombantes que nos quieren decir: “no son sólo unos zapatos, son lienzos, son Las Meninas”. El problema es que uno ve los zapatos, vitrina tras vitrina, y se da cuenta de que sí, hay referencias a pintores, y sí, hay líneas cóncavas y convexas proporcionadas y armónicas como en San Carlino alle Quatre Fontane… Pero, ¿realmente es algo discursivo por un proceso intelectual o es simple inspiración, o acaso mimesis?


Porque lo cierto es que los zapatos de Blahnik tienen una serie de constantes, colección tras colección, década tras década, que conforman su propio universo y su propio lenguaje. Hay unas formas y composiciones similares, que se acentúan o estilizan con el tiempo, ya sean decoradas después con colores a lo Matisse, cubismo picassiano o sedas bordadas dieciochescas. 

En el intento de componer un Blahník a la altura de los grandes creadores del arte, lo minusvaloran. Primero porque por mucho que nos hablen de las fuentes y de las horas de estudio que el diseñador dedica a su trabajo, lo cierto es que nada de eso queda realmente demostrado. Las fuentes pueden ser entendidas como meras referencias, y por tanto esos zapatos una suerte de sincretismo modal. Las horas y el esfuerzo se desdibujan al pintarnos un Manolo Blahník “chic”, jet set, que vive entre fiesta y fiesta, barco y barco, evento y juerga, de la mano de Angélica Houston o de cualquier starlett del momento. ¿Por qué están en la exposición las gafas o la boquilla de Angélica Houston? ¿Qué información proporcionan? La propia entrevista con el creador, de escasos minutos, que se proyecta al final de la exposición lo presenta como un tipo divertido, chispeante, que repite seis o siete principios manidos y basados en lugares comunes; un josemi vip internacional con más encanto que cabeza. Una soporífera oda a la superficialidad, que es en lo que convierten la exposición. Era curioso, pero viendo a ese Blahník que presentaba Vogue no paraba de recordar al Truman Capote que se caricaturizó a sí mismo los últimos años de su vida y que hacía olvidar que detrás de ese espantajo que pululaba por Studio 54 estaba el autor de “A sangre fría”.

¡Ojo!, ese es el Manolo Blahník que torpemente Vogue se empeña en enseñarnos. Porque yo no creo que sea realmente así. Su obra delata un genio creador muy interesante, un magnífico diseñador y un as empresarial. Pero Vogue no consigue enseñarnos ese Blahník. ¿Dónde está el problema? En el diseño, perezoso, de la muestra. “Es Manolo Blahník” pensaron, “lo tenemos hecho”. Efectivamente, el Museo Nacional de Artes Decorativas recibe unas cien visitas diarias y ahora está recibiendo entre mil y dos mil. Es el poder de convocatoria de las estrellas. Aunque solo sea porque miles de madrileños y españoles han conocido uno de los museos más interesantes de Madrid, bienvenido sea. 

Pero hasta la sede está mal escogida. La sede natural de esta exposición es el Museo del Traje, que es excepcional, y es donde se forman y exponen nuestros jóvenes diseñadores. Es, además, donde hay una colección permanente que serviría de apoyo visual e intelectual a esos zapatos. Relacionar a Blahník con las artes decorativas, para elevarlo a no sé qué categoría, era, una vez más, desdibujarlo. Era decir “es algo más que un zapatero o un diseñador de zapatos”, denigrando, a la vez, el oficio del diseñador de moda y complementos. El discurso es algo así como “Blahník es excepcional por su proceso creativo”, sin darse cuenta de la que la segunda parte de la premisa iba a ser “pero solo él”. 



Zapato tras zapato, con pocos hilos conductores y mucha desorientación. No hay una perspectiva cronológica, que podría haber mostrado una evolución y por tanto haber remarcado ese trabajo creativo que se quería ponderar. No se habla del por qué de los diseños, sino del qué. No se explican los materiales usados, lo que podría resultar muy interesante. No se aprovecha para mostrar el proceso de fabricación, industrialización y comercialización, que es donde Blahník destaca incluso más que por sus magníficos diseños. Se podía haber hecho, y era sencillo. Del boceto (la exposición está llena de bocetos) al escaparate. La exposición habría tenido un sentido didáctico intenso que habría elevado la figura del autor, porque habrías visto, realmente, la complejidad de su trabajo. Si no se quería eso, y entonces no sé por qué se eligió el Museo Nacional de Artes Decorativas, se podría haber aprovechado para enseñar las tipologías, los usos, las costumbres, las modas relacionadas con el calzado. A cambio una vitrina con patrones y hormas, poco más.



La exposición se subtitula “El Arte del Zapato”. Pero no hay nada. Ni la evolución y crecimiento de un artista, ni las fases de su trabajo, ni las tipologías que crea. Una pregunta tan sencilla como “¿por qué no hay zapatos para hombre?”, que podría tener una respuesta incluso divertida. Nada. Salas y salas llenas de zapatos que la gente, muy interesada, mira. Escuchaba a mi alrededor adjetivos “son ideales”, “me chiflan”. Espectadores, bueno, más bien espectadoras pero algún hombre había, sacando fotos como posesas. Pijas en auténtico éxtasis, junto a una mayoría de currantes y currantas como yo, asistiendo tímidamente a una exposición de esa ropa que jamás podremos utilizar, porque ni tenemos el dinero, ni posiblemente la ocasión. La parte rancia de Vogue. “Mirad, mirad, queridos, lo que nunca tendréis”.

Pero de Manolo Blahník no se sabe nada. Sólo pinceladas biográficas y que se apasionó por los pies estudiando a Fidias y Praxíteles. Muy freudiano todo. Que tiene una gran imaginación, una inmensa curiosidad y aún hoy estudia con fruición temas, artistas y culturas para buscar referencias a su obra. Pero nadie nos responde a una pregunta: ¿cuál es la trascendencia de todo esto? ¿Hay un antes y un después de Manolo Blahník en la industria del zapato? ¿Qué modelos se pueden considerar un hito del diseño? 


Nada. Solo zapatos, que tienen un alma especial, sin duda alguna, pero que aquí se quedan en un alma caprichosa y superficial. Una oportunidad perdida. 

Museo Nacional de Artes Decorativas.
Calle de Montalbán 12
28014 - Madrid



1 comentario:

Cecilia Gallego de Torres dijo...

Magnífico ejercicio de reflexión en un mundo superficial. Gracias Eugenio.