Siguiendo con la idea que expuse hace un par de semanas, intento explicar algunos de los aspectos que más me interesan de la figura de Montserrat Caballé, a través de algunas de mis grabaciones predilectas. Esta quizás extrañe a muchos, porque ni es la mejor de sus grabaciones, aunque es excepcional, ni desde luego está entre los grandes papeles de Montserrat. Se trata del personaje de Amalia de la ópera "I masnadieri" de Verdi. Una de las obras de juventud del maestro, compuesta expresamente para la Royal Opera House, que fue un pequeño fracaso en su momento, y que desde luego no está entre sus obras más inspiradas. Un argumento algo delirante y de cartón piedra, personajes que tienen escondidos puñales por todos lados, y momentos de auténtico "chumba chumba pum pum pum", sobre todo en los dúos entre los protagonistas. Lamberto Gardelli dirigió para Philips una producción con un elenco de campanillas: Montserrat Caballé, Carlo Bergonzi (qué pena que sus dúos sean tan rematadamente malos cuando ellos están formidables), Piero Cappuccilli y Ruggiero Raimondi. Las intervenciones de Montserrat en solitario son formidables, aunque a lo largo de la grabación hay momentos en los que pareciera que está cantando de un modo un tanto frío. La partitura no da para más. El primer aria, "Lo sguardo..." es de una belleza indescriptible. ¿Por qué, entonces, me quedo con esta segunda aria? Porque creo que resume muchos de los elementos esenciales de Caballé. Para empezar canta toda el aria en un hilo de voz que está al 60% de su capacidad (el porcentaje no me lo invento, realmente lo he leído en algún sitio y me gusta la idea y la cifra). En segundo lugar los acabados son preciosistas, elegantes, llenos de intencionalidad emocional. El control del sonido, asociado al fiato, es impecable, los pianísimos que tanto se esperan de Caballé están ahí, sin excesos. Pero sobre todo, desde mi punto de vista, son un reflejo de una de las obsesiones de Caballé: cumplir con la partitura. El tempo y el ritmo se mantienen de principio a fin sin que nada varíe para ayudar a la soprano, que no tiene ninguna dificultad en someterse a la batuta incluso forzando una pequeña floritura (minuto 2:54) final sin exigir que la orquesta se detenga. Tampoco es que Gardelli imponga un metrónomo estricto, hay fluidez, pero no caprichos. Para que se me entienda, habría que comparar esta grabación con la de otras sopranos, como Joan Sutherland, que sin embargo impone el ritmo adecuado a sus peculiaridades vocales. Luego viene la cabaletta, y Caballé, que no es una soprano de agilidad pero tiene la capacidad suficiente para atacar esta pieza, la canta de una forma prístina, sin fuegos artificiales, limpiamente y con un final espectacular. De nuevo propongo escuchar a Sutherland, donde la coloratura es el cómo y el por qué de su interpretación. Sutherland siempre cantará mejor las coloraturas, especialmente las muy veloces, pero aquí Caballé hace un cambio de registro dramático tan brutal, y expone la música con tanta claridad, que nos permite entender algo: una intérprete puede tomar una partitura casi olvidada, llena de telarañas, a ratos aburrida, y hacerla revivir e incluso elevarla gracias a sus facultades vocales, su técnica y su sentido de la musicalidad; sin sobrecargarla, forzarla ni excederse. Es una escena que me ha acompañado desde hace 30 años. La primera vez que la escuché me pareció de una belleza incomparable, luego entendí que era Caballé el vehículo de esa belleza, convirtiendo con rigor la partitura en un sonido lleno de sentido y de emoción. Sigue siendo, para mí, una de las prestaciones más bellas que Caballé ha dado en disco, por su simpleza, su sencillez y su humildad. De la triste melancolía serena del aria a la alegría de la cabaletta hay interpretación, del mayor nivel. Espero que te guste.
ESCRIBÍAMOS AYER...
Hace 22 horas
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