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viernes, 26 de marzo de 2021

Schuen y Heide, Heide y Schuen, crónica de un concierto.

 Esta entrada va dedicada a Ana García Urcola. 

La temporada del Círculo de Cámara, del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que dirige Antonio del Moral, tuvo la inmensa suerte de contar con la segunda presentación en España de la versión de “Die Schöne Müllerin” de Schubert que están defendiendo Andrè Schuen, barítono, y Daniel Heide, pianista, desde que saliera el pasado 5 de marzo al mercado su grabación de este ciclo de lied para el sello DG. 

He escrito mucho sobre Schuen, y también sobre el disco que ahora es motivo de este tour europeo de presentación. Sólo quiero glosar este concierto, porque ha sido uno de los grandes acontecimientos musicales de Madrid esta temporada, y está ya entre los mejores a los que he asistido en mi vida. Memorable, trascendente y con unas cotas de brillantez como hacía tiempo no se escuchaban en un teatro. En ese sentido, superó ampliamente mis expectativas: sabía que iba a presenciar algo de gran calidad, pero lo que nos encontramos estuvo muy por encima. 

Mi amiga Ana García Urcola escribió en “Scherzo” su crítica a este concierto alrededor, entre otras, de la idea de la eclosión del lied. No puedo estar más de acuerdo. Cuando conocimos a Schuen en Madrid, dentro del Ciclo de Lied del INAEM en el Teatro de la Zarzuela, debo reconocer que la expectación era débil. Un cantante casi desconocido, que acababa de editar un disco de Schubert que comenzaba a sonar, con un programa de Schumann y Martin bastante árido… Cuando lo vi salir a escena pensé “otro guaperas”. Porque, sí, el mundo de la lírica se está llenando de guaperas de todo género y cuerda, que muchas veces no ofrecen un producto más allá de una bonita voz que llega hasta donde llega y una planta escénica imponente. Algún día habrá que escribir sobre ello, porque pululan por ahí cantantes que podrían dar más de sí, pero que no lo hacen, corrigiendo errores que serían fáciles de corregir, porque con la pinta que tienen y el éxito mediático no les hace falta. Hace poco hablé de un cantante que, teniéndolo todo para ser francamente bueno, acababa diseñando un personaje de Mozart dramáticamente interesante pero musicalmente aburrido por no pararse, pensar lo que tenía entre manos, y eliminar tics vocales recurrentes que de entrada funcionan pero a la larga cansan. 


Aquí dejo el enlace a la crítica de Ana en Scherzo


He divagado. En fin, que cuando Andrè Schuen salió a la escena del Teatro de la Zarzuela por primera vez, no le di demasiado crédito. De nuevo mi amiga Ana me advirtió que su disco de Schubert era excepcional, y Antonio Moral en sus redes también anunciaba socarronamente que no nos equivocáramos, que ahí había cantante.


Vaya si lo hay. Ese concierto acabó con cinco bises y un éxito clamoroso ante un público nada fácil de contentar, al que no das gato por liebre, porque desde que abrió la boca Schuen demostró que tenía todo lo que nos estaba faltando hace tiempo: voz baritonal pura, de timbre oscuro y broncíneo, muy bonita; con una técnica excepcional y un gran sentido de la musicalidad. Una gran voz en un gran cantante, uno de mis viejos leit motiv intelectuales en esto del canto. A partir de ese día adquirí todos los discos que tiene en el mercado en solitario: una grabación de canciones populares versionadas por Beethoven, un EP con cuatro canciones de Britten, un disco dedicado a Schumann, Wolf y Martin, el citado “Wanderer” de Schubert y poco después la primera entrega de un disco dedicado a los Lied de Liszt. Todos buenos discos, de factura regular e irreprochable, en los que pocos peros puede ponerse a los intérpretes. También lo escuché desde las alturas del Real en “Capriccio” de Strauss, donde me di cuenta de que tiene una voz grande, pero no enorme, y que resulta solvente también en ópera. Y, ya por causa del COVID, he seguido algunos de sus conciertos en streaming y representaciones operísticas de “Eugene Oneguin”, “Così fan tutte” y “Le nozze di Figaro” desde Viena. Vamos, que me he convertido en un gruppie, sin connotaciones sexuales porque él no se iba a dejar y, sobre todo, mi esposo me arranca la cabeza. 



¿Por qué ha despertado ese interés en mí? Ya lo he dicho, es un cantante que de la música al contenido, preocupado por la emisión, la técnica, el sonido, como cimiento para que el sentido, el significado, funcione. La formación es magnífica, y la voz acompaña. Y me harto de decir que es un cantante que se enfrenta a sus personajes con un sentido muy poco ambiguo de la masculinidad y la virilidad. Que no se entienda por ello rudeza, porque no tiene nada que vez. Capaz de unas inflexiones imposibles y de una extremada dulzura. Es muy elegante cantando, refinado incluso, pero no cae en la estilización que tienen algunos cantantes de lied y que incluso invadía al referencial Dietrich Fischer Dieskau en algunas ocasiones. Por último, y en referencia a este último cantante, Schuen forma parte de una generación que comienza a deshacerse de la herencia de Dieskau, lo que no es malo en absoluto: llenándose las enseñanzas del maestro, caminan hacia una concepción nueva del género del lied. 



Junto a Andrè Schuen, en esta aventura del lied y de su renovación, de la eclosión de un estilo a través de un cantante que representa a una generación, está Daniel Heide. Schuen y Heide, Heide y Schuen, de nuevo una expresión de Ana García Urcola. Esta experiencia es de los dos, la crean juntos, y no podemos casi diferenciarlos. Daniel Heide es un pianista referencial, que consigue y otorga a su instrumento el protagonismo necesario en el acompañamiento. La simbiosis entre ambos músicos se nota, el apoyo mutuo, el discurso musical, artístico, pensado e ideado por ambos. El apoyo de la tecla y el pedal en el momento adecuado, el silencio de la voz para dar paso al piano en un diálogo posible. Daniel Heide disfruta tocando. Muchos puristas dirán que poder contemplar las manos en acción de un pianista es un privilegio. Yo en esta ocasión no podía verle las manos por la situación de mis butacas, pero podía verle la cara. Ahí me sorprendió una vez más la capacidad de fijarnos en las mismas cosas que, ella desde el conocimiento, yo desde la postura de un simple aficionado, tuve con mi querida Ana: Heide, con su rostro, con sus expresiones, nos va narrando cada momento del concierto. Disfruta tocando, nos avisa de que lo que viene a continuación es una hermosura musical, sonríe al teclado, respira, sin ninguna ampulosidad. Es un espectáculo oírlo, pero también contemplar esos rostros. Porque además no es que nos diga “mirad que bien voy a tocar lo que viene ahora”, sino que nos anuncia “mirad qué momento musical viene ahora”. La propuesta de Heide, desde el teclado, es la misma que la de Schuen, van al unísono, y la ganancia para el espectador es total. Dos músicos que se respetan y trabajan juntos por la música. En mi post sobre el disco que dio lugar a este concierto dije que esta era la grabación de dos músicos haciendo música, no de una estrella de la lírica, ni de unos hacedores de productos musicales. Pese a lo horroroso del diseño gráfico de la portada y el interior de la misma, el disco va de música. Y es muy humilde. 



Y de música fue el concierto al que al final voy a dedicar muy pocas líneas. “La bella molinera” tiene mucha palabra, mucho verso y mucha música, y todo eso salió en la interpretación de Schuen y Heide. La palabra en una dicción y una vocalización sorprendente, pero también en una gama de emociones y sentidos que se desparramaron por el adusto y ruidoso auditorio del Círculo de Bellas Artes ante un público que cada vez alcanzaba más niveles de tensión. La grandeza del lied, para un cantante, es convertir versos, a veces intrascendentes, con melodías que también a veces no pasan de ser “bonitas”, en música que nos llega y nos comunica. Además, pasar de una emoción a otra en segundos: de la expectativa a la alegría, del encanto al deseo, del éxtasis a la desconfianza, a la lucha, al desamor, y a la tristeza… En una ópera los estados de ánimo permiten, normalmente, transiciones más cómodas para el cantante, en el lied no da tiempo. De gritar “¡es mía!” a morir de celos segundos después. Siempre he pensado que la capacidad musical de un cantante se mide, muy especialmente, en el lied. Ahí vuelven Schuen y Heide a encandilarnos. El camino (obsesión schubertiana) del jovenzuelo arrollador que trata de seducir a su molinera, hasta la muerte del amor, acaso la física, en una narración canónicamente romántica (no adjetivo, sino estilo). Schuen consiguiendo que todos esos matices tuvieran la respuesta técnica adecuada, musicalmente impecable, y desde ahí al texto. Mientras lo veía cantar, ya en el desamor que lo lleva a la aniquilación emocional, “a mi amada le gusta tanto el verde”, un poema y una canción tan tremendamente tristes, con una sonrisa melancólica en el rostro, pensé en lo difícil que debía ser sacar en unos minutos esa nostalgia, esa amalgama de emoción. El mismo hombre que apenas diez minutos antes había exigido al sol que brillara más porque ella era, al fin, suya. Mientras, Heide, remarcando esa melancolía con un piano adusto y sonoro que se obsesiona en el sonido repetitivo de la misma nota continua, de ese arroyo con el que el joven enamoradizo ha estado hablando todo el tiempo, que ha dejado de correr alegre y sonoro para tornarse gris y monótono. 


El Círculo de Bellas Artes se fue llenado de ese sonido, de esa emoción, y cuando el arroyo terminó su canción de cuna para el amante, el público estalló. Despertados por el “bravo” que, desde mi punto de vista, gritó demasiado pronto un espectador encandilado, el clamor fue unánime. En los corros posteriores, todos hablaban de lo que acabábamos de presenciar. Para mí es uno de los grandes conciertos que he visto en mi vida. Desde que Caballé dio como bis en uno de sus homenajes la escena final de “Salomé” de Strauss (¡¡como bis!!); pasando por la primera vez que estuve en un recital de Juan Diego Flórez cuando era una gran promesa que luego se truncó. Alguna ópera, una “Canción de la Tierra” que me hizo llorar… Este es, sin duda, uno de los grandes momentos musicales que he tenido el privilegio de escuchar; y los que vendrán, porque a Heide y Schuen solo les queda ascender. Andrè Schuen me ha reconciliado con la lírica: hacía tiempo que no llegaba un cantante que pudiera realmente interesarme de tal modo, porque consiguiera hacerme sentir de esta forma, que se preocupara tanto por la música y la calidad musical. Huérfanos de grandes leyendas, es posible que Schuen no se convierta en una, pero su calidad, como el liederista de referencia de su generación, y posiblemente el mejor cantante del momento, lo convertirá en un grande a oídos del aficionado. Y Daniel Heide, tanto con Schuen como con otros muchos cantantes, renovando el polvoriento material con un soplo de rigor, aire fresco, y una nueva forma de entender todo un género. 











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